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Capítulo 45

€ RET €

«VISITA INESPERADA»

A la mañana siguiente, el sol volvió a salir... Creí que la penumbra permanecería como la luna llena y bonita que se ha mantenido en su punto más alto desde que llegué aquí. Pero no. Todo tiene un final. Las fuertes lluvias, luces en el cielo y espectáculos de truenos en las noches anteriores hicieron soportable mi insomnio. Pero no aminoraron las pesadillas o despertares suicidas que a veces me asaltan como ideas estúpidas que son necesarias para tomar.

No quiero y no puedo seguir así.

Me niego a aceptar que ésta sea mi nueva vida, sería patético rendirme ahora. Pero lo es aún más intentar buscar una salida, cuando ya he comprobado en varias ocasiones, que jamás tendré una. Nadie aparecerá para rescatarme. Nadie me salvará como los escuadrones harían en una situación de rehenes. No existen los milagros en la vida real. Y yo, lo admito, conformarme o resignarme a aceptar la realidad... Al final, ¿cuál sería la diferencia? ¿Quién me garantiza que no terminaré cediendo a sus caprichos?

Ese puto Mike tiene razón: estoy condenada.

No me levantaré de la cama hoy... Otra vez. No lo he hecho en días. Mi pelo revuelto en la sábanas está sucio y apesta. Mi cuerpo huele feo (como a viejo). La silueta de mi cuerpo ha dejado huella en el colchón. Estoy mugrienta. Me siento cansada y desconectada de todo lo que me rodea. Es como si me hubieran dejado al sol por horas, olvidada en el exilio, sin municiones o un mapa para enfrentarme a los villanos o encontrar el camino de regreso a casa.

Cierro los ojos, derramando una lágrima solitaria, aferrándome a las sábanas y edredón, intentando seguir respirando este aire de paz que sólo consigo cuando estoy totalmente quieta y en silencio. No me apetece continuar despierta.

Un sonido abrupto y ensordecedor provoca que mis ojos se abran en un susto mortal, como si hubiera sufrido un infarto, en lugar de haber experimentado la costumbre habitual en la que se ha transformado mi vida en estos días. ¡¿Otra vez?! La perilla de mi puerta amenaza con ser arrancada, y la puerta brutalmente masacrada. Lo que significa que su paciencia está llegando a su límite.

—¿Ret?

Sé quién es.

Jared... Toca la puerta. No respondo. Suspira del otro lado de la puerta con cansino y medio molesto por mi rechazo. Han pasado cuatro días, y no he visto o hablado con ninguno de ellos. Han dejado bandejas de plata en la entrada de mi habitación, con las porciones adecuadas de comida a ciertas horas del día. Pero es rara la vez que me levanto y pruebo bocado para saciar el rugido de mis tripas. Creo que bajé una talla.

—Ret, mi vida, por favor, abre. Sólo quiero hablar —dice, mediando la paz entre ambos.

No respondo; no se lo merece. Vuelve a llamarme y a intentar entrar, pero el seguro y la barricada que hice con el tocador y buró le prohiben ejecutar sus acciones. Me cubro con las sábanas hasta la coronilla, poniendo los ojos en blanco.

—Ret, lamento lo que sucedió, no queríamos engañarte. Mike dijo que lo más probable era que no regresarías a nosotros si te liberábamos al menos por un día —repite la misma disculpa de hace cuatro días—. Perdón, mi vida. Te amo. Sabes que es cierto. También que tienes sentimientos por nosotros que no quieres enfrentar. Y está bien. Somos pacientes, bueno, al menos yo, pero a mis hermanos ya se les está agotando la paciencia.

Suelto un suspiro contenido de agresión pura.

—¡Vete de aquí! —le grito—. ¿No entiendes que no quiero volver a ver a ninguno o a hablarles? ¿Es mucho pedir que me dejen en paz?

Un silencio, que no puedo describir como un buen augurio, me deja expectante ante los próximos golpes que vendrán a continuación. No son puñetazos o aporreamientos los que escucho detrás de la puerta, después de haber mandando al diablo —por enésima vez— a Jared, sino pasos apresurados que me avisan sobre la llegada de las últimas personas del día que me hacían falta por saludar.

(Imagen el sarcasmo, por favor).

Vuelvo a poner los ojos en blanco. Ellos también intentan abrir la puerta.

—¿Madame, está bien?

No le respondo al castaño romántico que me habla como si fuera su señora. ¡Pero qué descaro! A las señoras de la casa se les respetan, las adoran y admiran, ¿cómo se atreve este infeliz a utilizar un término tan preciado, como el de llamarme «Madame», si después me engaña y trata como si fuera una cualquiera que puede destruir con una sola palabra?

La perilla intenta girar de nuevo.

—Amor, ábrenos ahora —me ordena el moreno—. Nuestra paciencia no es eterna; eso ya deberías saberlo. —¿Eso fue acaso una amenaza?

Créeme, no necesito que me lo recuerden.

Del único que me preocupo —por el bien de mi vida— es de Mike. Sé que es inestable e impulsivo, a veces, meticuloso y manipulador; por eso es el más peligroso de los cuatro, porque no es ordenado o sigue el camino amarillo, es inestable y no tiene reglas, no conoce de límites y sobre la empatía. No tiene sentimientos, es un monstruo.

Y... ¿recuerdan a los monstruos?... Ellos no viven bajo las camas o creemos que nos observan dormir encima de nuestras cabeceras. Nah... Ellos viven entre nosotros, evolucionando, luciendo ordinarios, a veces, habitando en nuestros hombros sin que nos demos cuenta, no hasta que los necesitamos para dominar nuestro sentido de la moral, pensando que una sonrisa o un saludo amistoso les evitará la cadena perpetua o la pena de muerte.

Sí... en definitiva, tenemos que temer más a los vivos que a los muertos.

Y... aunque no quiera admitirlo, y me pase la mitad de mi vida negándolo, sí le temo de vez en cuando a ese perro rabioso e inestable, que un día puede amanecer con la pata derecha por delante como con la izquierda.

El rubio está del otro lado de la puerta. Hasta este momento se mantuvo en segundo plano, callado, de seguro apoyando su atlética espalda en la pared del pasillo, cruzado de brazos y mirando la simplicidad del techo. Él no intenta abrir la puerta o aporrearla como sus compañeros, sólo toca pacíficamente con sus nudillos la madera de mi puerta; da la impresión de que es la primera vez que intentan contactarme.

—Ret, vamos a ir por provisiones. ¿Quieres venir o te quedas aquí? —me pregunta el muy ingrato.

—¡Sólo lárguense! —exijo en respuesta.

Me imagino su expresión seria e inquebrantable a mis aullidos. No se inmuta más que para poner las manos detrás de la espalda y decir un oriundo de sus crueles instintos:

—Está bien, adiós. Volveremos pronto.

Y... como la maldita ruleta rusa me ha apuntado en más de una ocasión, me han disparado, he caído y arrastrado sólo para volver a la silla, en donde se supone que un rayo no cae dos veces en el mismo lugar..., sólo para descubrir que mi turno no ha acabado aún. Porque me vuelven a disparar una y otra vez, y lo hacen porque yo siempre regreso por más, por ese extraño presentimiento de que esta vez será diferente si les doy otra oportunidad.

Pero no más. Están idiotas si creen que me voy a tragar otro de sus engaños.

Tomo el reloj de la mesita de noche y lo aviento contra el espejo de mi tocador. Éste se rompe, y su estruendo llama la atención de mis celadores.

—¿Ret? —Jared me llama, preocupado, mientras toca—. ¿Ret, estás bien?

—¡Carajo, les dije que se fueran! —blasfemo y vuelvo a repetir con rudeza que se larguen.

Silencio otra vez, y nada más durante unos segundos, hasta que Donnie debe interferir y, tomándolo de los hombros, lo aleja de la puerta diciéndole que lo mejor será dejarme a solas.

Y sin más que añadir, se van. Me dejan sola... Solita conmigo misma y mi alma que aún llora en silencio, en este colchón que, como les seguía diciendo, ha adoptado la silueta de...

¡ALTO!

Nosemeamontonen...

Mi cerebro al fin se activa, escapa de su retiro, hace click y se me ilumina el craneo. ¿Estoy sola? ¿Sola de verdad?

Me levanto y, como por arte de magia, el dolor de mi cuerpo se esfuma y la fuerza a mis músculos regresa como si nada hubiera pasado. Corro de puntitas a la ventana; soy cuidadosa con mis pasos y miro a través del vidrio empañado y sucio con extrema cautela. Los veo, están los cuatro ahí reunidos, cerca de ese vehículo en el que me trajeron hace dos meses.

—Hijos de puta —mascullo mientras los miro entrar en el auto que, es del rubio porque él conduce, y desaparecer lejos de mi vista.

Me pongo manos a la obra. Quito la barricada y el seguro de la perilla. Aunque sé que no puede haber nadie en casa, además de mí, no me confío y abro con una calma calculada la puerta... Miro a través de la pequeña hendidura que da un vistazo al pasillo, y compruebo que no haya nadie; no lo hay. Miro abajo, no hay cables o hilos casi invisibles que puedan activar alguna trampa. Me muevo con la espalda pegada a la pared, aún de puntitas, respirando sólo lo necesario para cruzar de un lugar a otro.

Sigo así.

Casi se me agota el oxígeno hasta que la luz del sol que se filtra a través del vitral, me motiva a continuar y a llegar a las escaleras. Inhalo una buena bocanada de aire que ponen a trabajar mis pulmones. Reviso los escalones con las puntas de mis pies descalzos, y nada fuera de lugar se aparece o existe en este descenso hacia la sala, comedor, antecomedor, cocina, estudio y baño principal.

Sí... no están, ¡se fueron! ¡Aleluya! Corro a la cocina y veo la puerta, voy hacia ésta pero no hay manera de abrirla. La perilla ni siquiera gira.

—¡Maldición! —exclamo en un susurro, y le doy un puñetazo a la madera

¿Por qué creí que estaría abierta? ¿Por qué creí que ellos me dejarían tan confiados y a solas en esta casa? Sigo encerrada. Apuesto a que tienen una cámara escondida en algún lugar, apuesto a que incluso deben estar muertos de risa mientras me ven fallar. Sí, ya los imagino, con sus palomitas y atragantándose de maíz tostado. Se ríen a unos metros de esta casa, dentro del auto del rubio, mientras miran un episodio más de la estúpida que mantienen en un laberinto y pone a raya a electroshocks.

Siento como si estuviera esperando el infarto eléctrico que me matará de una buena vez. Esto acabará pronto, algo me lo dice. Un escalofrío en mi nuca me lo avisa, una helada corazonada me lo advierte, un destierro de esperanza me lo dice. Voy a morir. Voy a morir aquí, ¿no es cierto? Algo en mi interior me dice que pronto moriré, que disfrute y no me arrepienta de lo que haga. Porque pronto será la hora. Es sólo cuestión de tiempo...

El sonido que escucho, gracias a mi quietud, me regresa al mundo real. Despabilo y levanto del suelo. Me pongo en guardia. Bueno, a como puedo, considerando que esa descarga de adrenalina me agotó y dejó con un bostezo a mitad del camino. Me recupero y analizo los pros y contra de abalanzarme contra ellos. La verdad, ya no tengo nada que perder, así que ¡a la mierda todo! Agarro el cuchillo de cocina y no dudo en utilizarlo como arma.

Pienso en Carlos, Meredith, Miranda, Jess y Sophia, o en algún lugar en el que me gustaría retozar eternamente para nunca recordar este lugar, ¡algo!, que me estabilice y serene los últimos esfuerzos que me quedan para salir ilesa de aquí. Me armo de valor; hoy es un buen día para morir.

Pies que se sienten pesados sobre el piso, dejan huella en el recibidor, la sala, hasta llegar a la cocina, en donde ambos nos sorprendemos con diferentes clases de armas en nuestras manos mientras nos apuntamos como dos expertos asaltantes. El mío es un cuchillo que no sé si tiene filo. El de él es una pistola Colt M1911 que sostiene como si fuera el objeto más inofensivo del mundo.

Ambos nos miramos, pero ninguno dice nada.

¿Quién es?

¿Un policía? ¿Un agente del FBI? ¿Un detective? ¿Un novato? ¿Está aquí para rescatarme? ¿Será que mis súplicas fueron oídas?

¡Alto!

Escuché el ruido de una llave ser insertada en una cerradura... ¿O no? Sí... ¿Este hombre utilizó una llave para abrir una puerta que desconocía? ¿Por qué haría eso un oficial de la policía de... ¡en donde sea que nos encontremos?!

—¿Quién demonios es usted? —le pregunto, espeto.

—¿Quién demonios eres tú? —me responde, también espeta.

¿Quién es? Lo miro extrañada, ¿será un delincuente ajeno a este secuestro? ¿Un extraño? ¿Alguien que conozca al cuarteto de lunáticos que me tienen como su prisionera? ¿Es su cómplice como esa loca doctora?

Otra vez, la puerta de la entrada principal se abre y cierra con un abrupto sonido. Ante nuestros ojos, el del viejo y los míos, aparece Mike, no sólo con cara de pocos amigos, sino con una expresión... que no le había visto nunca.

Sus ojos se desvían hacia mí, una vez más, esa extraña mirada en sus ojos naturalmente azules se manifiesta con una oscuridad que no le había visto antes. ¿Será rabia resentida por verme así de repente? ¿Querrá matarme como este hombre tiene planeado hacer? Porque a mí no me engaña ni Dios, sé que si este hombre entró con llave, ellos se fueron y me dejaron a solas en esta casa en medio de la nada..., debió ser porque este cuarteto de idiotas lo contrató para matarme.

Deben estar cansados de jugar con esta malhablada y hosca mujer que no les salió sumisa como esperaron. Pues, sorpresa, sorpresa, mis reyes, ya no existen las mujeres de antes que creen que su lugar es en la cocina, o, abriendo las piernas para dar a luz. Ahora, si cocinamos es por nosotras, y si nos apetece. Si queremos hijos, nosotras decidimos si queremos tenerlos. ¡Ya no existen las mujeres que nos creyeron antes y eso debe ser celebrado!

Pero, la sorpresa vuelve a manifestarse en mis cejas, cuando Mike, confundido e igual de patidifuso que yo, articula el nombre de:

—¿Clint?

Vuelvo a mirar al señor que me acompaña, y una satisfactoria sensación de reconocimiento me aborda, dejándome con una sonrisa de diablo en los labios que no puedo disimular. Porque eso es miedo. Lo que veo en las pupilas del rubio es miedo disfrazado con una ceñuda mirada que intenta mantener en las sombras. Pero... ¿por qué? Una vez más, mientras mi cabeza alterna entre uno y el otro, le pregunto por telepatía a mi instinto: ¿Quién es él?

El hombre a mi izquierda sonríe como si estuviera frente a una cámara escolar, y no hubiera tenido tiempo de practicar para cuando el fotógrafo dice: «sonríe y mira el lente, oruguita».

—¡Hola, Ethan! —lo saluda, agradable y amistoso—. ¡Papi está en casa!

¿Qué?

Mi cuello gira como si tuviera un resorte hacia él, excediéndome a abrir las cuencas de mis ojos por la perplejidad que muestro ante su respuesta.

Una vez más: ¡¡¡¿¿¿QUÉÉÉÉ???!!!

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