Capítulo 48
€ RET €
«KINTSUGI»
Sólo una vez en mi vida me quebré, y lo hice de tal manera que no me reconocí por semanas cuando intenté mirarme al espejo; y cuando por fin lo hice, no me gustó la imagen que proyectaron mis ojos. No pude salir adelante sola, pero lo hice. Yo solita me ayudé en mi momento de crisis. No me vine abajo cuando descubrí la razón por la que mi padre me odiaba y prefería alejarse de mí antes que atenderme o verme a la cara. No lo enfrenté o hice alguna de las mías, vengativas, cuando me sentí defraudada o aturdida por saber qué ocultaba mi padre detrás de su frialdad.
Me reconfortó la idea de saber al fin lo que mi padre repelía de mí, de su hija. Y... saber que fui la razón por la que una mujer inocente murió... Bueno, no es precisamente el tema preferido a tratar con naturalidad en la mesa. Sólo una vez me imaginé siendo abrazada por los fuertes y cálidos brazos de una mujer que... también inventé dentro de mi propio reino de fantasía, en el que yo era la única cuya magia podría resucitar a los muertos, curar al necesitado, salvar a los débiles y volver en el tiempo... Creí que quizás así, y sólo así, podría ayudarme a manejar mejor mi realidad. No quería perder la cabeza, pero ni yo misma me ayudaba; ¿qué pretendía?, ¿seguir soportando hasta que una fuerza, mayor a mí, me salvara?
Tenía que dejar de leer tantos libros sobre ficción, estaba empezando a basar mis expectativas en personajes y a creerme que esos mundos fantásticos algún día podrían alcanzarme. La verdad es que, siempre esperé que algo grandioso o excitante me sucediera, y, cuando finalmente me pasó, se me hizo muy fácil olvidarme de la chica en mi interior que, gritaba a todo pulmón noche tras noche tras noche que, si algún día era lo suficiente afortunada como para atraer a un magnifico Adonis que me atara las muñecas a la cama mientras me penetrara duro, iba a hacerme de la vista gorda con mis ideales y a dejar que me tratara como a una prostituta que se viste como una modelo.
Esos pensamientos me excitaban a las cinco de la mañana, aún me excitan. Y... cuando cuatro idiotas me secuestraron e intentaron someterme por semanas, utilizando la hábil herramienta de la manipulación... Bueno, yo... me... me... ¡Carajo!, fue como un sueño hecho realidad. ¿A quién pretendía engañar fingiendo que esto me disgustara o fuera la pesadilla de cualquier mujer?
Los deseo. Los adoro. Los quiero. Ellos son mi nuevo mundo, y quiero descubrirlo. Aunque existan baches y secretos en el camino, aunque no necesiten compartirme lo básico de ellos para acercarme a sus vidas; pero sí lo esencial, lo que vale la pena conocer en una persona, incluyendo los traumas y eventos que destruyen a la pareja, porque saber quién es uno siempre es más importante que fingir ser perfecto a propósito.
Por eso me enamoré de las lágrimas que derramó, de los sollozos incontenibles que fracturaron poco a poco su disfraz canalla y explosivo; porque el verdadero Mike estaba escondido detrás de esa máscara que se había puesto él mismo para sobrevivir.
Mike, Ethan, el chico rubio... Todos ellos... Todos ellos son como yo. Todos ellos fingían ser alguien quien no eran para sobreponerse a un dolor tan profundo e inhumano que puso en juego su cordura por demasiado tiempo...
Yo soy fuerte. Me considero una mujer de carácter especial con tintes homicidas. Soy imparable.
Pero..., y aunque sea de ese modo, nada de eso me preparó para presenciar una grieta de esta magnitud. Por mucha experiencia que posea, nada me destruyó más que la calma y quietud que erizó a Mike, cuando su padre hizo pedazos su piano sin remordimientos que enfrentar después.
El piano de su madre... Un objeto para mí; para él fue su mundo, su lugar seguro, un escape, una remembranza de momentos felices que compartió con la mujer que amaba. Ahora lo entiendo, Beatriz y Hannah Green, son la misma persona. Dos mujeres que vivieron el sueño perpetuo, hasta que llegó el momento de despertarse en un charco de sangre. Esa mujer se llamó Beatriz, una madre que sólo vio por sus hijos, y los amó hasta un punto en el que... hizo hasta lo imposible por asegurar su bienestar, sin importarle ir a los lugares más oscuros para traerlos de regreso a la luz.
Hasta que eso un día la mató.
No fue culpa de nadie. Nunca es culpa de nadie que, un ser amado por todos sus familiares, muera.
Pero, aun así, qué injusto. ¡A esa mujer sí me hubiera gustado conocer! Me pregunto si mi madre hubiera sido tan genial como Beatriz (Hannah), o hubiera hecho lo que ella para rescatarme, asegurarse de que estuviera bien. Preguntas como esas a veces me mantienen despierta hasta las cuatro de la mañana. Y, también respuestas como: «Tú no tienes derecho de plantearte escenarios como esos, ¡asesina!»
Me dolía pensar así de mí, pero es lo que soy: una asesina. Yo maté a mi madre. Mi existencia le cobró la suya.
Quizás por eso odio apostar: pones en riesgo tu pellejo. Y yo tenía suficiente presión cargando con el fantasma de uno.
Quizás por eso me enterneció el corazón ver a Mike con un dolor semejante al mío. Por eso me sentí con la suficiente ira y energía para mover planetas y soportar sus caídas, dejarle en claro a Clint que estoy dispuesta a todo con tal de proteger a los míos, a las personas que amo. Porque yo sé cómo se siente un remordimiento tan grande que no puede ser curado de la noche a la mañana con un simple y fácil de decir: «Todo estará bien.» «Saldrás adelante.». Eso no se dice. Esas frases desmotivan y te sumergen aún más en tus delitos. No se supone que tienes que decir nada para consolar a quien necesita de tu ayuda. Al contrario de lo que la gente crea, los asuntos personales no se tratan como los acontecimientos traumáticos: con psicólogos o psiquiatras. Son apaciguados con una simple compañía y un cómodo silencio. Dejarte llevar es lo más difícil que uno puede hacer, pero no imposible.
He luchado contra corrientes y tsunamis que romperían los huesos de un niño... Pero, finalmente, me imaginé como un suicida en un río que nada contra corriente para salvarse. En todo caso uno que quiere morir, se dejaría llevar. ¿No? Bueno, entonces yo nunca quise morir o dejarme vencer, sólo buscaba excusa tras excusa para no entregarme a ellos, para no ser de ellos como he querido desde un principio, pese a las objeciones racionales que la sociedad ponen en nuestras mentes.
Pero sí hay respeto, si todos estamos de acuerdo, si nadie se arrepiente y está seguro de permanecer en una relación como ésta, aunque sea rara y poco convencional..., yo opino que está bien. ¿O no? Además, ¿al resto del mundo, en realidad, qué carajo le importa quien se mete qué entre las piernas? ¿No se supone que uno tiene que encargarse de sus propios problemas?
Estoy loquita. Estoy muy loquita. Por eso les atraigo... Por eso ellos me atraen... Por eso nos complementamos...
Por eso me lo quedo viendo en la oscuridad, de lado, frente a su cara, como a una idiota cobijada con sábanas y mantas en el suelo que, aún es un muestrario de los destrozos que Clint ocasionó. Fue imposible mover a Mike de aquí, con trabajo dejó de culparse y autolesionarse con pellizcos y cabezazos dados al piso. Por mucho que sus hermanos insistieran que no debería dormir en este estudio astillado y roto... a su lado, sino en alguna habitación de la primera planta para buscar mi comodidad, no acepté sus propuestas y continué en donde el corazón me llamaba. A mí no me importó o interesó no estar cómoda mientras dormía, no si eso significaba dejarlo a su suerte o importunar la paz que se anidó en su corazón hace horas, cuando dejó a un lado los lamentos y lo venció el sueño.
Dos horas hemos permanecido en silencio, durmiendo tranquilamente, en plena guerra y destrozos, mientras mi codo está apoyado en el edredón improvisado que funciona como cama. Mike luce en calma, protegido, aún preocupado, pero también un poco menos estresado que hace horas y más pasivo que de costumbre, con sus largas pestañas rubias y párpados descansando, su ceño fruncido habitual relajado y labios entreabiertos con dinamita que accionar.
Soy su fuego, su combustible. Estoy de piromaniaca.
Sin abrir los ojos, con voz perezosa por el sueño, empieza a hablar:
—Me encanta cuando me ves dormir.
Cierro los ojos y sonrío de igual manera, perezosa. —Es la primera vez que lo hago.
Lo siento sonreír. —¿Te gustaría que hubiera más?
—No, apenas te tolero despierto —bromeo con él—. No podría hacerlo ni hasta dormida.
Mantenemos una conversación a susurros, cómoda, gentil, sin ofensas o humor grotesco. Ésta es la primera vez que somos nosotros mismos, como si fuera un chico normal que me invitó a su casa a dormir, y yo una chica de preparatoria que aceptó sin dudar su invitación... y todo lo que eso represente.
¡Vamos, no somos unos niños!
Los dos queremos lo mismo, nos gustamos, nos tenemos ganas... ¿Qué quieren de mí? Detenerme ahora sería un sacrilegio.
—Tú me quieres... —canturrea en un susurro.
—No... —Al contrario de él, no expreso ninguna emoción. O, bueno... eso quiero hacerle creer.
—Sí, sí me quieres... —canturrea.
—No, no te quiero... —Se me escapa una sonrisa.
—Te quieres casar conmigo... —canturrea, divertido.
—No... —Sonrío abiertamente.
—Quieres que sea el padre de tus hijos... —Habla serio y con una sonrisa de oreja a oreja, feliz.
—No... —digo.
Abre sus ojos. Yo también. Nos miramos en la oscuridad y, cinco segundos después nos empezamos a besar. Vamos lento. Yo me arriesgo. Voy primero, saboreo sus labios un poco y me retiro como si su lengua incendiara rozando la mía.
Me oculto debajo de las sábanas y hablo con voz chiquita y semi cohibida:
—Quiero que todos lo sean... No sólo tú, eso sería injusto. Quiero que todos sean los padres de mis hijos.
Me sigue y acomoda debajo de las sábanas, sintiendo mis muslos desnudos y calzones, aspirando el aroma de mis rizos esponjados y la calidez que desprendemos los dos juntos.
—Creí que no querías tener hijos.
—Y aún no sé si los quiero. Pero... me gana la curiosidad saber cómo se verían versiones de ustedes en pequeño.
—Y una pequeña de ti —dice.
—No... Hay demasiadas copias de mí. No quiero que el mundo me envidie.
—Mi madre solía decir que el mundo merece envidiarte, que lo tengas en la palma de tu mano, que no te termine de echar a perder, que tú eres quien forja el camino de lo que quieres hacer, no al revés.
—Veo que ustedes se tomaron muy literal sus palabras —comento, abriendo un ojo en la oscuridad, mirándolo.
Su expresión se mantiene serena y despreocupada. —No somos los locos en los que quieres creer, Ret. Ya no puedes pensar de ese modo de nosotros, no más. Te hemos demostrado de distintas maneras que nada podrá hacer que te separen de nuestro lado, pero... también que tú tienes control en esta relación, ¿cómo podría ser eso algo de lo que quieras huir?
—Ya no quiero seguir huyendo.
Abre los ojos y me mira, algo esperanzado pero sin dejarse llevar por sus emociones. Eso me remueve algo por dentro. —Quédate —pide/ordena/yo qué sé—. Quédate conmigo para siempre. Se mi dulce Belladona, tan inocente y sencilla como las hojas y frutos por fuera, pero letal en dosis altas.
—¿Por eso me llamas Belladona? ¿Piensas que soy venenosa?
—Pienso que... si te suelto la correa un poco... te volverás peligrosa.
Lo miro con cara de pocos amigos. —¿Ya estamos otra vez? —espeto, a punto de encabronarme.
—¿De qué hablas? —Luce desconcertado.
—Me llamaste perro, estúpido.
Pone los ojos en blanco por inercia, no con cansino. —No te llamé de ninguna manera. Pero lamento que lo hayas malinterpretado.
—No lo malinterpreté, animal. Dijiste lo que quisiste.
—No...
—¡Claro que sí! —lo interrumpo, necia en creer otra cosa... que no sea lo que yo creo, incorporándome con violencia—. ¿Piensas que soy tu puto objeto?, ¿una propiedad? ¡¿Algo que reclamar?!
—Te entregaste a mí. Te hice mía. Te marqué —me recuerda, y no de malos modos—. Y no recuerdo haber oído una objeción tuya o un «detente». Tú quisiste, me aceptaste... Pero, ¿sabes qué fue lo que me hirió? Que quisieras irte después. No..., de hecho, que creyeras que somos tan ingenuos como para dejarte ir como si nada, y nunca regresar. Eso fue lo que me pasó, Ret. Me lastimó. Me heriste también, el detalle es que tú lo hiciste antes.
No digo nada. Quisiera hablar, decirle que se vaya al diablo o que se equivoca, que el único que ha hecho mal... ha sido él, no yo.
Pero...
Suspiro por mis fosas nasales y cierro los ojos, pellizcando el puente de mi nariz, sacudiendo la cabeza. —Maldito seas, Mike —expreso al fin, con las pestañas empapadas y picando mis ojos—. Te odio...
—Y yo odio que me mientan.
Lo miro con rencor. —Yo nunca te he mentido.
—Cuando me dijiste que estaba perdonado...
—¡Y lo estás!
—Entonces..., ¿por qué continuas recordando lo que hice mal? —me mira—. Cuando perdonas a alguien, no se supone que le reclamas todo el tiempo lo que hizo mal —me explica su punto de vista como lo haría un niño, un lindo niño, un pequeño solitario que sólo busca la aprobación de su padre...
Un padre que nunca se comportó como uno porque... prefirió echarle la culpa a Mike por lo que le pasó a su mamá, a Beatriz... Hannah... ¿Por qué esos nombres me suenan tan familiares? No creo haber conocido nunca a alguna mujer con esos alias, ¿estaré imaginando cosas que no?
Sacudo la cabeza, no es momento de pensar en eso. Ya veré cómo le hago, ¡pero de que yo recuerde quién fue esa mujer, porque estoy segura de que sí la escuché nombrar, lo voy a hacer!
Lo que importa ahora es recordar las cosas que me orillaron a cruzar de este lado de la línea. Eso me devuelve a la realidad. No debo olvidar que estoy aquí por él, porque al fin admití ante mí misma que lo amo, que quiero estar a su lado, que ellos son ahora mi reino, que soy su princesa...
—Supongo que es cierto —musito mi respuesta.
—¿Qué sientes? —me pregunta, sobando con mimo mi espalda.
Vuelvo a cerrar los ojos, consciente de lo que voy a decir. —Quiero sentirte a ti.
Me mira sin levantar las cejas o expectante. Su imparcialidad me excita. —¿Estás segura?
Asiento. —Sí.
—¿Quieres hacer el amor?
—Sí.
—¿No me vas a rechazar después o a intentar huir?
Sacudo la cabeza. —No.
Mike se incorpora y me mira con esa fijeza extrema que me altera los latidos del cuerpo y entrecorta la respiración. Su nariz y la mía se acercan. Su boca a escasos centímetros de la mía se humedece, y yo lo imito. Nuestras frentes se unen y, cuando creo que va a besarme, sus labios se desvían y presionan gentilmente mi mejilla, provocando que mi vientre se convierta en un hormiguero.
La dulzura se esfuma cuando toma con algo más de la fuerza requerida mi nuca y susurra con una nota fría e intimidante en mi oído:
—Mi hermosa Belladona... —Su aliento queda atrapado en mis rizos—, si descubro que esto es un engaño...
—No lo es...
Mis manos viajan a su cuello y lo tomo dulcemente, lo beso y chupo pensando en el aroma y sabor a whisky con el que me saben sus besos embriagadores, los mismos que me volvieron una adicta sin recuperación. Su agarre se debilita, noto que sus músculos se relajan, y su mano cae en una caricia suave por mi columna vertebral mientras yo continúo lamiendo, chupando y besando su cuello. Sus dedos toman el dobladillo de mi blusa y la saca por mi cabeza. Mis pechos quedan al descubierto y él los posee con vehemencia, succionando la punta y haciendo ese movimiento juguetón con mi areola que tanto me excita. Su piel tiembla bajo las yemas de mis dedos. Mis manos se cuelan por debajo de su sudadera y camiseta y tocan su pecho, Mike se separa y quita la sudadera junto con su camiseta, y ese rastro de cicatrices continúan despertando mi curiosidad.
—¿Te gustan? —me pregunta. Hasta ese momento no me doy cuenta de que estoy tocando una pequeña que surge desde su tetilla hasta el centro de su pecho.
Lo miro con ojos de borrego. —¿Quién te hizo... eso?
—Una mala mujer —me responde.
—¿La misma que te enseñó a tocar el piano?
Contiene la respuesta. No hace falta que diga más. Lo atraigo hacia mí y lo abrazo, tragando el nudo en mi garganta que amenaza con escapar de mi boca a modo de sollozo, y apretándolo con fuerza, intentando no romperme delante de él. ¿Cómo pueden herir así a un niño? Si así era la sociedad en la que vivía antes de ser secuestrada, y es la que sigue siendo ahora: incambiable, entonces no quiero regresar nunca a la civilización.
Mike me abraza tiernamente y me estrecha. —Ret, tranquila... No te lastimes de este modo.
No lo soporto, la traición me invade cuando dejo escapar un sollozo entrecortado. —Lo lamento. Lo lamento tanto...
—No, Ret... ¿Tú cómo podrías saberlo?
Me escuecen los ojos, pero el dolor se desvanece cuando los cierro y me permito derramar lágrimas de dolor. —No te pregunté... Me lo dijiste, ¿cierto? Lo hiciste y aun así yo no... no te... pregunté... —lloro contra su cuello.
Mike deja de abrazarme y acuna mis mejillas para que lo mire. —No estabas ahí. No lo sabías. No lo supiste nunca —dice. Me mira como si se hubiera acordado de algo y añade—: Además, si tú supieras de qué modo me ayudaste..., mi hermosa Belladona, hubieras sido la mujer más feliz del mundo.
Mi cejas se juntan, confundidas. —¿De qué hablas?
Se queda callado mientras me mira, me mira y me mira..., esperando una respuesta milagrosa o una expresión que lo pongan de nuevo en el juego. No sé qué quería oír de mí, pero definitivamente no mi obviedad. —Aún no lo recuerdas, ¿cierto? ¿Aún no me recuerdas?
Sacudo la cabeza. No quiero decir otra vez «¿De qué hablas?» porque eso le dolería de nuevo. Lo sé. Pude verlo la primera vez.
Algo en él se quiebra momentáneamente. Pero se recupera en seguida y me ataca con besos voraces que dominan y consumen mis lágrimas de inmediato. Me arranca el aliento. Ambos nos olvidamos de lo que hablamos, y nos dejamos caer de costado en la cama improvisada con mantas.
Me despoja del pantalón y los calzones mientras devora mi boca y lengua, mientras sus dientes chocan con los míos y me rompe los labios. Está desesperado. Desabrocho el botón de sus jeans y bajo su cremallera. No me da tiempo quitárselo porque se monta sobre mí como si estuviera haciendo lagartijas. Me da un respiro y busco oxígeno a toda costa. Mike no se detiene y sus besos, bruscos e imperiosos, se apoderan de mis senos y pezones, de mi barriga y ombligo, caderas, pelvis y... mi caliente sexo. Me da un único beso en mi hinchado clítoris, y todo de mí le responde.
Uf...
Mis ojos se cierran, y mi pecho sube y baja, desfallecido. —Haz eso... —Me relamo los labios gustosamente—. Haz eso de nuevo... —le pido con voz entrecortada por la excitación.
Mike se somete y sonríe con gozo. Me complace, me da lo que quiero, y yo muevo mis caderas y me restriego en su cara en busca de más... Más calor, más dominio, más poder... Me derrito y él se encarga de limpiarme con su ardiente lengua.
El pudor asciende por mi espalda y cuello y se asienta en mis orejas. ¡Pero me da igual! Mis rodillas dejan de contraerse y caen. Besos suaves, calmados, ascienden por debajo de mi ombligo, barriga, el valle de mis senos, mentón, hasta llegar a mi labios.
Me besa...
Me distrae de lo que se mete entre mis piernas y acomete contra mi interior de una sola estocada, tomándome por sorpresa; pero no en un mal sentido. Abro los ojos, se me escapa una exhalación y me agarro fuerte de sus hombros, enterrando mis uñas en su maltratada piel de años atrás, y... dejándome llevar.
Miles y diferentes clases de jadeos, gemidos, gritos y exclamaciones brotan de mi entreabierta boca mientras lo enfrento, lo miro y le sostengo la feroz guerra que libran nuestros cuerpos bañados en sudor.
Me embiste. Me arranca la vida. Me duele. Me desea. Me somete. Me siente, y yo a él. Me gusta. Me encanta. Me fascina.
Pierdo la guerra, cierro los ojos y dejo descansar mi cabeza en la almohada. Mis piernas dejan de abrazarlo. Mis brazos caen conmigo mientras él sigue arremetiendo contra mi segunda vez. Mmm... Delicioso... Me olvido de que tengo brazos y piernas y sólo pienso en la unión que está creciendo, aumentando su temperatura, entre nosotros.
No dejo de gemir. Él tampoco. Mi labios vaginales lo aprietan y mi humedad vuelve más intensa este agotamiento.
—Estás muy apretada... —dice y sigue moviéndose.
Tardo en responder. —S-Sí.
Oigo un ruido a mi derecha y la confusión anida en mi sentido aún perceptivo. Inhalo profundamente y abrazo a Mike mientras él continúa, ajeno a lo que mis ojos miran.
Donnie está de pie en el umbral de las puertas francesas, viéndonos. Observa la escena como si fuera una obra de arte, como si él quisiera ser el artista. Se me salen los ojos de las órbitas cuando entra y cierra las puertas, sin perderse de nuestro acto, se acerca a nosotros y nuestros ojos se encuentran. No veo pena o algún indicio de celos por habernos encontrado haciéndolo, sólo excitación y pasión en sus pupilas dilatadas.
Una electricidad desconocida recorre mi vientre y entumece mis piernas. Creo que es un orgasmo. Cierro los ojos y muerdo el hombro de Mike. Ahora que Donnie está aquí temo que escuche los sucios ruidos que salen de mi boca.
Cuando creo estar a salvo mi cabeza regresa a su posición de descanso y vuelvo a mirar a Donnie. Está desnudo. Está masturbándose mientras nos observa. Aunque eso despierte una sensación..., la misma sensación que me asaltó cuando también descubrí a Mike viéndonos en el corredor del segundo piso mientras Donnie me daba duro por mi culito..., no me arriesgo a despertar los celos entre ellos.
—¡Para! ¡Para! —le pido.
Mike se detiene y me mira con las cejas fruncidas y expresión fría. —¿Qué pasa?
No respondo. Mis ojos se desvían hacia Donnie y Mike sigue mi mirada hasta él. Por suerte, su hermano ha dejado de masturbarse. Pero sigue desnudo, ¡ay Dios!
Mike vuelve a mirarme. —¿Por eso me pediste que me detuviera?
—¿Que no... —relamo mis labios—, no te molesta?
Sacude la cabeza con una sonrisa torcida.
Me devuelve el alma al cuerpo.
—Es morbo, amor —habla Donnie. Ambos lo miramos—. A Mike y a mí nos gusta.
—¿Les gusta estar con una misma mujer al mismo tiempo? —les pregunto, cuidadosa.
—A mí me gusta ofrecerlas —dice el rubio.
—Y a mí comérmelas —responde el moreno.
Miro a Mike. —¿Quieres ofrecerme a Donnie?
Me mira serio, también a su hermano de soslayo. Mike vuelve a mirarme, esta vez, cauteloso. —¿Quieres ser ofrecida?
—Quiero... Quiero probar... —digo, nerviosa.
Mi respuesta le complace.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro