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Capítulo 42

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«EL ENGAÑO»

Necesito salir de aquí...

No debo olvidar mi juramento hacia mí misma.

Ellos no son humanos, pero tampoco son monstruos. Y no merecen ser juzgados o prejuzgados por el modo en cómo deciden tomar el control de su propio instinto. Al fin y al cabo, eso hacemos todos cuando nuestros cuellos están en riesgo. Y..., las sogas que ciñen sus cuellos han estado apretando sus manzanas de Adán desde hace mucho tiempo, incluso más del que yo creo.

En más de una ocasión he podido averiguar lo que les sucedió hace años... en algún lugar de este mundo, que los cambió para siempre. O..., si no fue posible que me dijeran lo que les pasó con exactitud, soy capaz de definirlo. O de verlo. A través de esos ojos ámbar, verdes, negros y... azules... puedo percibir su lucha, y fría actitud, que enmascara su verdadera naturaleza.

No soy idiota. Además, ningún infierno es del todo bonito. Hay infiernos malos, y algunos buenos. Envejecer en un mundo injusto e inmoral es prueba de ello. Sí existen los tormentos manejables.

No es una imagen exactamente tierna la que tengo en mente, la de sus diferentes pasados lamentables que, algunas veces, desearía no estar descubriendo. Porque no puedo perder el juicio al lado de ninguno de esos idiotas. No puedo enamorarme, sería estúpido. ¡Es Síndrome de Estocolmo en toda su gloria! ¿Qué carajo's les pasa a mis malditas hormonas? Bueno, de todos modos, no importa. Esto se puede curar fácilmente. Es como sentir un crush colegial por un imbécil de tercer año, puedo manejarlo. La cura es alejarse y huir de la escena del crimen.

Ahora que lo pienso..., casi toda mi vida he estado huyendo.

Sentir empatía por alguien más siempre me ha parecido un sentimiento extraño, quizás porque mi padre jamás me enseñó a conocer a fondo a otro ser humano. Ni siquiera ha intentando mantener alguna relación conmigo, fue como si me hubiera olvidado.

Pero esos malos recuerdos ya no me interesan.

Carlos, Meredith, Jess y Sophia, nunca he tenido problemas para comunicarme con ellas o él. Por alguna razón, mis amigos siempre han tenido la certeza de poder confiar en mí sin dudarlo. Ellos me necesitaban, y yo también a su amistad. Pero eso no fue suficiente para mí porque en algún punto también empecé a mentirles de cómo me sentía respecto a la indiferencia de mi padre. No me gusta mencionar mucho eso. Ellos no entienden que, a pesar de que ni él o yo sintamos amor por el otro, a nuestra extraña manera hemos aprendido a lidiar con el dolor que el otro nos ocasiona día a día. Odiaba admitirlo, pero mi padre (indirectamente) me enseñó a cubrir mis huellas, las de cualquier rastro emocional o sentimental que pudiera ser aprovechado por otra persona. Tal vez esa innata habilidad me prohíbe abrirme por completo con otro ser humano.

Nunca mostré debilidad, siempre he mantenido una apariencia tenaz, y ruda cuando hablo o me enfrento contra alguna amenaza. Sin embargo, es extraño (para mí) que esos escudos o murallas estén en toque de queda por el momento. Aquí no necesito mantener alguna apariencia, excepto la obvia sobredosis de barra de vida que me permitió liderar este arriesgado plan en primer lugar.

Pero había triunfado.

Lo hice.

Seguí mis instintos, y probé el fruto prohibido para despistar a mi atacante.

A veces tenemos que hacer algunos sacrificios para asegurarnos un lugar en la mesa.

Y hoy es el día...

Hoy me escapo de aquí.

No volveré a pisar este terreno maldito lo que me reste de existencia.

Fue un buen trato: un día para cada uno en donde podrían hacer lo que quisieran conmigo, y a cambio, ellos me dejarían veinticuatro horas para despedirme de mis seres amados adecuadamente. Ese sería mi chance para escaparme de su vigilancia. Usaría la vieja estrategia para huir de su lado, de cualquiera de ellos que vaya a dejarme en alguna esquina de en donde sea que nos encontremos. Estoy casi segura que ya ni siquiera estamos en el estado de Washington. Sólo espero que no sea Mike, o, Donnie el que tenga que entregarme a una calle cercana a una estación de policía.

Mis amigas, Jackson (mi guardaespaldas), antiguos compañeros, Carlos... Mis amados y preciados seres queridos. Gracias a ellos hoy veré la luz del día otra vez. Bueno, al menos por un corto periodo de tiempo... que espero hacer permanente.

Me pregunto..., ¿qué estará haciendo mi Squad ahora? Espero que aún exista un Squad al que pueda regresar, esa ha sido mi motivación. Sólo espero que no sea demasiado tarde para volver a empezar. He pasado casi dos meses en este lugar, ¿eso es tiempo suficiente para que una persona se olvide de ti?

¿Carlos... se habrá olvidado de mí?

¿Mer, Sophia y... Jess... también se habrán olvidado de mí?

Nunca he esperado que las personas me recuerden. Nunca he creído en eso. Creo en mí misma, y en lo que hago todos los días como muestra de mi gratitud hacia el mundo. Jamás he querido que nadie escriba sobre mí. Bueno, al menos una única cosa, el último pensamiento que tenga mientras muera sería una buena manera de recordarme.

Imagínense el encabezado:

ANTES DE MORIR ELLA PENSÓ...

Es imposible conseguir algo así, pero se vale soñar.

Y hablando de sueños, es momento de despertar de uno muy bello.

Soñé con mi mamá. Soñé con mis amigas. Desgraciadamente también soñé con cuatro pares de ojos que me observaban toda la noche como búhos. Y, a pesar de los miedos iniciales de sus acosos, no me sentí para nada asustada con la profundidad de sus pupilas.

Decido levantarme con esos angustiantes escenarios en mi cabeza, y desnudarme mientras camino al baño. Cierro la puerta, y le echo el seguro. Me doy una ducha helada, y me tomo mi tiempo.

Mi rutina desde que llegué a esta casa de los locos ha sido: levantarme, desayunar, encerrarme en mi cuarto, almorzar, encerrarme en mi cuarto, comer, encerrarme en mi cuarto, cenar e ir a dormir.

Durante cuatro días esa costumbre adquirida cambió por algo mejor de lo planeado, pude conocer mejor a mis captores y sus emociones dirigidas a mí. Pude apreciar el ambiente natural de afuera, la altura de los árboles, los detalles blancos en sus ramas, y de un lujoso jacuzzi en el patio trasero. Me recitaron, me hablaron con acertijos, y otras veces claro. Me confesaron tres verdades y una mentira. Fui bien tratada, y ninguno de ellos me obligó a hacer nada que yo no quisiera. Ni siquiera Mike.

¡¡¡FUCK!!!

Mis pómulos arden sin control, cuando recuerdo lo de ayer. Sus manos, sus labios, la manera en cómo me sujetaba y entrelazaba sus dedos con los míos, la ausencia de sus sentimientos, y... los atropellados instintos que hicieron de una primera vez (para mí), completamente mágica. Sé que no puede sentir amor, y eso está bien. Yo tampoco estoy segura de sentirlo. Con todo lo que me ha pasado, no sé si esté segura que quiera darle el poder a otra persona para destruirme. La confianza se gana. Y... con todo lo que ha pasado, yo he asegurado la mía.

No me interesa sí me juzgan o no. Pero sólo diré esto una vez, y no lo volveré a repetir... Me gustó.

¿Hicimos el amor? Eso ni yo misma lo sé. No me atrevería a adivinarlo porque la respuesta, aun así, no sería incierta.

¿Qué me han hecho esos psicópatas?

Termino de ducharme. Me visto con una blusa sencilla, y unos pantalones holgados de mezclilla. Quería estar lo más presentable que podía el día de hoy. No quería que después de tanto tiempo, mis amigos pensaran que mi fantasma venía a atormentarlos, en lugar de su mejor amiga desaparecida por dos meses.

Me observo en el espejo del armario. Mi aspecto no ha cambiado desde que llegué aquí. Bueno, al menos un poco. Luzco un poco más... ¿contenta? No lo sé. Mi piel luce aún más brillante y suave que hace unas semanas, mis uñas están maravillosas, mis labios más gorditos y rosados, mis pupilas dilatadas y mejillas sonrosadas. Estoy preciosa. Mi salud física siempre ha sido digna de un sobresaliente, pero estos últimos días he estado particularmente linda, sana, y... despierta. ¿Es raro que no me preocupen las consecuencias, que mis propios actos, podrían infligir en mí misma?

Música...

Una delicada melodía de piano engloba mi alrededor. Es honesta, temeraria, casi irreal. Mike no es de este mundo, el tipo debe ser alienígena o algo por el estilo, porque... su sola mano sobre esas teclas es conmovedora, grácil, audaz. Provoca que haga cosas... que ni yo misma pensé en intentar, ni siquiera sola. Giro sobre mi propio eje, cerrando los ojos, enterneciéndome el corazón, mientras disfruto de las notas musicales que desprende ese piano... que es posible gozar gracias a los expertos dedos de Mike, y la habilidad de interpretar exigentes partituras musicales con osadía.

Transmite mucha paz...

Un aura siniestra siempre lo acompaña cuando habla, se expresa o camina, pero cuando se detiene a apreciar la claridad de sus ideas mientras toca el piano... Debo admitirlo, ese es el único atributo que puede favorecernos a ambos en un futuro. ¿Podrá convertirse en algo más algún día? Una parte de mí quiere que suceda, quiere conocer todo de él y su pasado, sea cual sea; pero... la otra parte, racional y defensiva, se rehusa a dejarse embaucar por cualquier truco.

»Música.

»Piano.

»Mike.»

Sonrío sin poder evitar que mis emociones me dominen, sonrosando de a poco mis mejillas, haciendo que se me acelere el corazón con irregularidad. Un poco de negación no le hace mal a nadie. Pero la verdad... esa sí es cabrona.

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La música dejó de escucharse hace veinte minutos. Eso fue bueno, significó que Mike también pensó lo mismo que yo, que era hora de decir adiós. Para ellos: un día. Para mí: toda la vida.

Bajo las escaleras como leona al asecho. Mis pies son de plomo. Es como si estos estuvieran memorizando cuántos escalones son, cuántas veces recorrí este mismo tramo, cuánto tiempo duró mi tormento mental mientras subía, o, los días que pensé que nunca terminarían.

Pero sí lo hicieron. Y están a punto de hacerlo.

Abro las puertas de madera que conectan con la sala, hacia afuera de la habitación, y... ahí los encuentro. Allen está tendido en el sofá, durmiendo, abrazando un cojín decorativo como un peluche. Donnie está jugando ajedrez contra sí mismo, concentrado y las cejas ligeramente fruncidas. Jared lee un libro: «Hermann Hesse». Y Mike relaja los músculos tensos de su cuerpo escuchando música, cruzado de brazos, sentando en el sillón, con la cabeza echada hacia atrás, pensando... Aun con esa quietud representada, puedo percibir sus perversas intenciones. ¿Nunca descansa realmente, verdad?

Jared es el primero en atisbar mi presencia, con una infantil y cariñosa sonrisa en los labios.

—¡Hola! —Cierra el gordo libro en sus manos, y se levanta pero no se acerca a mí, sin dejar de sonreír. Guarda sus distancias.

—Hola —lo saludo.

Donnie también levanta la mirada de su juego, y me sonríe con los labios apretados. El cuello de Mike gira con fatiga, y sus ojos se abren con cansino, como si un lejano ruido hubiera interrumpido su siesta, y me mira con ese ápice entre la burla y la manía que jamás me cansará de agradar, mientras me sonríe. Allen es el último en despertar, y él segundo en saludarme.

—Buenos días, Madame. Esta mañana luce especialmente linda —comenta, adormilado, ronco, y... sexi.

Lo miro, tímida, en respuesta. Eso lo hace feliz.

—¿Dormiste bien? —me pregunta Donnie.

—Sí, gracias por tu interés —digo, cortésmente.

—Te ves muy bonita —dice Mike, mirándome como a una presa entre sus garras.

Los nervios en mi garganta afloran, pero me los trago.

—¿Eso crees? —Miro mi atuendo desde mi posición, y me cercioro de no tener ninguna mancha en mi ropa. Todo bien.

—Eso creemos todos.

Bien. El ambiente es tranquilo, pasivo, nada humillante... Todo está bien.

—Ah... —artículo, sin nada más en mente que decirles.

Bueno, realmente sí hay algo que quiero compartirles:

Lo siento, chicos; pero no puedo quedarme. Peor aún, no pude enamorarme de ustedes.

Aquí fue donde desperté, donde ellos me tocaron por primera vez, en donde oí sus voces y distinguí sus personalidades agradables, simpáticas, manipuladoras, destructivas... Éste es el lugar en donde todo debe terminar. Es un final justo.

Me estrujo los dedos y muerdo el labio inferior.

—Bueno... pues... —Hago una pausa, y ordeno mis ideas—. ¿Qué procede ahora?

—¿A qué te refieres? —me pregunta Allen, estirándose.

Me muerdo los labios, inquieta. No quiero ser vulnerable o mostrar debilidad, pero me es imposible ignorar los obvios sentimientos, con los molestos gritos en la boca de mi estómago.

—Bueno, pues... al asunto que nos falta por terminar. Me refiero a... lo que ustedes me deben. ¿Ya saben? Aún falta una parte del trato —digo, pero ninguno de los cuatro parece escucharme—. ¿Donde me liberan por un día? —les recuerdo.

La extraña sensación que corre por mi espina dorsal es escabrosa. No me gusta. Algo aquí anda mal.

Sin embargo, llamémoslo negación, torpeza, idiotez... No quiero escuchar a la voz en mi cabeza que me advierte de una vil y bien planeada treta.

No, no puedo. Me niego a considerarlo. Hicimos un trato. Ellos tienen que respetar su parte si yo he cumplido con la mía sin rechistar.

—¿Y bien? —digo, esta vez, menos considerada. Estoy empezando a alterarme, y eso es malo.

—¿Y bien qué? —repite Mike, frío e imparcial.

Oh, Dios, esto es malo.

Aun con todo en contra, no me doblego ante la posibilidad de que ellos tal vez me hayan engañado. Porque no, no pudieron hacer eso. Nadie es tan cruel.

—¿Cómo se supone que va a pasar?... ¿Me van a dormir o algo así? Porque no quiero ser arrojada a la cajuela sin previo aviso, o, que alguno de ustedes (vagos) cubra mi nariz con un pañuelo... de nuevo.

—¿Por qué haríamos eso?

—Ah, bueno, Mike, tal vez porque no quiero despertar en un vehículo en movimiento, sin la menor idea de qué pensar.

Aunque, si lo recuerdo bien, sí tenía las ideas claras mientras ellos conducían. "Iba a morir", sólo en eso pensaba. ¿Por qué presiento que en esta habitación, sufriré otra especie de muerte en vida, que jamás podré olvidar?

—Entonces, ¿cómo quieren hacerlo? ¿Una venda en los ojos?, ¿una inyección en el cuello para dormirme? ¿Cómo lo harán?

Los tres miran a Mike. Y él, mantiene sus ojos clavados en mi figura, con las pupilas ponzoñosas y cargadas de crueles intenciones.

Algo, en definitiva, va mal aquí.

Y la manera en cómo me mira, lo está confirmando.

—¿Cómo haremos qué? —se burla de mí, sonriendo de su propio pensamiento burlesco.

—Deja de hablar de ese modo, me pone los pelos de la nuca en punta. ¿Sí? Por favor —exijo.

—¿Ya estás dando órdenes otra vez, Belladona?

—Siempre las he dado, ¿no creen? —pregunto, pero nadie me responde. ¿Por qué de repente sólo somos Mike y yo en la habitación? ¿Por qué sus hermanos se han quedan callados? ¿Qué está pasando? Y, como la mala impaciencia que poseo cuando me enfado y... asusto, no puedo evitar preguntarlo también—: ¿Qué les pasa? ¿Por qué tan calladitos? ¿Por qué lo miran a él? —espeto, señalando a su hermano el rubio.

Mis palabras despiertan a Jared de su ensimismamiento. Se acerca a mí con pasos calculados y apresurados... como si temiera mi reacción.

A una distancia cercana y segura al mismo tiempo, toma mi mano y dice casi asustado e indudable:

—Vamos a desayunar algo, Ret.

—No tengo hambre —contesto, corrosiva.

—Mi vida, mientras desayunas te lo contaremos todo. ¿Okey? Te lo juro.

Jalo mi mano hacia mí, arrepintiéndome de haberme atrevido a tocarlo en primer lugar.

—¿Qué cosa? ¿Qué me tienen que contar? —Mi voz tiembla, mi cuerpo igual. Esto me romperá; lo aseguro yo, y me lo aseguran ellos cuando me miran con esos ojos de idiotas fríos e inmorales.

Las lágrimas amontonadas en mis ojos pican. Me queman. Las ganas de gritar aumentan, pero me niego a darles ese gusto. Como dije: tenaz y ruda (siempre), ante cualquier circunstancia que se me presente.

No seas débil. No seas débil.

Y... como siempre... la verdad se hará dicha. La respuesta llega a mí tan rápido, como la intuí desde el día uno con Jared, cuando me confesó su gran y único secreto.

Sus nombres...

Noah Bishop, Max Hutch, Elias Hoffman (el nombre escrito en la portada del libro que me leyó). Pero, ¿y el de Mike? Su verdadera identidad jamás me la confesó. Nunca quiso decírmelo.

Y... ahora sé por qué.

No era que no confiara en mí, sino que tenía por seguro que no me dejaría ir. ¿Para qué arriesgarse entonces? Todo tuvo sentido, por eso Donnie me dijo en el jacuzzi que tuviera cuidado, que no me fiara de lo que me prometiera. Y yo, como la ingenua y torpe que soy al juzgar a otro ser humano, no hice caso a las advertencias en mi cabeza, o a las suyas, y aun así permití que él... Me dejé llevar por el simple hecho de obtener su contacto. ¡Maldición!, incluso me marcó.

Mis ojos están vidriosos. El alma se me cae a los pies. Todo en mí se rompe, pero aún no consigue derrumbarse adecuadamente.

No enfrente de ellos. No enfrente de ellos.

No mostraré un avistamiento de lágrima derramada en su cercanía. No se merecen verme en este estado patético y arrepentido que yo solita me he buscado.

Miro el suelo, sus tenis enlodados, y las palabras sin duda alguna escapan de mí.

—No me dejarán ir, ¿no es así? ¿Aunque sea un día, verdad?

Los malditos e irritables ojos inexpresivos de Jared me encabronan. Porque él no siente nada. ¡Nada!, como Allen, Donnie y, Mike. Y él es el peor de todos, porque me arrebató lo más preciado que tenía para ofrecerle a otro hombre, a mi novio, mi Carlos.

Y Mike... Él sabía de antemano todo, supo con exactitud mis intenciones, los futuros escenarios de mis acciones y las de sus hermanos. ¡Me mintió! Sólo me usó. ¡Todos ellos! Mike quería una cosa: sexo. ¡Y otra vez! Él fue el primero en todo, ¡maldita sea! ¿Cómo no pude verlo venir? Le di justo lo que quería. ¡A todos! Todos querían sólo una cosa de mí, y la obtuvieron. De alguna u otra forma obtuvieron justo lo que buscaban de estas trampas disfrazadas de citas.

¡Ay, carajo!

—Ret..., no... —empieza a decir, pero lo interrumpo con una buena bofetada a su mejilla.

Allen se acerca con tiento a la escena que se desarrolla enfrente de él. No luce enojado, pero tampoco sensiblero conmigo. Jared se lleva la mano a su mejilla adolorida, y me mira sin palabras que expresar. Está patidifuso.

Miro a Donnie, su fría mirada no me intimida. Miro a Mike, y sé que es hombre muerto. ¡A este cabrón lo mato yo!

—Jódete —escupo con una amarga expresión en la mirada, directo en las caras de estos dos amantes del caos.

Donnie baja los ojos, avergonzado, como si éste fuera el momento más difícil de su vida. Con una nota sin pizca de arrepentimiento, dice:

—Ret, lo lamento.

—¡¿«Lo lamentas»?! —aúllo, irónica, nada coherente o calmada—. ¡¿Tú lo lamentas?!

Se levanta de su silla, mandamás y autoritario, —¡Sí, lo hago! ¿Por qué crees que intenté decírtelo?

—¡NO INTENTASTE DECIRME NADA! —grito, fuera de mí—. ¡NO HICISTE UN CARAJO! —Los miro a todos con los ojos de una bestia cruel y vil—. Malditos bastardos... —mascullo—. Malditos hijos de su... ¡Sólo me utilizaron!

—Y tú a nosotros, Belladona. No olvides que ésta fue tu idea.

—Pinche cínico —blasfemo, muriéndome por dentro. Este dolor y humillación no tiene nombre. No conoce de horarios o suele sentirse atraído por una inhalación que corte el oxígeno en mis pulmones—. ¡Oh, Dios! Creo que voy a vomitar —admito, inclinándome hacia adelante.

Entonces, el recuerdo de ayer, de él y del mío juntos en el sofá de su estudio, vuela y aterriza en la parte de mi cerebro reservada para las angustias.

Maldición, me marcó.

Lo miro con ojos húmedos y enrojecidos, sintiéndome la peor de las mierdas explotadas en el inodoro.

—Te voy a matar —juro delante de todos—. No sé cómo, pero me voy a vengar de cada maldita cosa que me has hecho —le prometo.

No se supone que yo debería estar enloqueciendo minuto a minuto, sino ellos. Ellos deberían estar sintiendo todo este peso sobre sus hombros, ¡yo no! Me cago en... Pero, lo que dice a continuación, es lo que definitivamente me condena.

—Nunca te obligué a hacer nada que tú no quisieras —me recuerda, insensible—. Ninguno de nosotros.

Me atraganto con un sollozo interrumpido que quiebra mi garganta. Allen corre a la cocina por un vaso de agua, pero me niego a tomarla cuando la tengo enfrente. Ojalá eso me mate.

—Ret, por favor... —me pide Allen, casi suplicando, cuando ve lo roja que se ha puesto mi cara ante mi incontrolable tos.

—Cállate —espeto, con voz áspera—. No... te me acerques, maldito imbécil. —Me alejo de él.

—Ret...

Sigo tosiendo, respirando sin control, atragantándome con cada lágrima y saliva sin derramar, picando mis párpados y esófago, llameando como si hubiera ingerido un litro de agua ardiente.

—¡Ret! —Esta vez, es Mike el quien habla, demostrando su dictadura en esta situación.

Siento que todo se está derrumbando a mi alrededor. Y más por lo que sucede a continuación: Mike se adelanta y me toma por sorpresa, casi abrazando mi ataque de nervios, y tirándome junto a él en el proceso. Donnie también viene hacia nosotros, inclinándose en una rodilla en nuestra dirección. Jared y Allen lo siguen, aún con el vaso de agua en una de sus manos. Y yo, sigo llorando y gritando como una posesa, retorciendo cada músculo de mis piernas y brazos, haciendo lo posible por quitarme de encima a este imberbe oxigenado.

—¡NO! ¡SUÉLTAME! —chillo y lo golpeo con leves y desfallecidos puñetazos a su brazo, sintiendo la impotencia recorrer mi cuerpo.

—Ret, cálmate, por favor.

—¡Déjame! —grito con voz estrangulada.

—Lo siento mucho, amor —Donnie intenta consolarme. Pero a mí no me importa.

—¡Eres un maldito hijo de perra! ¡Maldito cabrón! ¡Te odio!

—No me digas eso, Ret. Por favor, no lo digas de nuevo.

—¡TE ODIO!

Luce realmente herido, —Por favor, amor. Sé que no es así, tampoco te lastimes tú.

—¡Vete a la mierda, Max! —espeto su nombre real con asco—. ¡Y tú! —Miro a Mike—. ¡Ya déjame! ¡No me toques más! ¡ME DAS ASCO!

Me libro de su sujeción, y me levanto del suelo con furia pura fluyendo en mis venas. No sé en qué momento el vaso de agua cae e impacta contra el suelo. Salgo corriendo de ahí. Pero no llego demasiado lejos, antes de pisar el primer el escalón de las escaleras, escucho la voz amenazante de Mike a mis espaldas como prueba viviente de que existen los monstruos.

—Ahora eres nuestra, Ret. —Me detengo en seco—. Estás marcada, Belladona. Donde sea que intentes mirar tu cuerpo... ahora nos pertenece. A mí más que a nadie. —Me obligo a ser fuerte, y me niego a sufrir otro ataque como el de la sala mientras él sigue martilleando mi cabeza con sus palabras—. ¿Te quedó claro?

Ni siquiera le respondo, sólo sigo subiendo escalón por escalón hasta llegar al segundo piso y echar a correr a mi recámara. Una cosa es segura: no volveré a salir de aquí. Y... creo que jamás dejaré de llorar por esto, lo que me hicieron.

Moriré de hambre, o, soledad...

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