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Capítulo 31

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«SEMANA DEL INFIERNO:

(1.er) DÍA CON JARED»

—Entonces... ¿llamaste a tus bubis: «niñas»? —comenta, divertido.

Me rio de él, y también de la situación. Pero, en especial, de las palabras que ocupó con exactitud. Iguales a las mías.

—¿De qué te ríes? —pregunta, sonriente.

—No sé qué es más placentero, lo ridículo que se oye, o lo gracioso que se escucha oírlo precisamente de ti.

—¿De qué hablas?

Levanto la vista, y lo miro achicando los ojos.

—De que eres una ternura, amable y comprensivo. Pero, creo que ya te lo había dicho, ¿no?

—No en ese tono, y nunca con esa genuina felicidad en tus ojos.

Mi sonrisa se ensancha como la del Gato Risón, —Qué cursi.

Se ríe conmigo.

—Am... ¿Jared?

—Tengo más pudín de chocolate, descuida.

—No —vuelvo a reírme—. ¿Puedo hacerte un extraño cumplido?

—Claro.

—De los cuatro idiotas, que me secuestraron, tú eres el que mejor me cae.

—Ya te la tenías guardada, ¿verdad? —me pregunta, mirándome desde arriba con dicha.

Dudo al responder, —Sólo un poco... —Vuelvo a acomodarme en su pecho, y dejo que su mano se enrosque en los rizos esponjados de mi pelo.

Disfrutamos de la calma, y los sonidos del bosque.

—Ret —me llama, serio, disminuyendo el aire de confidencialidad que se estaba formando entre nosotros.

—¿Sí?

—No me engañes —me pide.

Vuelvo a levantar la vista de la calidez de su cuerpo, —No lo haré. Pregunta lo que quieras —lo animo.

—¿Planeas escapar esta noche?

Eso me toma por sorpresa.

Mierda, ¿qué respondo?

Me pidió que no lo engañara, y se supone que debo ganarme su confianza. Pero si le digo la verdad, entonces... se lo dirá a sus hermanos.

Ay, carajo.

—Mmm... No esta noche —digo, dubitativa.

—¿Y el trato?

—Jared, aunque quisiera no podría quedarme. No con ustedes.

—¿Por qué no?

Me separo de él, de todas maneras la magia se ha extinguido, —Porque no sería correcto, menos sano. Jared, tú y tus hermanos me secuestraron y, además, suena un poco enfermizo que los cuatro quieran a una sola mujer. ¿Desde cuando han planeado esto? ¿Están obsesionados conmigo?

Se levanta de la manta y aleja unos pasos, —No tienes idea de lo mucho que te amamos, ¿verdad?

Me quedo sentada en mi posición, —Ni siquiera los conozco. Es imposible sentir algo por una persona, o en este caso, cuatro personas que aseguran que me conocen y aman. ¿Entiendes lo que digo?

—No, así como tú no entiendes nada de lo que yo hablo.

Me levanto y acorto la distancia entre nosotros. Mis manos toman con cariño sus mejillas, sus fríos y pálidos cachetes tiemblan ante mi contacto, —Jared...

—Estás helada —señala, quitando mis manos de su posición actual, envolviéndolas con las suyas y dándome calor, soplando aire caliente en ellas—. Qué bonitas manos —comenta en bajito—. ¿Sabes cómo se verían más hermosas?

—Por favor, no me pidas matrimonio ahora —le pido.

—Aún eres joven. No te haría eso.

—¿Lo impedirías también? —le pregunto, algo esperanzada.

—No —dice—. No es de mi incumbencia saber qué hacen mis hermanos contigo.

—Vaya... ¿Nunca podré darte celos, no es así?

—No.

—Todo lo que sale de tu boca es «No».

—Lo siento, mi vida —dice, torturándome lentamente, con su necedad de mantenerme aquí, como su prisionera—. Te amo.

Me muerdo el labio, auxiliándome a mí misma, para no romper en llanto. Quito mi mano con premura de las suyas, y retrocedo los pasos que había dado para alcanzar su rostro.

—Eso no es amor, se llama obsesión. Y esto —nos señalo—, es un negocio. Ojalá y no olvides tu parte del trato.

—No lo he hecho, así como espero que tú no olvides la tuya.

—Sí, lo sé. No huiré y me dedicaré a hacer mi parte en esta especie de relación —digo, asqueada, de haber aceptado tremenda estupidez.

Pero era la única forma. Ese era mi chance para salir viva de esa choza. Al menos, para respirar aire fresco.

Jared me mira, con el entrecejo arrugado, —Cómo me hubiera gustado que empezaras diciendo que nos amarás sin condiciones.

—Lo lamento, Jared. Pero no puedo prometer que los amaré. No creo que sea posible.

—No, no me consueles. Y no vuelvas a decir eso —me pide, casi suplica en una orden.

—Jared...

—Ya querrás —asegura, esperanzado—. Mike dijo que ya querrías, y yo confío en la palabra de mi hermano. Ya querrás —se repite, ensimismado en algún recuerdo.

No quiero romper su burbuja emocional, pero necesita oírlo, —Jared...

—Mi nombre es Noah —confiesa, dejándome estática—. Noah Bishop.

—¿Qué?

—Nos cambiamos el nombre hace años —dice, sintiéndose pequeño, al manifestar su vulnerabilidad delante de mí.

—¿Por qué?

—Era necesario.

—Eso no es suficiente, no es una respuesta.

—Teníamos que, mi vida. No tienes idea de las cosas que tuvimos que hacer para salir vivos de ese lugar.

—¿De qué lugar hablas, Jared? No te entiendo.

Me mira, a microsegundos, pensando en alguien o algún hecho del pasado que lo haya marcado como persona. Esa expresión la he visto cien veces en el espejo.

—Ya no quiero hablar, sólo quiero estar junto a ti —dice, acercándose a mí, hasta tenerme en frente de su corazón.

—Pero...

Antes de poder decir algo más, me envuelve y estrecha entre sus brazos, dejándome sin habla e intercambiando papeles de control y dominio. Ahora yo luzco tan pequeña con su abrazo.

—Ya no hablemos más por hoy. Mejor..., cuéntame sobre lo que te gusta, disgusta y quieres más que nada en el mundo. ¿Qué te apasiona? —pregunta, ilusionado.

Bueno, si realmente quiere conocerme, y yo de verdad quiero salir de aquí, entonces... monedita de plata (así es como le llamo a mi único tiro de partida), tiene que saber todo sobre mí, incluso lo que le oculto a los que amo para mantener una imagen digna de su aprobación, —Me gustan las carreras de caballos, me disgusta que los hombres dejen la tapa del baño levantada..., y lo que quiero, más que nada en el mundo, es ver a mi madre aunque sea una vez, para decirle cuánto amo el maravilloso regalo que me dio al darme la vida.

—Apuesto a que tu madre estaría encantada de verte.

—Si mi madre jamás me conoció, ¿tú crees que podría reconocerme en una multitud?

—¿Estás loca? —dice, irónico—. Yo te reconocí a primera vista desde la última vez que nos vimos, y estabas rodeada de diferentes mujeres con vestidos casi idénticos.

Arrugo mi entrecejo, confundida, —¿Desde la última vez que nos vimos?

—Eso fue hace mucho tiempo.

Esas respuestas a medias me empiezan a dar dolor de cabeza.

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Ha sido una mañana encantadora. Bueno, a excepción de la confrontación a mis sentimientos por mi fallecida madre, y la mini discusión que tuvimos sobre este acuerdo que, al final, no le convendrá a ninguno de los cinco.

Lo mejor será dejar de levantar sospechas por un tiempo. Además, hoy es su día, y no quiero seguir arruinándoselo. Se nota que se está esforzando demasiado para no perder los estribos. Le debo una tarde maravillosa.

—¿Te apetece ir a caminar? —propongo, levantándome del mantel, sonriéndole a su cara de niño enfurecido.

—Claro... ¿No es un truco para hacerme bajar la guardia, verdad?

—No, no lo es.

Duda, antes de levantarse, pero lo hace y me mira con una sincera sonrisa, —De acuerdo.

Hago un esfuerzo, extendiendo mi mano en su dirección, sonriéndole por igual, —Vamos.

Se sorprende al principio, pero acepta, sonriente y reanimado como un niño, —Vamos.

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