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Capítulo 36

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«SEMANA DEL INFIERNO:

(3.º) DÍA CON DONNIE»

Meditabunda, acostada en mi cama, recuerdo los minutos que pasé al lado de Allen, antes de que Donnie venga a buscarme.

Aún siento su presencia... Aún puedo sentirlo a mi lado, dentro de mí. Y sus manos, unas que fácilmente podrían romper mi cuello, o, sostener con la misma adoración que mi cuerpo, una botella de vino..., me vienen a la mente.

El modo en cómo me habla... Ese estilo tan extraño de época que tiene para hablarme... ¡a mí!, a su amada. Eso es único. Él es único. Si no fuera un bebedor empedernido sería el chico perfecto.

Ay, carajo.

Me siento atraída por él. Y no lo pienso como una pregunta o una sugerencia por mi atolondrado subconsciente adicto al sexo. Lo digo de verdad. Lo estoy afirmando.

Siento algo igual por Jared, una infinita ternura que me atrae hacia él, y me obliga a confiar ciegamente en todo lo que él diga. ¿Será amor o aprecio? Me gustan los dos; eso es seguro. Pero... ¿de la misma forma? No, en definitiva, no. No me conviene comparar lo que siento por el otro en momentos cruciales como estos. Se supone que debo encontrar una manera de despistar a Donnie para poder escapar.

Ahora sí lo digo en serio: hoy me escapo de aquí.

Tengo que escapar de aquí. Tengo que escapar de aquí.

No debo olvidar la misión. No debo olvidar la misión.

Estos sentimientos no deben ofuscar mi plan de escape.

No debe tardar en llegar.

Debo prepararme.

Me doy una ducha rápida, y hago mi tratamiento de belleza frente al espejo. No me esfuerzo en maquillarme porque sé que no saldremos; siempre han sido citas dentro de esta choza con calefacción en los cuartos y cocina de primera mano. Además, no necesito maquillarme o usar brillo labial. Jared dice que mis labios se ven mejor, sin esos productos que despistan el color natural en mis labios. Y Allen, justo ayer, a media noche, me dijo que mis ojos son demasiado brillantes como para ponerme esas líneas que machacan su grandeza natural.

Ese par...

Abro la puerta del baño, con la ropa interior a la vista, mientras seco los rizos de mi pelo con una toalla especial de baño.

Poso los ojos en mi cama tendida hace minutos, y descubro un paquete con listón rojo en medio de ésta, con una nota rosa doblada a la mitad. ¿Qué será? O, mejor dicho, ¿quién la puso ahí?

Contesto mi propia interrogante, cuando camino hacia ese regalo de aspecto promedio, lo pongo en mi regazo al sentarme a los pies de la cama, y leo la nota a modo de orden que dice: «Póntelo esta noche. Te amo.»

Decido no provocarlo y consentir su ego. Al fin y al cabo, no tengo un vestido o una falda bonita que modelar para ninguno. Y conociéndolo... Será mejor usar lo que hay en esta caja.

Quito la tapa y descubro su contenido.

¡Oh, fuck!

€€€

Éste no es el vestido menos bonito que he usado en mi vida, pero tampoco es lo que imaginé cuando abrí el obsequio de Donnie. El de mi fiesta de primera comunión fue peor; sólo eso diré.

Me observo frente al espejo de cuerpo completo, y pongo una boca de pato ante la imagen que estoy mostrando. El vestido en sí no es tan escotado o seductor. Está en mi color favorito: negro. Es largo, hasta mis rodillas. No tiene adornos o flores de bordado como acostumbro a usar, y su tela es suave y delicada como algodón.

No me veo fea. Pero tuve que elevar mi pelo en una alta coleta de caballo para que mi cuello se apreciara.

Toc-Toc.

Tocan a mi puerta.

Calmo los nervios iniciales que tengo antes de verlos, a cada uno de ellos, y relamo y muerdo mis labios mientras controlo mi respiración. Doy pasos cautos con estas zapatillas de doce centímetros, y con mucha dificultad en los pies, tomo la perilla como método de supervivencia y abro la puerta.

Mientras lo veo, y él me ve a mí, con la misma sensación atrayente en las barrigas, me pregunto: ¿por qué me compraría tacones de doce centímetros?

Sí, ya sé. En lugar de andar viendo lo guapo que está el alto y sensual morenazo en el umbral de mi cuarto, mi cabeza no deja de descifrar los callejones por los que corre mi confundido corazón.

Dado que jamás tendré respuesta con la boca cerrada, decido entreabrirla para dar inicio a una conversación que, la verdad, no puedo comenzar por el maldito revoltijo en mi cabeza. Me quedo sin habla en cuanto noto su vestimenta.

Madre de Dios, qué guapo está.

Viste un elegante traje con camisa y corbata negra. Lo que llama mi atención son sus tenis de claro uso, en lugar de usar unos zapatos negros boleados que combinen con el resto de su traje.

Mi entrecejo se frunce, pero no digo nada. No debo atacarlo, cuando él no ha abierto la boca para decir nada sobre la manera en cómo me estoy parando. Tengo los piecitos chuecos.

Donnie me mira..., me mira y mira hasta que finalmente, con una nota burlona en la voz, dice:

—Pareces ganso.

Se me olvida la buena educación de mis tutores cuando espeto:

—Tú cállate. —Lo miro de arriba abajo y, sin pensar en nada más que herirlo, digo—: ¿Por qué te vestiste así?, ¿vas a ir a un funeral o qué? ¿Y esos zapatos? ¿No te alcanzó para comprarte los de oficina?

—Al menos, mis rodillas no están juntas y mis pies separados.

—¡¿Cómo?! —replico. ¡Será prepotente! Y yo seré peor por seguirle la corriente—. Eres un grosero, estás mal vestido y tu colonia me asquea las células del cuerpo. Te odio. No te amo y jamás lo haré.

Su sonrisa maliciosa me dice lo contrario, a cualquier pensamiento negativo que tuviera en mente para lanzarle, mientras me dirige una mirada petulante y satisfecha.

Ha disfrutado cada segundo de mi arranque de ira; eso que ni que. Me hierve la sangre de tan solo ver su sonrisa.

Sin nada más en mente que espetar, digo lo único que se me ocurre para seguir hiriéndolo:

—Te ves ridículo.

—Y tú te ves preciosa —me contradice con su actitud y personalidad madura. No lo soporto.

—¡Ah!, ¿ahora sí soy preciosa? ¿En dónde quedó lo de gansa estúpida?

—No me levantes falsos, amor. Yo jamás he creído o te he dicho que seas estúpida. Pienso que eres una mujer fuerte con una voluntad independiente.

Hago hasta lo imposible por que no vea la alegría en la comisura de mi boca. Me ha gustado lo que me ha dicho; no lo negaré jamás.

—Wow, ¿citando a Brontë? ¿En serio estás tan enamorado de mí? —pregunto, medio irónica y curiosa. ¡No hay quien me entienda!

—Es inexorable —dice, y me remata. Con eso ya ha dominado mi impulsivo corazón.

No es la primera vez que escucho en palabras los sentimientos de estos cuatro imbéciles que juran amarme. Pero sí que uno afirma, en una sola, el deseo que expresa el amor que siente por mí.

Me hago la desinteresada mientras pregunto:

—¿En serio?

—Sí. —Ni siquiera duda en responder.

Lo miro a los ojos, y la duda que en constancias me carcome sobre el amor y las avecillas, no me roba el aliento (en el mal sentido) como antes. No en este momento. Es como si él inspirara confianza.

Carajo, ahora la que caí primero fui yo.

Donnie se acerca, mostrando esa puta seguridad que me impacta y gusta en un hombre; y más en uno que viste un traje. Sus ojos escanean con admiración los míos, mientras dice sin pizca de humor y obvia dulzura:

—Te ves preciosa, Neferet.

Sonrío; él sonríe, —Gracias —digo con las mejillas sonrosadas. Parezco novata.

Sus labios están a escasos centímetros de los míos. ¡Quiere besarme! Y yo quiero que lo haga. Bueno, no. Bueno, sí. A lo mejor quiero y tampoco sé. No sé si quiera que lo haga. Aún no hemos cenado. ¡Él hambre me está jugando una mala pasada!; debe ser eso.

—Oh, Ret, Ret, Ret. —Mierda, tres «Ret». Debe ser algo serio. Me crispo antes de que pueda añadir su amenaza—: Como se te ocurra escapar hoy... te juro que asesino a Mike enfrente de ti.

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