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Ú N I C O

Al menos ellos se habían hecho cargo y le habían dado a JiSung una estadía para el fin de semana que estaría varado en Seúl, aunque el dinero para sobrevivir en el siguiente de los días era igual de incertidumbre a su misma mañana sin ruta.

El hotel que le habían llevado, donde se fue gran parte del dinero, no era nada de las tres estrellas- tal vez alcanzaban a ser una, pero esta tintineaba sin confianza alguna y sin mayor éxito entre los faroles encendiéndose por el crepúsculo. Un hotel donde al menos y se podría salir vivo de ahí.

Dejó su mochila en la cama medio hacer y su pasaje de tren renovado en la mesa de noche junto a la lámpara que apenas iluminaba la habitación. Sacándose sus zapatillas decidió conformarse con pasar la noche encerrado en las cuatro paredes tal vez entreteniéndose con el televisor o escribiendo unas que otras palabras que tal vez le darían de comer al momento que llegaría a su destino, más no esperaba JiSung que la luz se cortara.

Pudo haberse frustrado, sin embargo, él sabía que no sería un buen día tras la pérdida de su valija y le cancelaban el viaje en tren por el fin de semana por un accidente en las vías del tren; no fue de gran agrado enterarse de las noticias, aunque su resignación solamente valió la situación y simplemente usó la mala suerte a su favor: saldrían buenos versos de aquello.

La luz se cortó y el cielo comenzó a oscurecerse; los días malos terminaban como días malos.

Regresó a colocarse sus zapatillas gastadas y su billetera de cuero, resignado una vez más, salió del hotel en busca de algún despeje. JiSung se encontraba en un sector que tal vez sería el más desventurado de la capital, lo cual sería un éxito para él salir impugnado de allí, desapercibido sin la etiqueta de turista para que el día no terminase peor.

Y más no esperó él que un pelinegro le pegase una cachetada.

Estaba drogado, o tal vez no mucho porque sus ojos no mostraban una pérdida total, sin embargo, JiSung confió con la idea de que él le había confundido con una persona aparte ya que al instante empezó a disculparse mientras tomaba sus mejillas, inclinándose reiteradas veces a la vez que hablaba.

—Te invito a beber algo; conozco algo cerca —ofreció, junto con un tono tan suave y amable que JiSung sintió la piloerección en su nuca.

—Está bien.

Descubrió enseguida esa cualidad social de él. Mirándolo con sus pupilas dilatadas mientras conversaba tal vez del clima o tal vez del tiempo, preguntándole a JiSung sobre si era extranjero o era un ciudadano corriente de la capital, y contándole cómo él había crecido en el campo con sus abuelos y preguntándole si los suyos y vivos porque los de él estaban muertos y enterrados.

—¿Wiski? —ofreció una vez más MinHo, tras sentarse en los suaves taburetes de un bar callado.

—No tengo dinero —contestó JiSung, apenado.

—Lo pago yo.

—No puedo aceptarlo.

—Está bien. Compraré una botella para mí y si quieres puedes beber de ella.

Fue así cómo la primera se acabó para darle paso a la segunda, soltando más la lengua al hablar durante cada hora que pasaba.

Hablaron del tiempo de sus vidas, con JiSung contándole que iba en dirección al sur para publicar algún que otro libro mientras MinHo lo miraba con su mano apoyada en la barra, sabiendo el efecto que sus pupilas dilatadas causaban en JiSung, haciendo que sus manos comenzasen a sudar de nerviosismo y uno que otro tartamudeo saliera de sus labios.

—¿Cómo te inspiras para la poesía? —preguntó MinHo, mientras jugaba con los manís.

—Del corazón roto.

—¿Y no de uno sano?

—Siempre hay más que decir cuando sufres que cuando no.

Cerca de las nueve fue cuando el bar comenzó a llenarse de gente, pero el ameno ambiente se seguía manteniendo y ellos dos ya bebían coca-cola para pasar la borrachera mientras engullían manís. Sonriendo por los comentarios totos o las palabras simples hizo que poco a poco la charla entre ambos se apagase para darle paso a la contemplación, viendo las duras facciones de MinHo mirando el vaso como si toda su desesperación se ahogase en el líquido oscuro.

—¿Y ese anillo?

Él levantó la mirada- la voz esporádica de JiSung irrumpiendo el silencio de ocho minutos terminó por sorprenderlo. Pero el corazón del escritor latía desbocadamente, atento a una respuesta que le permitiría irse de ese lugar y regresar a su habitación de hotel sin una gran historia que contar, pero con grandes palabras de decepción que le podría servir para su intensidad en la verborrea sobre sus páginas.

Más MinHo solo se limitó a mover su cabeza de lado a lado, captando que tal vez desde hace un par de minutos había música ligera sonando de fondo y que tal vez esa agradable melodía era su canción favorita gracias a sus pupilas dilatadas.

—Es de adorno —terminó por contestar sin interés.

JiSung no le creyó, pero sabía que MinHo no quería que se fuera de su lado esa noche- y, admitiéndolo, JiSung tampoco quería que acabara todo allí.

Volvieron a tomar wiski mientras se mantenía la charla sobre cómo MinHo estaba terminando la carrera de sociología en la Universidad Nacional, haciendo sentir a JiSung por primera vez vacilante de la decisión por la que se había ido de casa. Y con tan simplemente expresarle ese simple vacile, MinHo se largó a llorar.

—¿Alguna vez fuiste feliz? —le preguntó MinHo a JiSung luego de haber roto en llanto. Había pasado un cuarto de hora, pero aún sabían reír.

—No tanto como ahora.

Vinculó sus labios con su mirada. MinHo lo notó. JiSung no hizo algún movimiento porque la charla seguía en su contínuo, pero se le era extremadamente atractivo ver cómo los remojaba y soltaba una risa tranquila cuando JiSung no separó su mirada de ellos más de lo que ambos esperaron.

La música de fondo dejó de sonar, y JiSung lo invitó al hotel; MinHo le cuestionó sobre sus intenciones, y JiSung solo expresó:

—Un asesino nunca revelaría sus poesías a sus víctimas.

Y MinHo respondió:

—Tal vez sí lo haría con el fin de seducirme.

Y JiSung se arriesgó:

—¿Funcionó?

MinHo simplemente entrelazó sus dedos con los de JiSung.

De camino al hotel, JiSung se dio cuenta que el desventurado barrio no era tan malo, y que tal vez esas personas que reían sentadas en la cuneta estaban viviendo el tiempo de sus vidas; que la chica que pintaba los autos estaba expresando su arte; cómo una pareja corría tomados de la mano expresando su amor al otro con unas simples carcajadas.

También se dio cuenta que con el tacto de MinHo, la estrella tintineante del hotel se notaba más de noche.

Cuando ingresaron a la habitación de hotel, MinHo se rio de lo desmantelado que era. Le explicó JiSung entre las mismas carcajadas mientras se deshacía de la parte superior de su ropa de cómo había llegado sin luz a la habitación. MinHo, imitándolo en la acción, expresó el cómo nunca había sufrido un corte de luz en su vida.

—¿Familia rica?

—Solamente rica.

JiSung notó cómo con gusto se sacaba el anillo de su dedo anular y lo dejaba sobre su pasaje de tren; saltó hacia el colchón, rebotando con gracia, para acomodarse en sus rodillas y acercar a JiSung a él por la orilla de su pantalón.

MinHo le dejó un par de besos en su abdomen mientras subía por su pecho hasta su cuello. El cosquilleo hizo que JiSung soltase un par de suspiros tranquilos a su vez que acariciaba el cabello del otro con ternura, sintiendo cómo un montón de conceptos llegaban a su mente para describir las sensaciones de simpatía que MinHo le provocaba.

Pero las pupilas dilatadas de MinHo le hicieron a JiSung olvidar su nombre; su razón de estar, de ser y de existir; le hizo olvidar el recuerdo de su llegada, de su partida y de su razón para estar en la cama con él. Olvidando el dolor de no volver a verlo, JiSung atrajo a MinHo hacia él y fue más feliz de lo que esperaba, fue más inspirado de lo que esperaba, y más deseado de lo que anhelaba.

No se dejaron ir ese fin de semana.

Mientras MinHo dormía a su lado, JiSung lo relacionó con algún concepto que conociéndolo, se ofendería por lo explícito que era; pero su cuerpo y su ternura le hizo a JiSung sentir tan vivo como cuando vivía de lo que sufría. Sintiendo cómo su mente era apoderado por sus ojos y su tersa y morena piel que a medida que JiSung escribía se hizo más imposible no besar su espalda a su vez que acariciaba sus costados.

MinHo se despertó con tal vez un ronroneo para girar continuamente y, expresando con su sinceridad:

—Debo oler mal. No te voy a besar.

Y las cuatro paredes que en un principio no fueron de buena suerte, terminaron testificando acontecimientos que probablemente en su pasado habían sucedido, pero asegurándose ambos de que nadie lo hiciera como ellos lo hacían.

No salieron ese fin de semana. Conversaron desde sus primeros recuerdos hasta las lanas de sus frazadas. MinHo halagó las palabras que desarrollaban la poesía de JiSung y bromeó con querer convertirse en su musa sin querer sabiendo que él ya lo era.

—Me apasiona la fotografía —MinHo le confesó a JiSung—. ¿Puedo fotografiarte?

JiSung había visto a personas desnudas. Había contemplado a personas desnudas siendo un completo ignorante ante cómo estas se habrían sentido ante la mirada de JiSung- fue tiempo lo que demoró antes de que él aprendiera a empatizar con sus sentimientos cuando MinHo lo fotografiaba con la cámara de su celular, para luego sin pudor unirse a JiSung en sesiones que terminaron en un extenso video de ellos siendo irracionales.

Y fue esa última noche donde JiSung cometió el error de besarlo sin saber que sería la última vez, creyendo ingenuamente que sería siempre así.

Lunes. MinHo se había ido, y su anillo también.

Tal vez JiSung se emborrachó esa noche, la verdad es que no podría relatarse mucho ni tampoco es como si pudiera hacerlo. Se lamentó por no haberlo abrazado más fuerte cuando durmieron, o tal vez carcomerse por el simple error de haber caído dormido cuando pudo haberlo contemplado durante un tiempo más.

Quiso borrar las tres largas páginas que le había dedicado; las fotografías que él había sacado y las marcas que en su cuerpo abundaban- más él recordó en su pasado antes de conocerlo que JiSung vivía escribiendo del sufrimiento, y fue allí donde comenzó a narrar su historia en simples palabras: como un cuento infantil donde finalmente MinHo iba a su boda y era feliz con la persona que lo esperaba en el altar, y tal vez esa noche de borracho JiSung escribió más mundos donde quedaban juntos.

El martes, JiSung llegó a la estación con un corazón partido. Tal vez media hora antes de que el tren partiera él supo que tenía el tiempo suficiente como para poder comprarse un café y disfrutar un poco más del aire de Seúl y no irse con resentimientos, pero le fue tan difícil tras recordar como la mayor parte de su estadía la pasó encerrado en una habitación con una persona que se había robado toda su existencia ante el más mínimo pestañeo suyo.

JiSung fue débil, pero no había mucho qué hacer.

Tomó el tren y se acomodó en su asiento, lamentándose parte de su vida arraigada en la ciudad y no poder desenlazar el recuerdo que lo perseguiría por siempre, una persona interrumpió su melancolía con un golpe.

Sus pupilas dilatadas lo saludaron, su mano sin anillo lo acarició, y MinHo le sonrió a JiSung.

—¿Qué tienes para ofrecerme? —le preguntó—. Dejé a una persona que me aseguraba un futuro estable. Dime, JiSung, ¿Qué tienes para ofrecerme tú?

—Letras.

—No podemos vivir de eso.

—¿Estás diciendo que estarás conmigo, con o sin ello?

MinHo sonrió. El tren comenzó a partir y él se acurrucó en su hombro mientras JiSung implemente lo rodeaba.

—Tengo un título universitario en sociología. ¿Crees que podamos sobrevivir con eso?

—Bueno, MinHo, no subestimes el poder de mi poesía.

. . .

Un regalo para mi yo de hace un par de años, que fue lo único que pudo escribir.

¡Gracias por leer!

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