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Capítulo 20

JARED

«ES NUESTRA, NO SÓLO TUYA»

—¡¿Cómo pueden estar tan tranquilos en un momento como este?! —vocifero en un desespero—. ¡Ret podría estar sufriendo una de las peores noches de su vida, y ustedes aquí bien gracias, tan campantes!

Los observo en un reproche, pero ninguno me devuelve la mirada o responde. El crepitar de la madera es lo único que se escucha desde hace tres horas. Mike debió haber bajado hace menos de una, si Donnie le dijo que hiciera lo que quisiera con nuestra novia. ¡Nuestra novia!, no sólo suya. Y creo que es algo que Michael no entiende por dispuesto que esté en compartir a Neferet con nosotros.

Oh, mi pobre y dulce Ret.

Sé que tiene boca de camionero, que hace lo que le da la gana y es un alma libre; es una de varias razones por las que me enamoré de ella. Pero Ret no debió unir la palabra «madre» en ninguna de sus groserías contra nosotros. Nunca.

Eso no se hace, mi vida.

En su defensa, ella no sabe que la única debilidad de Mike es su madre. No su madre biológica, porque ella era una drogadicta sin remedio o corazón hacia sus demás hijos, aparte de Mike, que gustaba de venderlos a extraños o tirarles los dientes a propósito, para saldar sus deudas con el mercado negro.

Yo estoy hablando de Hannah Green, porque ella era una mujer que sí merecía la pena salvar. Fue un ángel caído del cielo que nos sacó adelante, aun cuando nosotros nos creíamos insuficientes para la sociedad. Ella nos dio un propósito. Y no fue culpa de nadie que muriera. En un arrebato de ira yo cometí la estupidez de gritarle que fue culpa suya, de Mike, la muerte de nuestra madre.

Pero no fue así. Mike no tuvo la culpa de nada. Y eso es algo que nunca me perdonaré: haberle hecho creer que él mató a mamá.

Aunque..., eso no le da el derecho de hacer lo que él quiera, cuando quiera y con quien quiera. Menos si esa mujer es nuestra novia.

Aquí a nadie parece importarle Neferet por lo que realmente es. Ellos sólo la desean porque no es suya, por la excitación del momento, porque es una pieza única e intocable, porque es pura y sublime. Cuando terminen de saciarse de ella, la tirarán en un callejón o la matarán. Y ahí estaré yo para ser su Kintsugi.

Allen toma su tercera copa de vino, y Donnie está jugando contra sigo mismo en ajedrez. Ambos uno al lado del otro, pero sumidos en sus propios pensamientos. Cada uno de nosotros en su propio mundo.

El alcohólico y el ajedrecista. Qué chiste. ¿Yo qué papel interpreto en esta novela? Supongo que soy el chico tierno. Mike sería el psicópata: el chico malo. Y yo el unicornio que escupe arcoíris y atrae a las niñas malas.

Si tan solo pudiera atraer a esa chica, como en las novelas rosas lo hacen con la inocente universitaria que no bebé y es virgen. Pero no, porque soy el tímido y estereotipado team de nadie. En cambio, mis hermanos son la clase de hombres que deseas entre tus piernas. Yo estoy de sobra, sólo me incluyeron en sus planes por cortesía.

Mierda, Mike.

Pensar que se está saliendo con la suya justo en este momento...

—¡No te entiendo, Donatello! —espeto en un relámpago—. ¿Por qué no estás ni un poquito preocupado por Ret? ¡¿Es que no la amas?!

¿Cómo es que pueden dominar sus sentimientos con tanta naturalidad?

Mientras yo estoy exaltado, yendo de un lado a otro como si nada importara más que irrumpir en esa habitación y proteger a Ret a toda costa de las sucias manos de Mike, ellos están como si nada estuviera pasando en el segundo piso de esta casa.

Donnie levanta la vista de su tablero, y me mira con ambos ojos oscuros y penetrantes. Cuando se lo propone, vuelve su mirada pesada e intimidante.

—Sí, la amo —responde, sin decir nada más o soltar un discurso de telenovela.

¿Qué tienen mis hermanos con dejar la incógnita en vela?

—¿Entonces...?

—Entonces, nada —dice, bajando la mirada hacia su tablero—. Mike llegó primero, lo insultó a él primero, y él estuvo ahí para soportar sus reclamos primero. Eso es todo. No hay más que discutir —zanja la conversación, mientras pone a salvo a su reina.

Miro a Allen en busca de ayuda, pero él está más concentrado en terminar su copa de vino tinto, que en el infierno al que debe estar sometiéndose Ret.

Maldito alcohólico.

Vuelvo a mirar a Donnie, como si no lo reconociera, mientras él continúa jugando sin poner en riesgo a sus jugadores o alterar su respiración.

Pero, ¿qué esperaba? ¿Que se pusiera como un perro loco?

Eso no es algo que Donnie haría. Él jamás pierde el control o esclaviza sus dominios. Y cuando se trata de Mike, siempre encuentra la forma de perdonar o excusar sus idioteces o impulsos.

Todos tenemos debilidades... La de Donnie es Mike. La de Mike es la memoria de nuestra difunta madre. La de Allen es el vino. Y la mía... es Ret.

Me encojo de hombros, sin poder creer que el Gran Donnie Green no quiera marcar el territorio por primera vez.

—No te entiendo, Donnie.

—Ni aunque te suministraran una dosis elevada de omega 3, hermano, me entenderías.

Hijo de perra.

—¿Te crees más inteligente que nosotros, sólo porque sabes jugar al puto ajedrez?

—Sí, la verdad, sí —responde con cinismo.

Mi sonrisa se vuelve maliciosa. Quiero que él se trague sus palabras.

—Pues, Mike también sabe jugar al ajedrez, hermano. Y él no necesitó tres años de estudio para averiguar cómo vencerte, usando un solo puto alfil.

Mi contestación va directo a su orgullo, a la yugular de su anatomía mental. Pero no produce un efecto drástico o destructivo. Sólo se queda ahí sentado, inmóvil, tragándose de mala manera mis palabras ácidas y vengativas.

No hace nada.

Al cabo de unos segundos retoma sus movimientos, y vuelve al juego. Fue como si esta conversación nunca hubiera pasado.

Pero, ¡¿qué mierda...?!

Entonces, sí, exploté.

—¡Pero, claro!, ¡¿qué podría esperar si su contrincante es Michael?! —La cólera me puede y empaña mis ventanas—. Donatello Green es insignificante al lado de Mike.

Allen me fulmina con la mirada.

—Te estas pasando —me advierte.

Lo ignoro y miro a nuestro hermano mayor.

—¿Por qué él? —le pregunto a Donnie.

—¿«Porqué él»? —pregunta con ironía—. No seas absurdo, Jared. Especifica tus intereses.

¡A la mierda!

¿Quiere sinceridad brusca y agreste? Pues eso le daré. Puedo ser un hijo de puta cuando quiera. No es el único que aprende a vivir imitando a Mike.

—¿Por qué siempre lo escoges a él, por encima de nosotros? ¡También somos tus hermanos, Donatello! Sabemos que él es tu favorito, pero eso no te da el derecho de justificar todo lo que hace. O, ¿qué? Cuando él quiera, tú lo complaces. Si él lo deseara, ¿tú te harías a un lado?, ¿te tirarías de un puente?, ¿te pegarías un tiro? —Eso despierta la atención de Allen—. Siempre dices que sólo somos nosotros cuatro contra el mundo, pero a la primera oportunidad que Mike tiene de tirar todo el esfuerzo por la borda, le das la razón a él y a Allen y a mí nos dejas en segundo plano. Siempre lo apoyas sólo a él. ¿Y por qué, eh? —No me responde; sigue jugando como si no le hubiera reclamado hasta el oxígeno que ha invertido en hablar con Mike de sus impulsos—. ¿Tanto te gusta? ¿Te lo quieres coger o qué?

Ni siquiera esa insinuación sexual lo altera. Donnie tiene nervios de acero, mejor aún, no posee esa debilidad bochornosa que ralentiza tu vocabulario. Tanto Mike como Donnie entienden que las emociones insignificantes, merecen ser erradicadas. Quizás, por eso ese par se llevan tan bien. O más bien, por eso Donnie idolatra demasiado a Mike, y quiere imitarlo en todo lo que haga.

Aprendió a controlar sus sentimientos, porque Mike le enseñó a cómo hacerlo. La naturaleza fría y sombría de Mike es nata, pero Donnie la ha copiado y adaptado a su estilo, como si la técnica hubiese sido suya desde un principio, como si él hubiera sido el maestro en lugar del pinche aprendiz.

No necesita responderme para que lo entienda. Eso yo ya lo sé. Incluso el bastardo que tengo como hermano mayor lo sabe, por eso no me responde y decide verme, como si la respuesta a mis reproches no fuese importante, simplemente obvia.

Su mirada lo dice todo. Incluso la de Allen.

Ambos me miran como si estuviera exagerando, y eso me termina de sacar de mis casillas.

—¡Actúan como si no les importara en lo más mínimo su seguridad!

—¿Ese es el problema? —me pregunta Donnie—. ¿Crees que no consideramos a Ret nuestra prioridad?

—No lo creo, lo sé.

—Pues que saques conclusiones apresuradas no es mi problema, menos mi prioridad —dice, muy seriamente—. Y tus berrinches tampoco. El cómo decidas actuar enfrente de ella es sólo cosa tuya. Así como Mike, Allen y yo actuaremos a su debido tiempo, cuando ella esté lista para recibirnos.

—Ese es el problema, hermano. Mike no entiende eso —le dejo saber.

—Deja que Mike actúe a su estilo. Nosotros al nuestro.

Resoplo y me peino los rizos con brío.

—Ese es otro problema, Mike cree es sólo suya.

—En teoría lo es —dice Allen, metiéndose en la conversación mientras bebé su... ¿quinta? Creo que sí, copa de vino—. Digo, porque fue él quien nos dijo de ella, y quien se enamoró desde niños, ¿o no?

—No te metas, Allen —zanjo en su dirección.

El alcohólico de mi hermano pone cara de ingenuo.

—Oye, también es mi novia —dice, pero no se defiende.

—¿Ah, sí? Pues no actúas como un hombre que está dispuesto a todo por una mujer.

—Ni tú —replica, con ojos enrojecidos por el alcohol—. Porque bien podrías dejar de armar revuelos o manipular a Donnie para ser tu soporte vital, cuando tú eres perfectamente capaz de irrumpir en esa habitación cuando quieras, y ver en primera fila las cosas que supuestamente le está haciendo sin su consentimiento.

—Pura mierda —mascullo.

A mis espaldas detecto movimiento, alguien está bajando las escaleras. Es Mike. Viene descalzo, pero vestido. Trae la misma ropa con la que entro a joderle la vida a Ret. Me dieron ganas de estrangularlo.

Se detiene en el último escalón, antes de reunirse con nosotros en el salón principal. Nos observa con el rostro inescrutable. Sólo se reclina en el arco de las dos puertas como si nada malo hubiera pasado aquí o allá arriba con nuestra chica.

Pero, ¿qué podría esperar? Así es él.

—¿Podrían callarse? —dice de pronto, el muy calmado y cínico de mi hermano—. Sus gritos se escuchan hasta el segundo piso.

No dudo en caminar hacia él y abordarlo con preguntas respecto a Ret.

—¿Qué le hiciste? ¿Cómo está ella? ¿Está bien?

La manta de pelo rubio pone los ojos en blanco, mientras niega con la cabeza con fastidio y repite: «Bien», a todas mis preguntas.

—Bien, bien, bien, ella está bien, carajo. Parece una entrevista de trabajo.

Lo tomo del cuello de su camiseta e intento intimidarlo con mi cara de escuincle tímido. Pero no puedo. Es imposible. Y él lo sabe mejor que mis hermanos.

—Más te vale, Mike, que no la hayas lastimado, o hecho algo que ella no deseara.

Mi querido hermano sonríe con malicia.

—Eso fue inevitable —responde burlón.

Me hierve la sangre. Aún más cuando sé que me está provocando a propósito.

Lo empujo todo lo que me permiten mis siete centímetros de estatura restante. Mike es el más alto de todos, después sigue Donnie, Allen, y al final estoy yo.

—¿La lastimaste? —pregunto en un rugido controlado.

Mike sólo se encoge de hombros, y mofa con sus labios.

Pierdo el control.

Lo zarandeo y empujo y golpeo con todas las fuerzas que poseo, hasta que rompemos una mesa de cristal cuando caemos encima de ésta haciéndola añicos, uno al lado del otro, mientras continúo dándole con todo lo que tengo, y él sin meter las manos o responder a ninguno de mis ataques. Allen intenta quitarme de encima de su cuerpo tendido que yace en el suelo, pero yo hago acopio de todas mis fuerzas para empujarlo lejos de mí, y al mismo tiempo seguir golpeando a Mike que sigue sin meter mano o gritar por auxilio.

De repente, unas manos mucho más grandes y sólidas que las mías o Allen juntas, toman con rudeza el cuello de mi camiseta y la jalan hacia atrás, conmigo arrastrándome, como perro con correa regañado o mal amaestrado, hasta que consiguen alejarme del ensangrentado rostro de Mike. Fue Donnie.

Caigo de espaldas, y parte de los cristales se entierran en las palmas de mis manos, cuando me pongo a cuatro patas y mis palmas tocan las cristalitas.

Ignoro el dolor físico, concentrándome en el emocional.

Me pongo de pie e intento caerles encima a ambos, pero las manos y plantas de los pies enterradas en la alfombra de Allen: me lo impiden. No puedo derribarlo.

—¡Ya basta, Jared! —pide y ordena Allen—. ¡Basta, de una vez!

Lo veo por milisegundos, antes de a Mike. Está escupiendo sangre mientras Donnie revisa sus heridas. Sólo cuando me tranquilizo y denoto el daño que mi arrebato de ira causó, me arrepiento de haberle hecho daño a mi hermano.

Oh, mierda.

Hay sangre por doquier, donde sea que mis ojos se posan a analizar los daños. Mike sigue escupiendo una mezcla extraña de sangre con saliva. Donnie lo observa con una pizca de preocupación y regaño. Sabe que, en parte, fue su culpa que yo explotara.

Allen nota la calma después de la tormenta, y me suelta. Aunque me sigue con la mirada, por si acaso vuelvo a sucumbir a mis adentros fúricos.

Me acerco como perrito regañado a Mike y a Donnie. Siguen en el suelo. Ambos sentados de diferentes formas. Mike: sobre su trasero. Donnie: poniendo fuerza sobre sus tobillos, sin dejar que sus rodillas toquen el suelo repleto de diminutos cristales que parecen diamantes.

Estoy a un metro de ellos.

«Perdóname», quiero decirle, pero me faltan huevos para admitir mi equivocación.

Así que imito una de sus varias técnicas: desconsideración y orgullo, son mis mejores aliados en este momento.

—Es nuestra, no sólo tuya —le recuerdo con frialdad, mientras veo la sangre escurrir de su boca y mis nudillos.

Mike me mira, pero una vez más, su rostro es inescrutable.

¿Mi piel se abrió? ¿En qué momento? Porque no me di cuenta.

Abandono la sala, y subo escaleras arriba para encerrarme en mi cuarto. Toco la perilla, pero mi mente y cuerpo me ordenan hacer otra cosa.

Miro la puerta al final del pasillo. Ret. Su nombre, inmediatamente aborda sin permiso del capitán, mi desolada mente. Bueno, no tan desolada como acostumbro normalmente para mantenerme concentrado, porque siempre ha estado repleta de imágenes suyas en mi cerebro, haciéndome compañía hasta que me duermo, o me despierto pensando en ella, y en lo bonita que se ve cuando habla, camina, come o incluso suda mientras hace ejercicio.

Siempre ha sido ella.

Quiero estar con ella.

Quiero ser de ella.

Quiero que ella me vea a mí.

Me dirijo a su habitación.

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