Capítulo 15
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«3 MESES ANTES»
3 meses antes... Bueno, lo que el título dice.
Los muy degenerados me dieron un calendario para mi habitación. Y atrás de los números y las fechas y el mes del papel, con letras impresas están escritas unas molestas frases motivadoras, para "animar" mis días, mientras paso la mayor del tiempo aquí encerrada en mi jaula de oro. Según ellos —y como ya me he cansado de escuchar—: "Hasta que te enamores de nosotros".
Qué chiste de pésimo gusto. Me va a dar Síndrome de Estocolmo, no la brujería ésa del enamoramiento. Malditos locos.
Esa fue obra del rubio, el psicópata de ojos azules que no puede mantener las manos quietas por tres minutos al día, mientras me tiene cerca cuando desayuno, almuerzo, como o ceno con ellos.
Sí... he tenido que hacer las típicas cosas de convivencia con esos cuatro lunáticos, para poner en marcha mi plan magistral. Quiero salir de aquí cuánto antes. Necesito tomar ventaja, en cualquier momento podría surgir una oportunidad en un millón, y yo estaría ahí para aprovecharla.
Tengo que escapar. Tengo que escapar.
Esos pensamientos me acompañan en mis pesadillas y sueños frustrados de fuga. No abandonan mi mente o mis fuerzas calculadas en la esperanza de algún día salir con vida de aquí. Este lugar no será mi último destino antes de morir.
No moriré aquí.
De momento, estos asquerosos no me han obligado a hacer nada sexual o vuelto a tocar, pero, ¿quién me asegura que mañana despertarán con la misma estrategia de respetar mis deseos, para que vea lo benévolos que son conmigo?
Me revuelvo en las sábanas con inquietud, como si hubieran alacranes u hormigas tratando de picar hasta el último poro de mi piel. Mi pecho sube y baja. Tengo problemas para respirar. Mi corazón martillea con fuerza, y mis ojos se mueven de un lado a otro sin poder abrir sus párpados, para liberarme de esta pesada oscuridad que taladra mis sentidos.
Siento un hueco en el estómago, hasta que... mi corazón me obliga a despertar con un exabrupto infernal.
—¡Ah! —grito, medio posesa y controlada por verme víctima de las circunstancias. No estoy en posición de chillar libremente.
Cuando miro a mi alrededor, me pongo peor. Este lugar es como una puta casa de espejos: no puedo caminar con libertad o reír alegremente. A veces la depresión puede conmigo, y éste es uno de esos casos.
Hoy no es mi día. Sólo quiero hacerme un ovillo y no levantarme nunca. Me siento fatal. Además, apesta aquí adentro, como a cigarro. ¿Quién diablos está fumando?
Me incorporo de inmediato, y mis ojos buscan en la oscuridad de este cuarto. Veo una pequeña luz roja chispeante, una llama, que se mueve gracias a unos sucios y gordos dedos que sostienen el cigarrillo. Mi espectador parece disfrutar de lo lindo el espectáculo físico de mis pesadillas. ¿Qué se cree? Sé quién es incluso cuando no ha dicho nada.
—¿Estás bien? —me pregunta.
Lo fulmino con la mirada.
—No, cucaracha tarada, que pregunta tan estúpida. Estoy aquí en contra de mi voluntad, encerrada y encima con la tarea de "intentar" enamorarme de ustedes. De plano, hay que ser tantito idiota en esta vida, pero no exageres, imberbe —espeto a unos metros de él, antes de echarme las sábanas encima e intentar dormir... otra vez. Pero el asqueroso vicio en sus dedos no me permite conciliar el sueño. Me tiene harta—. Lárgate de una buena vez si no quieres que te dé un puñetazo en tu asqueroso rostro texano.
—¿Cómo sabes que soy de Texas?
—Tienes un acento de mierda.
—Ya somos dos, australiana —refuta él, en un tono burlón. ¿Quién diablos se cree este infelizoxigenadoloco?
Me desprendo de las sábanas, e incorporo de la cama mientras peino con brío los rizos alborotados de mi pelo. Últimamente tengo un aspecto de espanto. Mi carácter de: «hija de la chingada» sale a relucir sus garras, —¡Escúchame, lunático de mierda, no estoy de humor para soportar tus pendejadas, así que te sugiero que te largues y no vuelvas a irrumpir en mi cuarto cuando a ti se te dé la gana!
—Estoy en mi derecho de entrar en tu cuarto cuando a mí se hinchen los huevos —me dice él muy descerebrado.
Será cabrón...
—Oh, sí, Belladona, yo también sé jugar sucio —dice, y lo hace con una confianza... que me hierve la sangre y erupciona mis córneas.
—Maldita basura —consigo mascullar en un rechinar de dientes, mirándolo directamente a los ojos.
—Si me buscas, me encuentras, Belladona —aclara—. Si juegas conmigo o me maltratas. Bueno..., creo que tu cabecita podrá obtener fácilmente la respuesta, ¿o no?
Niego con la cabeza, en un mar interno de furia y pena, mientras éste se regocija de mi sufrimiento, —Eres un hijo de perra. —Me asaltan unas ganas de llorar, ¡pero de coraje, impotencia y rabia! Rabia pura y bien canalizada hacia todas las cosas que planeo hacerle a este infeliz, cuando consiga la libertad y logre atraparlo y encarcelarlo de por vida en una prisión de máxima seguridad, —No sabes cuánto anhelo el día en verte destrozado, aniquilado, humillado, o peor aún, muerto —digo con una calma... que le helaría los pelos de la nuca hasta al mismísimo Judas.
Y el muy asqueroso sólo me sonríe, como si mi comportamiento no fuera algo que lamentar o su perdición. Es un enfermo mental, —Me excitas cuando me tratas mal, Belladona —me confiesa, con una sonrisa torcida en los labios.
Alucino, —Lárgate de mi habitación —consigo articular, con una furia controlada y digna de un Oscar.
El rubio asiente, divertido por haber conseguido lo que sea, que haya venido a buscar de mí, y se levanta del sillón situado en la oscuridad del rincón. Le da una calada a su cigarro, antes de soltar el humo y caminar con pasos seguros y sigilosos a mi cama desatendida en la que me encuentro, únicamente vestida con una blusa terriblemente holgada y semi escotada, que revela con descaro el inicio del valle de los melones que tengo por pechos.
Su mirada lasciva y pesada cae sobre mí, pero yo no me muevo o intento cubrirme, o hago el más mínimo movimiento que lo anime a efectuar una sola acción hacia mi cuerpo. Con él debo ser firme. Firmeza y seguridad es lo que huele; algo en mí lo intuye por cómo su boca carnosa se mantiene en una línea de pésimo control. Se nota que le hago la vida difícil con mis desplantes. Y ver su cara de idiota me satisface más que un bendito trofeo por mis estudios.
—¿Qué quieres? —le pregunto, en un tono y ánimo, completamente diferente. Ahora la situación ha cambiado.
—A ti.
Mi sonrisa de diablillo es evidente en la oscuridad, —¿Quieres volver a besarme?
—Mierda, claro. Y no sólo besarte, Belladona, por mi cabeza atraviesan miles de posturas que quiero intentar contigo. No sabes cuánto me pones, en todos los sentidos de la palabra. Eres mi maldito veneno, indefensa por fuera, pero letal por dentro. Eres peligrosa —declara con total sinceridad, algo que últimamente escasea en mi vida. Así que decido aprovecharla.
—¿Fuiste tú el que organizó todo esto, verdad?
—Sí.
Asiento en respuesta, —¿Fuiste tú ha quien besé en el pasillo de la escuela?
—Sí, cuando pensaste que era el imbécil de tu amor de la infancia —responde con amargura; es obvio que le molesta la mención de Carlos.
—¿Por qué rosas negras y marchitas que sangran? —Su entrecejo se frunce en confusión; no me entiende, y eso lo pone molesto. Algo que he notado es que es de mecha corta: si no entiende algo a la primera se desespera. Carece de paciencia—. Me refiero a los tatuajes en los dorsos de tus manos.
—Eso es personal —se limita a responder.
Pongo los ojos en blanco, —Creí que querías que me enamorara de ti.
—Eso quiero.
Mi mal humor es como un volcán: puede pasar de la calma a ser inestable en segundos, —No sé en qué planeta vives, pero cuando un hombre gusta de una mujer, suele contarle hasta de qué color le pintaron las uñas sus hermanas para jugar a la casita con su hermana mayor.
—Eso es absurdo.
—Eso se llama confianza. Y, querido, déjame decirte que confiar en alguien es casi imposible en esta vida, pero si has encontrado a esa persona en la que pones todos tus temores y vergüenzas, y ella o él no se burlan de ti o se asustan, entonces no sólo has encontrado al amor de tu vida o a tu maldita alma gemela, también te ganaste la puta lotería.
—¿Crees que existen las almas gemelas?
—No, soperutano, sólo quiero decirte que si te ha pasado o si la has encontrado, debes ser amable, tierno y considerado; no brusco, sucio o ingrato. Y en tú caso dar gracias, infeliz, ahora déjame en paz —doy por finalizada la charla, cuando vuelvo a acomodarme y a echarme las sábanas encima.
Me cubro con las mantas, hasta el último alborotado pelo de la cabeza, y oigo como ese imbécil sideral se acerca aún más a la cama, como su rodilla hunde el colchón y sus manos también. Va en cuatro patas hacia mi cuerpecito cubierto y, se deja caer con calma y cuidado encima de mí.
No me crispo, para mí desgracia, entiendo cómo se comporta éste hijo de su madre.
Me rodea con sus brazos, y se mantiene quieto en esa posición, hasta que voluntariamente cae a un costado de mi cuerpo y me atrae hacia él, abrazando mi espalda y enterando su barbilla en mi coronilla. Es tan molesto. Pero no digo nada que lo motive o desmotive su cercanía.
—Yo sí creo en las almas gemelas —dice, después de un minuto de silencio—. Y creo que tú también lo haces, sólo que no piensas que hayas encontrado la tuya... aún.
—Ninguno de ustedes sería perfecto para mí.
Lo noto sonreír, —Tienes suerte de que no le hagamos caso a la razón, porque de ser así estarías atada a la cama y dispuesta a darnos lo que nos merecemos de ti.
—Eso no tiene sentido —reprocho.
Me abraza con más fuerza, callando obviamente mis anteriores palabras, —Oh, Belladona, claro que lo tiene, porque nosotros no obedecemos la razón del corazón, sino la del cerebro. Sabemos la clase de pasos que hay que seguir contigo. ¿Crees que no sé que ahora mismo me repudias, nos repudias?
Me muerdo la lengua, porque sino le muerdo las putas pelotas.
—Pero no te preocupes, dueña de mi corazón, te prometo que vas a enamorarte muy pronto de mí, de todos nosotros. La pesadilla acabará cuando dejes de resistirte. Te vi observar a Allen durante la cena; sólo es cuestión de tiempo para que mires a Donnie y a Jared de la misma forma.
—No tientes a la suerte, ¿quién te asegura que en un futuro consiga enamorarme de uno y no de dos, o de cuatro? —le advierto.
—Descuida, Belladona, ¿te lo dije antes, cierto? Pues te lo repito: Ya querrás.
—Nunca en la vida —le juro.
—Cuidado, no hagas juramentos que no planees cumplir —me amenaza, juntándome aun más a su pecho—. Además, sé que me encuentras atractivo. ¿Crees que no me di cuenta de cómo me miraste la primera vez que me viste?
—No te vi de ninguna manera —me defiendo.
Imagino su estúpida sonrisa ensancharse, —Ay, Belladona, ¿cuándo dejarás de mentir?
—Cuando me liberes.
—Eso nunca pasará —me asegura en un gruñido rígido.
—Exacto —lo molesto a cuestas de saber que es de mecha corta.
Pero, para sorpresa mía, la bomba no explota. Y eso me encabrona.
—Entonces, supongo que nuestro matrimonio será un interminable acertijo. Seremos las putas piezas del tablero. Yo jamás creeré tu palabra, y tú nunca creerás la mía.
—Eso se acerca mucho a la versión de un verdadero matrimonio.
—Pero no tiene que ser así. Ya te dije: entrégate.
El gusanillo de la curiosidad me pica, así que, pese a todo instinto de protección, finalmente le pregunto:
—¿Por qué me llamas Belladona?
—No comas ansias, ya llegaremos a eso.
Pongo los ojos en blanco, —Siento que está discusión va en círculos.
—Entonces duerme —me sugiere.
—Contigo detrás de mí: nunca.
Se ríe contra la colcha que cubre mi cabeza, —Entonces yo dormiré, si no te importa.
—Sí, me importa.
—Pues qué mal, porque el sueño me puede más que el sexo en algunas ocasiones. Y tú estás de suerte, o si no hubiera lastimado tu bonito coño.
Maldito.
—Si me tocas: te asesino —lo amenazo.
—Claro como el agua —responde burlón.
—¿No te da miedo que te asesine mientras duermes a mi lado como cerdo en lodo?
—Pésima comparación para declararme tu amor, Belladona.
Gruño, —Cállate.
Otra vez se echa a reír, —Como guste, diosa mía.
Después de unos segundos en calma y sin segundas intenciones de su parte, puedo descansar los ojos en paz. Pero, un movimiento suyo y me pongo alerta. Sé que sólo está abrazándome, disfrutando de nuestro pequeño acercamiento sin navajas o amenazas de por medio, pero, aun así, no bajo la guardia.
No debo olvidar el plan. Debo salir de aquí.
Sus labios están pegados a mi oreja. Su aliento quema y arde, y eso que las colcha y sábanas me protegen de sus manos y el resto de su cuerpo.
—He encontrado a la mujer perfecta para mí, Belladona. Y confío en que no me mataras mientras duermo a tu lado, porque, y como dijiste antes, cuando encuentras a ese ser especial para compartir tus peores miedos y vergüenzas, sabes que no hay vuelta atrás, y que ser sincero no será la peor decisión que tomes en tu vida. Y yo he decidido confiar en ti a partir de ahora. Espero que algún día puedas disfrutar de nosotros plenamente; por ahora sería un avance que nos dejes convivir contigo.
Con esas palabras a modo de confesión me duermo. Aunque por dentro esté planeando mi próxima jugada, y maniobre los hilos de sus brazos y cuerpos que me ayuden a darme ventaja.
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