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Capítulo 46

€ RET €

«SECRETOS»

Ethan...

Así que ese el verdadero nombre del rubio. La puta loca de Lisa Jones ya me lo había dicho tan descaradamente —como la intimidad que compartió con él— hace cuatro días. Pero, ésta es la primera vez que tengo tiempo de pensar en sus palabras.

Y... aunque no me guste recordarlo, también me viene a la mente lo que dijo sobre ellos, mis cuatro e idiotas novios, y la verdad ponzoñosa que ocultaba detrás de sus celos.

—No lo sabes todo de ellos, ¿cierto? Al menos no de Mike. Hum... qué mala onda, ¿no crees? Tus futuros esposos te ocultan cosas.

La comitiva no demora en hacer acto de presencia en la cocina, como si... una vez que las palabras del tal Clint hubieran sido pronunciadas, algo impulsara instintivamente los cuerpos de sus hermanos a entrar y correr directo a la cocina, en donde ahí aún estábamos, nos quedamos y seguíamos mirándonos sin tener idea de cómo proceder, una vez que, el tal Clint dijo eso tan extraño que aún no me entraba en los oídos de la lógica y la razón.

¿«Papi está en casa»?

Aún no entendía cómo este hombre podía ser su padre. Con todo respeto, a la que fue su madre, porque Mike me ha dado a entender que está muerta, no se parece en nada a este señor... o a Donnie, Allen o Jared. Es pelirrojo con entradas de una inevitable calvicie, con canas ocultas y también a la vista en sus patillas; narizón; de piel maltratada con poros abiertos, pálido; medio gordo; pecoso; con ojeras de dos días de insomnio; y ojos oscuros, pequeños y caídos que me hacen pensar en la palabra «obtuso», pero... también en un extraño y presente que grita y me advierte «cuidado», uno que no debo subestimar a pesar de que se vea como un inofensivo cuarentón de colesterol alto. Porque... si aterra, aunque sea un poco al puto psicópata de Michael, entonces yo también debería temerle, o por lo menos, mantenerme con un tercer ojo mientras esté aquí.

Convivir con locos me ha vuelto intuitiva.

Ellos nos encuentran aún de pie en la cocina, sin poder movernos, cada quien desde un punto de vista diferente al otro, mirándonos sin decir nada o tener intenciones de hablar, luciendo patidifusos, suspendidos en un universo inexplorado —al menos por mí—. Porque... algo pasa entre el supuesto montaje «padre e hijo» que no me cuadra, que no me lo trago. Algo en los ojos de Clint no me gusta. Y algo en los ojos de Mike me deja perpleja: tiene miedo; no lo demuestra abiertamente como haría yo, él sabe disimularlo.

Y... creí que ese miedo sería un método de escape de este secuestro, una ventaja que lo pusiera en cintura... Pero no. Y no lo es cuando Mike decide mirarme al menos por un momento que me parece eterno. Ya no muestra ese arranque despiadado cuando me ve, sino una genuina preocupación que me descontrola el corazón. Ver en primera fila el encogimiento en su espalda, y vulnerabilidad que lo ataca como si él fuera la presa en lugar del hábil cazador... Además, ese repentino temblor en sus dedos que intenta controlar... como si quisiera tocarme y no pudiera, ayudarme o protegerme, como si algo o... alguien se lo impidiera.

De inmediato me doy cuenta de que es por causa de este pelirrojo opaco y canoso. Él es la razón por la que sus impulsos han pasado a un segundo plano, u, olvidado. Mientras lo mira como si fuera el detonante de un recuerdo pasajero que no puede dejar de reproducir, los visajes y dejes constipados en los rostros de sus hermanos son igual de preocupantes que el del mismo Mike, y no precisamente porqué haya visto al tal Clint con un arma y el dedo en el gatillo, tampoco por haberme visto en estas horribles fachas desde hace días, sino, simplemente porque nos vio a los dos... ¿juntos? Lo que es extraño porque no tiene sentido.

Siento su miedo, pero no me da ninguna explicación que pueda alejarme de este señor. Por eso, mientras Donnie suelta una carcajada fingida de alegría —pasados los segundos de estupefacción— cuando lo ve, yo, lo espío por el rabillo del ojo, atenta a cualquier movimiento que planee hacer, como si eso impidiera sus acciones malintencionadas.

—¡Ah, papá! —exclama, incómodo y angustiado por Mike, mientras abre los brazos y va hacia el hombre llamado Clint—. ¡Qué alegría verte! —miente.

Su padre no parece o... no quiere percatarse de la ansiedad que la voz y los hombros tensos de Donnie representan, sólo extiende los brazos hacia él como hace su hijo, y acorta el espacio que los separa en un abrazo de compadres con palmadas que lucen hostiles.

—¡Hola, Maxie! —dice él, sonriendo como un buen padre haría con un hijo que lleva años sin ver o tocar—. ¿Cómo está mi morenito? ¿Te trata bien la vida del campo? —Es muy diferente la actitud que muestra hacia Donnie, como la que tiene con Mike, porque con él pareció ensayada su reacción de felicidad, en lugar de mostrarse ligeramente conmovido como hizo cuando vio a los otros tres de sus hijos.

Y... hablando de ellos... No, aún no se han acercado o saludado a su... padre. Incluso lucen cohibidos, inquietos, estrujándose los dedos o mirando sus pies como si eso hiciera menos incómoda la situación de tener a su padre frente a ellos. Está claro: a nadie le agrada Clint. Pero..., ¿por qué? Y..., ¿por qué si a ninguno de sus hijos parece agradarle... tendría una llave que dé acceso a esta casa? Eso no tiene sentido.

Cuando termina de abrazar y dar de palmadas, que me sonaron a nalgadas, en la espalda de Donnie, Clint mira con orgullo a sus demás hijos y se acerca a ellos.

—¡Hola, Elias! ¿Noah? ¿Ustedes no me van a saludar o qué? —les pregunta, animado y desinteresado a las posturas de Allen y Jared, con los brazos abiertos y una sonrisa de oreja a oreja.

—Sí, hola, papá —murmura Allen.

—¿«Hola, papá»? ¿Eso fue acaso un saludo? ¡Dame mi abrazo, flaco! —exclama, tirando de su brazo de fideo esponjoso por la chaqueta y sudadera, y conduciéndolo hacia su pecho en un abrazo que él no puede corresponder.

Cuando lo deja en paz, aún más encogido y temeroso que nunca antes, va con Jared y ejecuta las mismas acciones que con Allen. Tampoco él muestra demasiado júbilo o ganas de querer estar cerca de su padre, o... siquiera de tocarlo. Es más, incluso agradece el espacio y apoyo de Mike que, finalmente despierta de su ensimismamiento, y se mueve hacia ellos, dejando muy en claro el dominio que tiene sobre sus hermanos con su sola postura porque... de inmediato, Clint suelta a un pálido y aterrado Jared que... corre hacia Allen y tira de su brazo hasta que ambos hermanos se refugian detrás de Donnie, como cachorros buscando el consuelo de su madre.

—¿Clint, qué haces aquí? —le pregunta y mira de frente, mandando el miedo a la cueva más recóndita de su interior, en donde pertenece.

Para mi sorpresa, su padre no luce intimidado.

—¿Qué?, ¿desde cuándo se le prohíbe a un padre visitar a sus hijos o a su... —me mira y dice—: novia?

Mi disgusto es evidente. Me cruzo de brazos y espeto mi frase típica del día:

—No soy novia de ninguno.

—¿Ah, no? —me pregunta con las manos metidas en los bolsillos—. Habría jurado que sí. Como no te asusté cuando te apunté con mi arma, pues... —se queda pensando mientras mira mis piernas y pecho resaltado por el cruce de mis brazos, sin disimulo.

Me mantengo firme, no muestro miedo o pizca de vergüenza o cohibición. Ni siquiera intento cubrirme o buscar apoyo. Estar encerrada en este lugar, rodeada de psicópatas que he permitido fragmentar mi realidad, realmente me ha convertido en una persona diferente, a la chica militar y agresiva que sólo usaba su fuerza bruta para conseguir lo que quería. Me siento más fuerte, incluso poderosa.

—Pues no —espeto y me apodero de mi espacio personal.

Mike me mira de arriba abajo como si una parte de mí le intrigara, pero también le causara cierta diversión. A eso ya es algo a lo que estoy acostumbrada, su vida se define en hacerme perder la cabeza.

—Tiene razón, Clint —habla Mike—. Ya no es nuestra novia, ahora es nuestra prometida.

Se me salen los ojos de las orbitas. ¡Será prepotente el rubio! ¡¿Cómo se atreve a decir eso, cuando no he interactuado con ninguno desde hace cuatro días?!

Desenredo mis brazos. —Tampoco soy prometida de ninguno.

—Oh... —expresa Clint, como si hubiera dado justo en el blanco a un pensamiento—, ¿tú debes ser... Ret? ¿No?

—Neferet —digo, confiada y a escasos niveles de alcanzar mi amargura.

—¿«Neferet»? Vaya... qué nombre tan raro te pusieron tus padres.

—Mi madre; y no, no es raro —le aclaro y me defiendo en partes iguales.

—Bueno, es raro para mí —dice—. Oye, ¿siempre tiene ese carácter de mierda, o sólo cuando piensan que su nombre no es de este siglo? —le pregunta en una mala confidencia a Mike... ¡porque está susurrando con un altavoz el hijo de...!

—¡Oiga, estoy justo aquí, ¿sabe?!

Mi tono de voz, para hacerme oír, le molesta. —Eres muy grosera, niña, ¿te lo han dicho antes?

Aunque sé que es una pregunta retórica, no dejo que se salga con la suya. ¡Un ingrato desconocido no va a tener la última palabra en mi... Quiero decir: en esta casa!

—Sus hijos —respondo de malos modos—, como un millón de veces.

—En definitiva no eres como mi Beatriz. —La mención de ese nombre, nuevo para mis oídos, provoca algunos cabizbajos en sus hijos—. Esa mujer fue una de las más amables e inocentes mujeres de las que pude haberme enamorado.

Ceñuda le respondo: —¿Beatriz? ¿Quién es Beatriz?

—Mi eterno amor, mi esposa —delira o... ¿rememora? Está ensimismado en sus pensamientos, eso es seguro; repitiendo (quizá) el nombre de su esposa Beatriz.

¿Beatriz? ¿Por qué el nombre me suena familiar? ¡Ah, bueno, da igual! Hay cosas más importantes que atender. Así que ese el nombre de la mujer que adoptó a estos malditos locos. En defensa de esa pobre, ¿ella cómo podía saber que esos bastardos iban a salirle como mercancía estropeada?

Miro a Mike, tiene una expresión lamentable, y, al mismo tiempo, culpable. Los demás sólo lo miran a él, expectantes, esperando una reacción que temen esperar. O si la esperan, también lucen preparados para el momento, aunque luzcan asustados o temblorosos como perros chihuahuas, están dispuestos a abalanzarse contra cualquier amenaza que alguien represente con tal de ayudarlo. Eso se llama lealtad, respeto, y... quizás no quieran reconocerlo, pero también significa amor, cariño, gratitud; tres cosas con las que parecen no estar demasiado conectados. Al menos no Mike. ¿Cómo no puede sentirlo, cuando a su alrededor siempre está rodeado de ese sentimiento tan profundo y verdadero?

—Creí que querrían casarse con alguien como su madre.

—Eso se escucha enfermizo en todos los sentidos de la palabra, señor.

Su ceño se frunce como el de un obispo oyendo blasfemias. —Eres grosera, maleducada y malhablada. Pero... también una muchacha de carácter fuerte, integro y... ¿aun con todo lo que de seguro estos te habrán contado sobre mí, me llamas señor...? —me sonríe con un gusto indescifrable en su cara—. Eso me gusta... Y mucho. Y, una parte de mí, entiende por qué mis muchachos aún no se han desecho de ti, Neferet Heathcote.

—Papá, no le hemos contado nada a Ret. No como tú piensas —se apresura a decir Jared.

Sé que el misterio que envuelve la mirada lasciva detrás del modo en cómo pronunció mi nombre y apellido, debería intrigarme más o, mínimo, asustarme. Pero... en lo único que puedo pensar, fue en la respuesta rápida y medio miedosa de Jared cuando dijo: «no le hemos contado nada a Ret». ¿Qué habrá significado eso? ¿Qué cosas no me han contado?

Entonces, de la nada, recuerdo las duras palabras de esa maldita perra loca Lisa Jones:

—¿Crees que alguien, en algún momento, ha podido descifrar completamente a esos cuatro? La única que pudo hacerlo fue Hannah Green, y ahora está muerta. Si eres inteligente ni siquiera te acercarás a descubrir la verdad.

¿Quién es, o, habrá sido Hannah Green para ellos? Creí que podría tratarse de una antigua exnovia que escapó a tiempo de sus maldades, pero ya no estoy muy segura. El modo en cómo hablan de ella no es como el mío, si bien hay algo oscuro en su mirada, tampoco es totalmente puro. Es raro. Y ahora... el nombre de Beatriz, el que sigue pareciéndome familiar, hace eco en una parte oscura y recóndita de mi interior que no puedo procesar. «Hannah.» «Beatriz.» ¿Quienes fueron? Lo más importante aún: ¿ellos las asesinaron? ¿Harán lo mismo conmigo cuando deje de parecerle entretenida mi presencia?

Antes, no había reparado en las palabras de Lisa; pero, ahora que este sujeto a aparecido como si esta siempre haya sido su casa... Bueno, empiezan a cobrar sentido otros detalles que pasé por alto:

—Sólo eres su juguete, cuando se cansen de ti sólo será cuestión de tiempo para que alguien encuentre tu cadaver en alguna esquina de Los Ángeles.

El único dato que me interesó de esa desagradable plática fue saber, o darme cuenta, que no estoy más en Washington. Quizás debí prestar más atención a los detalles.

Como la sonrisa de Clint de ahora, que es la mismísima del diablo perverso. —Oh, ya veo... Qué bien... Qué bien... Me da gusto que aún sigan siendo leales a su viejo... Y a Lisa —añade, mirando con una complicidad fingida a Mike.

El rubio pone los ojos en blanco con hastío. Yo también. No porque esté celosa, sino porque la sola mención de esa perra me pudre los ovarios. La odio, no la soporto. Espero que ella no sea otra visita inesperada como Clint.

—¡Bueno! —dice el pelirrojo canoso, uniendo sus manos con ánimo tipo: «manos a la obra» mientras mira a sus hijos y a mí—, ¿tienen hambre? Porque yo sí.

—¿Te quedarás? —le pregunta Allen.

—¡Claro que sí, hijo! Tengo ganas de conocer más a fondo a mi futura nuera.

—No soy novia de ninguno —le repito.

—Eso ya lo veremos. Conociendo a mis muchachos sé que no desistirán hasta obtener lo que quieren.

—Genial... —mascullo.

—Sí, pero antes, Ret tiene que bañarse. Huele a vagabundo —comenta el puto Mike.

¡Maldito imprudente!

Huelo con disimulo la manga holgada de mi blusa, y un asqueroso olor a muerto, como a carne podrida, infesta mis fosas nasales. Iugh, guácala. Aunque sea cierto, ¿a él qué putas madres le costaba decir sólo lo necesario? ¡Me quiere humillar a propósito!

—Sí, es verdad —le da la razón a su hijo, oliscando el ambiente—. No te quería decir nada, nuera; pero hueles a mierda de caballo.

—¿Pasa mucho tiempo oliendo mierda de caballo? —se la regreso.

El pelirrojo se queda callado, con una línea recta y fija que no me da buena espina, en los labios. En definitiva, no le gusta que lo saquen de sus casillas. ¡Ja!, ahora veo el parecido que tiene con sus hijos.

Mike viene hacia mí y tira de mi brazo en su dirección. —Te escoltaré arriba —dicta, autoritario y sin querer oír ni miau de mí.

Antes de que pueda negarme o soltarle algún otro comentario hiriente, ya está jalando de mi brazo escaleras arriba, y arrastrándome contra mi voluntad mientras yo me niego a seguirlo, hasta conducirme de nuevo a mi celda, mi habitación.

—¡¿Qué carajos hacías con Clint, eh?! —me grita y exige saber, cuando me avienta sin cuidado a la cama.

Absorbo el golpe que sufren mis muslos, pero no me atrevo a soltar chillido o exclamación alguna que pueda decirle cuánto me duele.

—¡Respóndeme! —brama contra mí.

Se me sube la bilis de tan solo oírlo hablarme de ese modo. Por eso, contra todo el dolor que no puede mitigar mi orgullo, le suelto un estallido de gritos que lo dejan callado, firme y, aún con todo el antagonismo que lo representa, continúa serio, prepotente e imponente. ¡Loco! ¡Está loco!

—¡Hijo de perra! —vocifero—. ¡Me vuelves a tocar así y te juro que te amputo la mano, ¿me oyes?!

—¡Cállate, no estás autorizada para regañar a nadie! —me grita.

—¡Ah... Pues tú tampoco, maldito rubio! —le grito aún más fuerte.

Discutir se nos da fenomenal, podemos hacerlo por horas.

—¡Cierra el pico! —zanja sus aullidos.

—¡No! ¡No me callo!

Intento pasar por su lado y salir por la misma puerta que ahora se encuentra desprotegida y abierta, pero su largo y fuerte brazo me prohíbe el paso.

Volvemos a gritarnos. —¡Suéltame! —le exijo en un aullido.

—¡NO! —me responde en un rugido.

—¡QUE ME SUELTES, ORANGUTÁN! —bramo en su nariz.

—¡Y YO DIJE QUE NO! —me suelta un grito voraz y de mayor intensidad que el anterior.

Intento zafarme, pero su rudeza animal me deja vulnerable. Me arrastra al baño y cierra la puerta, con toda su fuerza bruta incluida, y en ningún momento suelta mi muñeca o deja de exprimirla. Me hace daño, pero me niego a pedirle que me suelte porque me está lastimando.

Continúa tirando de mí hasta meterme a la regadera, la misma que compartí y estrené mi primer baño con un hombre aquí, con él. Y las cosas que me hizo... Las emociones, las sensaciones, mi primera vez desnuda con alguien más, compartiendo mi intimidad... ¡Maldito y lunático rubio, es imposible olvidarte!

Y, entonces, las palabras de Lisa vuelven a mí:

—Es más peligroso de lo que puedes imaginarte.

¿Se habrá referido a los deseos inaguantables que consumen a veces mi mente? ¿Ella tampoco podrá sacárselo de la cabeza? Si es el caso entonces entiendo, aunque no acepto, que quiera seguir al lado de lo que es mío, de lo que ellos, él, juró que me pertenecería siempre.

—¿Qué carajos haces ahora? —le pregunto en un chillido molesto.

Me suelta por fin, aunque no me permite huir o esconderme del chorro de agua helada que cae sobre mi cabeza y empapa la blusa que ciñe mi cuerpo desprotegido sin calzones o sostén.

Ufffff, ¡¡¡carajooooooo!!!

Me cubro el pecho, cierro los ojos y suelto escalofríos debido al frío que experimenta mi cuerpo, y blasfemias en donde me acuerdo de todos sus antepasados, mientras lo fulmino, a como puedo, con la mirada.

—H-Hijo de... pu-uta —tartamudeo y tiemblo al mismo tiempo.

—Ret...

—¡¿Qué?! —exclamo.

—Desnúdate —me ordena.

Una fingida y sonora carcajada inunda el ambiente helado. —Chinga a tu...

Me cubre la boca con ojos centelleantes en rabia. —Como se te ocurra terminar esa grosería... —me advierte. Segundos después sonríe con malicia y agrega—: ¿O tengo que recordarte lo que te pasó la última vez que insultaste a mi madre?

Se me salen los ojos de las órbitas. ¿Cómo que insulté a su madre?

Acerca su boca a mi oído, y pronuncia sílaba por sílaba, con voz ronca y profunda, altamente seductora, la reminiscencia de nuestra primera experiencia sexual, mientras a mí me tiemblan las piernas y aumenta el calor en mi sexo. —Lo recuerdas, ¿no es así? Aquí fue en donde te desfloré el ano y te viniste en mis dedos... Aquí fue en donde juraste odiarme, y un minuto después estabas siguiéndome el ritmo. Estabas besándome, ahogándote, llenándote...

Sus palabras activan los deseos ocultos que han estado atormentándome desde hace días. Probar por primera vez lo que es el sexo sólo ha hecho que fantasee con mi segunda vez. ¿Tiene sentido? No dejo de imaginarme la unión de nuestros cuerpos, de su carne caliente alrededor de la mía, haciéndome sentir amada, deseada, tantas cosas que no puedo describir.

—No tienes idea de lo que ha hecho, o de lo que haría por ti.

Maldita Lisa Jones y sus certeras palabras.

Mike me tienta y restriega sus labios en mi rostro. Huele mi piel, me saborea y da un lengüetazo a mi boca. Su mano toma con decisión mi cuello, no me estrangula o presiona lo suficiente para dejarme marca, pero sí me impide moverme.

Ambos nos mojamos, empapamos nuestras ropas y calentamos nuestra anatomía con la tentación que sufrimos por nuestro manoseo virgen, besos inexpertos, sumisión acelerada que nos excita.

Es poder... Los dos somos dominantes, amantes del imperio que no podemos tocar, dispuestos a nunca someternos por obtener un poco del otro. No somos compatibles, no somos opuestos. ¡Primero muertos a mostrarnos vulnerables ante el otro!

Mike toma el borde de mi blusa y tira de ésta hacia arriba, despojándome de ella. Mi maraña de rizos está acoplada. Quedo desnuda ante él. Mike me observa y su mirada se oscurece. Hace eso que me gusta con su pelo, lo que lo vuelve súper sexy, y se peina hacia atrás con sus dedos mientras me mira, pero no me toca, no roza con las yemas de sus dedos mis sensibles botones rosas, no vuelve a poner sus sucios y ásperos dedos sobre mi piel, sobre mis areolas que están marcadas con sus labios.

El maldito psicópata sólo me observa, pero no me palpa con sus manos.

Al final, contra todo lo que quiere hacerme aquí y ahora, sólo le da un último vistazo a mi cuerpo mojado y ardiente, y sale de la regadera que ha salpicado sus botas, jeans y camiseta. Pero él está como si nada, como si no hubiera ocurrido este escenario, como si yo no le atrajera o le gustara. Y eso me subleva..., al mismo tiempo que me pone furiosa.

—¡Imbécil! —lo llamo e insulto también. Tomo la blusa mojada del suelo y se la lanzo hecha un puño escurriendo de agua puerca. ¿Cómo se atreve a humillarme de este modo?

La blusa impacta contra su espalda como un escupitajo, pero ni eso despierta al Michael que tanto me apasiona con sus miradas asesinas, con sus gritos e insinuaciones de lastimarme físicamente para callarme, para doblegarme... ¡Oh, maldición, me excita que sea un cavernícola; lo admito! Sigue caminando. Va a la puerta, se voltea y me mira sin nada que expresar, ni siquiera vuelve a inspeccionar mi desnudez de ese modo tan cínico que me mata y enciende a la vez.

Habla en un tono ameno a lo que esta situación representa, serio e imparcial:

—Date un baño, cochina, apestas.

Y sin más, cierra la puerta.

—Hijo de puta —mascullo como una leona a punto de luchar por una gacela—. ¡Maldito incitador! —le grito.

¡Ah, pero esta me la cobro!

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