Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

# Dos extraños ✰

—Enrique, no puedes seguir haciéndome esto —dije reteniendo las lágrimas, mientras en un silencio profundo que parecía quemarnos mi alma gritaba que por favor no me rompiera en pedazos, que fuéramos despacio —tienes que ser hombre y decidir que rumbo le vas a dar a tu jodida vida de una vez por todas, ¿no ves que así estás destrozando la mía? —le solté en vista de que no respondía.

  De pronto su mirada se endureció aún más —no tienes moral para exigirme algo así —dijo sin ningún tipo de remordimiento en su voz —tú ni siquiera haz sido suficientemente mujer como para no meterte con el hombre de otra, Ana —concluyó.

  Sentí un <crack> profundo dentro de mí. Siempre hacía lo mismo, me reparaba con palabras dulces y tiernas, con el típico solo necesito tiempo, todo estará bien. Luego me lanzaba con fuerza al suelo haciéndome piezas pequeñas e incontables. Las lágrimas que había estado intentando contener comenzaron a deslizarse por mis mejillas como muestra inequívoca de mi dolor.

—Me iré —aseguró.

—E intenta no regresar —susurré, haciendo acopio del poco aire que llegaba a mis pulmones.

  Su figura desapareció tras la puerta dejándome sola y rota, otra vez. Un nuevo adiós, cada uno dolía más que el anterior. Cada noche parecía que sería la definitiva, la última noche de amarnos a escondidas. Pero no. Cada una era otra para la colección, igual que las anteriores. Venía a mí cada madrugada y desaparecía a primera hora. Mientras yo intentaba vivirnos a ambos, a él ni siquiera le importaba que un nosotros muriera, si es que existía un nosotros.

  Escuché sonar el teléfono fijo junto a la cama, atendí la llamada inmediatamente ya que no estaba ocupada, no tenía nada que hacer, eran a penas las ocho de la noche. Me sentía sola y desesperada, Enrique se había marchado la noche anterior y no había dado señales de vida. Comenzaba a creer que se había ido para siempre. Tal vez eso era lo mejor después de todo. Sí, estaba enloqueciendo por su ausencia, y sí, salí corriendo desde la cocina para atender el teléfono. Pero no me juzguen, por favor.

—¿Ana? —escuché la voz del otro lado de la línea y sentí como cada músculo de mi cuerpo se tensó.

—Sí —respondí.

—¿Estás en casa? —preguntó tan frío como siempre.

—¿Por qué te respondería esa pregunta?

—Porque al igual que yo mueres porque nos veamos.

—Dijiste que no volverías esta vez —dije ignorando los deseos absurdos que tenía de verlo.

—No es la primera vez Ana, solo fue otra discusión tonta.

—A mí no me pareció eso —respondí sintiendo como los recuerdos de las cosas que nos habíamos dicho me arañaban el alma.

—¿Estás o no? —me cortó cómo siempre.

—Sí —terminé cediendo, tal vez, y solo tal vez, porque tenía la ilusión de que esa sería la última noche a escondidas.

  La llamada terminó, me quedé con el teléfono en manos, aún esperando un adiós, o un nos vemos, o quizás un ¿cómo estás? Pero no hubo nada, no me sorprendía, no era algo nuevo.

—¿Te gustó? —preguntó dedicándome una mirada tierna, se estaba preocupando por mí. Pensé y apreté el abrazo al rededor de su torso descubierto.

—Sí —respondí hundiendo el rostro en su pecho.

  Lo vi sonreír mientras se reincorporaba un poco sin soltarse de mi agarre para colocarse el calzón y luego el jean. Ese último le costó algo de trabajo, pero no lo solté y no se quejó. Un atisbo de esperanza se encendió en mí, las palabras salieron de mi boca sin que pudiera retenerlas.

—Te amo —dije, y la frase quedó suspendida en el vacío.

—Ana, yo... —se interrumpió a sí mismo haciendo que se activara una alarma en mi corazón, como la cuenta regresiva de una bomba —yo te quiero mucho —continuó, y sus palabras no me causaron alivio, el tono de su voz al hablar me desesperaba —pero a pesar de eso amo todo lo que implique a Kat —confesó.

  Me alejé casi automáticamente como si hubiera sentido una descarga eléctrica, un <bum> ensordecedor explotó en mi pecho mientras el humo de la explosión me nubló la vista.

—¿Q-qué? —tartamudeé, no era capaz de coordinar palabra.

—Lo siento Ana, pero amo Kat, y no puedo controlar eso.

—¿Amor? —dije.

  Era más una pregunta retórica, cosa que él captó al instante porque no respondió.

—Tú no amas a nadie, si la amaras no estarías en mi cama, y yo, yo soy una idiota, por un momento llegué a creer que lo que decías era cierto, que me amabas y solo necesitabas tiempo para arreglar las cosas con ella —intentó hablar pero lo interrumpí —vete de mi casa —exigí.

—Ana... —volvió a intentar.

—Vete de mi casa —repetí con los dientes apretados por la rabia y el dolor.

  Aunque por dentro en lo único que pensaba era en que yo debía ser masoquista o tener algún problema mental, porque lo que realmente quería decirle era que se quedara a dormir, que no me dejara sola, que cuando se marchara no me despertara porque no lo quería ver irse, no aguantaba ver qué se marchara nuevamente dejando promesas vacías, mi alma rota, un dolor desgarrador y sombras, que era lo único que dejaba a su paso, sombras. Oscuridades que se acurrucaban luego a mi lado arrancándome dolorosas lágrimas de añoranza. No añoranza de su amor porque eso nunca existió, sino añoranza de mí, de mi amor propio que con su llegada se había dado a la fuga y al parecer no tenía en planes regresar. Era una idiota, una idiota por quererlo, por haber dejado que se apoderara de mí de esa forma. Por enamorarme de él.

  Se levantó y terminó de vestirse, luego caminó hasta la puerta y se detuvo en el umbral.

—Me estás sacando de tu vida, yo quiero quedarme, siento un cariño especial por ti Ana, tú eres la persona que está tomando está decisión, no yo.

—¡Tú no sabes el significado de esas palabras que dices! —le espeté molesta caminando hacia él envuelta en la sábana y recorriendo rápidamente la corta distancia desde mi cuarto a la salida del departamento. Era un lugar pequeño de pocas comodidades —la única que siempre quiso fui yo, pero no seguiré siendo la segunda opción, ¡vete Enrique! —le grité empujándolo para que saliera y cerré la puerta tras él.

  Me deslicé a lo largo de la madera mientras lloraba con fuerza liberando lo que sentía hasta quedar sentada en el suelo frío que en ese momento incluso resultaba acogedor.

«¿Alguna vez te ha pasado que la vida te da señales al parecer tan claras? ¿Que luego se te juntan con el romanticismo de tu mente y las ideas cursis que se te han metido a la cabeza?»

   Comencé a escribir en mi diario cuando fui capaz de levantarme, necesitaba urgentemente desahogarme.

«¿Que se te confunden los pensamientos, que tienes a alguien que es tuyo, tan tuyo como lo son las estrellas? Un tuyo que es ajeno. Pues a mí sí. Yo era una adolescente típica de diecinueve años, una que a penas salía a caminar con mis amigas, prefería pasar el tiempo en las redes sociales o leyendo. Hasta que lo conocí, un muchacho de veintisiete años. Esta es la historia de cómo encontré a alguien de quién me enamoré, que me hizo volar y desplomarme, que me entregó alas rotas, que me dio una oportunidad de vivir y yo firmé sin leer la letra pequeña, donde decía que también me tocaría morir. Una muerte de esas que duelen de verdad, no como la muerte física que te sume en un vacío y no eres consciente de nada, una muerte emocional. Yo lo amé, lo amé con todas las fuerzas de las que fui capaz. Amé desde el día en que lo conocí en WhatsApp, desde nuestra primera conversación hasta la primera vez que nos encontramos físicamente. Amé desde que supe que estaba casado hasta que me dijo que se estaba separando y necesitaba tiempo. Amé desde nuestra primera noche juntos cuando aún no era consciente de nada, hasta nuestra primera noche después de saber que lo compartía. Desde nuestra primera discusión hasta la última. Pero fui la única que amó. Por las malas descubrí que los 11-11s perfectos para mí no existen, están acabados, extintos. Tantas despedidas inconclusas nos llenaron de recuerdos que nos consumieron lentamente. Me enamoré de alguien que no conoce el significado de esa palabra. Lo hice mío sin darme cuenta de que él no me veía suya. Lo siento amor, lo siento cupido, pero me rindo de ti. Me rindo de perseguirte. Me rindo de tus juegos macabros y de tus flechas envenenadas, porque lo que más duele es descubrir que luego de tantas noches, sólo fuimos dos extraños»

  Tres días habían pasado. Tres días desde el último adiós, pensé que me recuperaría, que iba a superarlo, que a mis jóvenes diecinueve años sería capaz de volver a amar. Enrique era pasado, pero era un pasado que dolía, uno que contamina. Mis ojeras se notaban con tal facilidad que era sorprendente, me dolían sus palabras que se repetían en mi mente una tras otra, tras otra, tras otra vez. Tal vez alguien más valiente o más fuerte habría sido capaz de sobreponerse, pero yo claramente no era ese alguien, por favor, no me juzguen, fue la opción más fácil.

  Marqué en el teléfono el número de la casa de él, respondió Kat, justo como él había advertido, que no lo llamara a su casa porque ella siempre contestaba el teléfono.

—Hola, ¿quién habla?

—Kat, te llamo porque estoy arrepentida de lo que hice y porque Enrique no te merece, él te traiciona y tú no eres una mala mujer, te traiciona conmigo, estás en la libertad de creerme o ignorarme, soy Ana y por favor, te pido que me perdones aunque no me conozcas.

  Colgué antes de escuchar su respuesta, no quería escucharla, solo quería hacer las cosas bien. Quería liberar mi conciencia antes del acto final, necesitaba sentirme liberada de él, de los sucios secretos que nos rondaban y de mí, de mi insuficiencia para ser capaz de superarlo. Arranqué la última hoja de mi diario y agregué unas últimas palabras a la nota.

«Me rindo de la vida, porque al final, fuimos siempre no más que dos extraños»

  Acto seguido hice un corte profundo en mi muñeca, dolió, pero no tanto como había dolido la primera muerte, la emocional. Es que hay que ser más valientes para vivir que para morir. Marqué el número de emergencia en el teléfono a mi lado.

—Buenos días, ¿cuál es su emergencia?-

—Hay una chica muerta en mi habitación —dije, les di mi dirección apresurada con mi último suspiro y me desplomé sobre mi cama.

  Puedo decirles que hasta ese momento tuve algo de miedo, pero no me arrepentí. Instantáneamente llegó la liberadora inconsciencia.

—Señor —dice un muchacho vestido con una bata blanca de laboratorio a un hombre de cuarenta años con traje de policía a su lado —al parecer fue suicido —indicó mostrándole la hoja arrugada que sostenía la chica en su mano —y aquí están sus documentos de identificación —dijo sacándolos de la gaveta de la cómoda —Ana Steven, huérfana, recién liberada del hogar de niños tras nunca haber sido adoptada.

—¿Seguro que es ella? —preguntó el oficial haciendo una muestra de condolencia. El muchacho asintió colocando la foto del documento junto al rostro pálido y frío de la chica —¿Algún contacto de emergencia o alguien a quién llamar?

—No lo sabemos señor, lo descubriremos en el laboratorio, su móvil está bloqueado.

  El oficial asintió liberando un suspiro e indicó a los de criminalística que retiraran el cadáver.

—Señor Enrique Sandoval. ¿Es usted? —preguntó la voz seria a través del teléfono.

—Sí —confirmó él mirando a Kat quién tenía lágrimas rodando por sus mejillas, el rostro colorado y lo miraba duramente.

—¿Conoce usted a la señorita Ana Steven?

—Sí —volvió a confirmar el muchacho ya en tono preocupado.

  El ambiente entre ambos interlocutores se volvía más tenso y pesado por segundo. A pesar de que Enrique no podía verlo le parecía poder sentir una mirada dura y penetrante por parte de quién le estuviera hablando.

—Le hablamos del departamento de policías de la ciudad, Ana Steven ha muerto hace pocos minutos y en sus contactos a localizar en caso de emergencia sólo estaba el suyo.

—¿Cómo? —preguntó el muchacho cuyo cuerpo acababa de entrar en una especie de chock, no podía moverse y a penas podía hablar —pe-pero yo, es que —intentó formular alguna frase pero las palabras se ahogaban entre sus labios.

—Necesitamos que venga hasta aquí para reconocer el cadáver y explicarle lo que ocurrió, lamentamos la pérdida.

—Sí yo, estoy en camino —respondió carente de cualquier tipo de emoción en su voz e inmediatamente terminó la llamada.

   Se quedó de pie en el mismo lugar procesando lo que acababa de escuchar, al tiempo en que Kat comenzaba a hablar nuevamente.

—¿Cómo pudiste Enrique? —repitió la pregunta que había quedado suspendida entre ambos al momento de la llamada —¿¡Cómo Enrique!?¡Dime!¿¡Por qué!? ¡Quién es esa chica y no vuelvas a decir que es una loca que quiere joderte la vida porque no voy a creerte! ¡Como mínimo merezco una explicación!

—¡Lo siento Kat! —gritó resignándose al hecho de que su vida había sido aventada por un precipicio, y comenzando a creer que lo merecía —lo siento —repitió en forma de susurro sentándose en el suelo, apoyando el codo en una de sus rodillas y ocultando el rostro en una de sus manos mientras con la otra sujetaba el teléfono móvil.

—¿Lo sientes? —preguntó ella dándose vuelta y caminando hacia la habitación —no lo sientas, no sientas nada, vete de aquí, es lo mínimo que puedes hacer, desaparecer de mi vida antes de que la destroces como hiciste con la de esa niña, si es que puedes destruirla más.

  Camino apurado hasta la sección del enorme lugar que me indicaron en la entrada. Me detuve de golpe frente a una camilla sobre la que se encontraba un cuerpo cubierto por la sábana blanca.

—¿Es usted el señor Enrique Sandoval? —pregunta un hombre en tono neutral.

—Sí —respondo sin quitar mi vista de la sábana.

  Me sentía paralizado, nunca había estado en un lugar así ni imaginé que estaría, mientras mi mente me torturaba repitiendo una y otra vez una única frase.

<Es tu culpa, tuya y de nadie más> me decía a mí mismo.

—Ah, pase —indicó él y yo di unos pasos hasta detenerme frente a la camilla.

  El hombre poco a poco retiró la tela blanca dejando al descubierto el rotro de Ana. Se veía pálido, parecía más niña ahora, más inocente, más perdida, más muerta. Tenía costuras en su frente y su garganta, era una imagen aterradora, a la vez enternecedora y dolorosa. Mi acompañante en aquel lugar hizo un gesto de tristeza y volvió a hablar.

—¿Reconoce a la señorita Ana Steven? —preguntó.

—Sí —respondí con la voz quebrada —es ella —confirmé y aparté la vista.

  No podía continuar viendo aquella imagen, a pesar de que yo era el culpable, claro que lo era. ¿Quién más iba a ser? Las imágenes de ella viva me estaban torturando, su sonrisa, su felicidad y aquella belleza que la caracterizaban ya no estaban, habían sido trágicamente sustituidas por una imagen aterradora, melancólica, sin vida.

—¿Qué hice? —dije en forma de susurro volviendo do a verla —fui yo, yo la maté —volví a susurrar.

—Señor, fue suicidio —dijo el hombre como para calmarme.

—No, fui yo, yo lo hice, ¿no ve? Fui yo —dije subiendo la voz de tono —yo hice esto.

—Cálmese, es lo mejor que puede hacer ahora —pidió —usted no hizo nada.

<¿Nada?> Me pregunté <él es el que es el que no sabe nada> me dije nuevamente.

<Fuiste tú, eres un asesino> dijo la voz en mi cabeza.

  Mi consciencia quise creer, pero no, era Ana, a ella era a quién escuchaba, podía verla. Allí en el fondo de la habitación estaba su figura pálida, me miraba con rabia, y lo merecía. Sacudí la cabeza asustado.

<¿Ahora te estás volviendo loco?> Me dije <está muerta idiota y fue tu culpa, reacciona>

—Señor, ¿está en condiciones de continuar? Creo que no —escuché decir a mi interlocutor cuando fui capaz de volver a la realidad.

—Sí sí, estoy bien, ¿falta algo más?

—Sí, ella tenía esto cuando la encontramos, usted era la persona más cercana a la chica así que supongo que debe tenerlo —me entregó una hoja doblada.

  La abrí y comencé a leer mientras salía del lugar. No podía seguir allí parado o acabaría enloqueciendo de verdad.

<Dos extraños> pensé, tenía los ojos llorosos y acaba de terminar de leer la nota de Ana <dos extraños> repetí. ¿Sólo fuimos eso? Me pregunté a mí mismo y otra voz respondió.

<Dos extraños> la escuché decir.

  Me volteé en todas direcciones buscándola, allí estaba. Me había estado siguiendo desde la morgue, allí estaba Ana mirándome fijamente. Parada en frente, a un lado, al otro, estaba en todas partes.

<Dos extraños> dijo.

—¡Sí sí ya sé —exclamé aterrado mirando a todas partes, y en todas estaba ella.

<Dos extraños> repitió.

—Ya basta —dije mirando a la nada, había perdido mi relación, había matado a Ana, estaba perdiendo la cordura —¿¡Qué más quieres!? —grité —¡Ya no me queda nada! —y es lo último que recuerdo antes de que unas manos me sujetaran y me metieran a una ambulancia.

—Está fuera de sí —dijo uno al tiempo en que Ana repetía.

<Dos extraños>

Se había metido a la ambulancia conmigo.

—Díganle que me deje en paz —les pedí con algunas lágrimas en mis ojos.

—Lo llevaremos al hospital psiquiátrico, no creo que se recupere —dijo el otro antes de ponerme una inyección que me hizo entrar en un sueño profundo. Luego de eso, no recordé nada más.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro