Capítulo 60
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«EL SACRIFICIO DE UN AMIGO»
Aún recuerdo cuando las conocí por primera vez...
Una castaña, una pelinegra, y una rubia bonita de fleco y siempre peinada con una coleta de caballo delgada y corta; un estilo adorable, de facciones simpáticas y ojos azules de princesa; una niña chiquita, flaquita y linda, sin nada que esconder, sin nada que temer, sin secretos que no pudiera confiarnos a nosotras, sus amigas, o... a mí.
¿O... sí...?
¿Sí había algo más sobre su vida privada que... realmente fuera tan malo, como para no querer (o poder) contarnos lo que estaba pasando?
Porque no recuerdo mucho sobre mis dulces seis años hasta que cumplí los diez, y empecé a ser más consiente de mi alrededor. Sólo aparecen a mi mente destellos y remembranzas que forman un patrón que, ahora que lo pienso, no me llevan a concluir nada, sólo me dejan aún más confundida y lejos de mi objetivo.
Sólo recuerdo el...
¿Llanto?
A...
¿Sophia?
Y la pregunta...
"¿Qué le pasó a...?", creo que le dijo en sollozos a su madre cuando las encontré hablando en las escaleras del patio trasero de su mansión, en la noche...
¡Ah!, ese es otro recuerdo...
La noche...
Teníamos siete años, ¿ocho? No lo sé... Pero estábamos todas juntas porque era una pijamada; cada una con su conjunto rosa, verde y morado, porque en ese tiempo a Jess le entró la locura de fanática de «Las Arditas», el trío femenino de ardillas que apareció en «Alvin y las Ardillas».
Así que ahí estábamos, Mer, Sophia, Jess y yo... Tuve que usar un pijama rojo porque Mer ya iba de rosa, Jess de morado, y Sophia de verde. Cenamos, nos divertimos, vimos una peli y jugamos a los reinos encantados. Nada fuera de lo normal hasta que...
Me desperté en la noche porque tenía sed, caminé, bajé las escaleras y fui a la cocina por un vaso de agua. Ahí afuera escuché un ruido, un sollozo interrumpiendo el canto de los grillos y la supuesta calma de la noche...
Era Sophia. Estaba llorando.
—¿Por qué, mami? ¿Por qué Carter no pudo venir hoy?
Me acerqué a la puerta de la cocina entreabierta y espié su conversación.
—Porque... Mi amor, estoy segura que Carter quería venir hoy. Sí quería.
—Hace dos meses que no viene... ¿Por qué ya no quiere verme?
—Mi cielo, Carter te ama. Él quería verte, quería venir hoy.
—Pues que venga —lloró.
—No, mi cielo... Carter... Él... Él no pudo venir hoy, y no volverá jamás...
—¿Qué? —No entendió a lo que su madre se refería; yo tampoco—. ¿Por qué?
—Cariño... Carter no volverá jamás porque... Porque está muerto, mi cielo... Carter murió —le confesó en un ahogo de palabras que terminaron con el habla en su garganta.
La pequeña Sophia enloqueció.
—No, no... ¡Mami, no me digas eso...! —gritó—. ¿Qué le pasó? ¿Qué le pasó a...?
—Shh... Shh... Tranquila, hija, por favor... Todo estará bien. Te lo prometo.
—¿Quién, mami? ¿Quién fue?
—No lo sé, mi cielo. No sé...
Salí corriendo cuando los bramidos enloquecidos de su madre me rompieron los tímpanos y dispararon el corazón.
Fui a la cama que compartíamos esa noche, y me metí debajo de las sábanas junto a Jess. La abracé con fuerza, y ella se quejó de que le estaba rompiendo las tripas. Me quedé dormida en una hora. Sophia no durmió con nosotras.
A la mañana siguiente su madre nos dijo que ella y su padre salieron de viaje, y que no volvería por una temporada.
¿Qué pasó después? De eso no estoy segura.
Mer se enojó, y Jess hizo pucheros.
Tres meses después Sophia regresó de su viaje inesperado y jamás volvió a cambiar su estilo de cabello: coleta de caballo y fleco.
Y cuando le preguntamos «¿en dónde estaba?», ella nos respondía con una sonrisa preparada, un encogimiento de hombros y un sencillo «En París».
¿Cómo pude haber olvidado una información tan importante como esa, y... recordarla apenas ahora? ¿Por qué no le tomé importancia cuando debía? ¿Qué detuvo mi curiosidad esa vez?
Hace años, si alguien le hubiera dicho a esa pequeña pelirroja de carácter temperamental (o sea yo), que iba a ser despiadadamente traicionada por una de sus mejores amigas... no lo hubiera creído.
Y no porque..., ¿quién se imagina algo así? Nadie espera que una persona que elegiste para formar una parte de tu familia... te traicione, o, te convierta en su principal enemigo y planeé usarte para sus propios métodos de venganza.
—¡Sophia! ¿Qué estás haciendo? —le pregunta Mer en un chillido alarmado.
Giro sobre mis talones, sólo para encontrarme con la boca del arma de fuego que sostienen las manos de Sophia, la pistola que apunta a mi cara sin miramientos, temblando y pesándole el calibre que sus manitas —las mismas que tantas veces sujetaron las mías en mimos de amistad— están armadas y dispuestas a matarme.
—¡SOPHIA! —la llama, asustada.
—¡CÁLLATE, MEREDITH! —le grita en un chillido y llanto que rompe mis tímpanos y altera a mi bebé. Me mira con odio y lágrimas en los ojos mientras dice—: ¡Esto es entre ella y yo! ¡No quiero... que nadie se meta!
Me trago el nudo en la garganta, y levanto una mano en su dirección para intentar cubrir el inminente disparo que sé que vendrá. —Soph...
—¡NO TE MUEVAS! —ruge, y el arma baila en sus manos.
Sólo puedo verla a ella...
A Sophy, mi amiga...
Así que era ella.
Todo el tiempo fue ella.
Sophia envió la nota. Sophia me amenazó. Sophia me electrocutó. Sophia estuvo en complicidad con Clint. Sophia casi mata a mi bebé. Sophia se burló de mí. Sophia contrató a Spy para matarme.
Me duele, me arde, me quema... Me... Me... Me siento tan lastimada, con un agujero en el pecho en el que se filtra el viento helado de la muerte a la que presiento conoceré pronto.
Pero..., antes de que eso suceda, quiero saber una cosa.
—¿Por qué, Sophia? ¿Por qué me hiciste esto a mí? —me quiebro.
—¡Porque sí! —llora a lágrima viva, y patalea como una niña berrinchuda, muriéndose un poco por dentro—. ¡Porque te lo mereces! ¡Porque tus estúpidos novios me arrebataron a mi hermano! ¡Lo mataron! ¡Eres una puta traidora!
Se me cae la mandíbula al suelo, incapaz de pronunciar palabra. O... eso creí. —¡¿De qué carajos estás hablando?! —exploto, tirándome de los pelos como una loca. Eso está pasando, me estoy volviendo loca—. ¡Aquí la única traidora eres tú! ¡¿Por qué me estás apuntando?!
—¡PORQUE TE ODIO! —admite en un bramido—. ¡TE ODIO, RET!
Me quedo muda. Pero es Jess la que rompe ese punto de quiebre. —¿La odias? —le pregunta—. ¿Por qué?
—¡Cállate, Jessy! ¡Tú también ya me tienes harta, me tocas los pinches ovarios con tus malditas palabras acerca de ella! O..., «Ret es tan bonita», «Ret tiene al novio más guapo y rico del mundo», «Ret nos necesita más que nunca ahora que está embarazada», «¿Quién la viera, no? Nuestra amiga es una ganona, se saca cuatro novios de la manga que están dispuestos a todo por ella». ¡ESTOY HARTA! —grita fuera de sí.
Se me cae el alma a los pies. Nunca creí que mi amiga pudiera ser capaz de hacerme algo así, y todo para qué, ¿por celos?, ¿venganza?, ¿lastimarme? ¿Cuál era su plan?
—¡Que Ret tenga todo lo que tú no tienes, no es culpa suya ni de nadie!
—Cállate, Jessy —le pide Mer.
—¡No lo voy a hacer! —mi amiga da la cara. Se aleja de Tita, y Mer se enfrenta ella sola a su cuerpo moribundo. Jess se aproxima levantando las manos en señal de rendición—. Soph... Escúchame, por favor...
—Que te calles, Jessy, no quiero desperdiciar balas contigo.
Pero mi amiga no renuncia y continúa avanzando. —No lo harías, no le dispararías a una de tus mejores amigas —le dice, y llega a mi lado—. No serías capaz, te conozco... No podrías vivir con algo así.
—¡Cierra el pico, Jess! —exige mientras le apunta, como si no tolerara escuchar lo que es verdad.
Jess solloza y tiembla. —Éramos amigas, Sophia, ¿qué carajos te pasa?... ¿Por qué haces esto?
—¡¿Por qué?! —exclama—. En serio, ¿no lo sabes aún, Ret? —me pregunta, sonriendo como una maniaca, mientras derrama lágrimas de culpa y pena—. ¡Ese pendejo lo mató! ¡Lo mató! ¡Lo mató! ¡Lo mató! —repite en un tormento perturbado como si su mente estuviera reviviendo ese recuerdo una y otra vez.
—Pero, ¿de quién hablas? —musito en un ahogo de lágrimas.
—¡De tu novio, el asesino! ¡El que mató a mi hermano Carter!
Mi corazón se rompe en dos. Estoy dividida entre su dolor, el de su pérdida; y el de ellos, el horror al que mis chicos sobrevivieron y me contaron, todas las cosas que les hizo esa mujer y sus enfermeros. Y..., el recuerdo de esa noche en la que Mike me contó lo que le hizo a ese pobre chico que suplicó por su vida, mientras Jared lo veía todo, asalta mi memoria y las facciones que descomponen mi rostro.
—Ahora lo recuerdas, ¿cierto?
Niego con la cabeza, pero en mis ojos se lee la verdad. —Soph... Lo lamento. Lamento mucho todo lo que...
—¡Cállate! —grita, y me apunta con manos temblorosas a la cara—. ¡Ya no hables más!
—Sophia...
—¡Que te calles, puta! —Le quita el seguro al arma y me apunta, seria—. Esta vez nadie saldrá de aquí con vida. Esta vez mi hermano va a obtener justicia.
—¿Y cómo, eh? —la reto.
Una sonrisa torcida se dibuja en sus labios, y la calma regresa a su cuerpo. —Oh, ya lo verás. Pero antes..., no queremos que tus chicos se pierdan lo que pasará contigo —mira mi barriga y añade—: y a su adorado bebé.
Se me congela la sangre. Un sentimiento muy parecido al odio emerge de mis pulmones e irradia coraje y valentía. Nadie amenaza con lastimar a mi bebé. Nadie. —¡A mi hijo no lo tocas! ¿Me escuchas, Sophia? ¡A mi bebé no lo toca ni el diablo!
No me di cuenta de que avancé, hasta que Sophia me hizo retroceder. —Cállate... Cállate, Ret —me advierte—. ¡Vas a estropearlo todo!, y no quiero matarte aún. Él necesita saber cómo se siente la impotencia, el rencor que nace dos segundos después de averiguar que a la persona que más amabas la extinguieron con saña —solloza.
Las escasas fuerzas de Tita desfallecen. Mer y ella caen al suelo, pero aun así, mi amiga no deja de abrazarla y susurrarle que resista.
—Mi amiga se está desangrando. Por favor, Sophia, el asunto es sólo conmigo. Ellas no tienen nada que ver. Deja que se vayan —le suplico.
—Sí. Todas nos vamos a ir, Ret. ¡Pero en una bolsa de plástico! —grita, riéndose como una maniaca.
—Soph... No hablarás en serio —Jess alucina.
—Tengo balas de sobra para todas. Bueno, excepto para ella —mira a Tita—. Creí que Spy la mataría junto a Bruce y que sólo te traería a nosotras para fusilarte. Pero, ¡mira nada más lo que hiciste con ella, perra! ¡Contraté a una inútil! ¡Crecí rodeada de ineptos! ¡Estoy rodeada de imbéciles!
—Mi padre... —musito, y dos gruesas lágrimas escapan de mis ojos.
—Oye, Ret, lamento lo que pasó. De verdad. No pensé que Bruce en serio se iría a suicidar después de que viera que desde tu celular filtré esos fraudes y robos de su empresa en internet.
—¿Qué? —sollozo—. No. Dios mío. ¿Por qué?
—Para que no tuviera ni en qué caerse muerto cuando hacienda se llevara el resto. Ahora mismo deben estar ahí, la policía, los agentes federales, la prensa. Todos están volviéndose locos por la caída de acciones de las empresas de tu padre, Ret. Para que veas cuánto le importas a la gente, a tus seguidores y tus supuestos amigos.
—¡Me jodiste, Sophia! ¡Me jodiste! ¡Yo confié en ti!
—¡No me grites, estúpida! —brama con ferocidad—. No me hagas enojar. Ya te dije que no quiero dispararte aún.
—¿Por qué no me matas de una vez?
—Quiero que Ethan Kurt se sienta tan impotente y dolido que no pueda ni siquiera respirar. Quiero que se ahogue. Que se ahogue en sus propias lágrimas como yo hice cuando mi madre me contó que Carter murió.
—Tú siempre supiste en dónde estaba, ¿verdad?
—Todo el tiempo.
—Por eso la nota. Por eso la caja vacía y la nota amenazante —deduzco.
Me sonríe como una maldita líder de combate ensangrentada. —Como la zorra no salía de su agujero, tuve que inundarla un poco.
—Estás loca.
—¿Y tú no? Te enamoras de cuatro psicópatas que te rompen antes de querer cogerte. Dime, Ret, ¿eso es estar cuerda? Estamos igual de loquitas las dos, amiga. —Sus ojos descienden a mi vientre, y su sonrisa incrementa—. Y... Además, amiga, te voy a hacer un favor. Matarte será lo mejor que te podrá pasar en la vida. Siempre has vivido como una rata esculcando el veneno en el queso. Éste será tu eterno descanso, tu recompensa.
—Santa madre de Dios... —musito.
—Nos haré un favor a todas.
—Sophia, estás enferma —solloza Jess—. Estás enferma y eres una puta asesina —dice; ya no importa lo que pase.
—¿Yo soy una asesina, mierda asquerosa? —ruge cuando le apunta, y sus ojos se clavan en los suyos con una intensidad de amenaza de muerte que me eriza los vellos del cuerpo—. ¡¿YO?!
—El arma la tienes tú, Soph. Vas a matarnos, a nosotras, a ellos, y después... ¿a quién?, ¿qué sigue?
Un rugido, mitad animal y humano, desbocado de rabia sale a borbotones de su pecho:
—¡JÓDETE, JESS! ¡IGUAL TÚ, RET! ¡TE ODIO! ¡TE ODIO CON TODA EL ALMA!
La miro, y me doy cuenta de que nunca hubo una amistad entre ambas, sonrisas reales, besos en las mejillas amistosos. Nada. Toda ella es falsa, lo fue siempre.
Quizá, por eso se me hace muy fácil hablar sin pensar, y encender la mecha de su locura. —¿Cuál alma, Sophia? Tal vez mis chicos supieron antes que tu madre o tú que Carter no valía demasiado la pena para vivir. ¿No se te pasó por la cabeza, Soph? Mike fue el que les hizo un favor a ustedes esa noche, ¿no crees? ¡Cuando le disparó sin piedad a tu pedófilo hermano! —grito, mandando a la mierda todo.
Y arrepintiéndome antes de que ella pueda apuntarme de nuevo, y con las cejas fruncidas y juntas pronunciar un sutil:
—Te veré en el infierno, Ret.
Cierro los ojos y espero el disparo. Sé que ha llegado la parca hoy por mí. Ojalá me lleven directa al panteón, que no lloren demasiado mis muchachos por mí y nuestro bebé, y dejen rosas blancas sobre mi lápida con un buen epitafio para recordar.
Oh, Dios.
—¡NOOOO!
Escucho el grito desesperado de Jess a lo lejos como un susurro de ayuda... antes de que su cuerpo se meta entre el mío y el impacto de bala.
Abro los ojos de inmediato, y me encuentro con el rostro normal de mi mejor amiga Jessica, Jessy, de mi Jess... en calma, casi adormilado, medio sonriente por tenerme tan cerca a pesar de las circunstancias que nos pusieron juntas en esta posición, en donde ella se puso por delante de mí bajo su propia voluntad en un acto que me salvó la vida.
Me salvó, a mí y a mi bebé.
Dejo escapar un suspiro de alivio y terror, junto a un par de lágrimas de tristeza y miedo. Entonces, la sangre brota de su boca en un escupitajo que mancha su blusa, jeans y botas. Un ruido agudo y estridente pita en mis oídos, cuando observo con ojos enrojecidos por el llanto a mi mejor amiga. Porque ella ahora ha dejado de ser ese ser humano lleno de vida que hace horas me confesó que siempre me había amado, que juró dar la vida por mí y nunca descansaría para ganar mi corazón...
Mi corazón... Mi fuerte corazón que ahora bombea gracias a ella, a mi amiga.
Jess me salvó la vida.
Su cuerpo cae a mis brazos y la sujeto con fuerza, dejándome caer también. Sophia llora en silencio mientras su arma continúa apuntándome, Mer chilla y grita el nombre de Jessy hasta que se queda sin voz, y Tita sólo produce ruidos inaudibles de los que ahora no puedo preocuparme. En lo único que pienso es en el cuerpo sin vida de mi amiga. La miro, y el corazón se me parte en dos. No me oigo, no puedo oírme, no puedo escuchar los gritos, los chillidos, las exclamaciones que incendian mi garganta y aturden a todos a mi alrededor.
Esto no fue como con Bruce.
Es peor. Mucho peor. Me acaban de arrancar una parte de mi alma.
Mi hermana ha muerto.
Y el fogonazo del segundo disparo se aprecia en el escenario que se desarrolla delante de mis narices, pero del que no me entero porque... estoy ahí como un cascarón podrido y vacío, mirando la expresión pálida y ensangrentada de Jess, con la esperanza de que regrese a mí y abra los ojos.
Pero no será así, esas pestañas largas nunca más parpadearán con ojos pispiretos, jamás volverá a mover su mentón para hacerme reír, el dorso de su mano nunca tocará su nariz otra vez para rascarse, sus dientes no serán la interpretación de una piraña de nuevo.
Ella no volverá a mí.
Y la canción que me gustaba tanto... no volverá a tener sentido si no está ella para compartirla.
—¡RET! ¡RET!
No levanto la vista. No puedo enfrentarme a nadie.
—Belladona —dice, dulcemente, mientras me acaricia los rizos del pelo—. Tranquila, ya estamos aquí. Hemos llegado para quedarnos.
No quiero dejar de verla. No puedo. Ella era mi amiga, mi cómplice, mi hermana. Yo la amaba.
Y ella a mí.
Jesús... Dio su vida por mí, por la de mi bebé, mi pequeño Alíen...
Mi bebé...
¡MI BEBÉ!
—¡RET!
Un dolor indeseado e indescriptible punza como un látigo en mis entrañas. Me llevo la mano a la entrepierna y me toco... Siento humedad, y un aroma a metálico infesta mis fosas nasales, como el paro cardíaco que se avecina con cada inhalación que aspiro. Se me levantan los vellos de la nuca, y el pánico invade mis ojos.
Saco la mano del interior de mis muslos, y compruebo que mi palma y dedos están manchados de sangre.
Oh, Dios.
Me desmayo con el dolor respirándose en el aire.
Estoy sufriendo un aborto.
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