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Capítulo 59

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«EL PRINCIPIO DEL FIN»

Su exabrupto es natural, así como la reacción que esperé de él, cuando le revelara que estoy embarazada.

No esperaba menos de un hombre que se enamoró de mí cuando apenas tenía un día de nacida. Carlos y yo éramos unos tiernos bebés cuando nos conocimos, gracias a una cena que organizaron sus padres, para conocer a la futura heredera del imperio de Bruce Heathcote.

Él siempre ha sido dos años mayor que yo; pero decidió esperarme para ir juntos a la universidad, así lo decidimos. Nuestro noviazgo y matrimonio se arreglaron el día que mi madre se enteró de que estaba embarazada. Mi padre y el suyo iban a unir sus empresas cuando Carlos y yo nos casáramos.

Según cuenta su madre —mi antes suegra— y nunca se ha cansado de rememorar, es el instante en que Carlos me vio en los brazos de su antigua Nana, tuvieron que prestársela a Bruce porque él no tenía ni ánimos o ganas de atenderme o conseguir a alguien de confianza para que lo hiciera.

Cuando ella se inclinó delante de Carlos para que me conociera de cerquita, y supiera que este bebé sería su futura amiga, novia, esposa y madre de sus hijos, me contaron que Carlos quedó hipnotizado por mi carita, por mis manitas, por mis piernas inquietas y cuerpecito de gusano. Dijeron que él sólo me miró, que me picoteó los ojos para que los abriera y pudiera apreciar —según las palabras de un niño de dos años— a su hombre fuerte y grande que vencería dragones por ella. Pero consiguió la reacción contraria de mi parte porque..., en lugar de abrirlos con parsimonia, los cerré con una fuerza que presagiaban los chillidos de un bebé al que le dan su primera nalgada. Chillé y grité mientras movía mis bracitos y piernas dentro de ese bonito vestido. Y Carlos, cómo no, también comenzó a llorar.

¡Qué buenos tiempos eran aquellos en donde aún no tenía consciencia de lo que sucedía a mi alrededor!

Ojalá me hubiera quedado como un tierno bebé para siempre. Me hubiera encantado morir de apenas un año de nacida. Así me estaría evitando presenciar esta escena.

Porque la cólera brilla en sus pupilas, la paciencia que antes demostró ante mí cuando le conté que estoy enganchada y enamorada de mis chicos, el amor que me prometió y atesoró por dieciocho años, es firmemente olvidado cuando se levanta de golpe, me mira con esa rabia que sólo un perro incrementa cuando le prohíbe el paso a otro dentro de su territorio, y la jarra de plástico vuela por los aires y su contenido se desperdicia y esparce encima de las losetas, y corre el agua por sus esquinas, opacándolas y mojándolas.

Su ira descomunal irradia e incendia incluso las cortinas por las que soplaba —hasta hace poco— una brisa exquisita que ahora congela mis pulmones cuando inhalo, consiente de lo que una noticia puede ocasionar en un corazón destrozado y consumido por los celos.

La esperanza de recuperarme se esfuma de sus pupilas cuando el «Estoy embarazada» es pronunciado precisamente por la chica de la que está perdidamente enamorado.

¡Ya no hay vuelta atrás!

Ahora lo sabe todo, incluso el secreto con el que nunca pensé confrontarlo.

¡Qué horrible manera de terminar con alguien!

Pero yo lo ocasioné, accedí que así se dieran las cosas. No iba a quejarme por algo que había hecho a toda consciencia y con posibles escenarios para esta situación. Además, no es el momento de ponerme digna o a llorar, no tengo ningún derecho.

¡Qué me grite, si tiene la necesidad! ¡Qué me destroce el alma, si hacerlo le produce alguna satisfacción! ¡Qué me maldiga, si eso aplaca su furia! ¡Qué me insulte, si lo compensa de alguna manera!

Así que, con todo el dolor emocional que me provoca escuchar sus vociferaciones y, el temor que engendra en mi corazón verlo perder los estribos de este modo tan salvaje e iracundo, cuando tira al suelo esa jarra de agua como preámbulo para destrozar la habitación, sé que mis consecuencias son sólo eso, un principio.

—¡¿EMBARAZADA?! —brama y se cubre el rostro con ambas manos, seguramente, reprimiendo los impulsos que tiene de gritarme hasta de qué quiere que muera para compensarlo. Aún sigue siendo un caballero, a pesar de todo—. Oh, no... No, no, no...

Camina por la habitación como un loco, tomando cada objeto que encuentra y lanzándolo contra esquinas o paredes o cerca de mi cama, estrellando aún más los fragmentos cuando los pisa sin miramientos. Encojo mis piernas por instinto e inmediatamente tranquilizo mis nervios. Ya no puedo sufrir alteraciones o sobresaltos, la obstetra que habló conmigo la semana pasada me dijo que mi pequeño Alíen y yo estamos delicados y que cualquier desconcierto podría ponernos en riesgo.

Me obligo a seguir sus indicaciones, pero cómo no calme el furor en los ojos de Carlos, terminará llevándome a mí de por medio, o... incluso por delante.

—No, Ret, ¿por qué me hiciste eso? —Y, justo cuando estoy a punto de pedirle perdón y decir trivialidades como «Nunca quise lastimarte», deja salir al gato de la bolsa—. Tienes que deshacerte de eso, así nunca podremos heredar tu patrimonio ni poder casarnos, ¿me oíste?

Me hierve la sangre y mis ojos se concentran en el objetivo que ahora mismo quiero moler a golpes. —No voy a permitir que le faltes al respeto a mi bebé, ¿me oíste tú a mí, Carlos? Tú no vas a tratarme así —le aviso.

—Sí, pues tú tienes la culpa por andarte revolcando con quien no debes —me recrimina.

—Yo no me revolqué con nadie —me defiendo—. Yo hice el amor... En cambio tú, sí te revolcaste como un golfo con una de mis mejores amigas. ¡Con mi amiga! ¡Cínico! —le grito—. ¿Con qué derecho hiciste eso tú también? Nada te costaba contactar a una compañera de tu antigua escuela y fijar una cita. ¿Por qué lo hiciste con Jess?

Su expresión es culpable al principio, pero se apresura a indignarse en segundos con mis acusaciones y a adoptar una actitud infantil. —No tienes derecho a reclamarme nada, Ret.

—Tú menos.

—Al menos yo no embaracé a Jess. Tú sí te dejaste coger como una golfa y permitiste que te desgraciaran el resto de la vida. ¿Ahora qué piensas hacer, eh? Porque..., perdona, chiquita, pero dudo que tu padre quiera apoyarte con tu estúpida decisión de conservar a ese niño. ¡Sabrá Dios de quién es!

—Oye, ¿qué te pasa?, no me insultes.

—¿Qué carajos, Ret? —me pregunta, envuelto en una profunda tristeza e ira que debaten por ver quién se queda al mando—. ¿Qué carajos te pasó por la cabeza cuando te dejaste coger? Porque que yo recuerde, tú no querías tener hijos en primer lugar, ni míos o de cualquier imbécil que se te cruzara en la calle —me acusa con el dedo índice.

Lo taladro con la mirada. —¿Y tú? ¿A mí no me vas a responder tampoco por qué te cogiste a Jess? ¡Eh! Idiota.

—¡Porque ella estuvo ahí! —dice al fin, liberando una carga de su espalda—. Ella estuvo cuando tú faltaste. Por eso lo hice. Además, aunque no parezca, a Jessy sí le gusta la monogamia. No es como tú.

Se me encienden las mejillas a causa de la ira. —¡Eres un tarado! Y escúchame muy bien lo que te voy a decir, porque será la última vez que te dirija la palabra en mi vida, yo no soy una golfa, una prostituta, zorra o una puta, o lo que sea que estés pensando de mí, animal. Querer estar con cuatro personas que me aman, respetan y valoran quién soy y no cuántos ceros puedo agregar en un cheque, no me convierte en una cualquiera que de repente pretenda acostarse con cada sujeto que encuentre.

»Soy una mujer hermosa, inteligente e independiente que sabe vivir y resolver sus problemas sola. No necesito de ti o de la herencia de mi padre o incluso de ellos. Sé sobrevivir. Siempre he sabido cómo. Y por la amistad que tuvimos antes de aceptar ser tu novia, no te voy a contar absolutamente nada del modo en cómo me hacen sentir, porque créeme, Carlos, es muy diferente. Pero para que te des una idea, sólo te daré una pista de la intensa pasión que sufren mis cuatro hombres cuando yo entro en una habitación.

Me mira como si deseara ahorcarme. —Ya basta.

Sonrío internamente. Puedo jurar que hasta mi peque lo hace. —Ellos me adoran, siempre lo han hecho. Los enloquezco, derrito, destruyo, me dejarían arrancarles la piel si así lo deseara con tal de que al final los terminara amando. Y no lo empecé a hacer porque no tuviera opción, lo hice porque no pude controlar mis impulsos. Porque ellos sólo viven por mí, por mi vida, por mi piel, por mi olor, por una mirada mía o una respiración —digo, recordando las palabras de Jared. Y, sonriendo cínicamente, añado—: Y..., ¿sabes cuál fue la única condición que me pusieron para permitirme enamorarme? Que no les ofreciera el mismo mundano amor que compartí contigo.

—¡YA CÁLLATE LA PUTA BOCA, NEFERET! —grita, destroza y brama prácticamente en mi cara.

Sus vociferaciones hacia mi persona y mi bebé son tales que provocan la interrupción inmediata de Tita. Abre la puerta con un ímpetu que me deja en claro que está dispuesta a enfrentarse a navajas y a golpes para protegerme. Nos mira de hito en hito y, al deducir de quién debe salvarme, corre hacia mi lado en un instinto valedor que me enternece el corazón. Toma mi mano y la aprieta para darme apoyo. Me mira por segundos como si estuviera cerciorándose de que Carlos no haya puesto sus traicioneras manos en mí. Cuando se da cuenta de que estoy perfecta físicamente, su rostro gira hacia nuestro huésped indeseado, y lo mira con una furia contenida e intimidante que agradezco.

—Si no se larga ahora mismo por las buenas, joven —pronuncia, lenta y defensora—, le prometo que me va a importar un rábano en el pozole que usted sea el hijo de un personaje tan importante como Heathcote.

—Mira, india, a mí no me amenazas —dice, levantando el dedo acusador como recurso intimidatorio, creyendo que ha podido rebajarla.

¡Oh, pobre idiota!

—Soy mexicana, señor —le responde, altanera y orgullosa de sus orígenes—. Y no lo estoy amenazando, sólo advirtiendo. Créame, no le va a gustar enterarse de lo que le puede pasar por siquiera intentar herirla —dice muy segura de sí, y yo sonrío pensando en mis chicos—. Además, ¿no fue su padre el que una vez dijo en un discurso que todos somos iguales y merecemos el mismo trato? Pues, eso significa que el señorito también merece los mismos insultos y tratos que estoy recibiendo de usted, ¿o se equivoca esta india, joven? —pregunta, irónica.

El resentimiento en los ojos de Carlos es claro: me declara la guerra. Ahora sí, todo rastro de amor se pulveriza. —Te vas a joder, Ret. Tú y tu bastardo se van a joder, ¿me oyes?

¡Jura!, antes de salir por la puerta.

El sollozo que exhalo descompone mis facciones endurecidas y temerarias, y rompe con el fúnebre silencio de esta habitación que deseo abandonar apenas mis chicos ideen un plan para sacarnos de aquí. ¡No soporto más esto!

Tita me consuela, y yo me aferro a sus brazos mientras mi llanto se ahoga en su pecho. Su calidez vuelve a resultarme familiar.

—Tranquila, amor. Todo estará bien.

Su voz, el tacto, la piel y los ojos dulces y vivos que me resultan tan familiares y hogareños. Levanto la cabeza de su pecho, y el calor que desprende su cercanía y a la vez su ausencia, es una sonrisa amenazante en mi rostro.

—¿Qué pasa? —me pregunta; al parecer, no he podido reprimir mis ganas de sonreírle a esta bella mujer—. ¿Qué?

Quizá sea cierto eso de que a la mujer se le desarrolla un sexto sentido cuando se embaraza. —Tú eres la madre de Donnie, ¿verdad? Por eso los ayudas —deduzco.

No me responde. Se aparta, sin perder su gentileza hacia mí. Su hermosa piel morena pierde su brillo, y sus ojos paranoicos se posan en todas partes menos en mí; lo que responde a todas mis preguntas, también a las que aún no le he planteado. —Está bien —digo, deteniendo el temor que corre por sus venas—. Sé que Donnie no lo sabe. De ser así sé que él jamás permitiría que usted viviera lejos.

Tita solloza. —Por favor, Ret —me suplica, mirándome al fin, con lágrimas a punto de devorar sus mejillas—. Por favor, Ret, te lo suplico —vuelve a acercarse a mí, y se arrodilla como si de verdad me lo estuviera implorando—. Por favor, no le digas nada. No digas nada. Por favor.

Oh, no. Mi intención no era que Tita pensara que yo planeara aprovecharme de la situación. No quiero que piense eso de mí, ella es mi amiga y única esperanza que me queda para escapar de aquí. No...

—Tita... Tita, por favor, levántese. Por favor, no haga eso. Sólo necesita pedirlo, no arrodillarse. Yo no soy así. Quizá mi dinero o mi apellido digan una cosa, pero le juro que es una imagen de mi persona que está equivocada. Yo amo a su hijo. Yo los amo a los cuatro. No quiero nada de usted, sólo el cariño y la complicidad que me ha demostrado desde el primer minuto que la vi y me habló.

Su llanto es de alivio. —Oh, Ret. Hasta pena me da que algún día se entere Max de que yo soy su madre. Cuando él nació me quedé sola, el hombre que me embarazó me abandonó en cuanto supo que estaba esperando un hijo suyo. Mis padres también me abandonaron, no querían saber de una hija que los desobedeció cuando les prometió no embarazarse antes de terminar su carrera. Así que sí, lo abandoné en el primer orfanato que encontré apenas pude levantarme de la camilla en la sala de urgencia en donde di a luz. Creí que ahí mi niño sería feliz, que encontraría a una familia que lo haría dichoso. Pero no fue así. Ese lugar era el mismísimo infierno, un horrible rincón de este mundo que me partió en dos cuando supe lo que esa mujer (Amanda Walter) les hacía a los niños que eran sus «favoritos».

»Le juro que en cuanto me enteré de los rumores que circulaban por el pueblo, y los comprobé con mis propios ojos cuando me escabullí para ver a mi niño, ideé un plan para sacarlo y llevármelo lejos. Pero Ethan Kurt se me adelantó y... Bueno, me imagino que ya le habrá contado lo que sucedió.

—Sí... Pero, ¿por qué nunca le ha dicho a Donnie que usted es su madre?

—Porque ya tuvo una —responde; sé que lo dice de corazón, y sin pizca de rencor o celos—. Hannah Green fue la madre que todo niño hubiera deseado. Cuidó bien de mi niño y sus amigos que... no tuve el valor de sólo presentarme en su puerta y reclamar derechos que ya no me pertenecían.

—Pero si usted hubiera hablado con Hannah...

—¡No! —me interrumpe—. No, Ret. Ella tampoco se merecía que yo metiera ese miedo de competencia en su cabeza. Era una buena mujer que adoraba a Donnie, con eso tenía de sobra para calmarme.

—¿Y nadie lo sabe?

—Bueno..., creo que Mike sospecha algo.

—Mierda, ya lo sabe.

—¿Eso crees? —me pregunta.

Bufo. —Créame, Mike es demasiado intuitivo. No por nada es la cabecilla del grupo. Es inteligente.

—Igual tú, Ret. Y, por favor, ¿podrías no hablarme de usted? No es que no agradezca el respeto que demuestra ante mí. Pero no es necesario. Yo sé quién es y por qué mis niños la han elegido. No necesita demostrarme nada.

Sonrío. —De acuerdo. Y gracias por no pensar que soy una fría mujer que...

—Yo jamás he pensado eso de ti, Ret —me interrumpe—. Sé que eres una buena persona que protege lo que ama. Me lo dijo Mike, y yo confío ciegamente en él.

—Sí, pelearía hasta con la misma muerte por ellos y por mi bebé —le confieso.

—¿Puedo preguntarte cómo supiste que yo era su madre biológica?

—Los ojos, Tita —digo—. Tiene los ojos valientes y bondadosos de su hijo. Es su preciosa piel morena y la firmeza de su silueta que no permite que nada la afecte, como un comentario o una respuesta despectiva. Y sabe cómo lo sé, Tita, porque su hijo es igual de intrépido que su madre. Y le apuesto que incluso Donnie lo sospecha, porque... conociendo a Mike, y la complicidad que comparte especialmente con Donnie, sé que en algún momento ya le habrá lanzado alguna indirecta que ponga a su cerebro a juntar piezas de su infancia.

»Sé que sí. Donnie es muy preciso e inteligente. Allen y Jared demoran en descubrir su potencial cuando están cerca de ellos, pero al final lo consiguen y se ponen rápido a la altura de sus hermanos. Los cuatro son atractivos, pero fueron realmente sus palabras e ingenio lo que me enamoró de ellos. Son todo lo que he deseado y más.

Su expresión se transforma en una relajante y amorosa. —No pudieron haber escogido mejor mis niños.

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Me quedé dormida gracias a los mimos de Tita.

Duermo plácidamente en mi cama, con la esperanza palpitando en mis venas, sintiendo que mis huesos se fortalecen con cada respiración que doy.

¿Quién diría que al final sí necesitaría de toda la energía que estaba acumulando?

Pero nadie me lo pudo haber advertido o adivinado. Porque el futuro es subjetivo; se traza gracias a las decisiones que tomamos.

Puedo reconocer la voz apresurada y casi autoritaria de Tita en plena somnolencia.

—¿Señor Heathcote? —Una pausa, y después...—: ¡Señor Heathcote, no puede pasar! ¡¿Señor?!

La puerta se abre de golpe, y por ésta aparece un Bruce Heathcote, sudado y desesperado, casi vulnerable, diferente a cómo me trató hace horas cuando me dijo que nunca me quiso.

Me incorporo con mi único brazo bueno, y retiro las sábanas de mis piernas. No quiero parecer más una convaleciente delante de las personas que me quieren ver muerta. Me siento y mis calcetines me protegen de las losetas frías.

—Me has jodido, Ret —dice, temeroso y, sonriéndole a su propia desgracia, como si hiciera el buen uso de «cuando lo único que te queda es reír, pues...» Entonces, sus ojos asesinos se clavan en mí con una determinación que me asusta—. Me las jodido pero bien, Ret.

¿De qué carajos habla?

—Ahora no me cabe la menor duda, sí eres hija mía.

Tita, quien está detrás de él, también lo mira con la misma cara confusa que yo. ¿Y ahora qué se supone que hice? ¿Por qué me está diciendo eso?

Pero, antes de poder hacerle la pregunta que resolvería mis dudas, saca una pistola de calibre 22 con silenciador de su cinturón, y me apunta a la cara.

—Me has jodido con tus putos videos y fotos, hija. Me van a comer vivo.

—¿B-Bruce...?

Me llevo la mano a la barriga por instinto, por si su disparo se desvía a la casita de mi hijo.

Pero, una vez más, me vuelvo a equivocar, porque... cuando dice eso «Me van a comer vivo», su expresión decidida a matarme se convierte en una contra él mismo, cuyo significado no puede superar.

Y no lo consigue.

Me sonríe con desgana, pero con una nota compasiva brillando en sus pupilas mientras me mira. Y entonces, pronuncia aquellas palabras que deseé escuchar de él desde hace años:

—Perdóname, Neferet. —No me da tiempo reaccionar—. Perdón.

Conduce el silenciador debajo de su quijada y se dispara sin repercusiones de un antes o un después de su última acción.

Desvío la mirada, pero ya es tarde, la imagen de mi padre cometiendo suicidio está grabada para siempre en mi memoria. Me cubro la boca y sofoco un grito, ¡dos!, ¡varios! No puedo apartar los ojos del cuerpo inerte de papá. Tita me imita, pero usando sus dos manos como una cueva para su impresión. Ni ella ni yo salimos de ésta, así como ninguna de las dos se mueve o atreve a romper el fúnebre silencio en el que se ha convertido la habitación que todo lo presencia.

¿Qué acaba de...?

¿Mi padre se...?

Estoy en shock.

Veo la sangre que salpicó su cabeza en el techo, y la que se esparce por las losetas como el desperdicio de agua que Carlos causó cuando se enteró de mi embarazo, pero ni ese recuerdo sustituye al otro por mucho esfuerzo que invierta.

Miro al que fue mi padre, sus ojos cerrados y boca pálida como un muerto.

Soy consiente de que el cerebro es el órgano más importante en el cuerpo humano, que sin él nuestro sistema es inútil. Soy consiente de eso, no soy idiota, sé que murió.

¡Está muerto!

Entonces, ¿por qué me levanto e inclino delante de él como una ingenua que espera que sólo haya sido una broma cruel u otra jugada de su parte? ¿Por qué lo muevo como si tuviera la esperanza de despertarlo mientras lo llamo? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

—¿Papá? —susurro, y lo muevo—. ¿Papá?

Se me escapa una lágrima, y otra, y otra ¡y otra más! Sigo moviéndolo mientras lo llamo y le digo que está bien, que todo estará bien, que está perdonado, que no me importa lo que dijo o que haya intentado matarme. No me importa, realmente no. Le digo de todo que pueda ponerlo de pie y volver a caminar, y le pido que deje de estar bromeando, que no me hace gracia que me esté mintiendo de este modo.

No me responde.

Sigo llamándolo mientras sollozo y lo empujo e intento despertarlo. —¿Papá? ¿Papi?

Lo miro, a él y a su sangre, y entonces... la parte razonable de mi cerebro hace click, y aparto mis manos de él. Mis ojos se mantienen en su rostro inexpresivo. Me limpio las lágrimas y sorbo por la nariz. Las palmas de mis manos se posan en mis muslos y los aprieto mientras mi cuerpo se mese de adelante hacia atrás. Se me hiela la sangre y noto que mis rodillas están húmedas por los litros desperdiciados del cuerpo de Bruce.

Me inspecciono, manchó mi piel y calcetines. Hay mucha sangre, sigue habiéndola y no para. El color y el olor metálico son surreales. No me siento yo, es como si le estuviera ocurriendo a otra persona, a alguien que sí se mereciera todo esto.

¿Por qué yo?

—¿Ret?

Literalmente, ¿por qué yo? Levanto la vista del que fue mi padre, y todos mis instintos de supervivencia se concentran en Tita, su expresión alerta y nerviosa, las manos arriba a modo «Quieta, no muevas un solo pelo», y la boca de fuego que forma parte de la pistola que sostiene Spy, la mujer que me secuestró, a centímetros de su nuca.

Los ojos de esa rubia gélida y frondosa, con facciones de Tronchatoro, me mira y sonríe como si deseara exterminarme de una buena vez. —Hola, Ret.

—¿Qué es...?

—¡Cállate o le vuelo los sesos, bonita! —me amenaza. Conduce la boca de fuego más cerca de su nuca, y le da un ligero golpe que la obliga a avanzar. Tita se crispa, y hace lo que le ordena cuando Spy añade—: Camina, morena.

Ambas pisan la sangre de papá. Yo me levanto. Spy está detrás de Tita como si la usara de escudo protector en caso de que alguien nos sorprenda.

—No le hagas daño —le pido, pero no me acerco. Tengo miedo de que se le escape algún tiro por mi culpa.

—No me digas lo que tengo que hacer, perra —espeta.

—¿Por qué no... me matas de una vez? —le pregunto, cansada de que nadie tome la iniciativa de asesinarme si tanto lo desean.

—Ganas no me faltan. Pero no lo haré hasta que la jefa me dé la orden de eliminarte, quiere que todos estén presentes cuando eso suceda.

—¿«Jefa»? ¿Lisa Jones? ¿Por qué me está haciendo esto?

—Esa mujerzuela era débil. Tuvimos que eliminarla como a Clint, cuando sus intereses empezaron a ser un estorbo para la misión. No eran nuestro problema.

—¿Qué? ¿Está muerta?

—Más o menos, digamos que está muerta en vida.

No es que me importe Lisa, sólo me sorprende que no sea ella la que estuvo detrás de mi segundo secuestro.

Pero..., ¿entonces quién si no fue ella?

—Ahora camina, perra —me ordena cuando me apunta con una segunda arma que saca de su cinturón—. Vamos, afuera te espera tu público. No querrás hacer esperar a tus amigas.

Me crispo. Mer, Sophia y Jess están en peligro. Están a punto de morir por mi culpa. Pero..., quizá exista una oportunidad, quizá pueda salvarlas si negocio con Spy o la jefa. «Yo por ellas», ese será mi último trato. No permitiré que nadie más muera por mi culpa, menos mi squad.

—Vamos, Ret. Me están pagando por no matarte hasta que te saque de esta habitación —dice.

En ese momento, los ojos sigilosos de Tita giran hacia la pistola que me apunta, sus manos se mueven con rapidez y la eleva hacia arriba, a Spy se le escapa un disparo y rompe mis tímpanos y los de Tita, pero mi amiga no claudica y consigue sacarse de encima el arma de su nuca. Y qué bueno que lo hace justo a tiempo porque... Spy vuelve a disparar y esta vez su tiro se dirige a la pared. Yo me arrodillo y pego el estómago al piso, cubriéndome un oído con mi única mano sana.

Después, no sé nada más.

Escucho forcejeos, disparos, golpes, gritos y farfullos, a alguien exaltado y gruñendo antes de que un último disparo termine con el ruido que libraron mi amiga y enemiga en su enfrentamiento.

La batalla acabó.

—¿Ret?

Esa voz. Levanto la cabeza e inspecciono a mi alrededor. Me apoyo en la cama y miro los destrozos que ocasionaron los tiros no certeros de Spy. Y... hablando de ella, está tirada en el suelo, ¿desmayada? No... Su brazo tiene sangre, su hombro igual. ¿Tita tomó el arma y le disparó?

—¿Ret?

Mis ojos se desvían de Spy hacia ella. —¡Tita! —grito.

Mi amiga está herida, sólo en eso puedo pensar. Corro hacia ella y mis manos aplican presión en la herida de su estómago. La sangre no para. —Tita, por favor, quédate conmigo. No me dejes.

—Ret... —Su cara muestra total alivio cuando me ve sin un rasguño.

—Shh... Tranquila. Todo estará bien. Necesitas ayuda —digo; cuando en realidad pienso: «La hirieron por mi culpa. Otra vez es mi culpa. Primero mamá, luego papá, Carlos, mis chicos y ahora Tita».

Ella no puede morirse.

—No... Ret... Escucha, tienes que irte. Tienes que correr.

—No me iré sin ti —La decisión en mi voz la asusta.

Sin permiso que pedir la levanto como puedo del charco de sangre. Ella se apoya en mi hombro sano y su mano también aplica presión sobre su barriga. No sé de dónde carajos me salen fuerzas, pero consigo moverme con ella hacia la salida, ignorando sus intentos fallidos de sacrificarse por mí. No... Ni una más. Esquivo a mi padre y trato de no resbalar con la sangre de ambos cuerpos.

—No, Ret... Sólo te estorbo.

—Basta ya. Tú eres mi familia.

Salimos y nos encontramos con un silencio de cazador a presa que nos atemoriza, porque sea quien es «la jefa» me quiere muerta, quiere asesinarme delante de mi squad y probablemente grabarlo para la posteridad.

—Tita, tenemos que llegar al teléfono de la recepción. Eso puede ayudarnos. Tenemos que llamar a la policía.

No me responde, pero no me preocupa porque sus pies siguen moviéndose conmigo a la salida. Tenemos que llegar a ese lugar en donde una enfermera y un guardia de seguridad, por lo general están, atendiendo llamadas o entregando carpetas.

Pero..., ¿por qué esos agentes no vinieron en mi auxilio cuando los disparos empezaron? ¿En dónde está todo mundo? Lo más probable es que cuando Spy entró al hospital empezó un tiroteo masivo que hizo que todos se resguardaran. Pero..., si es así, ¿por qué no alertan a la policía? ¿Spy tiene gente allá afuera? ¿«La jefa» quiere eliminarme personalmente?

Creo que sí, porque no por nada se está tomando demasiadas molestias en pegarme un tiro en la cabeza.

—Mis amigas... —musito.

¿Mi squad está secuestrado en alguna habitación? Puede que sí, porque se oyó como si estuvieran esperando por mí. Tengo que llegar a ellas. Si están siendo custodiadas ya idearía un plan para distraer al tirador que las está apuntando. Las ayudaré.

—¿Tita? —la llamo por segunda vez. Mi amiga mueve su cabeza en un asentimiento que me tranquiliza.

Casi llegamos al elevador.

—¡RET! —El susurro en grito de Meredith me devuelve estabilidad y calma—. ¡RET! —me llama otra vez.

Volteo e intento buscarlas con las pocas fuerzas que me quedan. —¡RET! —susurra y grita otra vez.

Sonrío cuando las veo, a las tres, mis amigas, perfectas y sin rasguños en sus rostros. Están bien, a salvo, les sonrío.

—¡Ret! —Las tres vienen conmigo—. ¡Ret, gracias a Dios!

—¿Qué pasó? —me pregunta Jess, alarmada. Mira la sangre en mi bata de hospital, y a Tita que se está desangrando a mi lado. Entonces, mira algo entre mis piernas que la atemoriza y grita—: ¡Por Dios, sangras!

—¡Tu bebé, amiga! —exclama Sophia.

Miro a donde sus ojos apuntan, pero la sangre que brota no es mía, sino de Tita. Dios, está perdiendo mucha sangre. Es un milagro que siga de pie.

—No, tranquilas, estoy bien.

—Pero tu bebé...

—No, Mer, créeme, si estuviera sufriendo un aborto espontáneo me dolerían hasta los ovarios.

—¿Estás bien? ¿Segura?

—Sí, Jess, estoy bien.

—¡Oh, qué alegría!

—Squad —las llamo—. Tenemos que apurarnos. Tita es mi amiga y está muriéndose, hay que ayudarla. Ella me salvó.

—Tenemos que llegar al primer piso. Habrá que llamar a la policía.

—Vamos, chicas —dice Mer.

Jessy me ayuda con Tita, su cabeza cae en el hombro de mi amiga y Mer ocupa el que antes era mi lugar.

Un dolor agudo en mi espalda me detiene.

—¿Ret, qué pasa? —me pregunta Jess.

—Un momento, tengo que descansar —digo, apoyando la mano en mi rodilla flexionada. Esos últimos esfuerzos me están pasando factura.

—¿Y Spy?

Se me corta el flujo sanguíneo. Me pongo pálida. Me quedo viendo a mi amiga con una cara de... —¿Qué dijiste?

—¿Y la que te atacó? —vuelve a preguntarme, sólo que esta vez Sophia utiliza diferentes palabras.

—Ash, Sophy, ella que más nos da —dice Mer—. ¡No importa! Muévete, tenemos que irnos.

—Creo que está muerta —me limito a responder, y me concentro en sus facciones; son neutras.

Sophia frunce el ceño y me mira con una cara de circunstancias que me deja de nuevo con la espina de la duda.

—¿Qué?

Respiro. —¿Hay algo que me quieras decir?

—¿Qué? No, Ret. ¿De qué hablas?

Debo dejar la paranoia. Ella es mi amiga, no pudo haberme visto la cara de esta forma. No ella. —Nada —digo, y es la verdad. En realidad no tengo nada salvo puras intuiciones.

—¿Se van a mover, pendejas? —pregunta Mer, sarcástica, molesta y desesperada—. ¿O quieren que las arreen como ganado: a punta de pistolas?

—Vámonos —le digo a Sophia.

Doy media vuelta y camino.

Mer, Jessy y Tita —que está más blanca que la sal— se detienen y me miran avanzar hacia ellas. Las tres sudan como en un horno y lucen asustadas; los nervios y temor de pensar que podemos recibir un disparo es altísimo, debemos apurarnos. —Carajo, Ret, muévete. Estás embarazada, no discapacitada.

—Ya voy.

—Por favor, Ret —me pide Jess.

Casi estoy con ellas.

Entonces..., las facciones de Jess y Meredith se paralizan en una expresión atemorizante y patidifusa. Ambas están blancas como la cal e imposibilitadas para gritar o suspirar una exclamación que pueda alertarme sobre la traición que se está librando detrás de mi espalda.

Pero..., es cuando escucho que el seguro de un arma de fuego se quita y está listo para disparar, sé que alguien a mis espaldas amenaza con asesinarme con maña y ventaja.

Cierro los ojos, no porque tema por mi vida, sino porque me duele que sea una de mis amigas la que esté a punto de traicionarme.

—¡Sophia, ¿qué estás haciendo?! —grita Mer.

Giro sobre mis talones y observo a «la jefa». La mujer que me electrocutó y mantuvo con un saco en una habitación oscura; la mujer que me envió la nota amenazante y llamó «perra fría»; la mujer que contrató a una sicario para asesinarme a sangre fría delante de mis amigas... y de ella, para no levantar sospechas.

Me han traicionado.

Sophia es la jefa.

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