Capítulo 39
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«SEMANA DEL INFIERNO:
(4.º) DÍA CON MIKE»
Ha llegado la hora.
Es el momento.
Pasé una cita al aire libre con Jared, cuyo nombre real resultó ser: Noah Bishop; él fue una mejor compañía que su personalidad falsa de nombre inventado. Porque... ese chico tierno de ojos ámbar me mostró una perspectiva diferente de en donde me encontraba. Fue una bocanada de aire fresco. Pudo con el peso de mis problemas, y los supo manejar a la perfección. Conmigo yendo de un lado a otro sobre su espalda, me sentí en el momento y lugar indicado para... que me empezara a gustar. Claro, si estuviésemos en circunstancias normales, eso sería lo correcto. Obvio.
"Sano y correcto". ¡Qué cansino de autoridad!
Allen me leyó su libro favorito, y cocinó para mí; fue delicioso, tanto el sexo como el guisado; y su manera de amarme... El modo en cómo expresa sus emociones, sin temor a mi reacción, y les da forma usando palabras de época victoriana para decirme cuánto me ama... Eso me gusta... Me gusta mucho.
Las palabras me gustan. No él.
No es correcto que me guste un alcohólico, secuestrador y, aparte... loco.
Donnie hizo de todo menos ser gentil conmigo durante el sexo; pero, admito que, fue porque yo se lo pedí. Nos peleamos y provocamos; al menos, tenemos la misma onda; al menos, ahora sé que él planea (como yo), en distintas maneras de sacarme de quicio, cuando despierta. Además, obtuve una parte de él como factor sorpresa en el jacuzzi: su nombre real; Maximiliano Hutch.
Max...
Qué bonito nombre.
Y ahora es el turno de Mike...
Michael, alías: "puto-rubio-psicópata-texano-imbécil-buenoparanada".
Gimo en bajito de dolor, frente a su puerta, maldiciéndome mentalmente y, en mustias, por haber sido tan idiota en no haber hecho antes un contrato, en donde ponga estrictamente que me niego a ser acariciada o besada por quien yo deseé de los cuatro.
¡Maldita sea!
El hubiera no existe por una razón. ¡Ah!, pero como nos encanta utilizarlo cuando escribimos.
Son las siete de la mañana. No pude dormir en lo que me quedó de noche con Donnie. Se angustió por mí, e intentó que desistiera de mi pacto acordado con los cuatro. Me persuadió hasta el cansancio, pero... como dijo un día Meredith, mi mejor amiga: soy necia, bruta, ciega, testaruda... Ah, creo que así va una canción de Shakira. Cómo sea. He pasado demasiado tiempo aquí para poder acordarme de lo que decía de mí, en específico.
El caso es que no pienso prescindir de mis ideas e instintos, sólo porque Donnie piensa que Mike me obligará a tener relaciones sexuales con él sin mi... ¡Oh, mierda! ¿Debí haberlo escuchado, verdad?
¡Carajo!
Bueno, ahora no es momento de arrepentimientos, es hora de poner en marcha el plan para salir de aquí.
Él es el último de los puntos en mi lista a tachar, y no me echaré para atrás ahora que he llegado tan lejos.
Haré lo que sea necesario para escapar de aquí. Aunque eso implique perder mi dignidad.
¡Oh, maldición, ya suena a demencia!
Toco la puerta dos veces antes de entrar. Me dio instrucciones claras de lo que hiciera cuando me despertara. El señor "Mándame o te asesino", es inaceptable para mi personalidad agresiva, pero es mejor que afrontar al loco de los impulsos.
Mantengo un pie dentro y otro afuera, por precaución; sólo hasta que deje de pensar que el peligro es inminente.
—¿Hola? —digo, dubitativa, al ver el interior de su cuarto vacío—. ¿En dónde estás, cabrón? —musito en complicidad conmigo misma, mientras me relajo y aproximo a las entrañas de la bestia.
Detengo mis pasos y miro a detalle la cueva en donde duerme el demonio de mis pesadillas. Un poco desordenado para un tipo de supuesto puntaje alto en su cerebro. Es la primera vez que veo la intimidad del cuarto de alguno de ellos. Ahora que lo pienso, ésta es la primera impresión que esperé de Mike en cuanto lo vi.
Algunos dicen que se puede conocer mucho de las personas cuando miran sus zapatos; yo no. Yo pienso que conoces los detalles desapercibidos de una persona en la primera cita, cuando te presentas en la intimidad de su cuarto.
Y Mike me está dejando mucho que desear ahora que me encuentro de pie en su habitación. Con gusto le ayudaría a desempolvar uno de sus libros de texto, si con eso se le quita un poco lo amargado.
Mi vista se posa en un punto específico del cuarto: su mesita de noche. Y ésta, ¡cómo no!, está repleta de partículas de polvo. Iugh. Pero, aparte de ese hecho, obviamente asqueroso, hay otro que captura mi interés.
Camino hacia mi objetivo, y la tomo entre mis manos. Es un portaretratos de marco marrón, con una bonita fotografía de una madre con su hijo. La mujer es joven y guapa, rubia y simpática, con una radiante sonrisa en el rostro mientras abraza a su hijo por la espalda, y apoya su mentón en la cabeza del niño. El pequeño es rubio, enclenque y... bonito. Es un niño de once o doce años guapo como su madre.
¿Quienes serán?
—¿Qué haces? —brama, confundido e impaciente, mientras me mira con el ceño fruncido desde el umbral de la puerta—. ¿Por qué estás tocando mis cosas, ¡maldita sea!? —ruge, malhumorado, al acercarse a mí.
Ni corto ni perezoso, la tatuada y ruda mano de Mike, arrebata el portaretratos de mis manos sin cuidado o permiso de aviso, dejándome en vilo por segundos.
Mi cerebro apenas si puede procesar lo que ocurre a continuación: Mike me toma de las muñecas y me obliga a mirarlo a la cara, directamente a los ojos, profundos y sepulcrales, que podrían sentenciarme en un tribunal en las fosas del averno, —¿Cómo se te ocurre? ¿Cómo se te ocurre tocarla?
—¿Qué? ¿A quién? —digo, confundida; de verdad, no entiendo nada. De repente, miro en dirección a la fotografía y pregunto—: ¿Hablas de la señora?
Mike luce desconcertado por segundos, —¿De qué estás hablando? —Mira hacia donde mi mirada apunta—. ¿Acaso... no la reconoces?
—Am... ¿Debería?
—Sí... No... Es decir..., olvídalo —dice, recomponiéndose de su ansiedad, y volviendo a ser el mismo Mike que conozco.
Se aparta de mí, y me deja las muñecas ligeramente adoloridas. Veo mis manos, y están un tanto rojas. No creo que vaya a haber moretones, pero aun así me pondré algo más tarde.
—¿Tienes hambre? —me pregunta, cambiando abruptamente de tema—. ¿Ya desayunaste?
Lo fulmino con la mirada y expreso mi furia, —¡No, cucaracha tarada, no tengo hambre! ¡Me puedes explicar ¿qué carajo's fue todo eso?!
—Nada que tenga que ver contigo, Belladona... O eso es lo que quieres que piense —refunfuña para sí mismo.
—¿Entonces porqué me pides explicaciones?
Me mira como si estuviera loca, —No te estoy pidiendo nada.
—¿Ah, no? —digo, irónica.
—Loca —dice entonces, al cabo de segundos en silencio. Me mira de arriba abajo, examinando mi atuendo y añade—: Me gustas más cuando no tienes nada encima, cuando sólo gritas mi nombre, Belladona.
Calmo las malditas avispas en mi barriga.
—Y a mí cuando te mantienes detrás de mí —respondo, segura de mí misma, mientras me acerco a él con aire seductor—. Porque es el lugar que te corresponde.
Nos retamos con la mirada. Su altura y ojos: no me manipulan o intimidan. Trata, pero falla. Él no me da miedo, la verdad.
La mandíbula de Mike se tensa y, los músculos de sus hombros amenazan con romperse.
—No sé si estás bromeando o jodiéndome, Belladona.
—¿Y por qué no lo averiguas?
"Se está controlando, está haciendo un esfuerzo", habla la voz en mi cabeza; y sé que es verdad. Bueno, creo que por cinco minutos, ya lo he fastidiado lo suficiente. En una o dos horas volveré a atacarlo. Tomo nota mental de nuevas discusiones que surgir con él de manera espontánea, y lo dejo en paz.
—Tengo hambre —digo cambiando de tema.
Su ceja se alza con cinismo, y de manera despectiva dice:
—No se nota.
Mi vesícula biliar estalla, —¡¿Me dijiste gorda, estúpido?!
—No —responde, divertido y sin titubear—. ¿A quién no le gusta un trasero gigante o tetas de sandías? —dice; no sé si en plan buena onda, o, irónicamente. Pero, como estoy que me lleva la madre de la chingada, no analizo su tono de voz con precaución, y... el fuego hace contacto con la pólvora.
O sea que sí: exploto.
—¡Púdrete, maldito psicópata de mierda! —espeto con frialdad y rudeza.
Ah, y también le escupo.
Sé que parezco una marrana de tercer grado escupiendo a los pies de un pendejo como él, pero me da igual. Mike se lo ha buscado.
Las facciones del rubio ni se inmutan cuando absorbe mi golpe, y algo peligroso brilla en sus pupilas, cuando toma —con riesgo a perder la mano— mi cintura, y me pega a su cuerpo como si él y yo estuviéramos unidos con pegamento. Como esa vez hace días en el baño de mi cuarto.
Oh, carajo.
Los colores se alborotan en mi pecho, cuello y orejas, cuando rememoro los sucesos que dieron lugar a las sensaciones que experimentó mi ano.
Ay, carajo, algo en mí se está incendiando.
Una sonrisa socarrona se dibuja en el rostro de mi burlesco amado, y me pongo caliente. Me cago en...
—¿Qué? ¿Te estás excitando?
—No.
—¿No, Belladona?
—No, yo... Te odio.
—Ahora: me odias.
—Te odiaré para toda la vida —le prometo con la respiración en un hilo. Me están gustando las fuerzas de sus brazos alrededor de mi cuerpo; siento que tiene la capacidad de exprimirme si lo deseara.
Intento alejarme, y él me pega aún más a él, haciéndome estremecer.
—Bueno, la vida es larga —responde.
—Para ti no lo será —digo, y al segundo me arrepiento.
Sus ojos se oscurecen, y algo en su interior hierve de rabia. Oh, no. Una de sus manos se adueña de la parte posterior de mi cabeza, y me atrae hacia su boca con dominio; pero sin besarme. Su nariz choca con la mía. Estoy de puntitas. Me duele el puño que ha hecho con mi pelo, y me las ingenio para no chillar en su carita de idiota.
No cierro los ojos. Mi instinto me grita que los cierre por temor a presenciar su reacción, pero mi testarudez no acepta su consejo.
Volvemos a retarnos con la mirada, —Cierra los ojos, Ret —exige en una orden.
Niego con la cabeza.
—Cierra los ojos. No quiero que me mires.
—¿Por qué? ¿Qué me quieres hacer?... ¿Volver a violarme? —pregunto en un audaz movimiento, que sé que me costará caro.
Las facciones de Mike endurecen, y siento que el puño en mi pelo arranca parte de mi cuero cabelludo en una horrible acción imperativa.
—¿Qué? —espeto, prepotente—. ¿Qué pasa, Michael? ¿Te encabrona que no me haya gustado tu salvaje acto?, ¿que haya fingido? ¿Incluso cuando te dije que era tuya? —Me rio en su cara de pocos amigos, con ponzoña en mi hablar—. ¿En serio te creíste lo que te dije, cierto? Wow, soy muy buena actriz.
La mano que sostiene mi cadera se eleva y, amenaza con cruzar mi cara en un seco movimiento. Maldito cabrón. Grito. Me encojo por el espanto de milésimas de segundos, y cierro los ojos en un apuro angustiado.
Justo cuando creo que su palma impactará contra mi mejilla, el muy cobarde detiene su ademán y, en lugar de arrebatarme mi primera bofetada, posa su mano en mi nuca y me atrae hacia sus ásperos labios.
Me besa.
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