Capítulo 47
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«QUIEBRE»
¡Todos los presentes a la mesa!
Carne asada y una buena ensalada. ¡Riquísimo! Es la primera vez, desde hace cuatro días, que pruebo un bocado entero de carne de vaca, y rica espinaca de frutos secos y ajonjolí.
Me llevo el pedazo a la boca y degusto el sabor con el antojo atinado en mi barriga.
Mmm... Excelente.
Lo cocinó Donnie hace media hora. O... intentó hacerlo, con toda esa presión sobre su espalda no pudo sazonar adecuadamente la res, pero da igual, yo creo que sabe exquisito; y se lo hago saber con cada bocado que pruebo.
Nunca lo había visto tan al pendiente de cualquier movimiento que hiciera Mike, por mínimo que fuese, mientras cocinara. Fuera o no fuera al baño; caminara o no caminara por la sala; sonriera o no hacia su padre como lo hace habitualmente, de una manera retorcida pero también atrayente a cualquier ser humano sobre la faz de la tierra... incluyéndome.
Lo miro de soslayo mientras mastico. No se ve, a primera vista, como un hombre a punto de entrar en estado de ebullición, pero sí como uno que está cargando con rocas sobre sus hombros que no puede dejar de sostener.
Estrés...
El estrés lo invade de pies a cabeza y casi tensa sus tiroides hasta el grado de romperlos. Casi puedo escuchar sus músculos crujir, y a sus huesos impactar contra sus articulaciones sin compasión, con cada esfuerzo que hace para mover sus manos o cortar su carne. Como un cacharro oxidado que no cambia su aceite o afina el motor.
Creí que colapsaría en cualquier momento, que explotaría o rompería finalmente —lo que sea que su cabeza planeara— en plena cocina. Pero no ocurrió. Sea lo que esperase que pasara entre Mike y su padre, no pasó. ¿Me alegro o no por eso? La verdad, desde aquí puedo notar la tensión que destila padre e hijo. Los problemas paternales que tiene con Clint deben ser serios, sino no estaría humeando como un motor mal reparado que espera una buena herramienta para ser revisado.
Pruebo otro tierno y delicioso mordisco del plato adornado con lechuga y tomates con forma de rosa —no crea que no lo vi— por Allen. También me sirvió una copa de vino y un vaso de agua. Prefiero el agua.
Por un momento, el sonido de los cubiertos y vasos chocando contra los platos de porcelana y copas de vino, son lo único que se escucha en la isleta de la cocina.
Incómodo...
—¿Y..., dime, Ret, te gusta más Max o Ethan como padre de alguno de mis nietos?
Me atraganto con la carne. Empiezo a toser como una desquiciada fumadora, y tomo un tragote tremendo de agua que desliza los trozos que sí alcancé a masticar, antes de que Clint dijera ¡la estupidez de los secuestros!
Mientras mi ataque de tos continúa devastándome la garganta, Allen se atreve a decir:
—Papá, es un poco precipitado hablar de niños. Ret sólo tiene dieciocho años.
Me recupero y aclaro ante todos en la mesa, firme y decidida:
—Yo no quiero hijos.
—Los querrás —comenta el idiota de Mike.
—Si no los quiero ahora, no los voy a querer nunca. Jamás. Ni en ésta u otra vida.
—Estás blofeando —dice Jared.
Lo miro. —Yo no voy a deformar mi cuerpo con un embarazo, rizos, ¿qué te pasa? Además, los bebés son la definición de problemas. ¿Quién querría tenerlos? Sólo comen, ensucian, te cansan y rompen tu espíritu. Te limitan. También el matrimonio.
—Pero, qué ideas tienes... —musita Clint, burlón—, ¿qué clase de mujer piensa que los niños son la definición de problemas? Está claro que mis hijos aún no te explican que, quién manda aquí, son ellos. ¿No te has dado cuenta de la situación en la que estás y, aun así, crees que tienes voz y voto?
—Yo no soy una dama, señor —digo—. Así que si usted vuelve a insultarme, cosa que piensa que no me he dado cuenta de que está haciendo, le voy a romper los dientes frontales con mis nudillos hasta que saboree su propia sangre.
Sus cejas se levantan y su expresión se torna peligrosa, pero yo no desisto de mi aviso.
—¿Fue esa acaso una amenaza?
—Tómeselo como quiera.
—Ret... —empieza a decir Allen, pero yo lo hago callar.
—Además —continúo, mirando a Clint—, no veo muy claro cómo es que usted es el padre de estos idiotas secuestradores. ¿Cómo encaja usted en esta historia?
Me sonríe como un sabelotodo. —No entiendes nada, ¿verdad, impertinente?
Pongo la servilleta de tela con brío sobre mi plato. Me levanto y amenazo con ir y abalanzarme sobre sus huesos viejos, pero Allen es más rápido y me intercepta antes de que pueda ejecutar algún movimiento que no sea el de elevarme con vigor en mi asiento.
—¿Qué es lo que no entiendo? —espeto, aún retenida por las manos de Allen en mis hombros.
—Tu papel en esta relación. ¿Aún no le han dicho de qué se trata en realidad todo esto? —les pregunta a sus callados y cohibidos hijos. Yo también los miro—. Bueno, deberían hacerlo pronto antes de que alguien salga herido —les aconseja, frente a mí, mientras yo continúo en segundo plano, silenciada en su especie de círculo de confianza. Me mira de ese modo que me provoca arcadas, y añade como una clara amenaza que ninguno pasa por alto.—: Mejor dicho: antes de que ella resulte herida.
—Papá... —dice Jared, levantándose también—. Por favor, no insultes a nuestra novia en su casa. Tú sólo eres un invitado —le aclara con voz decidida.
Me quedo boquiabierta, y con atisbos de una sonrisa gentil dibujándose en mis labios a modo agradecimiento. Pero... alto, ¿por qué? Yo jamás he necesitado que me defiendan y, además, soy feliz sabiendo que puedo defenderme sola, sin ayuda de nadie que podría corroborar mi historia o, lanzarme una escalera improvisada con retazos de tela. Neferet Heathcote es independiente, puede con todo y es honorable; ¿por qué de repente agradezco la ayuda de estos cuatro hombres que me secuestraron? ¿Me estaré volviendo loca, o, es un efecto secundario del Síndrome de Estocolmo?
Donnie y Mike también se levantan, imponentes, irguiendo sus espaldas de machos dominantes con diferentes características que me desestabilizan. De repente me siento a salvo, protegida, como un tierno arbolito que puede crecer libremente en un enorme bosque. No sé por qué. No sé si son las cosas que no dicen mientras acribillan a Clint con la mirada, mientras sus máscaras de frialdad y ceños fruncidos en posición de combate son lo único que puede percibir como una amenaza.
Ah..., así que..., ¿así se siente la estabilidad y seguridad emocional? Mmm... se siente bonito.
Un minuto le basta y le sobra para entender que, cuando se trata de mí, ellos no se andan con juegos. Ni una mirada reprobatoria de su padre les haría desistir de sus actos para ponerme a salvo.
—Bueno, bueno..., perdón —dice Clint, levantando las manos, como un auténtico bufón, disculpándose sin sentirlo de verdad—. Solamente le hice una pregunta a mi futura nuera. Además, es común que en una relación como la que ustedes tienen, exista un favorito. —Mira a Donnie con una sonrisa de listo diablillo en los labios, y lo señala juguetón, añadiendo—: Yo apuesto por ti, Maxi. De tus hermanos, tu madre siempre supo que eras el mejor en todo.
Veo como ese comentario molesta e incómoda a Mike, pero no dice nada, tampoco sus hermanos. En lugar de defenderse o lanzar algún comentario hiriente, como suele hacer el Mike que conozco, se limita a bajar la cabeza y sentarse como un cachorro regañado. Jared, Allen y Donnie también. Un segundo me toma comprender que, a ojos de ellos tres, Mike es el líder y digno de imitar. Cosa que no me sorprende, porque... ese rubio inteligente, terco y presumido, canalla, perverso y traicionero, representa todo lo que cualquier ladrón psicótico en potencia quisiera ser.
Y..., para mí, es muy extraño ver al mismo Lucifer que puso su nombre por encima del mío, reducido a cenar con correa y collar sin rechistar, luciendo tan pequeño e indefenso...
Yo también me siento, tomo con esfuerzo en la palabra «enojo» el tenedor y el cuchillo, y corto la carne con esa misma sensación molestando mi pecho. ¡Me harto!
—Bueno..., no es mejor que Mike tocando el piano... —empiezo a decir, sorprendiéndome a mí misma de mi extraña iniciativa, por querer defenderlo. ¿Qué estás haciendo Neferet? Pero, bueno, ya no hay vuelta de hoja, así que... continúo—: Y... siempre encuentra la manera de poner en jaque a Donnie cuando juegan al ajedrez... Es muy... inteligente —añado como una boba, levantando los ojos de mi plato y, encontrándome con su mirada, directa y conmovida por mis palabras, que me enternece y rompe el corazón.
¿Acaso son vestigios de vulnerabilidad lo que veo?
—Sí... muy inteligente —se burla de él, con afán de lastimarlo, incomodando a todos en la mesa—. Es extra inteligente... Súper y mega duper inteligente... Tanto, que no pudo recordar que su madre estaba enferma, cuando... él le pidió que fuera a recogerlo a esa fiesta que no debía ir... en donde un cabrón se puso a jugar con una pistola, le disparó, y dejó desangrando en el mismo suelo en donde, Ethan —lo apunta con el cuchillo—, se encontraba inconsciente y drogado hasta las orejas, dejando que su madre se desangrara frente a sus ojos —dice, espeta, escupe, sarcástico y desdeñoso, recordándole con toda la intención de herirlo, con un solo recuerdo del pasado, lo que pasó hace tanto.
Mi entrecejo se frunce cuando lo miro, sobretodo por la confusión que sus memorias me provocan. Yo no estaba enterada de esto, nada que tuviera relación con su madre o algún asunto personal de ellos como su muerte.
Por eso, mi primera reacción es obvia:
—¿Qué? —Mi cabeza alterna entre Mike, Donnie, Allen y Jared—. ¿De qué está hablando?
Clint está encantado de contarme los detalles que atormentan lentamente a Mike. Su sonrisa de lunático emprendedor lo confirma. —¡Ah!, ¿no te han compartido esos días de infierno?
Niego con la cabeza, aún confundida.
—Bueno, es comprensible que Ethan no quisiera relatarte cómo sucedió. —Sus facciones se endurecen—. Porque de hacerlo tú saldrías corriendo, te alejarías tan rápido de su lado como el correcaminos de alguna trampa del coyote. ¿Cierto, muchachos? —les pregunta a sus hijos, efusivo.
—Papá... —le advierte Donnie, con una mirada asesina.
—¿Qué? —dice con una nota burlona en su voz—. Ethan está bien. Él aguanta. Ya saben que él no puede sentir nada —comenta como si fuera el tema a tratar con ligereza más común de la noche.
Michael no se atreve a levantar los ojos fijos y contenidos de lágrimas de su plato. Sólo está ahí sentado, rígido, paralizado, casi inexpresivo, con los nudillos blancos a punto de estallar, enterrándose las uñas en las palmas de sus manos con el dolor expresado en su rostro, y el ceño fruncido, aguantando... Aguantando cada segundo que escucha a Clint hablar.
—¿Quieres que te cuente cómo Ethan, el favorito, el niño de oro, el consentido de mamá, asesinó a mi Beatriz? —me pregunta, retórico, dejando a relucir el odio que siente hacia Mike, Ethan, su hijo, el chico que ahora es una sombra más, en un mundo en el que fue impulsado a refugiarse, por culpa de su padre.
Lo miro. Miro a Mike. No dice nada, no se defiende o enfrenta a su padre. Está mudo. Sólo se limita a mantener sus ojos fríos y concentrados en su plato, como si allí hubiera una especie de consuelo, que pudiera protegerlo de las hirientes palabras de su... padre. Si es que a eso se le puede llamar «padre».
Allen no puede soportarlo más y, brusca y potentemente, se levanta de su asiento junto a Jared y a Donnie, quienes también están dispuestos a lanzarse con garras y colmillos hacia Clint, dispuestos a hacer cualquier cosa por salvar a Mike. Están tan enojados que, sólo uno de ellos, puede hablar.
—Papá, será mejor que te vayas —dicta Donnie, el mayor y único protector que aún está dispuesto a dialogar con su atacante. Es prudente.
Mike sigue como una silueta desintegrada ahí sentada, incapaz de moverse o emitir un sonido, ser el chico prepotente e impulsivo que destila confianza y respeto por sus poros, el mismo que me ató a un perchero y masturbó, el que hizo que compartiera con él experiencias íntimas que jamás podría repetir con nadie más, el mismo que me rompió en dos y manipuló a su antojo por días, semanas, dos meses... Ese chico que permanece ahí sentado no es el mismo que me atrae como un imán hacia él.
Y no me gusta. Por supuesto que no me gusta. ¿Qué pasa?, ¿en dónde está mi Mike?
—Bien... —dice Clint. Echa la cabeza hacia atrás y deja que el trago consuma su garganta—, entonces me voy. —Se levanta con pesadez en su postura, y dos ojos enrojecidos que me dan mala espina. Me mira de manera condescendiente y añade con una apatía-sonrisa que me pone los pelos de punta—: Ha sido un placer conocerte... Neferet Heathcote.
Abandona la cocina.
Un suspiro cargado de frustración, impotencia y debilidad, escapa de la boca de Mike, desgastando su espíritu y ahuecando su pecho, como si hubiera esperado hasta que su padre se fuera para poder descargarse. Eso y, sumándole el modo en cómo sus manos viajan a su rostro, ligeramente bañado en sudor, que restriega con sus dedos temblorosos con brío... aumenta mi inquietud hacia la mesa.
Algo malo va a pasar. Algo malo está a punto de pasar.
—Mike, cálmate, por favor —le pide en un susurro tranquilizador, Jared.
—Él ya se fue —dice Donnie.
—No creo que vuelva —le ayuda Allen.
Mi instinto nunca me falla, y, como siempre, tengo la razón... Un estruendo abrupto y aniquilador que... toma a todos los presentes —incluyéndome— por sorpresa, devasta a Mike. Un grito de pavor puro se desliza por su garganta, encogiendo sus hombros y, llevándose ambas manos a sus oídos, intentando cubrirlos de la tormenta que sabía que nos azotaría.
Todos nos levantamos y corremos a donde el sonido destructivo demanda nuestra presencia. Mike, aún con el miedo comiéndolo vivo, también se levanta y va hacia el estudio, su estudio, el lugar en donde perdí mi virginidad y creí reconocer un destello familiar en los ojos del rubio que me ofreció su mundo durante quince minutos de sexo.
Lo vemos. Todos estamos ahí. Somos testigos de como Clint destruye con un bate de béisbol el piano de Mike. Levanta con furia y firmeza el bate y lo estrella contra las teclas del piano que Mike había tocado horas atrás, sin ninguna expresión que no sea el arte de la aniquilación plasmada en su rostro, como si se enorgulleciera de sus actos, como si fuera el verdugo que diera fin a una vida que nunca le perteneció en primer lugar.
Esa clase de locura fue la que Donnie vio e intentó evitar durante la cena. La misma que ahora no puede controlar. —¡PAPÁ, BASTA! —le grita, luciendo como Mike a ratos de descontrol. Aunque él siga sin emitir ruido alguno o expresar otra emoción que no sea la del desconcierto, sé que en su interior se ha formado un tsunami que no tardará en impactar contra tierra a la vista—. ¡¿POR QUÉ ESTÁS HACIENDO ESTO?! ¡YA BASTA!
Los ojos, la boca, las cejas... Todo de Mike es la palabra correcta de turbación. Camina, mirando los destrozos que ocasionó Clint, cae de rodillas y toma, aún impactado por lo sucedido, una pieza blanca y otra astillada de madera en sus manos. No emite ningún sonido y eso está empezando a preocuparme; y no sólo a mí por lo que veo. Allen y Jared también lo miran con pena o, sin saber qué decir para que reaccione de su ensimismamiento, de su impotencia.
Donnie es el único que se enfrenta a su padre. —¿Por qué, papá? ¿Por qué lo hiciste? ¡Fue un regalo de mamá! ¡Era lo único que a Mike le quedaba de ella!
El miedo, la rabia, la tristeza, los recuerdos... Puedo verlo. Puedo ver todas sus emociones mezclándose en su licuadora cerebral, mientras le hace frente al hombre del bate. —¡¿Cómo pudiste hacerle eso?!
Clint sigue sin pecado que sentir en su corazón manchado por el rencor. —¿En serio me preguntas eso, Maxi? —Su cara, a pesar de que es una combinación trastornada entre la tristeza y la risa, es la representación del dolor puro—. ¡¿EN SERIO ME PREGUNTAS ESO?! —brama como una bestia—. ¡ÉL —lo señala— NO MERECE NADA DE ELLA! ¡NADA! ¡ES UN PUTO ASESINO! ¡UN MALDITO BASTARDO QUE SÓLO HA PROVOCADO CAOS EN MI VIDA!
—No es cierto —musita Mike, aún ensimismado y débil, por las palabras de su padre.
—¡¿Qué?! —se ríe, jocoso e infame—. ¿Perdón? Vuelve a repetir eso, por favor —añade con sarcasmo, casi parando las orejas de burro que tiene para oírlo mejor.
—No es cierto... —repite, empequeñeciendo.
Trago el nudo en mi garganta cuando hace acopio de toda su fuerza de voluntad y, se levanta y mira sin pizca de odio o resentimiento a su padre.
—No es cierto, papá. Yo no tengo la culpa. Yo no lo deseé...
Me cubro la boca con el dorso de la mano, ahogando un sollozo, intentando que las lágrimas no caigan frente a todos. No es el momento de desmoronarse. Debo ser fuerte por todos, soy la única que aún no demuestra abiertamente lo que siente. Yo soy su arma secreta.
Y..., vaya que soy fuerte..., porque... lo que dice a continuación... hace que mi pecho colisione y haga Crac, destruyéndome un poco más...
—¿Sabes que mataste a tu madre?
Un escalofrío de miedo y culpa corre por su columna vertebral, como un espasmo de terror repentino que aborda a una mujer que ha sido víctima de abuso. Quizás Mike no haya sido víctima de un abuso sexual tan grave como para dejar secuelas en su piel, pero sí fue víctima y, todavía sigue siendo, de un abuso psicológico que corroe y le ha dejado huella en su memoria. Esa clase de horrores que no pueden dejarte conseguir el sueño son los enemigos de la naturaleza, los que te transforman en un ser como lo es él; no en un monstruo maniático, sino en uno obsesivo que te devora el corazón sin pensar en las consecuencias.
Su padre adoptivo lo hizo lo que es.
—L-Lo siento... —tartamudea como un pequeño golpeado que se encoge cuando ve a un papá borracho llegar a casa.
—¡Tú la mataste! —le grita, señalándolo con rabia—. ¡La mataron tus imprudencias!
A Mike le falta el aire. Se lleva una mano al pecho intentando respirar, mientras lágrimas solitarias —como él— inundan sus ojos y caen como gotas gruesas y dolorosas de sus iris opacas por su desconsuelo.
—Lo siento... Lo siento mucho —vuelve a repetir, mostrando verdadero arrepentimiento.
—¡Maldito, hijo de perra! —lo destruye, sin importarle sus lágrimas—. ¡Y maldita sea la hora que Beatriz se enamoró de tu inocencia! ¡Si tú no hubieras aparecido, ella seguiría con vida!
Se ahoga en su llanto. —Basta... —le pide, volviendo a encogerse, volviendo a darse la vuelta y a caer sobre sus rodillas, transformándose en un ser diminuto que sólo llora y llora y pega sus rodillas al pecho mientras se abraza a sí mismo, intentando protegerse.
—¡Ya teníamos una familia! Sin hijos..., ¡pero era nuestra familia!
Mike se cubre la cabeza con la misma gorra de su sudadera y se mese sobre sus pies adelante hacia atrás, gimiendo de dolor.
¡No lo soporto más!
Me vuelvo una fiera. Miro a mi objetivo con la ira descomunal en mi interior, queriendo matarlo. Le desabrocho el cinturón a Allen y, a paso decidido y consiente de mis acciones, lo paso por arriba de la cabeza de Clint y, ciñéndolo alrededor de su cuello a modo de horca, lo tumbo y hago que caiga sobre su espalda bajo la atenta mirada de todos (excepto de Mike), lo arrastro conmigo como a una vaca en ganado que no quiere arrear y, lo llevo lejos de ahí como si de la bolsa de basura se tratase.
Cuando estamos cerca de la puerta, me encimo en él y, con mis dedos índice y pulgar presiono su cogote. Mirándolo con deseos de extinguir su vida, aniquilarla, hacerlo puré, le sonrío como una auténtica lunática y profiero con determinación, mientras él se ahoga:
—Si vuelve a mostrar su cara de viejo asqueroso por aquí, le juro que le voy a cortar los dedos de los pies y de las manos. Le arrancaré la lengua y los globos oculares, dejaré que se desangre y después disfrutaré el dolor físico y emocional que experimente. ¿Le quedó claro? —lo miro directamente a los ojos, viendo con fascinación como el pánico invade sus ojos. Lo suelto y dejo que respire con dificultad, mientras continúo taladrando sus tímpanos con mi pronunciación—. ¿Quiere saber lo que es el verdadero dolor? Atrévase a volver a insultar a su hijo, a mi novio, y estaré dispuesta a mostrárselo. —Entonces, dándome cuenta de todo, y, dejando que esta vez me consuman mis emociones, añado con profunda verdad, calando hondo en mi sistema—: Yo protejo lo que amo, ¿entiende? Por Mike, Donnie, Jared y Allen estoy dispuesta a todo. ¿Lo entiende? ¿Cree que Ethan es peligroso, una amenaza tóxica, alguien que está maldito y sólo llama a la muerte? Réteme a mí y verá lo que es la diferencia entre la gravedad y la seguridad.
No lo dejo asentir en respuesta o que mis órdenes penetren duro en su craneo. Me levanto y a él también. Lo tomo con rudeza de sus trapos y lo saco de esta choza, mi casa. Veo como el cuerpo sin articulaciones de Clint cae escaleras abajo de la entrada, pero eso no remueve ninguna emoción de culpabilidad en mí. ¡Por mí como si se hubiera roto el pescuezo!
—¡Largo de aquí! —espeto, señalándole el camino, furiosa.
Cierro con pestillo y apoyo ambas manos en la madera resistente de la puerta. Me quedo ahí un momento hasta que la adrenalina reduzca su ritmo en mi corazón. Segundos después de calmar la taquicardia, recuerdo a los cuatro idiotas que se han robado mi corazón con cada metida de pata y mentiras que han dicho o hecho para retenerme a su lado, los mismos que dejé en un estudio con un piano destrozado por Clint.
Muevo mis pies y piernas rápido hacia el lugar de los hechos, y... se me cae el alma a los pies al ver a Mike convertido en cenizas, en posición fetal, sollozando en silencio mientras Donnie hace todo lo posible para que se levante, o, deje de sujetarse de ese modo en plena oscuridad y destrucción.
Allen y Jared tienen una manta y un vaso de agua helada que no pueden utilizar para ayudarlo si él no muestra iniciativa. No pueden hacer nada por él, pero yo sí. Sé que sí... No lo pienso dos veces, tomo la manta y la extiendo sobre su cuerpo y el mío, me acomodo a modo cucharita detrás de su fragilidad trémula y lo abrazo..., lo abrazo, lo abrazo..., bajo la atenta mirada de Donnie, Allen y Jared.
—Lo siento... Lo siento... —musita, lastimosamente.
Cierro los ojos, sintiendo el enorme nudo en mi garganta, queriendo hacer de todo para desaparecer su dolor. —Shh... Está bien, Mike... Todo estará bien... No fue tu culpa.
—No... —solloza—, no es por mamá... Es por ti. Lamento lo que te hice... Lo siento mucho...
¿Me engañan mis oídos? ¿Michael Green acaba de disculparse conmigo?, ¿de mostrarse vulnerable?, ¿de... hacer a un lado su orgullo y egoísmo?
Lo abrazo aún más fuerte. —Shh... Está bien, Mike... Estás perdonado.
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