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Capítulo dos

GENESIS

Siete meses D.B.

Comenzaba a odiar cualquier medio de transporte que no fueran mis propios pies. Odiaba los aviones, trenes, barcos y automóviles, pero lo que más odiaba era la distancia. Theo estaba en Inglaterra, Tyler en Nueva York y la peor parte era, sin dudas, que mi esposo estaba en San Francisco. ¿Por qué las tres personas más importantes de mi vida estaban tan distanciadas de mí?

Mi mente daba vueltas alrededor de ese tema mientras el taxi recorría la ciudad bajo una intensa tormenta que por poco me había costado la visita sorpresa a Taylor. Mis clases comenzaban en una semana y, en lugar de estar cumpliendo con las lecturas obligatorias para el inicio del semestre, me había subido a un avión y había atravesado el país.

Los matrimonios no eran sencillos o eso era lo que había escuchado toda mi vida. Se necesitaba energía y voluntad por parte de ambos cónyuges para tener un "felices para siempre" y yo estaba entendiendo cuál era la clase de esfuerzo que Taylor y yo teníamos que hacer. En nuestra relación no había celos, inseguridades, desconfianza o discusiones y quizás la razón era que pasábamos el noventa por ciento del tiempo alejados. Y apestaba.

—¿Necesita que la espere, señorita? —preguntó el chofer al girar por la empinada avenida donde se encontraba la discográfica—. La tormenta está empeorando y no creo que consiga otro vehículo luego.

—No se preocupe, esta es mi parada definitiva. —Sonreí.

El hombre cincuentón asintió con la cabeza y detuvo el vehículo frente a Universal Sound Inc. El alto edificio se encontraba completamente iluminado y su cartel parecía atraer la atención de todo aquel que no estuviera corriendo para refugiarse.

No me demoré mucho más en pagar por mi viaje y armarme de valor para atravesar la cortina de lluvia. Seis pasos me separaban de la seguridad del techo y, sin embargo, sospechaba que iba a ser suficiente para mojarme hasta las bragas. Tomé una bocanada de aire y, aferrándome a mi pequeña mochila de viaje, abrí la puerta y corrí como alma que llevaba el diablo hacia la entrada de la discográfica.

—Bendita lluvia —murmuré con molestia y moví mi cuerpo para deshacerme de las gotas.

Al entrar al amplio edificio no me sorprendió ver a más de un guardia de seguridad y un recepcionista que podría taclear al mejor jugador defensivo de cualquier equipo de futbol americano del país. Rebusqué por la tarjeta de visita que Taylor me había entregado nada más firmar su contrato y la mostré mientras esbozaba una sonrisa tensa. No quería que me patearan el trasero unos gorilas, así como tampoco ser tratada con severidad. Los fanáticos podían ser bastante intensos cuando sus músicos favoritos estaban grabando y podía comprender la necesidad de tantos recaudos; no obstante, el único peligro que podría ocasionar era mojar a alguien con mi cabello húmedo.

—Buenas tardes —saludé y posé mis manos sobre el amplio recibidor donde el gorila mayor se encontraba sentado—. Soy la señorita Allen-O'Malley, vengo a ver a mi esposo.

El hombre de aspecto serio tomó mi credencial y mi documento de identidad para corroborar que no era ninguna loca ladrona de identidades. Tras estudiar hasta el reflejo de mis identificaciones, las devolvió hacia mí y me dedicó una sonrisa de cortesía.

—Su esposo se encuentra en el gimnasio del sótano, ¿quiere que anuncie su llegada?

—No, puedo anunciarme sola. Gracias.

Caminé con pasos veloces hacia el ascensor y mordí mi labio inferior para no soltar un chillido tonto. Estaba emocionada y muy feliz de saberme a segundos de ver a Taylor. Habíamos vacacionado juntos en Europa con nuestros amigos como le habíamos prometido a Theo; sin embargo, nada más volver al país, él había tenido que marcharse de Massachusetts para cumplir con su trabajo.

Estudié mi aspecto en las puertas espejadas del elevador y acomodé mi cabello con los dedos rezando para que siguiera inmune a la humedad. Toda mi vida había estado en lugares con muchas precipitaciones o con mar a escasos kilómetros y mi pelo se había acostumbrado, aun así, una mujer nunca sabía cuándo podía ser traicionada por su propio cuerpo y terminar pareciendo una escoba usada.

El ascensor se detuvo en el sótano y una sonrisa de oreja a oreja se instaló en mi rostro. Escuché los quejidos de pelea antes de dar un paso afuera y recé para que mi amado esposo no tuviera ningún moratón en el rostro. Comprendía que los músicos debían ejercitar para ser capaces de soportar un largo concierto; no obstante, artes marciales mixtas no entraba necesariamente dentro del catálogo de sus obligaciones.

El gimnasio era un largo rectángulo lleno de máquinas y pesas que se encontraban vacías a esa hora y casi al final de la habitación había un cuadrilátero sobre el cual mi esposo se movía con gracia. Su entrenador y guardaespaldas, Texas, un hombre robusto y más alto que Theo, portaba protecciones en sus manos, rodillas y abdomen y se enfrentaba a Taylor sin problemas. Mi muchacho golpeaba las protecciones con seguridad y energía, a la vez que esquivaba los ataques con una facilidad sorprendente, y admití en mi interior que, pese a que era un deporte un tanto bruto, verlo moverse de esa manera resultaba caliente. Más aun considerando que Tay solo vestía unos pantaloncillos negros sueltos y su torso desnudo y brillante por el sudor parecía relucir bajo las luces.

Podría haberlo observado por horas en silencio, deleitándome con la imagen y babeando por cada músculo que se contraía y estiraba, pero lo extrañaba más de lo que lo deseaba. Y lo deseaba muchísimo.

—¿Tengo que recordarte lo mucho que me importa ver tu rostro sin ningún tipo de cicatriz o tu conciencia ya lo tiene interiorizado? —solté en voz alta para llamar su atención.

Taylor giró rápidamente hacia mí y sus lindos ojos verdes me rastrearon casi con desesperación. Sus labios se curvaron en una amplia sonrisa cuando dio conmigo y todo su cuerpo pareció relajarse al percatarse de que efectivamente me encontraba en el mismo lugar que él.

—¡Cielo! —exclamó con felicidad y una carcajada leve movió su apetecible y sudado pecho—. ¿Cómo es que no sabía que venías?

—Porque esa es la definición de sorpresa, Tay —me burlé—. ¿El entrenamiento ha eliminado tu inteligencia?

Separó sus labios para contestar con algún comentario sarcástico; sin embargo, lo que fuera que iba a decir murió en el momento exacto en que un pie se enredó con sus piernas y un brazo lo rodeó por el cuello. Ahogué un grito de dolor al verlo caer con fuerza contra el suelo y arrugué mi rostro debido a la preocupación.

—Maldición, Texas —se quejó desde el piso—. ¿Era eso realmente necesario?

—El entrenamiento no ha terminado aún, O'Malley.

—Pero mi esposa está de visita.

Texas extendió una mano en su dirección y él se levantó esbozando una mueca de dolor. Mi instinto me dijo que fuera a socorrerlo a pesar de saber que nada grave le había sucedido, en cambio, mi cabeza me advertía que si me acercaba era probable que su entrenador lo derribara por segunda vez.

—¿Crees que a tu esposa le haría bien que te saltees tu entrenamiento?

—Sí, demonios. No la veo hace semanas.

—¿Y cómo crees que se sentirá el día en que un fanático te ataque y tú no seas capaz de defenderte?

Me estremecí ante la imagen mental. Diablos, Texas se tomaba muy enserio su trabajo.

—Para eso te pago —le recordó con una sonrisa—. Además, esas cosas no suceden.

—Lennon.

—¿Qué?

—Sharon Tate.

—¿De verdad me nombrarás famosos asesinados por sus fanáticos?

—Sí. Tupac Shakur, Selena Quintanilla, Versace... ¿sigo?

—No, por favor —dije con un hilo de voz—. No es necesario.

Taylor paseó su mirada verdosa entre mí y su guardaespaldas y soltó un largo suspiro.

—Me quedan algo así como cuarenta minutos, ¿te molesta esperar?

—¿Puedo esperar en un lugar donde no hablen de artistas fallecidos y no golpeen a mi esposo?

—Puedes ir a mi oficina, cielo.

—Te esperaré allí. —Dirigí mi mirada a Texas y fruncí mi nariz como un reflejo involuntario. El hombre era sumamente agradable y, a la vez, aterrador—. ¿Puedo darle un beso o eso también le causaría la muerte?

—Un solo beso —me advirtió.

No tuve que escuchar más para apresurarme hacia el cuadrilátero. Me subí de un salto y me aferré de las cuerdas en el momento exacto en que Taylor se acercaba a mí. Sus manos vendadas se posaron sobre mis mejillas y sus labios no tardaron en encontrar los míos. Estaba sudado y sucio, pero nada de eso me importaba porque había extrañado sus besos como el personaje de Tom Hanks a la civilización cuando se perdió en una isla desierta.

—Genesis...

Con dolor separé mi boca de la de mi esposo y esbocé un puchero tras bajar del cuadrilátero.

—¿Usas ese tono cuando regañas a tu hija?

—Mi hija no sale con músicos.

—Tu hija tiene cuatro años —repuse.

—Exactamente.

Era un hombre escalofriante y no me atreví a discutir. Si quería que me fuera y dejara de molestar, lo haría. ¿Qué tan malos podían ser cuarenta minutos en comparación a semanas de separación?

Aferrándome a las correas de mi mochila, le di un último vistazo al estupendo cuerpo semidesnudo de Taylor y me giré para dirigirme hacia el ascensor. Oí un gemido de dolor y queja que me hizo congelar en el lugar por unos segundos antes de reanudar la marcha sintiéndome culpable por no voltear. Si hubiese visto de nuevo a Tay en el suelo no habría sido capaz de irme y me habría plantado frente a Texas para defenderlo.

Esa vez toqué el botón del penúltimo piso en lugar del sótano y me abracé a mí misma comenzando a sentir un poco de frío a causa de mi ropa húmeda.

—¡Genesis!

Casi seis años de preparación no me sirvieron para no sorprenderme cuando Elías me abrazó al salir del elevador. Me giró en sus brazos y me sacudió sin darme la oportunidad de devolverle el gesto de cariño ya que había aprisionado mis brazos con los suyos.

—No tienes ideas cuánto me alegra verte aquí. —Me depositó finalmente en el suelo y me entregó su encantadora sonrisa—. Taylor está en el sótano poniéndose más bueno de lo que ya está.

—Lo sé, de allí vengo. —Entrelacé mi brazo con el suyo y le permití guiarme por el piso—. Texas me traumó al decir que si Tay no terminaba su entrenamiento, algún fan loco lo iba a asesinar.

—Ese hombre es siniestro.

—No lo discutiré.

—Estás helada —comentó cuando llegamos al recibidor de la oficina de mi esposo—. Parece que hay un diluvio allí afuera.

—Hay un diluvio afuera —le aseguré—. Me tomó seis pasos quedar así.

—Pobre niña. ¿Quieres un café?

—Por favor.

Esperó hasta que tomé asiento en uno de los cómodos sillones de la sala de espera para desaparecer por el pasillo contiguo hacia la cocina. Había estado varias veces en ese edificio y seguía pareciendo un laberinto para mí. Sabía que en el último piso había una sala de conciertos y fiestas que era usado muy pocas veces, en el que yo me encontraba estaban las oficinas de los productores y la dueña y en los restantes había más oficinas y salas de grabación.

Me acomodé sobre el sofá y recordé encender mi móvil para hacerle saber a Tyler que había llegado a salvo. Mi mejor amigo podía ser muy sobreprotector y desde que prácticamente vivía sola por los continuos viajes de mi esposo, me había obligado a prometerle que lo tendría al tanto de cada movimiento que hiciera. A decir verdad, no me molestaba, me hacía sentir segura y amada.

—¿Tú eres Genesis?

Elevé mi mirada rápidamente al escuchar una voz femenina pronunciar mi nombre y moví mi cabeza para brindarle una respuesta afirmativa asegurándome de lucir agradable.

—Mi nombre es Luce. —Señaló la taza en su mano y sonrió—. Elías me pidió que te trajera un café, lo llamaron a una reunión.

—Oh, muchas gracias. ¿Eres Luce, la misma que se encarga de la publicidad de Poison?

—La misma.

Me entregó la humeante taza y en silencio me preguntó si podía tomar asiento a mi lado. Claro que no me negué y ella se acomodó en el sofá sin dejar de sonreír con buen humor. Taylor y el resto de la banda me habían hablado de ella, era nueva en la empresa y parecía hacer muy bien su trabajo porque la banda estaba en boca de todos. También habían mencionado que Luce era joven y tampoco mintieron en eso. La chica no parecía de más de veinticinco y tenía un rostro muy femenino con unos grandes ojos grises que resaltaban contra su piel blanca y su cabello castaño oscuro.

—¿Qué se siente trabajar con esos cinco? Sé que Taylor y Elías pueden ser un poco intensos.

—No te mentiré, lo son. —Rió—. Pero sobre todo son profesionales y muy agradables, podemos entendernos bastante bien.

—Te pido perdón de manera anticipada por los dolores de cabeza que mi esposo te causará.

Una carcajada divertida escapó de sus labios rosados y negó con la cabeza.

—No te preocupes, estaré bien. —Me dio una palmadita en la mano y luego se puso de pie—. Ha sido un placer conocerte, Genesis. Espero verte por aquí más seguido, me encantaría quedarme para hacerte compañía, pero tengo trabajo que hacer.

—Lo entiendo, descuida. Nos vemos luego.

Sacudió su mano a modo de saludo y volvió por donde había llegado. Antes de que pudiera desaparecer por completo se detuvo y giró hacia mí para dedicarme una sonrisa y señalar hacia el pasillo.

—Quizás no tengas que esperar.

Tuve tiempo suficiente para dejar mi taza caliente sobre la mesa ratona del centro antes de que Taylor apareciera casi corriendo y sonriendo como un loco feliz. Rodeó a Luce al pasar y prácticamente se abalanzó sobre mí al llegar al sofá.

—No tienes una idea de cuánto te he extrañado, MIT.

Esas fueron sus palabras justo antes de apoderarse de mis labios y deshacer todos mis pensamientos.

¡Hola, habitantes de Rose Valley! Las he extrañado muchísimo. ¿Cómo está?

Ay, recuerdo cuando escribí este capítulo... ¿Ya les he dicho que amo a esta pareja? ¿Les ha gustado? ¿Tienen una parte favorita?

Espero poder contestar sus comentarios hoy mismo, pero de no ser así, sepan que lo haré pronto. También volveré a dedicar capítulos así que estaré escribiendo sus nombres.

Muchísimas gracias por leer, votar y comentar. ¡Las adoro! Les deseo una hermosa semana.

MUAK!

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