Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 58

€ RET €

«¿QUÉ HA DICHO?»

Me siento indefensa, quizá porque estoy conectada a un monitor que mide la frecuencia de mis latidos, y tengo una intravenosa que me pone los pelos de punta mirar.

Iugh, guácala.

Me da escalofríos. Ñáñaras. No me gusta la imagen que proyecta mi antebrazo. Creepy.

Aparto los ojos de esa herida contenida y me acaricio la barriga, pensando en cómo contarle a mis amigas y... a Carlos sobre el bebé.

Me da miedo que piensen que me he vuelto completamente loca cuando les cuente lo que sucedió durante estos tres meses de supuesta angustia. Van a pensar que soy la persona más egoísta que han conocido. De seguro ellos vivieron un infierno cuando se enteraron de mi secuestro, y yo ahí en la casita de los locos bien campante, feliz de la vida, cogiendo, comiendo a mis horas, riendo y siendo atendida como una reina.

Me van a tachar de mala amiga, egoísta e idiota. Una completa estúpida. Porque sólo una bruta como yo se enamora de quien le hizo daño al principio.

Mer, Sophia y Jess estarán aquí en segundos. No quise ver a Carlos..., por obvias razones. Es una tarea que le encargué a Tita, mi nueva mejor amiga y confidente, cuando vino a dejarme un postre y a recoger la charola, se inclinó llena de parsimonia y me susurró un rápido pero audible: Madame, tu Duque está aquí.

Mi corazón bombeó de felicidad, y mis ojos volvieron a la vida. No sólo era Mike, Allen también vivía. Y apuesto que Donnie y Jared no demorarían en darme alguna señal que pueda volver a ponernos a todos en la misma onda.

Aquí están. Todos ellos. ¡Viven!

Aún no sé cómo es que mi enfermera personal está al pendiente de los deseos de mis chicos o cómo es que los conoce. Mike jamás me habló de ella. Pero no hubo tiempo de discutir ningún detalle después de que ambas compartiéramos una dulce mirada abierta a la alegría, porque le pedí a Tita que le dijera al doctor —que está a cargo de mi caso— que sólo dejara pasar a mis amigas.

Primero son ellas, mi squad. O quizá estaba postergando el verdadero problema: Carlos, mi ahora exnovio, o, algo parecido a un amigo con el que compartiste partes de tu intimidad. Mierda, si hasta mi nombre se tatuó con tinta roja. ¿Cómo pude haber olvidado eso? En su momento me sentí halagada y había significado un mundo para mí. Ahora se ha convertido en un recuerdo del pasado que rememoro con cariño, pero no con letras grandes y significativas que podrían deletrear la palabra «amor».

Sí..., prefiero enfrentarlas antes y pedirles perdón por no haberles calmado los nervios, que enfrentar a Carlos con una de mis muecas tontas y adorables... que pongan de cabeza los sentimientos que ahora nacían por sí solos.

Suspiro y dejo caer mi cabeza en la almohada, mientras pienso en cómo decirles que me enamoré hasta la coronilla de cuatro maniacos que me secuestraron. Ni yo misma entiendo en qué momento sucedió. Con Mike lo entiendo porque a él lo conocí desde los seis años y entre nosotros ya existía ese vínculo. Pero con Donnie, Allen y Jared aún no lo tengo claro.

—¡Ahhhh...! —me quejo en voz alta.

¿Cómo decirles?

Tita me dijo que papá fue a hablar con periodistas y la prensa sobre mi "rescate". Mi conveniente rescate. Aún no sé cómo funcionó o se desencadenó el SWAT en mi secuestro exactamente, no me refiero a que nunca habían oído hablar de mí o no estuvieran al tanto de la situación, sólo pienso que fue extraña la manera en cómo se sintieron las cosas después de que Clint muriera. Por ejemplo: ¿cómo supieron en dónde encontrarme? ¿Quién les dijo? Y..., esa chica, la paramédica, ¿cómo supo quién era si no tenía en mi poder alguna identificación? ¡Porque hasta el apellido lo tenía claro! A no ser que mi cara fuera noticia mundial y ella diera justo en el clavo con mi nombre y apellido australiano, no encuentro otra explicación.

Todo esto es muy raro.

Aunque, ¿para qué fingir demencia? Sé que Bruce movió sus hilos a su antojo cuando le convino y aún lo seguía haciendo. Creo que esa noche..., la noche de mi graduación, él iba a hacerme algo para quitarme del medio; pero no pudo porque mis chicos se le adelantaron. Creo que de todos modos mi secuestro sí iba a ocurrir, pero efectuado por él y sus subordinados. Clint era uno de ellos. Se supone que no debió haber pasado; eso fue lo que me dio a entender Bruce. O..., sí iban a rescatarme pero, ¿eliminar a Clint era parte del plan? O..., ¿fue una increíble coincidencia que ese francotirador tuviera vista a la habitación en donde me encontraba? ¿Iban a matarlo a él o... iban a matarme a mí?

Conociendo a Bruce, es capaz de contratar toda una brigada para montar su numerito de «padre del año».

¡Ja! ¿Cómo lo vería la opinión pública si se enteran de que quiere obligar a su única hija a practicarse un aborto?

Muerte segura.

Cómo me encantaría hundirlo personalmente con todo lo que sé de él y sus negocios turbios; quizá esa fue la razón por la que quiso eliminarme, no le convenía que su heredera estuviera al pendiente de sus juegos y manipulaciones. Ya me lo puedo imaginar, tras las rejas y hasta con el uniforme naranja que no le favorece a nadie. Apuesto que ni a Hitler le hubiera gustado vestir ese color.

Pienso y pienso en los pros y contra de mutilar a mi padre. Pero al final decido que no lo haré. No puedo. Ahora soy madre y tengo que pensar en el futuro de mi hijo y en el mío.

¡Oh, carajo! ¿Cómo le voy a hacer?

Quizá pueda conseguir un trabajo de medio tiempo y estudiar la universidad en línea.

Uf... Me entran unos escalofríos terribles. Estoy muy asustada. El miedo a lo desconocido me paraliza y atonta, pero no soy estúpida, sé que mis muchachos me apoyarán en todo y jamás me dejarían desprotegida.

—¿Por qué hablas en singular? Somos un equipo. Antes de ti éramos los cuatro contra el mundo. Ahora seremos cinco... y medio... contra el mundo —me dijo.

Es sólo que no quiero ser una conchuda con ellos, porque pienso ganar mi propio dinero y tener un colchón asegurado... por si acaso.

No es que no confíe en ellos, pero aunque no parezca por mis amistades y por Carlos, he pasado tanto tiempo sola y siendo independiente que... ya me acostumbré a protegerme y abastecerme con lo que necesito. Lo extraño es que en el amor siempre he sido excesiva, me busco a hombres que me quieran un poquitín más que yo a ellos.

En el amor nunca me limito.

Vuelvo a sufrir escalofríos.

El aire acondicionado enfría mis rodillas y me pone la piel chinita. Me cubro hasta el pecho y acomodo mi cabeza en la almohada. Cierro los ojos, pero no me duermo, no consigo dejar la mente en blanco.

Vuelvo a abrirlos y me incorporo cruzando las piernas, busco debajo de mi almohada y encuentro mi preciosa belladona.

Sonrío. La hago girar entre mis dedos y aprecio el tallo, la flor y el color exótico que me recuerda al atrevimiento en los ojos de Mike. Se me nublan los ojos y sollozo con una sonrisa en la boca. Me despojo de la sábana y levanto la tela para dejar expuesta mi barriga en donde se está creando una nueva vida.

Ohhh... Estoy bien sensible. Mis hormonas están al ataque. Aún no puedo creer que por temor a la posibilidad de perder la figura o limitar mis planes, casi me pierdo de sentir esta experiencia única y maravillosa en mi vientre. Puedo crear una vida, proteger a otro ser humano, educarlo y quererlo.

Guío la flor a la casita de mi bebé y formo pequeños círculos sobre mi piel, cerca de mi ombligo traicionero que se encoge y eriza gracias a las cosquillas y el frío del ambiente.

Me distraigo haciendo figuras, triángulos, corazones, caritas felices..., y hablándole quedito a mi pequeño Alíen, recordándole lo mucho que lo quieren sus padres y que pronto volveremos a estar los cinco juntos, sin pensar que alguien podría estar observándome con una ceja enarcada o una cara de «What that f*&$%!?» o «¿Qué hace esta adolescente hablándole a su estómago como si hubiera algo creciendo ahí...? ¡Si se ve plano! A no ser que...»

Pero, como yo no sospecho nada de eso, sigo flotando dentro de mi burbuja, ajena a las miradas que me están lanzando desde el umbral.

—Tranquilo, mi amor —susurro con una sonrisa que no cabe en mí—. Mamá te ama, Mike te ama, Donnie te ama, Allen te ama, Jared te ama pequeño... Levi, o... ¿Hannah...? —Pensar en nombres para un niño o una niña me alegra el alma, también cumplir la promesa que le hice a Mike antes de ser secuestrada.

—Belladona, si es una niña, ¿podríamos ponerle Hannah?

Como me gustaría estar compartiendo este momento con mis chicos. Como me gustaría que ellos escucharan los nombres que quiero ponerle a mi pequeño Alíen si resulta ser un niño.

—¿Por qué le estás hablando a tu abdomen?

Levanto los ojos de mi pancita y me encuentro con los rostros curiosos y expectantes de las únicas chicas que más he extrañado ver y apreciar de cerca los últimos tres meses. Meredith, Sophia, Jess... ¡Mi squad! Había olvidado cómo me hacían sentir mis amigas, el valor, la tenacidad y osadía que ellas provocan en mí y como siempre terminamos por compartimos todo y hablar hasta las tantas por teléfono. Me lo han dado todo. Y yo..., ¿en dónde estaba?

Meredith me mira con una cara... que me parte el alma.

—Responde —me pide. Quizá quiere comprobar que mi presencia en esta cama sea real.

Abro la boca, pero no soy capaz de pronunciar monosílabo alguno que pueda tranquilizarla. Me siento estúpida e inútil. No puedo seguir sosteniendo sus ojos color esmeralda como una idiota insensible. No me merezco que se preocupe por mí. Desvío mi atención de ella hacia Sophia, pero no me ayuda a despabilar, mi amiga llora en silencio y Jess no puede ni sostenerme la mirada.

Me rio, quedito y nerviosa, y me encojo de hombros. ¿Por qué? ¡Porque no hay quien me entienda y soy así de tonta!

Pero, ¿qué me pasa? Van a pensar que me estoy burlando de ellas.

Pero, ni modo, no hay vuelta atrás. —¿Qué pasa? ¿Me veo tan mal?

—Perra... ¡Perra estúpida! —masculla mi mejor amiga, temblando y llorando echa una furia, mientras se acerca a mí—. ¿Te crees que esto es divertido? ¡¿Eh?! ¿Crees que esta situación es motivo de burla? ¡Mira tu cara, carajo! ¿Y qué te pasó ahí? —señala mi hombro y brazo, dejándome muda y con un nudo ascendiendo por mi garganta.

Me siento terrible.

Los ojos duros de Meredith me atraviesan esperando una respuesta, pero yo sigo sin encontrar mi voz. Y mi amiga, cómo no, en definitiva no se queda corta o pierde la fiereza en su tono firme y entero. Está encabronada, de verdad. Pero... lo noto en sus ojos, y sé que su máscara de enfado se caerá dentro de poco y empezará el verdadero llanto.

—¿Tienes la menor idea de la maldita guerra que libramos cuando desapareciste? ¡Pensamos que te habían asesinado, violado, enterrado en el bosque o vete tú a saber, porque nunca diste señales de vida! ¡Ni un mensaje! ¡Una llamada! ¡Una puta pista! ¡Nada! ¿Por qué...? —Su cara se descompone y lágrimas tristes y furiosas surgen y resbalan de sus mejillas sin demora. Solloza y añade—: ¿Por qué, Ret? ¿Por qué?

—¡Ya no le grites! —Jess sale en mi defensa—. Está embarazada, ¿o que no lo ves?

—No me importa si adentro tiene a la maldita familia Manson —dice Mer—. ¿No estás oyéndome tu tampoco? Lo que Ret hizo fue algo cruel. Sé que fue secuestrada, pero eso no quita que llevara dos semanas en este hospital y durante todo ese tiempo no nos hubiera contactado.

Es cierto. No tengo justificación para eso.

—¿Ret fue secuestrada? —le pregunta con ironía—. Guau, qué bien, Mer. No lo noté, eh. ¿Y tú, Soph? —le pregunta, pero mi amiga tierna de coleta de caballo sólo llora en respuesta.

No sé si eso es lo que finalmente me devuelve la voz, o saca de mi torpe titubeo, o arranca el temor del corazón, pero algo en los ojos vívidos de Mer, el enfrentamiento que planea librar Jess en mi nombre, o el llanto de Sophia, despierta mi fuerza y espíritu que no logró callar ni el puto sargento Morgan o mi padre.

La llama que habita en mi interior vuelve a incendiar mi organismo.

—Estoy enamorada —digo al fin—. Me enamoré de cuatro hombres que podrían prenderle fuego a este hospital si lo desearan, pero no lo han hecho por mí, porque me quieren y adoran y sé que nunca me lastimarían. Y sí, estoy embarazada, muy embarazada de alguno de ellos. Pero no me interesa saber de quién sea porque para mí todos son sus padres y yo los amo por igual. —Y como ya todo sea dicho, añado—: Por cierto, me enamoré de mis secuestradores.

Bueno, quizá la reacción de mis amigas no es la que tenía prevista cuando les cuento todo de golpe. Pero no esperaba una felicitación de todas maneras como un primer instinto.

Al menos consigo que Sophia deje de llorar, y entre Mer y Jess se establezca una especie de tregua.

Sophy se acerca a mí, bamboleando su coleta de caballo, controlando sus lágrimas, sentándose y dejándose caer con tiento en mi pecho, abrazándome y sollozando con una fuerza que me paraliza. —Pensé que habías muerto —llora a lágrima viva—. No creí que te volvería a ver, Ret.

—Lo siento. —Es todo lo que puedo decir. —La saliva se acumula en la comisura de mi boca, y el llanto que creí solucionado regresa con más fuerza—. Como lo siento.

Mer se lleva una mano a la boca, y calla los sollozos en potencia mientras nos mira. Jess nos observa, se abraza a sí misma y comienza a llorar como un chimpancé. Mi manita toma fuerza y la extiendo hacia ellas, Jess no duda en venir hacia mí y apretar con rudeza la palma de mi mano, Mer demora porque limpia sus lágrimas y nariz, pero al final se arrodilla, me examina el rostro —de seguro amarillo, morado, o una mezcla de ambos colores por los moretones que ya se me están curando— y abraza la espalda de Sophia, cuyo cuerpo aún se aferra al mío.

¿Se puede elegir a los miembros de tu familia?

La verdad es que sí.

Así permanecemos por media hora, en un mar de lágrimas y palabras que no pude decirles la noche de mi graduación, la noche en la que todo sucedió. Cosas como: «Estoy muy orgullosa de ustedes, chicas», «No cambien jamás», «Ustedes son mi familia», «¡Las amo!». Y ahora puedo gracias a una serie de eventos que me pusieron a favor de lo que estaba perdido en mí, de lo que nunca pude decir, de las cosas que creí que podría reprimirme o callarme por más tiempo.

No me importa si suena enfermizo, o algunos lo consideren incorrecto o loco, pero es lo que pasó y así es como creció este sentimiento al que no me atrevo a ponerle nombre.

Hablamos de todo, de lo que me ocurrió durante estos tres meses, de cómo me trajeron a esa casa de los locos, de los besos, las caricias y cómo los cuatro me despertaron la piel, de cómo son ellos —mis chicos— y lo feliz que los cinco estamos por mi embarazo. También les cuento que mi padre quiere que aborte, que prácticamente va a obligarme, y que estoy segurísima de que él tuvo algo que ver con mi secuestro, el segundo, en donde me hicieron todos estos golpes y lastimaron mi hombro.

—Oye.

—¿Sí, Soph?

—¿Quién te rescató? —pregunta.

Me encojo de hombros. —No lo sé, un tal Morgan.

—Él es el sargento que nos interrogó cuando desapareciste.

—Sí, me di cuenta. Él y otro sujeto amable que me trató bien cuando me desperté aquí hace una semana.

—Sí, un detective pelirrojo y guapo. ¿Cómo se llama, chicas? —les pregunta.

—No me acuerdo.

—Creo que Coon.

—Bueno, da igual —digo—. Ahora levántense, chicas, que están aplastando mi barriga.

Mis amigas se ríen.

—¿Ah, ahora vamos a tener problemas con la bolita del grupo? —bromea conmigo.

Mer es la única que se ríe.

—¿Bolita? —le pregunto.

—Sí, te vas a convertir en una masita bonita y gorda —me molesta, burlándose de mí.

Le saco la lengua y le enseño el dedo del mal. Ella me devuelve el gesto con cariño y me lanza un beso. —Voy a ser la tía consentida de tu pequeño... ¿Cómo lo llamas tú? —me pregunta Mer.

—Alíen. Es mi pequeño Alíen.

—Oh, apuesto que será un pequeñín muy guapo.

—O una niña hermosa —opina Sophy.

—¿Ya pensaste en nombres? —me pregunta Jess.

—Algunos... Pero si es niña, en definitiva, quiero que se llame Hannah.

—Hannah banana, ¡qué bonito! —se alegra Sophy.

Me rio de su juego de palabras. —Sí, pero no juntes banana con Hannah. Te juro que a veces oigo sus pensamientos, y déjame decirte que no le gusta nada la idea de ser comparado con una fruta sexual.

—Sí, Soph, las usan para practicar a ponerles el condón. ¡Asco!

—Está bien. Ya entendí. ¡Dios, una ya no puede bromear hoy en día con los fetos o qué!

Me rio arrugando la nariz, y niego con la cabeza. —Qué mala eres —digo en broma.

—Ay, no seas una perra fría.

Se me congela la sonrisa en el rostro mientras mis ojos se posan y miran con una fijeza que asusta una loseta del piso.

¿Qué ha dicho?

Juro que he oído ese «perra fría» antes, pero... ¿en dónde? ¿Cuándo? Mi memoria viaja y escudriña en mis recuerdos, pero no consigo identificar cómo es que ese comentario sin malas intenciones de Sophia me resulta tan... ¿cercano?, ¿familiar?, ¿de cuidado?, de ¿miedo...?

Pero entonces, Meredith interrumpe los argumentos que formula mi cabeza y se me agota el tiempo de ensimismarme y dar con la respuesta. —Le diremos a Carlos que estás lista para verlo.

—Okey —contesto de manera automática. Mi mente ahora es un laberinto.

—¿Jess, no vienes? —le pregunta.

—Ahora voy, quiero quedarme un poco más con Ret.

La miro, creí que todo estaba hablado y solucionado. Pero... en sus ojos detecto rastros de incomodidad y vergüenza que ambas sabemos que necesitamos sacarnos del cuerpo o si no estallaremos como cristales sometidos al calor. Y no soy la única que parece notarlo, Mer lo entiende en un segundo y asiente con una sonrisa. Ella y Sophia nos dejan a solas.

El silencio nos envuelve, pero no es precisamente incomodidad lo que nos aborda. Las palabras flotan a nuestro alrededor, pero ninguna quiere alargar la mano y tomar dos sílabas que empiecen un sencillo intercambio de palabras.

Al final, soy yo la que decide romper ese silencio que nos asfixia. Quiero recuperar a mi amiga, no importa el costo. —Okey, Jess, sólo sácalo de tu...

—Me acosté con Carlos —suelta en un apuro, como si ya no soportara más mentirme.

Y tan rápido como me confiesa lo que la ha atormentado desde que me vio vivita y coleando, se cubre el rostro y comienza a llorar como una Magdalena, aún más que las lagrimitas vivas que derramó cuando todas nos abrazamos.

Entre sollozos y mocos me explica lo que sucedió, como empezaron a verse y lo que ahora ella siente por él. No está enamorada, pero sí muy confundida, arrepentida, triste, apenada conmigo y avergonzada, pero sobre todo, arrepentida. No puede dejar de llorar y pedirme mil veces que lo siente, que no pudo evitarlo, que se sentía muy sola y que creía que yo había muerto.

—¡Perdón, Ret! ¡Por favor, perdóname!

—Jess...

—No sabes cuánto lo siento —llora como una regadera.

Aunque no debería y no tengo ningún derecho de sentirme molesta, porque prácticamente yo engañé a Carlos desde el día uno en la casa de los locos, no puedo evitar sentir esta pequeña y molesta espina en mi corazón.

Jess sigue llorando. Yo continúo callada y mirando mis uñas con una cara de circunstancias. Y lo único que se escucha en la habitación son sus quejidos y llanto que no cesa.

Se nubla mi vista y me muerdo el labio inferior con el maldito grito obstruyendo mi voz. Estoy cansada de escucharla decir que lo siente, yo sé que es así, no sé por qué continúa disculpándose. Pero, llegando a un punto sin retorno en esta conversación, decido ir al grano y de una vez tensar la cuerda que nos sujeta. Que pase una de dos: o se rompe o nos encontramos. Corro el riesgo porque quiero recuperar a mi amiga, y no seguir cometiendo errores.

Entonces, hablo.

—Puedo preguntar, ¿por qué quisiste decírmelo?

Al parecer, ella está tan sorprendida como yo de que mi respuesta fuera una pregunta madura y no un grito, una orgullosa grosería o un golpe como los que acostumbro a darles a la gente que me saca de quicio.

—No sé, yo... —sorbe por la nariz y prosigue—: Supongo que... sé que él es tu novio y antes de enamorarte de tus chicos, Carlos significó mucho para ti, pero... al final un novio es sólo eso, un paso más. Pero una amistad es para toda la vida y, sentí que si no te lo decía yo, jamás iba a perdonármelo nunca. Porque yo te quiero mucho. Daría la vida por ti. Te amo —dice, y sé que no sólo se refiere a un amor amistoso. Ella también lo nota al fin—. Te amo, Ret. Estoy enamorada de ti. Siempre has sido tú.

»Te busqué en él. Te encontré en él. No tienes idea de cuantas noches soñé contigo, despertarme a tu lado junto a tu cuerpo desnudo y sentir esa tenacidad que sólo tu piel puede avivar en un batallón.

Mis mejillas se acaloran y aclaro mi garganta. —Jess, yo...

—Perdóname, Ret. Lo hice por amor.

Entonces, corre hacia mí y me abraza, su pecho presiona con suavidad el mío y no me hace daño, pero me deja perpleja. Solloza contra mi hombro maltratado y en segundos sus lamentos se detienen y me mira con timidez a los ojos. No me muevo.

—Te amo —dice, antes de presionar sus labios sobre los míos y enviar descargas familiares y cariñosas a mi vientre. Puedo jurar que algo dentro de mí pateó.

El beso termina y ella me mira. Mis emociones son claras y transparentes, no me desagradó el beso o su confesión o lo que pasó entre Carlos y mi amiga. No es eso. Es sólo que no comparto sus sentimientos, no de ese modo, no como a ella le gustaría que los dejara salir y explorar a su lado.

Y Jess lo sabe. Lo lee a la perfección en mi rostro. Esto es como esa vez, la noche en la que nos pusimos a experimentar y ambas nos manoseamos y jugamos nuestros atributos, saliéndonos de control en algunas áreas y no hablando lo que era obvio que no podíamos ignorar.

Pero yo no quise discutirlo. No podía después de la cobardía que sufrí cuando me di cuenta de que le había puesto los cuernos a Carlos con una de mis mejores amigas. ¡Era una infiel! Despertarme esa mañana a su lado fue una de mis peores pesadillas vueltas realidad. Y, sabía que si le decía algo como «no puede volver a pasar», o, «olvidémonos de esto», la iba a lastimar aún más que con la indiferencia con la que la traté, cuando se levantó esa mañana y no me encontró a su lado.

¡Por Dios, pero qué cobarde soy!

Soy grosera, sí. Maleducada, también. Impulsiva y maniaca, obviamente, sino no habría historia que contar. ¿Una mala amiga...? Bueno, creo que es hora de terminar con esa incógnita que a veces no me permite dormir por las noches. Es hora de ser valiente.

Le sonrío agradecida por sus sentimientos y, lenta y amablemente, aparto su mano de mi mejilla y me decido que responder a su confesión. —Jessy, perdóname tú a mí, por ser tan mala amiga y siempre huir de lo que sientes por mí. Esa noche, cuando nos besamos por primera vez, sí me gustó. Me gustó mucho.

Mi amiga sonríe con lágrimas de felicidad contenidas, hasta que comienzo a hablar y sus hombros caen.

—Pero... no puedo corresponderte, Jess. Te quiero, te quiero mucho mucho muchísimo. Pero no te amo, no así, no como tú me amas a mí. No estoy enamorada, cariño. Y te pido perdón por jamás hablar contigo sobre esa noche y no decirte en su momento lo que sentí y lo mal que lo pasé cuando entre nosotras se creó un muro de incomodidad y límites. Perdón por acumular tantas cosas que no te dije y distanciarme de ti.

—Pero aún quiero verte —me dice, anhelando que yo le corresponda.

—Y lo harás. No permitiré que nada nos separe de nuevo. Lo que les dije antes fue cierto, las amo y ustedes son mi familia. Además, ¿quién crees que lleva la batuta en la relación, tonta? Obviamente soy yo.

Mi amiga se ríe, pero la tristeza no abandona sus facciones. —¿Crees en otra vida tú y yo podríamos estar juntas? —me pregunta, parpadeando con esos ojos que siempre me han gustado.

Le acaricio tiernamente el rostro y le respondo. —Creo que en otra vida incluso fuiste mi esposa.

Jess se lanza a mis brazos otra vez. Me da un único beso en los labios a modo de despedida y después de unos largos y cómodos segundos en silencio, ella vuelve a ser mi amiga libre de culpas y con todas las cosas dichas, porque esa sonrisa tierna y cordial es una bendición que acepto y agradezco volver a ver.

La abrazo y pienso en lo agradecida que estoy por haberla conocido.

€€€

Estoy muy nerviosa, me sudan las manos.

Voy a ver a Carlos.

¿Cómo luzco?

Me peino con las manos e intento limpiar mis dientes con mis uñas. Sí..., me doy asco, pero ojalá mi aspecto de horror compense lo que voy a decirle y cómo le va a sentar la noticia de que estoy embarazada.

Me cruzo de brazos y espero. La impaciencia me puede, sigo con los nervios a flor de piel y me pregunto por qué demora tanto en venir a verme. Si es por Jess, quizá piense que ella me contó todo y de seguro esté armando un plan en su cabeza para volver a enamorarme. Lo conozco, es un romántico. Y es buen amigo. Es mi mejor amigo, yo tampoco quise hacerle daño cuando empecé a descubrir estos sentimientos en mí, pero el daño —de parte de los dos— ya está hecho, y ahora espero que así como yo tomé la confesión de Jess con la cabeza fría y sensata, quiero que Carlos lo haga de la misma manera cuando se lo confiese todo.

El ruido de un helicóptero a lo lejos me distrae y concentra mi atención por completo en los edificios que observo a través de mi ventana.

Ruido...

Alejada de todos allá afuera, no escuchaba ni un alma gritar o vociferar como los peatones en las calles. No existían esos pensamientos que me despertaban a las dos de la mañana por las llantas de los autos que corrían por el vecindario, las voces de los niños y los trotadores matutinos. No me había dado cuenta de lo mucho que me disgustaba el ruido y la incapacidad de la gente a mi alrededor, hasta que me alejé de eso y descubrí algo mejor al lado de cuatro riesgos recargados con nombres y apellidos.

—Maldito ruido... —maldigo a quien haya inventado el primer auto, la rueda, el círculo o los motores adecuados para conducir un vehículo—. Malditos, malditos, malditos...

Mi bucle temporal de groserías es interrumpido por la mención de mi nombre, pero es la persona quien me llama por la que corto mi malhumor y dirijo mis ojos hasta posarlos en él.

Carlos...

Lucho por no echarme a llorar mientras le sonrío y pronuncio un débil «Hola».

Mi amigo sí llora, me muestra sin pena sus emociones, pero sabe que no es momento de ponernos dolientes y se apresura a limpiar sus lágrimas y a sonreírme. Le correspondo, y ambos nos sumergimos en un silencio de miradas que nos devolvemos como dos seres que aún se aman.

Y..., entonces, ese apodo con el que él se empezó a dirigir a mí con cariño hace años, es pronunciado con tanto sentimiento que me remueve varias cosas:

—Chiquita...

Y la canción de ABBA-Chiquitita, suena en mi cabeza por instinto. Esa es nuestra canción, la que siempre bailamos cuando queremos celebrar algo o porque el amor entre ambos a veces nos puede demasiado. Esa era nuestra onda. Me duele que ahora no pueda volver a ser así.

Carlos se acerca y se sienta, lo suficiente para darme espacio y apoyo, en la cama.

—Hola —musita.

Le sonrío y le devuelvo el saludo.

La comodidad del silencio no perdura. —¿Te duele? —me pregunta señalando con educación mis heridas y hombro.

Vacilo antes de responder. —Un poco.

La conversación que palpamos es aburrida y me marea. Sólo estamos caminando en círculos, ignorando el verdadero problema que cada uno necesita contar.

—Necesito decirte algo —me dice, decidido.

¿Quizá es lo que he estado esperando que diga?

—Okey.

—Me acosté con alguien más —suelta sin reparos.

Lo pienso..., lo pienso y lo pienso. En realidad no estoy enojada con él, tampoco con Jess. Además, el arrepentimiento es claro en sus ojos, como en los de mi amiga, cuando me contó lo que ocurrió. Si sentí esa espina en el corazón fue por la impresión, pero nada más. No me siento rencorosa, dolida o con el nudo atosigando mi garganta. No me importa que haya estado con otra.

—Bien —respondo.

Sus cejas se levantan. Luce sorprendido. —¿«Bien»?

Me encojo de hombros. —Sí. Bien.

—¿Es todo lo que dirás?

Esperen... ¿Él está enojado conmigo? ¿En qué momento se intercambiaron los roles aquí que no me di cuenta?

Como no tengo idea de qué responder con exactitud a su indignación por mi «no reacción» a su confesión, le suelto un montón de palabras que no le ayudan a poner punto final a esta conversación. Y eso sólo lo empeora.

—¿Quieres que llore? —le pregunto para cerrar esta cuenta pendiente y sólo consigo que se exaspere.

Aunque no entiendo porqué quiere que le pregunte por qué me engañó, no permito que me afecte y le respondo con una de las mías, recordando la cara de Jess empapada por las lágrimas y su justificación de «Me sentía sola».

—No puedo creer que no te importe —la decepción es evidente en su voz.

Niego con la cabeza y me decepciono de mí misma solita, no es necesario que él me ayude. Dejar de amarlo fue un baldazo de agua helada, cubitos de hielo cayendo directamente a mi cabeza y amontonándose a mis pies.

Y se lo digo. Se lo confieso. Le cuento todo. Es mi mejor amigo, lo fue antes de ser mi novio, y una parte de mí sabe que jamás podremos separarnos a pesar de que nunca seremos otra vez uno solo. Y él me anima, me lo hace saber y me quita el miedo con un discurso súper propio de él que sólo hace que me sienta aún peor.

—Oh, no... Por favor, Carlos, te ruego que no vuelvas a decir eso. No me importa, te juro que no estoy enojada contigo por haberte acostado con otra. Me lo dijiste, eso es lo único que cuenta. Sé que no quisiste lastimarme. Te conozco, y sé que no eres un desgraciado como hombre. Te esperan cosas hermosas, grandes y una vida plena y llena de aventuras —le hablo sinceramente, desde el corazón—. Pero tú y yo no podemos seguir pretendiendo que somos novios.

»Sabes que dejamos de serlo en cuanto tu corazón sospechó lo obvio —digo. Yendo al grano, agrego—: Ellos... 4 idiotas que amo con locura. Los quiero. Los quiero. Los quiero a ellos —desahogo el dolor que me provoca admitirlo—. No encontraron pruebas de violación, porque... ellos no me obligaron a hacer nada que yo no quisiera. Me entregué de corazón a esos estúpidos psicópatas.

Pero Carlos no me la pone fácil, se resiste a dejarme ir, incluso utiliza la jugada del Síndrome de Estocolmo. Le repito hasta el cansancio que no estoy confundida, que no podemos hacer de cuentas que nada de esto ocurrió y volver a nuestra vida normal.

Le digo que ya no lo amo, y puedo ver como eso le hiere. Me pide que no lo deje, que no le diga que no lo amo, pero aunque a mí también me duela romperle el corazón, yo sé que necesita oírlo para aceptar mis deseos y decisión.

Pero él no puede aceptarlo.

Entonces, lo que digo a continuación marca ese punto final que necesita para superarme y sé que jamás se permitirá olvidar.

—Estoy embarazada.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro