Capítulo 49
🎼 MIKE 🎼
«HEAVEN»
Me complace escucharla, oír de su boquita de camionero exasperante que está dispuesta a todo, que esté tan húmeda, abierta, expuesta, dispuesta, permitiéndome agarrarla de sus brazos para que no cubra ninguna parte de sí, que su espalda bañada en sudor descanse en mi pecho y esté dispuesta a experimentar lo que llevo meses fantaseando con que haga.
Donnie se arrodilla delante de ella. Veo que sus rodillas tiemblan y sus muslos se agitan, también que ambos mantienen un contacto visual que no piensan romper mientras el acto se lleve a cabo. ¿Por qué Donnie es el único, con el que no me pongo territorial, cuando se trata de mi Belladona?
El pecho de Ret sube y baja de manera irregular cuando los ojos se Donnie se desvían a su mojado sexo. Ambos la oímos jadear. Inhala profundo cuando Donnie conduce su dedo índice dentro de su estrecha entrada y, sé por la expresión de sus cejas pobladas, que siente lo apretada que está mi nena. Ret respira hondo, encoge los dedos de los pies y echa la cabeza hacia atrás en el hueco de mi cuello.
Está nerviosa, puedo verlo. Pero no pienso soltarla. Al fin la tengo. Al fin es mía. Al fin está haciendo caso. Al fin me obedece. Está aquí. No es un sueño, es el puto paraíso. No voy cerrar los ojos. Quiero ver todo lo que Donnie le haga a mi chica.
Intento levantarme porque quiero disfrutar más como un espectador que como su amo, pero el embalsamado sentir de Ret se interrumpe y crispa su cuerpo, provocando que mi hermano retire su dedo y ella me agarre fuerte del brazo, mirándome como si algo dentro de ella rogara por ser explicado.
Yo la miro sin entender por qué sus pupilas muestran terror. Me quedo donde estoy e intento averiguar qué ocurre. ¿Por qué tiene tanto miedo?
—¿Qué pasa?
—¿Te vas? —me responde con otra pregunta.
—¿Qué? Yo... Tú... No —digo, sintiéndome extraño. Me confunde que creyera que iba a dejarla.
Algo en su cara expresa consuelo. —Creí que sí.
—No, no lo haría... Sólo quería verte desde otro ángulo —le explico.
Oh, Belladona, ¿creíste que te iba a abandonar? Yo sería incapaz de hacerle una cobardía como esa a mi alma gemela.
—Perdón —dice entonces, serena y volviendo a mostrar esa disposición de hace un minuto. Mira a Donnie y le dice igual—: Perdón.
—¿Te asusta quedarte a solas conmigo? —le pregunta Don, fingiendo una molestia que en realidad no siente.
Ret sacude la cabeza y aclara su ataque. —No, no es eso... Me asustó que fueran a cambiar de opinión, que... volvieran a intentar engañarme...
Donnie me mira y yo a él. Me apresuro a besar a Ret con pasión, y mi hermano a succionar la piel de sus muslos internos, cerca de su sexo, velozmente. Ret masculla, gime y grita incongruencias que se quedan atrapadas en su garganta mientras ambos intentamos borrar los últimos segundos vívidos en su corazón de miedo.
No quiero volver a lo de antes. Sé que la traicionamos y probablemente le cueste trabajo volver a confiar en nosotros —si es que algún día lo hizo—, pero quiero que consiga tolerarnos, que lo entienda, que sepa que somos parte de ella.
Ret deja de intentar pelear con nosotros y nos corresponde, nos entiende, permite que le ayudemos como nosotros solemos hacer con nuestros problemas.
La dejo respirar y ella busca con desespero el aliento. Donnie levanta la cara de su depilada feminidad, y comprueba que está mejor. Beso con ternura su mejilla y musito:
—Nunca volveremos a hacerte daño, Ret —le prometo—. Lo lamento. Si quieres desconfiar de alguien hazlo de mí, yo fui quien ideó todo, el que tomó la decisión de engañarte y atraerte a mí con trampas y juegos sucios.
Suspira en un tormento mental. —Tomaste algo que no te pertenecía...
La abrazo con fuerza. —Lo sé, Ret... Lo lamento. Belladona, por favor, perdóname.
—Si lo hago..., ¿cómo sé que no lo harás de nuevo?
—No lo sabes, Ret... Pero de eso se trata amar a otra persona, depositar en ella tu confianza. Contarle hasta de qué color le pintaron las uñas sus hermanas para jugar a la casita con la hermana mayor —finalizo, recordando las palabras que una vez me dijo, cuando tocamos temas de confianza en su habitación—. Confiar en alguien es casi imposible en esta vida, pero si has encontrado a esa persona en la que pones todos tus temores y vergüenzas, y ella o él no se burlan de ti o asustan, entonces no sólo has encontrado al amor de tu vida o a tu maldita alma gemela, también te ganaste la puta lotería.
La veo sonreír. —Creí que considerabas esos momentos absurdos. —Sus ojos se desvían como si estuviera recordando algo—. ¿Crees en la existencia de las almas gemelas? —me pregunta, torpe y esperanzada.
Rio contra su oreja y susurro:
—Quiero ser amable, tierno y considerado. No brusco, sucio o ingrato. Y..., ¿quieres saber algo más? Doy gracias por ser un infeliz suertudo.
Mi Belladona sonríe de oreja a oreja como una niña, busca mis labios con urgencia y me besa. Le devuelvo el beso y manoseo sus tetas, estímulo sus pezones y la rasguño. Soy delicado. La caliento. La humedezco. Gruño en su boca y lamo su labio inferior, juego con su lengua y ella me responde.
Deposito besos suaves en su mejilla hasta llegar a su oreja y morderla poco a poco.
—Primero quiero que te coja Donatello —susurro en su oído como una orden.
Mi Belladona asiente rápidamente.
Sonrío contra su oreja, diabólico. —¿Estás deseándolo?
—Sí... —dice, inflando el pecho, resaltando sus turgentes tetas y sensibles pezones, aún erectos por la presencia de mi hermano—, pero también estoy nerviosa —admite ante los dos.
Donnie camina a cuatro patas hasta que su cuerpo se enfrenta al suyo. La respiración de Ret se entrecorta, su boquita se abre con sensualidad, mira a mi hermano con deseo y, mis ojos se concentran en la causa de su excitación... Donnie restriega la punta de su erección en su chorreante entrada.
La imagen me la pone dura. Me toco la cara y peino hacia atrás mi pelo. Le juego las tetas a mi novia y tuerzo uno de sus pezones. Mi chica responde a mi tacto por segundos antes de volver a ser entregada al calor de Donatello.
Ret inhala y exhala con dificultad mientras Donnie continúa. Lo veo introducir la cabeza de su miembro en su cálida cueva, y mi Belladona arquea su espalda y cierra los ojos. —Amor, si no quieres hacerlo con ambos ahora...
—No, sí quiero. Quiero hacerlo —se apresura a responderle—. Tengo muchas ganas...
Max me mira y duda por segundos. Piensa lo mismo que yo: asegurarnos.
Tomo un esponjoso mechón de sus rizos, mi bello almiar, y descubro parte de su cuello y lo beso. Soy cuidadoso con ella, la calmo y estabilizo los nervios que corren por su flujo sanguíneo, incluso beso la venita en su cuello que siempre se hincha cuando se encabrona a estilo muerte. Ret se tranquiliza y sus bocanadas de aire se normalizan con el paso de los segundos.
—Mike... —musita.
—Shh... Tranquila, Belladona. Tranquila... No se hará nada que tú no quieras —digo, pero no sé si pueda mantener mi promesa.
No soy imbécil; sé lo que le he hecho, y lo que ella ha sufrido por mi culpa y mis problemas... Sé que los tengo, que no será fácil estar juntos, y no lo sería por más que lo intentáramos, que tengo ciertas perspectivas para ver el mundo y ella no comparte la idea de la sumisión. Lo sé, estoy consciente de todos los errores que vuelan alrededor de mi cabeza como pajaritos en golpizas. Así soy yo: siempre con ruido pululando dentro o fuera de mi cabeza.
Miro a mi hermano, y asiento con una «luz verde» clara en los ojos. Donatello sonríe de la misma manera que yo, y ciñe su cuerpo sobre el de mi chica. No me había dado cuenta de lo pequeña que es Ret hasta que mi hermano se encimó en ella. Es brava, pero también chaparra. Y es más vulnerable de lo que parece.
Le da un beso, su boca desciende de su mentón, a su cuello, el valle de sus senos, viaja hacia sus tetas y se las chupa, succionando sus pezones y tirando de ellos con sus dientes. Vuelve a humedecerla. Sus dedos entra en ella. Ret jadea con fuerza y muerde con fiereza su labio inferior. Suelta su pezon, y deja que su carne vuelva por sí sola a su posición.
Es tan hermosa...
—Donnie... —suspira su nombre. Sentiría celos si no fuera mi hermano con el quien estuviera compartiéndola.
Los dedos de Donatello entran y salen de su sexo, de su mojada y caliente vagina..., que debe estar más cerca de alcanzar el orgasmo, que debe estar dilatada y receptiva. Puede recibirnos a ambos ahora si lo pidiera, puede soportarnos... Podrá hacerlo.
—¡Max! —lo llamo. Mi hermano me mira y entiende lo que quiero.
Ambos asentimos, y musito en el oído de Ret:
—Te quiero coger, Belladona... Lo haré. Donnie y yo vamos a cogerte al mismo tiempo —la pongo sobre aviso.
—¿Lo harás por... detrás? —consigue articular.
Sonrío como un listo diablo, porque a pesar de que tiene experiencia y es una amenaza en el sexo anal, aún es muy inocente. —No, Belladona, por el ano no. Vas a recibir una doble penetración, los dos vamos a entrar en tu vagina. Pero por ahora voy a dejarte con Donnie, voy a permitir que él te haga suya, que haga contigo lo que quiera... Y tú lo vas a permitir, ¿entiendes?
—Maldito creído... —masculla con los ojos cerrados.
—Después te cogeré yo, y al final los dos —continúo hablando—. Y mañana será el primer día de tu segunda vida. Serás nuestra. Seremos tuyos. Todo será como debe ser a partir de ahora.
Ret no responde; eso me impacienta.
—¿Estás de acuerdo? —Intento otra vez.
Aunque odie el concepto de lo que signifique una «regla», las uso regularmente cuando se tratan de establecer límites y confianza entre los unos y los otros, cuando al sexo se refiere.
Al fin, Ret asiente; pero... como mi Belladona es precoz y muy bocona, no acepta tan fácilmente. —No quiero hijos...
—Ya te dije que no soy fanático del condón.
—No voy a criar niños; apenas los tolero a ustedes.
—Te gustarán los niños —digo—. Te lo prometo.
—Los fetos deforman los cuerpos de las mujeres —dice, utilizando su crueldad para defenderse—. Y si hago eso ustedes... no van a... seguir considerándome atractiva... No quiero cicatrices —nos confiesa.
—¿Y las mías? —le pregunto, usando una táctica diferente—. ¿Tampoco quieres las mías? ¿O es que acaso sólo te gustan las emocionales? —bromeo con ella. No suelo hacerlo porque así no soy yo, pero este caso es especial.
—No es lo mismo.
—¿Por qué? ¿Porqué es mi cuerpo y no el tuyo? Creí que querías todo de mí. Bueno, yo también todo de ti. Eso incluyen varices, estrías, senos caídos, nalgas aguadas y arrugas.
—Eres un amor —me responde. Su cuello gira y me mira desde abajo, desde mi pecho. Yo también la miro. Entonces... pronuncia aquellas palabras, que una vez me dijo a los seis años, cuando pensamos que podíamos fugarnos, casarnos y vivir juntos. Teníamos años de diferencia y éramos unos niños, pero quería devorar nuestro mundo con ella, el que construiríamos juntos—. Te amo.
Mi corazón enloquece al oír eso. No lo expreso abiertamente con lágrimas o sonrisas, pero ella sabe que siento todo lo que una persona normal debería estar sintiendo cuando me confiesa cuánto me quiere.
Mi mano acapara su cuello y mejilla, la atraigo a mi boca y la beso. —Te amo —musito en sus labios.
Mira a Donnie, se incorpora y acuna sus mejillas, atrayéndolo hacia su boquita. Lo besa y lo endulza con sus bellos ojos azules claros, cuando se separan y le susurra un tierno «Te amo».
Max sí deja caer esa máscara de frialdad que ha adoptado de mí, y es capaz de responderle a Ret con el mismo sentimiento y brillo particular —que tienen los románticos— en las pupilas, al responderle también con un sincero «Te amo».
—Voy a cogerte ahora, amor... ¿Estás de acuerdo? —le pregunta mi hermano.
—Sí. Hazlo. Hazme tuya.
Y eso hace.
La toma de las pantorrillas y hala de ella hacia él. Su espalda cae en las sábanas. Me levanto y les dejo suficiente espacio para gozar del cuerpo del otro; por un tiempo. Me sitúo en una esquina del estudio y observo como un espectador lo que mi hermano le hace.
Ret abre tanto las piernas que puedo oler la exquisitez de su excitación. Delicioso... Los dos se miran y se besan. Mi Belladona rodea su cuello y lo aprieta a su pecho. Lo abraza. Donnie resbala de su entrada; pero se recupera, sujeta su verga, la guía a su rozada feminidad y entra de a poco en su interior. Mi chica jadea por los centímetros que los unen, y Donnie cierra los ojos, sintiendo el gustazo que yo hace minutos.
Me toco la cara, el pecho, una tetilla y las abdominales hasta sujetar mi pene y comenzar a masturbarme lentamente mientras observo en segundo plano cómo mi hermano se la coge.
Gime con fuerza cuando se hunde por completo en ella, y... por la cara que pone, sé que está tocando puntos sin estrenar en su estrecha cueva.
—Oh, Donnie...
Lo goza, y yo igual.
Me masturbo más...
Mi hermano va lento al principio, con embestidas suaves pero constantes, tormentosas pero rápidas, calmadas pero adoloridas. Le gusta. Su espalda se arquea, y su cuello se estira. Sus ojos se mantienen cerrados mientras Donnie continúa disfrutando el momento que Ret jadea, tortura cuando se aferra a él; y lo sé porque Donnie deja salir una exhalación que corrompe los gimoteos de Ret.
Una punzada de dolor cruza la cara de mi Belladona, cuando Don va más rápido..., más duro... Más placer... Sus piernas se enroscan en sus caderas, y Donnie descansa la frente empapada de sudor en el hombro de Ret, continuando con sus acometidas.
—Mickey... —Habla entre jadeos mientras sigue moviéndose—, Mickey, ven aquí. Ven aquí y siéntela, hermano... Siéntela... Tenías razón, dijiste que iba a sentirse como el puto paraíso y tienes razón... No sabía a qué te referías, hermano... Pero... ahora... sí...
Dejo de masturbarme. Voy hacia ellos y me uno. Me cansé de ser un espectador. Max deja de acapararla, y ahora soy yo el que ciñe mi cuerpo sobre el suyo. Ret está tan cerca del orgasmo que un solo toque podría llevarla al colapso. Me permito un minuto para admirarla antes de continuar donde nos quedamos hace minutos.
Es tan hermosa...
Las yemas de mis dedos acarician su piel erizada y con una ligera capa de sudor. Veo sus curvas, el candor de su cuerpo, sus rosadas mejillas, el brillo entre sus piernas muy abiertas y dispuestas. Está lista para recibirnos.
Beso su frente y la penetro de una sola estocada. Ret cierra con rudeza sus ojos hasta arrugar sus párpados, transformar su cara y arquear la espalda, flexiona las rodillas y encoge los dedos de los pies por reflejo. Se apoya en sus codos y me enfrenta con ojos rabiosos y ensombrecidos por tenerme dentro. Yo también la miro igual. Nos retamos, nos queremos mal, no nos sometemos ante el otro.
Yo no soy como mi hermano, me la cojo bien, con ánimo, velocidad y rudeza. Hago círculos sobre su pelvis, y vuelvo a cogerla como un salvaje haría con una hembra de su especie... Eso es lo que somos mi Belladona y yo: dos dominantes que no pueden verse a los ojos sin querer reclamar el poder del otro. Incluso el sexo es una lucha de autoridad.
—No eres bueno... —consigue hablar entre acezos.
—Lo sé...
—Me harás daño...
—Lo sé...
—Moriré...
—No lo harás...
—No puedo apartarme de ti... De ustedes...
—Lo sé...
—Pero te amo... Te amo, Mike...
—Te amo... —le respondo igual.
Los gimoteos de Ret incrementan. Mis acometidas la fracturan. Los deseos de ambos vuelan alrededor de nuestros jadeos, cuerpos sudados, sus pezones erectos y rosados, su pelo enredado y alborotado como un nido de aves, sus uñas aferradas a las sábanas, el calor que despierta la adoración del mío.
Llega al orgasmo. Yo igual. Ambos nos dejamos avasallar por el otro mientras nos recuperamos. Pero no la dejo descansar lo suficiente, la levanto conmigo y ella intenta sujetarse a mis hombros. Donnie se sienta detrás de ella y sujeta su espalda. Ret entiende lo que está a punto de pasar, por eso no se crispa o muestra terror cuando mi hermano entra en ella, lento y gentil, escuchando la entrecortada respiración que escapa de la boca malhablada de Ret, mientras él continúa introduciendo su verga con la mía.
Ret inhala con fuerza y exhala con la misma intensidad. Su rostro enrojece y su boca se abre con límites excedidos cuando... Donnie al fin está en lo profundo. Mi Belladona grita y entierra sus uñas en mis hombros, aferrándose a mí y mordiendo mi cuello.
No me duele. Tengo una capacidad mental impresionante para dejar que el dolor desaparezca así como llegó: rápido.
—¿Ambos están bien? —nos pregunta Don.
—Sí —respondo.
—¿Y tú, amor? —le pregunta a Ret, besando su hombro.
Demora su respuesta, pero finalmente asiente. Donnie le pregunta si puede moverse, y también asiente. Mi hermano me mira y también asiento. Los dos comenzamos a movernos. El primer roce provoca que Ret grite de manera gutural. Ambos nos detenemos, y la miramos alarmados y preocupados.
—Neferet... Amor, ¿estás bien? —le pregunta.
Asiente torpemente en el hueco de mi cuello, y Donnie relaja sus facciones. Pero yo no, no muestro una expresión de angustia o digo una palabra que despierte alguna alarma en los cerebros de ambos.
Así que, por eso es una sorpresa para los dos, que en un instante le ordene a Donnie:
—Don, sal de ella.
Mi hermano me obedece sin protestar. Puedo ver alivio en la cara de Ret. Yo también hago lo mismo, y la confusión invade sus ojos. No entiende por qué he ordenado que la deje en paz, tampoco que yo haya decidido soltarla.
Miro a Donatello. —Échate.
Mi hermano obedece.
Miro a Ret. —Tú también.
—¿Por qué? —me pregunta mi loquita pelirroja.
Le sonrío. —Porque quiero dormir contigo.
—¿Y lo que prometiste que harías?
—Aún no estás lista.
—Pero...
—No, Ret. No estás lista y eso está bien. Además, ya has hecho demasiado hoy. Me has complacido y ayudado de maneras que no te imaginas. Estoy muy agradecido. Si sigues así al final el que va a terminar sometiéndose voy a ser yo.
Mi nena no dice nada, sólo me mira. Sus ojos se vuelven vidriosos y expresan ese punto intermedio entre el odio y el amor. Toma mis mejillas y me besa. Le correspondo. Nos tumbamos sobre el montón de sábanas; ella en medio de los dos. Seguimos besándonos. Cuando terminamos, Ret acaricia la barbilla de Donnie y lo besa. Donnie le corresponde, pero no la excita. Denoto que sus muslos se juntan, pero también que tiembla cuando siente esa descarga.
Sobo su espalda con mimo, y eso parece bastarle. Termina con él y regresa a mí. Termina conmigo y vuelve a él. Una y otra vez lo hace hasta que considera suficiente su agradecimiento.
Se duerme en cuestión de segundos. Está de costado, dándole la espalda a mi hermano. Ambos la observamos, pero ninguno dice nada para romper el cómodo silencio que se ha formado entre nosotros. La tocamos con gentileza, casi sin rozar la piel de su hombro, espalda, cadera o cintura.
Donnie me mira, y yo a él. Con una sonrisa empalagosa e idiota en su cara, y ojos brillando por las lágrimas que no se atreve a derramar en mi presencia, mi hermano me dice:
—Gracias, Mickey.
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