Capítulo 32
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«SEMANA DEL INFIERNO:
(1.er) DÍA CON JARED»
Nunca me han llevado de caballito a ninguna parte. Siempre lo consideré una actividad estúpida e infantil. De hecho, cuando Carlos intentó hacerlo, y tuvo éxito en conseguir un asentimiento de mi parte, me sentí súper incómoda. Me faltaron agallas para decirle que no me gustaba lo que pasaba, el cómo la gente nos miraba, y algunas brutas de la escuela se reían de verme montando a mi novio.
¿Por qué no siento eso ahora?
¿Por qué Jared no despierta en mí sensaciones embarazosas? ¿Qué tiene de especial? ¿Cuál es la diferencia entre su espalda y la de mi novio?
¿Por qué me atormento con eso?
No se supone que deba buscar migajas en sus ropas, o reconocer las diferencias entre dos de los hombres que aseguran amarme. Yo amo a Carlos, no a Jared. Sólo está siendo amable, como yo. No existe nada o habrá nada entre ellos. Ya tengo un novio, no necesito dos, o cuatro.
¿Qué hago pensando en esto? Me pregunto si Jared podrá oír mis pensamientos desde aquí. A veces tiendo a pensar en voz alta.
—¿Te gusta este sendero? —me pregunta, haciendo un ligero golpe a mi trasero.
¿Me acaba de dar una semi nalgada? ¡Aprovechado!
—Es bonito —digo, escueta.
—¿Estás enojada?
—No, sólo he estado pensando en lo que ha pasado con mi vida. Últimamente parece que todos estuvieran ocultándome algo.
—Tu sexto sentido no te engaña.
—¿Qué me han estado ocultando, además de la obviedad en sus falsos nombres?
—En que somos hermanos de sangre.
—Créeme, Jared. Eso lo deduje sola.
—¿Por qué? ¿No nos parecemos en nada, de verdad?
—Por favor... Ni siquiera tienen el mismo color de ojos, o la piel...
—No te olvides del acento de Mike.
Se me contrae el estómago, —El rubio no me preocupa.
Jared detiene sus pasos, y gira levemente la cabeza para mirarme sobre su hombro, —No digas eso, mi vida.
—¿Por qué no? Es lo que siento, puro desprecio. Se ha ganado a pulso que lo odie.
—No digas eso, por favor —me pide—. Si conocieras toda la historia. Si supieras lo que ha tenido que pasar para mantenerte a salvo...
—¿«Mantenerme a salvo»? ¿De quién?, ¿mi padre?, ¿el mundo? ¿Quién con exactitud?
—No puedo decírtelo, yo no. Pero te prometo que pronto lo sabrás, si eso deseas. Aunque espero que no, que desistas de querer darle sentido a todo. ¿No has pensando que, tal vez, tengamos que ocultarte cosas para salvarte de la realidad?, ¿para no lastimarte?
—No deseo que me salves, ni tú, ni nadie —digo, muy seria en mis palabras—. Y no, jamás podré olvidar cómo inicio esto, porque siempre querré conocer sus razones o motivos para secuestrarme. Quiero respuestas, no putas mentiras. Yo sabré reconocer cuándo me duela o no la verdad.
—Ojalá pienses igual en la mañana, porque si sigues por el mismo camino que hoy, te aseguro que no tardarás en que alguno de mis hermanos te cuente la verdad.
—Eso es suficiente para mí. Ahora, por favor, ¿quisieras continuar con este lindo paseo?
—¿Antes de que me fractures la espalda? —pregunta, en broma—. Sí, yo creo que sí.
Retoma la caminata y entonces le pregunto:
—¿Me dijiste gorda?
—Sólo en la parte del sostén.
Me echo a reír, entrelazando mis piernas alrededor de su cintura, mis brazos conquistando su cuello como una bufanda, y reclinando los cinco kilos de mis tetas sobre su fuerte y delgada espalda.
—Mejor bájame, antes de que te fracture la columna —sugiero, muerta de la risa.
—Oye, mi vida, soy súper fuerte. Más de lo crees.
—Oh, sí, no lo dudo —respondo, asintiendo con burla.
—¿Ah, no me crees? —dice, riéndose.
—¿Mmm...? No —contesto, cantarín.
—Ya verás, Ret. Te lo voy a demostrar —asegura, sonriendo, tomando carrerilla en el sendero, acelerando el paso hasta ponerse a correr conmigo sobre su espalda, haciéndome reír como una posesa, llevándose con ese acto mis ideas sobre escapar de aquí, y floreciendo en ambos risas prósperas de alegría.
De los cuatro, nunca creí que él fuera el primero en hacerme volar. Me sentí tan liviana, como nunca antes, en mis dieciocho años de vida.
Y así fue por unas horas: con él haciéndome girar sobre su espalda, llevándome a cualquier parte donde cada cosilla en los árboles me llamara la atención, viendo el cielo y las nubes con formas esparcidas arriba de nosotros, sacándome una de miles de sonrisas a su lado, dejándome en claro que planea coleccionar centenares de momentos en colores suaves y pasionales conmigo.
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Me sorprende que siga erguido y completo, al final de este día agotador y encantador, que aún quiera tomar mi mano y llevarme sin una pizca de enojo o explicación a mi cuarto.
Después de los roces en confrontación que hemos pasado juntos, yo no querría estar conmigo en una misma habitación. Jared es... un caballero. Me gusta su ternura, su dulzura y hermosa actitud. Es como un sabio escudero bajito con ropas de anciano. Y pecoso.
Me excita, tengo que admitirlo. Y el sueño húmedo que tuve hace unos días no ayuda a concentrarme en mis pasos o en dónde pongo mis ojos cuando intento despedirme de él.
—Bueno, aquí estamos —dice, con las manos metidas en sus bolsillos.
—Sí.
—Fue un día...
—¿Bonito?
—Intenso —termina por decir—. Te compartí un gran secreto, y tú me dijiste lo que te gusta y disgusta y quisieras más que a nada en la vida.
—Sí, es verdad... Aunque, nunca te dije qué me apasiona.
—Cierto. Es que no quería incomodarte con mi insistencia. Supuse que aún no estabas listas para confesarlo.
Le entra el nervio cuando me acerco, segura de mí misma, con mis ojos puestos en él, en su cara, sus facciones y, en su larga y recta nariz, que me provoca mariposas en la barriga.
Lo beso. Lo beso lento, calmada, como si la noche fuera nuestra, como si no estuviera siendo una ramera que olvidó que tiene novio, y que es más infiel ahora por las emociones despertadas en este chico de converses sucias, que un acto físico con un intolerable rubio.
Mando a volar a Carlos. Lo hago, porque deseo ser feliz viviendo a ratos con mi amigo de cabello rizado, a tener una decente relación con un novio de a ratos incómodos.
Lo atraigo aún más a mí, envolviendo mis brazos alrededor de su cuello, queriéndolo sentir más cerca de ser posible.
No rompo nuestro beso cuando abro la puerta de mi cuarto, y ambos nos introducimos en éste, haciendo crecer la excitación y las punzadas al centro de mi vagina.
Lo desnudo, y él a mí. Sus labios y caricias a mis pechos, vientre, piernas, espalda y trasero son bien recibidas.
Soy recíproca con él, yo también beso cada centímetro de su piel. Sí... cada centímetro de su carne también. Sabe rico cuando me la meto a la boca, chupo y mis mejillas se hunden y succionan sus jugos.
La única verga que me he metido a la boca es la de Carlos. No creí que otra me supiera igual de deliciosa y fácil de complacer como la de mi novio.
Cuando termino de complacerlo, él hace lo mismo por mí. Juega con mis tetas mientras su lengua viaja hacia ese único punto en mi sexo, que sirve para estimularme al grado de venirme en segundos.
Jared se traga mi orgasmo. Me los da a probar cuando me besa, y lo reparte por el resto de mi cuerpo con sus suaves labios sobre mi sensible piel, que se eriza al sentir su contacto.
Yacemos ahí, acostados, en mi cama, abrazando nuestra desnudez, cubiertos por una delicada sábana blanca.
No hicimos el amor, pero no desaprovechamos la oportunidad de colmarnos el alma de besos y dulces caricias.
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