Capítulo 28
🥀 BEATRIZ 🥀
«EL PASADO PUEDE DOLER... PERO, SEGÚN LO VEO, PUEDES O HUIR DE ÉL, O... APRENDER.
O alguna mierda por el estilo del REY LEÓN»
Hace 10 años...
—Bueno, usted es una competente enfermera y pedagoga. Tiene todos sus papeles en regla. También es psicóloga. ¡Vaya, incluso sabe hablar Alemán! —se sorprendió. Elevó sus ojos de mis estudios universitarios, con maestros particulares, y añadió—: ¿Tiene esposo?
Negué suavemente con la cabeza, sonriendo, —No, el matrimonio y yo no nos llevamos bien.
—Bueno, aún es joven y bonita. Seguro encontrará a alguien pronto.
—Seguro —vacilé de dientes para afuera, mirando fijamente el florero vacío, a centímetros de su codo.
—Bien... —suspiró la obesa mujer de lentes puntiagudos y blusas ridículas—. Una última pregunta y estará lista para trabajar.
—Por supuesto —la animé a proseguir.
La señora Moore me miró, atenta y hostil, cuando se inclinó para apreciar mejor mis facciones, —¿Por qué elegir este trabajo, señorita Young?
—Me gustan los retos. Me advirtieron que es... difícil —dudé en decir.
Moore se jactó con mi respuesta, expresándolo con múltiples espasmos envueltos en carcajadas. Fue como ver a Santa Claus reír, —¡Vaya que lo es! No tiene idea de en lo que se está metiendo —dijo, en un sutil tono de amenaza. Se levantó del sillón rojo, y se paseó como un elefante por la habitación. Posó su frondosa silueta frente a la ventana, viendo a través de la delgada cortina blanca, y agregó—: No sólo es difícil, señorita Young. Esa niña es peor que el demonio —aseguró, con voz sombría.
Sonreí, complacida. Fue fácil hacerme la idiota, —¿Perdón? ¿A qué se refiere, señora Moore?
Pero ella no me respondió. Estaba ocupada rememorando sus penas o disgustos junto a esa niña.
Al final, giró sobre sus talones, y me miró como si nada pasara o atravesara su mente, pero sonriéndome con miedo en los ojos, —A nada. No me refiero a nada, señorita Young.
Fingí no darme cuenta de su lapsus, y me concentré en contestar sus próximas preguntas.
Estaba segura que me darían el trabajo. Era una mujer calificada y con referencias de anteriores hospitales y mejores escuelas del país. Para los padres era como su maestra particular de Harvard. Gano 3,000 dólares a la semana, con seguro médico y plan dental.
Vivo de esto: cuidar niños. Soy Pedagoga, Psicóloga y Enfermera. El paquete completo. Además, amo a los niños. Siempre he querido hijos, pequeñas versiones de mí corriendo por ahí, con las manos manchadas de pintura, o restos de pastel en la cara como prueba de su impaciencia en postres.
Todas mis amigas tienen hijos o están casadas. Yo soy la única solterona con problemas en el útero.
Dominé esa entrevista de trabajo. Sería la niñera certificada de la hija de un hombre poderoso, manipulador, obsesionado con el dinero, y en robarse los negocios de sus contrincantes.
Bruce Heathcote era mi jefe, el padre de Neferet Heathcote, su única hija y heredera de la fortuna, empresas y acciones de diversas corporaciones que involucran a su padre.
Niña de ocho años. Pelirroja. Rizada. Ojos azules. Personalidad fuerte. Boca de camionero. Actitud rigurosa. Carácter independiente. Callada. Reservada. Tímida. Estable cuando no la provocas. No le asusta la oscuridad o las historias de terror.
En aspecto es hermosa. Por dentro es una fiera. "Un demonio", como la simplificó la señora Moore.
Hace un año tuvo un incidente en su anterior escuela, con una niña mayor que ella llamada Lisa Meyer. La chica se rompió dos costillas, y tuvieron que darle doce puntadas a su brazo. Al parecer, cierta pelirroja en reyerta, decidió usar una navaja, en contra de su oponente.
Sus padres demandaron a la escuela, e hicieron que expulsaran a Ret. Como consecuencia, la niña tuvo que pasar seis meses de aislamiento en esta casita alejada de la sociedad, en medio del bosque.
Las terapias y educación en casa fueron ideas del señor Heathcote. Siempre creyó que a su hija le faltaban un par de tornillos.
¡Lo que era una total estupidez!
Porque... Ret no estaba loca, sólo dolida y enojada. Tenía amigas: sí. Una vida: sí. Un chico dulce que se preocupaba por ella: sí. Pero... lo único que no podía tener, era un padre. Ese fue su anhelo más grande: una figura paterna que la quisiera.
Su madre había muerto en el parto, y su padre la odiaba por ello desde entonces. La culpaba y repelía, aún más, porque la pequeña se parecía a su madre Livana. Para Bruce fue como recibir una bofetada del destino. Y... si algo aprendí de mi jefe, era que no creía en las coincidencias, o entendía el sentido del humor de Dios.
No fue sencillo para mí, ver el comportamiento pasivo agresivo de Bruce hacia su hija, y no decir nada al respecto. Gritaba, maldecía, y también golpeaba las paredes. No me extrañó que Ret adoptara sus ataques violentos de ira. Era obvio quién fue el paciente cero en su guerra contra ella misma.
Pero no podía decir nada. Idiota no era. Sabía que, si decía algo, el señor Heathcote me mandaría lejos o hundiría. Me separarían de Ret. Amaba a esa niña más que a nada en el mundo. No permitiría que me la arrebataran.
Así que: boca cerrada.
Y me callé. Mantuve un bajo perfil. Decidí no decir varias cosas o levantar la voz. Fue más difícil de lo que pensé, pero lo logré.
Se parecía a su madre, pero... en esencia, era igual a su padre. Y creo que eso incomodaba a Bruce, más de lo que se atrevía a admitir. Le molestaba que, una parte de él, viviera en Ret. No quería tener relación alguna con ella.
Con el tiempo, su hija lo entendió. Yo me aseguré de ello. No soportaba su llanto, tristeza o angustia reflejada en su cara, cuando hablaba del poco interés que su padre le mostraba dos veces a la semana, cuando venía a visitarla.
Una tiene que saber cuando no la quieren, y no seguir sufriendo por eso. Tenía que entenderlo.
Se echó a llorar en mis brazos, cuando escuchó a su padre decir al teléfono, que su hija es el único error que no puede desaparecer, —¿Por qué mi papá no me quiere?
La consolé, lo mejor que pude, considerando que yo también estaba ahogando mis lágrimas, abrazando su frágil cuerpo y acariciando, como una madre haría con su hijo, su cabeza.
—¡Él me odia! ¡Él me odia!
—No, cariño. Él no te odia —dije, aunque no me creyera ni yo mis palabras—. Sólo está asustado.
—No, no. No me mientas. Él me odia. Yo sé que tú sabes —sollozó.
Tragué grueso, era hora de enfrentar la verdad. Ella merecía saberla.
Sorbí mi nariz y la hice mirarme, —Escucha, cariño. —Su carita gris, y abatimiento en sus pestañas al parpadear y derramar lágrimas dolorosas, fue mi combustible. Me dolió verla así, pero prefería que caminara con sus sentidos alertas, a seguir pudriéndose en su ignorancia. Su padre no se merecía sus lágrimas—. Tu padre es un hombre muy poderoso. Tiene demasiado dinero y enemigos. Puede hacer lo que quiera, y navegar en la oscuridad a confianza. Domina el bajo mundo. Es rico, pero también muy estúpido por no ver más allá de su nariz, y permitirse perder tu valiosa infancia y tiempo.
Las manitas de Ret limpiaron sus pestañas caídas, y rastros de lágrimas abajo de sus ojos. Tomé su mentón y nuestros ojos de igual color se miraron, —Mírame, hija. Ningún hombre merece tu atención. Ellos tienen que venir a ti. Qué se joda tu padre por no apreciar la maravilla que tiene de hija. No gastes tu tiempo y energía en querer a un sujeto que no te valora. Incluso si ese hombre es tu padre, tú no debes pensar en si te quiere o no, en si te aprecia o no, en si busca de ti orgullo o amor. No es tu deber agobiarte por cosas así. Si no te quieren, no te quieren. Punto. No hay más. No releas la página, sólo cámbiala. ¿Entiendes?
Sus facciones dejaron de estar tristes y, ausentes a mi explicación por segundos, mientras asimilaba mis palabras. Al parecer, fueron suficiente para hacerla reaccionar. Ella asintió en respuesta, dejando salir un poquito lastimero: «De acuerdo».
Volví a abrazarla. Nos quedamos así: quietas, con ella llorando en mis brazos, y yo silenciando cada lágrima que escapara de mí. No estaba en posición de mostrar debilidad. Ret me necesitaba entera. Y eso hice. La abracé como debieron abrazarla desde el primer día que la cargó una extraña, en vez de su padre.
Ella me necesitaba. Así como el niño que nos espiaba a través de la ventana de nuestra humilde choza. Él también me necesita. Ethan y sus hermanos. No sabía hasta qué punto. Cuando me tiré de cabeza a la piscina por ellos, y me di cuenta de que no sabía nadar, ya era demasiado tarde.
Nuestras clases favoritas eran al aire libre. Educación Física le caía de maravilla. Le encantaba hacer ejercicio. ¡Y a mí también!
Corrimos por el campo, nos introducimos en el bosque, los aromas y las vallas nos refrescaron. La sombra de los fuertes árboles y sabios robles: fueron nuestro refugio. Los cantos de las aves nos atrajeron y condujeron por caminos que, pronto descubriríamos, que necesitarían de nuestra ayuda.
—¿Quién vive allí, señorita Young? —dijo Ret, señalando un edificio gris con enredaderas adheridas a sus paredes. Estaba hundiéndose en la tierra fértil. La naturaleza se lo estaba devorando.
—Ay, no lo sé, cariño. —Dudé que alguien estuviera viviendo ahí. No se veía seguro.
—¿Investigamos?
—No, cariño. Regresemos a casa —pedí y ordené a la vez. Algo en ese lugar me dio mala espina.
Después de una hora considerable de ejercicios, sacamos la colchoneta, y pasamos el resto de la tarde leyendo al aire libre. Hacía un día precioso. Mientras Ret leía Alicia en el País de las Maravillas en voz alta, yo comía mis uvas.
Detecté movimiento a mi izquierda.
Los arbustos se movieron inquietos.
Alguien nos estaba espiando.
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