Capítulo 52
€ RET €
«PARAÍSO INTERRUMPIDO»
No me importa que me esté mirando como si deseara ahorcarme con las sábanas perfumadas del aroma que creamos cuando hacemos el amor. Mike no me intimida. Él no me da miedo. Además, aunque lo diera, no pienso dar marchar atrás sobre la decisión que tomé ayer en sus brazos. Quiero cumplir mi meta; aprender a defenderme es la única solución que se me ocurre para enfrentar a quien se mantenga en anonimato.
Y bien. Pues hoy me vestí con una blusa negra de tirantes y leggins del mismo color. Aplasté mis rizos con gel en una bonita coleta de caballo. Y estiré los músculos desafinados de dos meses sin hacer ejercicio mientras bostezaba. Ha pasado tiempo desde que no me levantaba a las cinco de la mañana.
—Bien, mi vida, ¿estás lista? —me pregunta mi fiel rizado.
Me llevo las manos a las caderas, medio cansada y reanimada por el ejercicio de calentamiento. —Sí.
—Muy bien. —Se pone en guardia y me sonríe, ladino y socarrón, mientras juega a lanzar puñetazos—. Muéstrame lo que tienes.
Alzo una ceja en su dirección. —¿Seguro?
—Sí. Sin miedo, mi vida. Muéstrame lo que tienes.
—Bueno...
No tengo miedo de perder. Tampoco de lastimarme. Tengo miedo de lastimarlo pero a él. Mi entrenamiento militar fue muy estricto. Y si bien aprendí un par de técnicas de autodefensa en mis clases, siempre me transformo en una incompetente un poco torpe y miedosa cuando se trata de pelear cuerpo a cuerpo con otro. No sé por qué. Desde pequeña me ha pasado. Pero tengo que quitarme ese miedo. Y si no lo hago ahora no lo haré nunca.
¡A pelear!
—¿Quieres que me acerque a ti?
La voz de Jared es un combustible de motivación. Él fue el único que estuvo de acuerdo conmigo, cuando les dije que quería aprender a pelear. Donnie le dio la razón a Mike y ambos me lo prohibieron; dijo que no era necesario porque ellos me defenderían de todo y no le veían el caso enseñarme a manejar armas de fuego. Allen no dijo nada y sólo se retiró a su habitación. Mi castaño no ha salido desde entonces. Jared me apoyó y fue el único que me dijo que después del desayuno me ayudaría a reafirmar mi técnica y a utilizar armas de calibre especiales para mis muñecas. Cree que son demasiado delicadas y refinadas para cargar cualquier cosa. Yo estuve de acuerdo. Ya había accedido a entrenar conmigo, no quería estropearlo diciéndole que podía con todo si me lo proponía. Además, cuando llegara el momento de revelar la verdad, él se daría cuenta solito.
Sé que esos tres imberbes están enojadísimos conmigo. Pero con eso no puedo hacer nada. Yo quiero hacer esto. Quiero hacerlo por mí; por si acaso. Estoy harta de ser sólo su mujer y una damisela en apuros. Si ellos no están de acuerdo, lo lamento. No seré una inútil. No sólo quiero ser la chica que utilizan para coger y satisfacer. Quiero defenderlos, defender mi hogar y lo que este lugar representa. Quiero ser todo suyo. Todo por ellos.
—Sí —respondo.
—No te preocupes por los demás —dice, adivinando mi preocupación e intentando consolarme—. Mike sólo necesita relajarse. Cuando él ceda, Donnie y Allen también lo harán. No te mortifiques. Él es quien debería estar comiéndose la cabeza, no tú.
—No me pidas que no me mortifique, rizado. Ahí afuera hay una persona que me quiere muerta. Y por lo que me contó Mike ya sé por qué.
Sus cejas se levantan. —¿En serio? —Eso lo sorprende—. ¿Mike te contó todo? ¿Todo, todo?
—Sí. Así: sin filtros. Me lo dijo todo.
—¿Y... aun sabiendo eso... estás aquí? No nos has exigido volver a casa.
—No sé por qué piensan que los dejaré solos en esto. No podría irme a ninguna parte de todas maneras. Sé que ustedes no permitirían que salga por la puerta así como así.
—Yo sí. Bueno... No, tienes razón. No lo permitiría. Pero al menos no intentaría matarte o encadenarte primero para detenerte.
—Sí, ese es más el estilo de Mike o Donnie.
—No olvides a Allen —me recuerda.
—Allen probablemente me emborracharía y después me ataría a la cama.
—Lo conoces bien.
—¿Y tú?
—Yo —se apunta con su dedo acusador, fingiendo inocencia—. Mmm... Sorpréndeme.
—Quizá te hincarías a mis pies.
Me sonríe como un listo diablo. —También me conoces bien.
Suspiro, gruño y me quejo. —¿Por qué Mike tiene que ser tan Mike?
—¿A qué te refieres?
—¿De dónde surge todo ese orgullo? Si yo soy necia y testaruda, él lo es aún más. Me triplica la obstinación.
—Creía que Mike te había contado todo.
—Lo hizo.
—Entonces..., ¿por qué te extraña que quiera protegerte con su "obstinación"? —pregunta, poniendo comillas en la palabra—. Después de todo lo que ha perdido, ¿crees que va a descuidarse un segundo de sus verdaderos intereses? ¿Crees que pondría en riesgo tu vida? Lo que tú ves como el plan de un niño mimado y berrinchudo. Para él es... una manera de demostrarte cuánto te ama.
—Buen punto... Es válido. Okey, debería pensarlo mejor. Porque... supongo que tú tampoco estás muy de acuerdo conmigo en esto, ¿verdad?
—Estoy aquí. Te apoyo.
—Una cosa es estar, y otra cosa es querer estar. Sé que lo haces porque me amas, Jared. Lo sé. Pero puedes ser honesto. ¿Me apoyas sólo para quedar bien conmigo? ¿Estás de acuerdo con mi decisión?
Se mira las palmas de las manos cubiertas por sus guantes de pelea, en silencio. —Te apoyo porque quiero que aprendas a usar armas de fuego, mi vida. No estoy de acuerdo, es cierto. En parte. Quiero que aproveches cada decisión que se te presente.
—¿Ésta es una decisión?
—Eso depende si quieres seguir por este camino.
Vuelvo a suspirar.
Por el rabillo del ojo detecto movimiento. Mike nos observa a través de los ventanales del patio delantero, sin decir nada. Le sonrío y lo saludo con una pequeña inquietud en los dedos, pero él no me corresponde. Mi idiota novio me ignora cerrando las cortinas. Eso me duele, pero no lo demuestro.
Miro a Jared con decisión, y asiento una vez para darme ánimos. —Estoy lista. Quiero seguir por este camino —digo. Y me creo. Creer en uno mismo es mejor que desacreditar a otro.
Mi rizado novio me sonríe. Se pone en guardia. Yo también. Y empieza la función.
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Su cuerpo cae sobre la suave y dura colchoneta azul de entrenamiento como un costal de papas. El sudor en su frente es visible. Sus dientes truenan como si se hubiera quebrado la mandíbula. Y sus músculos pierden rigidez.
Sí... Jared estaba agotado.
No sólo eso... Tenía los ojos desorbitados y el aliento en las plantas de los pies. Ay... Creo que le saqué el aire. Gira sobre su cuerpo como una tortuga acorralada. Tose e intenta respirar. Va a cuatro patas hasta poner manos y rodillas en el pasto, mientras intenta recuperar el aliento.
—Mi amor, ¿te encuentras bien? —le pregunto, arrodillándome y sobando su espalda.
—Sí... —dice. Tose y habla como un viejo fumador, ahogándose con su saliva, y añade—: Todo bien. No te preocupes.
—¿Seguro?
Asiente como si estuviera nervioso y me responde que sí; todo bien.
Cielos...
—Lo lamento, cariño —me disculpo mientras continúo sobando su espalda—. A veces no mido mi fuerza.
—No... Descuida... Está bien. —Respira con dificultad—. Estoy bien.
—¿Una pausa? —propongo.
Asiente otra vez, con el nervio acelerado. —Una pausa —concuerda.
Sonrío sin que él lo sepa, con la risa cosquilleando mi garganta. Perdón, pero la situación es graciosa a morir. —Okey... Pero antes voy a ayudarte con tu problema del habla.
—¿Qué? ¿De qué hablas?
Me coloco encima de él, desciendo mi cuerpo por el suyo, y lo tomo de las rodillas. —Esto va a dolerte un poco, rizado.
—¿Qué? ¿Qué me va a doler? —Alucina con pavor. Intenta escapar, pero no puede. Sus ojos se abren como platos y suelta un par de lágrimas en su desespero. Luce tan patético, pero aun así lo amo—. ¡No, no, no! ¡No, Ret!
Hago caso omiso de su súplica. No doy marcha atrás. Le ayudo a recuperar el aliento flexionando sus piernas y llevándolas a su estómago. Le truena la espalda en un sonido apetecible, y yo ahogo una carcajada cuando veo la expresión que pone. Su cara congoja se transforma en una de alivio inmediato. Repito el movimiento, y su respiración vuelve a normalizarse poco a poco.
—¿Mejor? —le pregunto.
Suspira en una mejoría sorprendente. —Sí... Le atinaste.
—Mi guardaespaldas me enseñó esta técnica en el ejército.
Repito el movimiento. Su espalda vuelve a crujir. Jared jadea en un consuelo. Sus fosas nasales se hinchan y desinflan con menos impedimentos. El alivio vuelve a surcar sus facciones.
—Eso es... Mucho mejor, ¿no?
—Ajá...
—Oye —lo llamo.
—¿Ajá?
No aguanto más la risa. —¿En serio lloraste, Jared? ¡Por Dios! Ya ni yo cuando me golpearon y casi rompieron la cabeza, imbécil —Me muero de la risa.
—Oh, cállate. —Intenta levantarse—. Me dolió. Me dolió mucho...
Me rio mientras lo ayudo a ponerse de pie. —Te advertí que iba a lastimarte.
—Sí. Debí escucharte.
—Vamos, apóyate en mi hombro. Tengo suficiente sangre, sudor y gloria para los dos.
—Oh, mi vida. No sabía que fueras fan de la Roca.
Pongo una cara súper exagerada de orgasmo. —Ese hombre está para comérselo.
—Oye... —me mira mal.
Me rio de sus celos por mi actor favorito, y lo beso en la punta de la nariz. —Qué guapo te ves así, en plan celos enfermizos.
Me pone los ojos en blanco. Yo me rio. Él se ríe. Me besa con ternura la comisura de la boca, y a mí me dan ganas de ocultarme en su pecho y anidar ahí para siempre. Se le olvida su dolor en el abdomen. Me abraza mientras me levanta y ambos damos vueltas sobre la frescura de la hierba a medio día. Vuelve a besarme. Enredo mis brazos alrededor de su cuello y Jared me sostiene el beso con fervor.
Me gusta...
Lo miro a los ojos y le sonrío como una niña con juguete nuevo.
—Ven —le susurro, entusiasmada. Tomo su mano y lo guío a la casa. Nos encerramos en mi habitación y me lanzo a sus brazos.
Estoy encima de él. Jadeando. Jared me aprisiona las caderas con sus manos. Él también se mueve, ayudándome, penetrándome. El sudor es palpable entre ambos. El calor nos envuelve. Las sábanas crujen y mis rodillas duelen. Me muevo en círculos y lo monto como una salvaje, de arriba abajo. Los rizos alborotados de mi pelo se aplastan por el sudor que desprende mi espalda y mis manos se deslizan con facilidad por su abdomen plano hasta llegar a su pecho. Lo acaricio. Jared mantiene los ojos cerrados mientras continúo descargando mi excitación en su pene. Palpita en mi interior; está a punto.
—Oh... Oh...
Y yo también.
—Oh, Dios... —gimo. Me muevo cada vez más rápido, más torpe, moviendo mi cabello de un lado a otro en movimientos sexis que son un espectáculo para sus ojos.
Mi cuerpo cae con delicadeza sobre el suyo mientras continúa reclamando su orgasmo. Su boca y aliento quedan a mi merced. Me deslizo encima de él, consumiéndolo y deseándolo. Mi boca y la suya arden en pasión. Mi lengua se aventura a dibujar la forma de sus labios, y Jared se entrega a mí sin aliento.
Me aferro a las hebras de su pelo y me vengo con una sonrisa formándose en mis labios. Oh, Dios... Jared también disfruta de mi perdición, y eso lo ayuda a terminar en mi interior.
Recupero el aliento pegando mi boca a la suya, y manteniendo nuestra unión. Me acomodo en su pecho y cierro los ojos. Jared me abraza mientras le sonríe al techo con los ojos cerrados.
—Por Dios... —musito, riéndome con auténtica alegría.
—¿Qué? —me pregunta, curioso.
—Se me acabaron las excusas para no decirte te amo.
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Estaba en el paraíso. Disfrutando de todos esos gustos y placeres que mi cabeza intentaba desterrar cuando me iba a dormir.
Me sentía en un cuento de hadas finalmente cumplido. Y sí, quizá el modo nunca fue el correcto y nada de esto habría pasado si Mike, Donnie, Allen y Jared no estuvieran tan trastornados y supieran que lo correcto es primero invitarle un trago a una dama. Pero al final, nada de lo que ocurre a nuestro alrededor puede ser controlado. No podemos predecir lo que ocurrirá. Y esa es la belleza de la naturaleza. El mundo cambia y es constate. Las personas siempre te sorprenden, ya sea para bien o para mal. Y los finales que esperamos a veces no son felices, simplemente son cierres que debemos superar.
Me pregunto si Carlos, Mer, Sophia, Miranda o Jess habrán superado mi desaparición. Yo espero que sí. Con el tiempo entenderán que no volveré. Con el tiempo sus heridas sanarán. Sólo una buena bofetada del universo los hará reaccionar y así seguir avanzando. Espero que puedan encontrar el combustible correcto para su motor. Mis amigos se merecen un final en donde no exista el drama o los derrumbes de sus planes en construcción. Ellos serán felices. Como yo.
Hace mucho que dejé de sentirme culpable. Hace mucho que dejé de quebrarme la cabeza con las posibilidades que nunca llegaron. Hace mucho que no me siento mal por sentirme atraída y encantada de cuatro idiotas con cerebros de psicópatas. Hace mucho que dejé de ignorar la oscuridad que nos acecha. Hace mucho que me levanté del camino a la inconsciencia y me senté a hablar seriamente con ellos.
Los amo a todos. Son fantásticos. Pero a veces se comportan como unos verdaderos asnos. Entiendo las intenciones de Mike; no quiere que me lastime y aprenda a usar armas de fuego para dañar a otros. No quiere que la historia se repita. Después de todo, Beatriz Young o Hannah Green murió de esa manera. Es lógico que él piense en mí y a veces sienta que algo mayor a nosotros me arrebatara de su lado. Las amenazas cesaron, pero eso no quita que exista una persona allá afuera que me quiere muerta. Eso podría enloquecer a cualquiera.
Así que sí. Demoraron en aceptar que aprendiera lo que ellos saben, pero aceptaron. Esta es mi vida, y ya he decidido que así es como quiero vivirla. Me volveré fuerte. Protegeré este hogar. Moriré defendiendo los cimientos, de ser necesario.
Mike cedió. Me abrazó y dijo que aun así me protegería con todo lo que tuviera en su poder para defenderme. Jared tenía razón, en cuanto Mike lo aceptó, los demás también lo hicieron.
Así fue como mi entrenamiento comenzó.
Aprendí a volverme más fuerte. Aprendí a sostener y a disparar un arma. Aprendí los diferentes usos de una y lo que me convenía usar para protegerme. Elegí un silenciador, a petición de Allen. Yo estuve de acuerdo. Era practico y de buena utilidad. Tenía sentido que ellos también usaran uno.
Me sorprendió que dejara la bebida de un día para otro. En cuanto la primera amenaza llegó, Allen simplemente se alejó del alcohol. Eso me gustó. Significaba que se sentía concentrado y de buenos ánimos para enfrentar a quien sea que se le cruce en su camino. Nuestro futuro estaba en riesgo. Él jamás permitiría que nada interfiriera en su destino a mi lado.
Donnie, Mike, Jared eran harina de otro costal.
Donnie no mostraba abiertamente sus emociones, pero sí sentía que le pesaba la carga de mantenerse sereno. Era peligroso que fingiera que no le afectaba una emoción tan desbordante como la angustia, pero yo tenía mis métodos para tranquilizarlo, para hacerlo hablar. Le prometía favores sexuales con tal de sacarle una que otra palabra en la noche. Y cumplía. A veces, sí; a veces, no.
Con Jared no tenía problema alguno. Él se expresaba o hablaba conmigo de lo que sea que estuviera pensando. Convivíamos y salíamos a pasear después de desayunar como rutina de novios. Y cogíamos todo el tiempo, casi sin importarme en dónde estuviéramos. Siempre fue perfecto, tierno y brutal conmigo. Yo podía aplacarlo. Siempre me dejaba ir arriba. Y eso me encantaba.
Y Mike... Bueno... Ese idiota oxigenado no tenía ningún interés por abandonar su terquead y cinismo. Me decía que él se encargaría, que yo no me preocupara, que era su deber protegerme a mí y a esta casa. Yo no entendía cómo podía llegar a ser en algunas ocasiones tan desagradable, así como increíblemente tierno y vulnerable. Era como convivir con dos personalidades diferentes en distintas horas del día. Era como lanzar una moneda al aire: Nunca sabía lo que me iba a tocar. Lo odiaba tanto que algunas veces me sorprendía cruzar la delgada línea que dividía mis sentimientos pasionales de los razonables.
Es complicado ganarle.
Es complicado amarlo.
Pero merece la pena.
Y no me refiero sólo a él. Todos ellos merecen la pena.
Los quiero. Son mi mundo. Ahora que he probado lo que no comprendía amar, no quiero abandonarlos nunca. Los adoro.
Claro..., hasta esta tarde.
—¿Creen que algún día me enseñaran a manejar el fusil, ese que utilizan los francotiradores? —les pregunto, enrollando un pedazo de jamón con vinagre de mi plato.
—No lo creo necesario —opina Mike, masticando un burrito.
—Querrás decir: conveniente.
—No empieces, Ret —me advierte, malhumorado.
Pongo los ojos en blanco con hastío. He estado un poco molesta por todo últimamente. El cautiverio antes me ponía los pelos de punta, ahora sólo me irrita. Es tedioso. Extraño la tecnología, salir, visitar tiendas y perfumerías... Los olores, los sabores, el aroma a pizza de la calle...
Oh, mierda.
Me llevo los dedos a mis fosas nasales e improviso unos tapones. Guácala. Recordar el olor de la pizza me provoca un asco terrible en la boca del estómago.
—¿Ret? —me llama mi rizado—. Mi vida, ¿te encuentras bien?
Oh, no... No es la primera vez que me pasa. Hace unos días recordar el olor del pepperoni también me sacó una que otra arcada en la mañana. Mantengo en mi boca el jamón con vinagre, intentando tragarlo y no querer escupirlo en mi plato. Pero me es imposible. Aunque no el salir corriendo de la cocina, llegar al baño de la planta baja y vomitar en el lavabo.
Mis chicos no demoran en aparecer. Mike se acerca a mí. Donnie me sostiene el pelo. Allen vuelve a la cocina y me prepara un té. Jared consigue toallas limpias y se encarga de limpiar los desperfectos en mi ropa y el piso.
—Perdón... —musito, apenada.
—Está bien —contesta Mike.
—Debió ser el vinagre. Casi siempre me provoca agruras.
—Ret, no lo justifiques. Has estado bajo mucha presión estos días. Es normal que te sientas agotada.
—Sí. Debe ser eso —le doy la razón.
—Lo mejor será que no entrenes hoy —sugiere Donnie.
—No... ¿Por qué? Sólo vomité, no estoy convaleciente.
—Amor, no está a discusión.
—Yo no discuto. Sólo digo que no es para tanto. Además, ya me siento m...
No puedo terminar mi oración. Las arcadas vuelven a mí. Mi nariz sensible captura todo tipo de aromas en el aire, los mezcla en una licuadora y se asientan en mi estómago como si una cubeta de agua helada cayera en mi cabeza. Vuelvo al lavabo y vomito como una emba...
Oh, no.
—¿Quieres que te lleve en brazos a tu habitación, o... caminas solita, Belladona? —me pregunta un irónico Mike.
Me entran unas ganas de asesinarlo que... Regurgito el jamón y el vinagre. Y de nuevo, el sentimiento de saber que ésta no es una simple infección en el estómago, o, está siendo provocado debido al estrés, me taladra como un tornillo mis sienes...
Oh, maldición.
De nuevo a vomitar. Y la maldita corazonada se convierte en un pequeño feto del tamaño de un frijol, un humano que pronto se convertirá en una máquina de hacer popo, alguien que sólo llorará y se quejará de mí por dieciocho años hasta que decida irse de la casa o a la universidad.
¡Oh, maldita sea!
—¿Entonces, Belladona?
Me limpio la boca. Giro sobre mis talones y lo fulmino con la mirada. Hago un mohín con los labios mientras pienso en mil maneras de matarlo y esconder el cadaver. De él y de todos ellos. ¿Cómo carajo puede pasarme esto en un momento de crisis como el que vivimos? ¿Por qué no me cuidé mejor? ¿En qué estaba pensando?
—Te odio... —mascullo. Observo a los cuatro con odio y rencor creciendo en mis pupilas y añado en un grito—: A todos. ¡Los odio a todos!
Mi respuesta no lo sorprende. Ni a él o a ellos. Ya están acostumbrados a mis bombas atómicas. Y eso sólo hace que quiera romperles los dientes.
—¿Ah, sí? ¿Por qué? ¿Y ahora qué no hicimos, Belladona?
—¡Embarazarme! ¿Les parece poco?
Ninguno se mueve.
No hace falta decir lo que pasó a continuación.
—¡Voy a matarlos si resulta que sale positiva! —les advierto, yendo de un lado a otro, esperando que la maldita prueba de embarazo dé un resultado.
Tengo a los cuatro sentados como niños regañados en mi cama, mientras yo dejo huella en la alfombra de mi cuarto como Godzilla.
—Creí que el tema de las estrías estaba solucionado —comenta el imbécil del rubio.
Avanzo hacia él y lo golpeo. —¡Cállate! Y para tu información, no es por eso por lo que estoy tan encabronada. Ya es historia antigua.
—¿Entonces? —pregunta Jared, temiendo mi reacción.
—Es el momento, chicos. —Gruño y me siento en el banco del tocador, quejándome—. Es el peor momento para que yo pueda o no tener un bebé. Maldita sea, ni siquiera sabría cómo cuidarlo. Apenas si me alimento sola. No sé ni encender una estufa. —Me llevo una mano a la frente e intento alisar las arrugas en ésta—. Ese niño tendrá a la peor madre del mundo.
—Bien, antes que nada, Belladona, si resulta que estás embarazada, sabes que eso no cambiaría nada para ninguno de nosotros. Te dejamos las cosas claras cuando te trajimos a esta casa —dice, levantándose, viniendo hacia mí e hincándose—. Además, ¿por qué hablas en singular? Somos un equipo. Antes de ti éramos los cuatro contra el mundo. Ahora seremos cinco... y medio... contra el mundo.
—Y contra cualquier amenaza —agrega Allen.
—Eso se escuchó muy de Marvel, hermano —le dice Jared.
—Mírame —Mike vuelve a capturar mi atención—. No tienes nada que temer, Belladona —me consuela, mirándome a los ojos. Desciende su vista hacia mi barriga, y posa una mano sobre ésta. Se siente muy bien, es cálido.
Le sonrío tiernamente, y mis dedos se ciñen sobre los suyos. —Gracias, pervertido.
—Por cierto salió positiva hace dos minutos.
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Dos semanas...
Tengo dos semanas de embarazo, según la prueba. Pero no se nota. Cuando me miro al espejo, lo único que veo es un vientre más o menos plano. Ni siquiera sospecharía que algo adentro de mí crece cada semana. Porque ha pasado otra desde entonces. Lo que significa que tengo tres semanas de embarazo en total. Lo que significa un subidón de hormonas y antojos de culpa a mitad de la noche. Lo que significa adiós a mi libertad.
—¡Maldita sea, qué horror! —mascullo, sentada en el piso del baño, cerca del escusado.
Donnie entra con un vaso de agua y un pedazo de jengibre. —Ten —me los ofrece—. Esto te ayudará a controlar las náuseas.
—Hm... Gracias —digo, aceptando la ofrenda de paz. Digamos que esta semana no ha sido una memorable de cuento de hadas. Casi siempre estoy enojada por todo, con el estado de ánimo de una veleta. Si creían que antes era agresiva, imagínense estando embarazada. Hasta miedo les da dirigirme la palabra.
Se sienta frente a mí deslizando la espalda por la pared. Me mira con esos grandes y oscuros ojos de lobo, y me sonríe internamente. —¿Puedo preguntarte algo?
Me abstengo de poner los ojos en blanco. —Supongo.
—¿Qué prefieres: niño o niña?
—Con que nazca sano, me conformo. Además, el género no lo es todo. Quizá él o ella resulte gay, lesbiana o bisexual. Quizás sea cisgénero, transgénero... Da igual. No me interesa lo que quiera ser de grande, honestamente. Estaría orgullosa de todas maneras. Sin importar lo que decida, siempre lo amaría. Quizá decida tener cinco novios o cinco novias. O un poco de ambos.
—Si fuera niño no tendría problema alguno con que quisiera cinco novias... O un poco de ambos géneros.
—¿Y si es niña?
Me sonríe con los dientes para afuera. —También estaría de acuerdo.
—Mentiroso... —susurro, llevando mi cara de nuevo al escusado y vomitando.
Después de terminar con mis náuseas matutinas, Donnie me ayudó a ponerme de pie y a guiarme a la sala. Me sirve un té que me ayuda a quitarme el asco de la garganta, y me ofrece galletas saladas que se me antojan a morir a todas horas. Si sigo así voy a necesitar ponerles elásticos a mis jeans. Allen, Jared y Mike aparecen en minutos y me hacen compañía. Donnie se nos une y se sienta a mi lado. También bebe un té.
—Entonces, ¿quieres un niño o una niña, mi vida?
—Lo que sea. Me da igual.
—Créanme, sí le da igual —dice Donnie.
—Bien, pero si fuera un niño... ¿cómo te gustaría llamarlo?
—Mmm... No lo sé. El nombre vendrá a mí en cuanto lo vea.
—Belladona —me llama Mike—. Si es una niña, ¿podríamos ponerle Hannah?
Sus hermanos nos miran.
Le sonrío en respuesta con auténtica felicidad. —Sí.
Hannah es bonito. El nombre me gusta. Además, algo en mí me dijo que me lo pediría tarde o temprano.
Qué bueno que lo hizo antes de que la ventana se rompiera, el gas se expandiera por la sala, y varios hombres con uniformes negros y armas de fuego entraran rompiendo paredes y puertas, vociferando órdenes y repitiendo mi apellido como si fueran robots.
—¡Ret, corre!
Me arrancaron a la fuerza de sus brazos, los brazos de todos ellos, de mis chicos. Hombres valientes que pelearon por mí. Que se dejaron golpear por mí. Que se pusieron delante de mí y no permitieron que ninguno me tocara.
Corrí escaleras arriba y me aferré con fuerza del barandal, cuando sentí las manos de un desconocido en mis caderas. Me abalancé hacia atrás y lo golpeé en la boca. Sentí sus dientes en mi cabeza. Él cayó como costal de papas y continué corriendo. Pero no contaba con que ya hubieran invadido mi habitación. Uno de ellos me apuntó con el dedo en el gatillo, pero no disparó. Entonces, su arma descendió a mi estómago y un pequeño escalofrío de terror recorrió mi columna. Me quedé quieta y muda, mirando la pistola con miedo y pasmo.
No... No podía... No quería perder a mi bebé. Lo amaba.
—No muevas un solo pelo, hija de perra —dijo. Era la voz de una mujer—. O mato a tu bastardo.
Lo último que supe antes de perder la conciencia fue que me arrastraron, me sacaron a la fuerza de la casa y pusieron en mi nariz y boca un trapo blanco de olor peculiar. El mismo aroma que ellos una vez me hicieron inhalar.
—¡RET!
—¡NEFERET!
—¡RET! ¡RET!
—¡BELLADONA!
Me cubrieron la cabeza, aunque estuviera inconsciente. Me ataron las manos detrás de la espalda, aunque no tuviera una posibilidad para defenderme. Me subieron a una camioneta y tumbaron en los asientos traseros. Arrancaron el vehículo y las llantas rebotaron cuando nos adentramos en el bosque, alejándome de ellos y la fortaleza en la que me cautivaron diferentes personalidades y tipos de ojos. Miradas que no volverán a escanearme de arriba abajo. Sonrisas torcidas que no volverán a posarse en mis labios antes de besarme, antes de decirme lo mucho que me aman.
Oí un comunicador y la voz de la misma mujer que me apuntó en la barriga informarle a su superior:
—Aquí está, señor. La tenemos.
No reconocí la voz que le respondió. Pero sí que era concentrada y varonil. —Perfecto. Vuelen la casa.
No supe nada más.
Me llevaron lejos de mi casa. Mi hogar. La casa de los locos. Los cimientos que amé y ahora ardían en llamas, reduciendo mi paraíso en cenizas.
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