Capítulo 5
➰ JARED ➰
«LA HABITACIÓN»
Llevo en brazos a la belleza inconsciente a su nueva habitación. Está desnuda, no completamente, sólo viste un bonito encaje negro que protege su feminidad de nuestro lascivo juicio. Sus voluptuosos senos están al descubierto, su teta izquierda está marcada con los dedos de Mike, y su pezón está ligeramente maltratado. Es evidente que el maldito la manoseó duramente, mientras ella se dejaba besar por la voraz boca de mi hermano mayor.
No es que mi vida quisiese que la besáramos, pero no tuvo elección. Mike le apuntó con un arma en la sien y le dijo: «Si no lo haces, te mataré». Entonces: tuvo que hacerlo. Fue un beso a la fuerza que no tuvo ninguna pizca de deseo, pero... al menos tuvimos un momento con ella, con nuestra diosa Neferet.
Mike dijo que tenemos que tener paciencia con ella. Irónico, porque mi hermano es la única persona que conozco que... no tiene un atisbe de serenidad en la mente o el cuerpo.
Cruzó la línea con ella; la pelirroja no se deja dominar por Mike, o, por ninguno de nosotros. Al resto de mis hermanos no les molesta su carácter prepotente y agresivo, pero a Mike, sí, y mucho. No le gusta que lo desobedezcan, por ningún motivo o bajo ninguna circunstancia; eso lo sabemos desde que lo conocimos en el orfanato en donde todos nos convertimos en hermanos. Hicimos un pacto de sangre. Siempre ha sido muy aprensivo e inestable con cualquier persona que intenta acercarse a él, pero no cuando él decide acercarse a otras personas. Sí..., es un bicho raro, y a veces es difícil de tratar, pero aun con todos y sus defectos..., es un buen hermano mayor para mí, y para Allen. En el fondo, sólo busca lo mejor para nosotros. ¡Y vaya que al final lo consiguió! Ret es lo mejor que pudo habernos pasado. Su plan de conseguirla para los cuatro fue complejo, detallado, exquisito, liberador...
Nunca había visto un cuerpo tan bonito y delicioso, como las cremosas curvas que estoy tocando, y todo es gracias a los planes de Mike.
Veo la sangre en sus labios, sangre que no es suya, es de Mike. La futura madre de mis hijos mordió su labio inferior, cuando éste le arrebató un beso brusco, y tocó sin permiso su piel. Casi me dio risa la cara que puso cuando atrapó la carne de su labio con sus dientes, se apartó de golpe, y limpió su boca con fiereza; fue digno de fotografiar.
La pureza de su piel se eriza a causa del frío, sus rosados pezones son duros como balas, preciosos, y listos para tirar de ellos cómo y cuándo queramos. Es una amenaza de muerte para nosotros, si ella se queda descubierta y a la vista de nuestros ojos. Lo único que la salvó de que no la reclamáramos esta noche, fueron las lágrimas y gritos desesperados, que emanaron de su boquita, cuando Mike le arrancó el vestido y se posicionó entre sus piernas.
Aún recuerdo cómo sucedió...
—¡Suéltame! ¡Suéltame! —gritó desesperada, pateando y golpeando su espalda como una posesa—. ¡Te voy a matar! ¡Te mataré! ¡Lo juro!
Mike la llevó a la mesa de la sala, cargándola sobre su hombro, harto de que quisiera escapar de nuestro lado.
El amor de mi vida intentó burlar la seguridad de la casa, de nuevo. Mike se cansó de su desprecio, y dejó de ser dulce con Ret. Su paciencia llegó a su fin, cuando mi vida lo golpeó tan fuerte que le sacó el aire de los pulmones —de nuevo—, y salió corriendo con todo y la fisura de su tobillo hacia la puerta trasera de la cocina.
No pudo abrirla; estaba bajo llave. Cuando se dio cuenta de este hecho, se derrumbó y empezó a llorar otra vez. Aunque nuestra preciosa diosa estuvo a punto de un colapso nervioso, eso no le impidió a Mike lastimarla psicológicamente.
Dictó sus ordenes:
—Allen, quita los platos de la mesa.
Mi hermano obedeció.
—Donnie, dame la cinta adhesiva.
Mi hermano obedeció.
—Jared, sostén sus piernas. No me importa si debes quebrárselas para que deje de moverse.
Su cuerpo se crispó cuando la toqué, y su cara se convirtió en terror total.
—¡No! ¡No! ¡No lo hagan, por favor! —gritó, y lágrimas corrieron por sus mejillas—. ¡POR DIOS! —chilló—. ¡NO!
Dudé por un momento, pero la determinación en la mirada de Mike, me devolvió a mi papel correspondiente. Ahí lo entendí, era necesario que Ret entendiera que éste sería su nuevo hogar, su vida a partir de ahora. Por esa misma razón, comprendí sus ligeros ataques de ira hacia la pelirroja de rizos alborotados, que se retorcía y agitaba como pez fuera del agua, intentando liberarse de nuestra sumisión. Él quería que ella entendiera que sus actos tienen consecuencias.
Y estas eran las suyas.
—Por favor, no. Por favor, no —nos pidió, llorando en un ataque de pánico medianamente controlado—. Así no. Así no... No lo hagan, por favor. Así no quiero que sea mi primera... —No pudo completar la oración, el llanto fue demasiado.
Me destrocé, y sentí que los demás también; pero nadie dijo o hizo nada.
Los cuatro nos miramos, pero sólo tres nos arrepentimos de lo que estábamos haciendo, de lo que ella creía que le haríamos, cuando nosotros jamás la tocaríamos sin su consentimiento. La sola idea de imaginarlo me asqueó. Mike no sintió o escuchó sus súplicas, le dio igual. Él sólo siguió dándonos órdenes, cuando se proponía algo lo cumplía hasta el final.
—Dame la cinta adhesiva —extendió su mano en su dirección.
Donnie no se movió.
—Ahora —ordenó impaciente y autoritario.
Donnie se mantuvo firme.
—Viejo, no creo... —empezó a decir Allen, pero Mike lo mandó a callar.
—¡Haz lo que te ordené! —explotó.
Donnie, de mala gana, obedeció.
—Jared. —Me miró, y diferentes sentimientos contraatacaron con lo que pensó—. No dejes que se mueva.
Asentí.
Ret sollozó con fuerza, rompiendo sus propios tímpanos, suplicándonos que la dejáramos ir, gritando que nos detuviéramos, lastimándonos con sus palabras, retorciendo el cuchillo de su desprecio en nuestras heridas y falsas intenciones. No íbamos a hacerle nada, sólo necesitábamos que ella lo creyera. A veces lo único que necesitas es hacerles creer a los demás que tú siempre tienes la sartén por el mango.
Mike usó la cinta para sujetar sus muñecas, puso sus manos atadas arriba de su cabeza, después de eso todo pasó demasiado rápido, nadie dijo o hizo nada, ni siquiera impedimos que Mike disfrutara lastimarla.
Ella gritó, lloró e insultó a Mike, y él absorbió cada altivez de su boca, y las utilizó a su favor.
El miedo es la mejor reprimenda.
—¡NO! ¡NO, POR FAVOR! ¡POR FAVOR!
Mike se instaló entre sus piernas, Ret ahogó un grito, y... rompió su vestido.
Despedazó la tela, dejando su inocente sostén de encaje negro a nuestra vista, su vientre plano y tonificado, y su encaje. Fue una imagen muy placentera; tantos años buscándola, espiándola, y ahora estaba finalmente con nosotros. Nada ni nadie la separará de nuestro lado.
Mike la observó, atento, memorizando centímetro a centímetro su piel. Ella sólo lloró desesperada, sin remedio, cerró los ojos y se mentalizó para lo peor.
—Jared —me llamó—. Dame las tijeras.
Obedecí.
Las utilizó para cortar la delgada cinta de su brasier. Sus tetas quedaron al descubierto. Admiramos su belleza en silencio, sin ideas de qué hacer o qué decir. Esa era la primera vez para ella, que le mostraba los pechos a alguien. Ni siquiera el imbécil de Carlos sabía cómo eran sus majestuosos senos. Conocíamos los detalles de su relación, porque los espiábamos gracias a las cámaras que instalamos en su cuarto. Ella nunca se quitó el sostén para él. Es más, seguía siendo virgen.
Ret se inmovilizó, abrió los ojos con lágrimas acumuladas en sus cuencas, y derramó algunas solitarias por sus mejillas. Dejó de luchar, aceptando que Mike la dominó, a la mala, pero lo hizo.
—¿Ahora lo ves? —le preguntó, y entendió su juego—. Nos perteneces, Belladona. Eres mía.
Pescó uno de sus senos, lo estrujó hasta que dejó sus dedos marcados sobre su piel, y el sudor en su frente resplandeció. Derramó lágrimas, y sus músculos se tensaron. Una ola de celos recorrió mi columna vertebral. Quería tocarla como Mike, pero no podía. Así era él: posesivo. Ella era nuestra, no sólo de uno o de dos, sino de cuatro.
Cuatro es mejor que dos. Cinco es exagerado. ¿Y dos...? Dos están bien, pero... ¿cuatro? Eso era lo que esta chica significaba para nosotros: no importaba lo que la sociedad nos dijera o cómo nos viera, porque al final Ret estaría ahí para nosotros, con nosotros, hasta el último día de su vida.
—Eres un cabrón —masculló, y él jugó con la areola de su seno.
Sus palabras lo enfurecieron. Pellizcó su pezón, y estrujó ligeramente la punta de su carne. Ret gimoteó y arqueó la espalda. Los ojos de ambos se encontraron. Sus miradas chocaron, se retaron y combatieron a muerte.
Ahí lo entendí. Entendí porqué a Mike le atraía tanto Neferet, porqué eligió a esa rizada, loca y alborotada pelirroja... que no había hecho más que imponer su voluntad desde que llegó. Ella no le temía a los ojos de la bestia, sin importar los resultados que traerían sus golpes o insultos, Ret no le temía al peligro. Era brava, maleducada y directa.
El tacto de Mike le entumeció los músculos del cuerpo. Fue horrible ver esto, pero mentiría si dijera que no disfruté ver sus magnificas vistas.
—Suéltame, por favor —dijo; esta vez le suplicó.
—Suficiente —demandó Donnie.
Gracias a Dios intervino la única parte razonable de Mike. Donnie y Mike tenían la misma edad, pero no el mismo carácter o las mismas ideas. Donnie era callado, serio y distante. Mike era dominante, conversador y posesivo. Pero, y a pesar de eso, eran amigos, hermanos, más que eso. Ellos se entendían. En otra vida fueron amantes, o... eso es lo que Allen y yo conversamos de vez en cuando.
—Déjala en paz, Mickey. —Sólo él tenía permitido llamar a Mike de ese modo.
Yo observé en silencio, esperando (quizá) que Mike explotara, que Donnie se le echara encima, o que Allen tratara de sacar el arma detrás del librero, si estos dos se ponían violentos. En ese caso, yo tendría que encargarme de Ret.
Mike y Donnie compartieron una mirada de odio y dominio, que sólo he visto en programas del reino animal.
—Está bien —dijo él, sonriente, soltándola por fin; pero sin intenciones de dejar las cosas en paz. Y tenía razón—. Pero antes... —la miró y añadió—: Dame un beso de buenas noches.
Ella ni siquiera escondió el desprecio que le causaron sus palabras.
—Púdrete —espetó.
Él clavó las tijeras a un costado de su cara, sacó su arma, le apuntó en la sien y dijo:
—Si no lo haces, te mataré.
—Hazlo, ¿crees que me importa? —respondió con una sonrisa maliciosa.
Me dio miedo, pero no lo demostré.
—No, pero apuesto que Carlitos, sí, ¿no es así?
Ret palideció.
—No lo metas en...
—Shh... Shh... —Acarició su mejilla, con su mano libre, y le sonrió—... Ya no quiero que hables más, Belladona. Sólo bésame.
No esperó por una respuesta. Él la besó, sus labios apretaron los suyos con urgencia, su lengua se adentro en su boca, y movió con apuro su rostro sobre el de nuestra novia.
Entonces... Supongo que no pudo encubrir la mentira demasiado, porque... usó sus dientes para romper su labio inferior.
Mike se apartó de golpe, maldiciendo y limpiando la sangre en su labio. Rabia corrió por sus corneas cuando inyectó sus ojos en nuestra preciosa pelirroja.
Ella sólo le sonrió, cínica.
—¿Qué? ¿No te gusta rudo?
Mike gruñó, tomó un puñado de su pelo y, la azotó tan fuerte contra la mesa que, la dejó inconsciente.
Donnie perdió el control.
—¡Maldito infeliz! ¡Mira lo que le hiciste! —gritó, beligerante, antes de abalanzarse sobre él y romperle la trompa que tiene por boca. Fue un solo golpe, pero le bastó para derribarlo, que sus encías sangraran, y escupiera una mezcla de saliva y sangre.
Mike sonrió como si no le importara, le devolvió el puñetazo, Donnie otro, Mike intentó ir contra él, pero Don fue más veloz y ambos acabaron en el suelo.
Allen se metió entre ellos, y yo me encargué de Ret.
Así fue como pasó.
Descubro las sábanas, y la deposito suavemente en su cama. Sus almohadas son nubes blancas, su techo y paredes están pintadas en tonos azul claro como el cielo, iguales a sus bonitos ojos. Beso sus párpados, nariz y mentón. Mis ojos caen y detallan con admiración sus senos, mis labios se dirigen a su magullado pezón y depositó un tierno beso en su carne.
—Perdónalo, mi vida. No sabe cómo quererte.
La cubro con la sábana y colcha con aroma a vainilla. Su cuerpo está a salvo..., por el momento. Me siento en el borde de la cama, a su lado, y acaricio su cabecita con cuidado. No está sangrando; qué bueno. Conozco a mi hermano; sé que Mike no la dejará ganar, jamás. O la quiebra, o ella se somete. Y..., conociendo el carácter de ambos, sé que su relación será un campo minado.
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