Capítulo cinco
TAYLOR
Un año D.B.
No había nada mejor que despertar en mi cama. Corrección, no había nada mejor que despertar en mi cama abrazando a mi intranquila esposa y siendo custodiado por nuestras mascotas. Era uno de esos pequeños placeres que ya no tenía la posibilidad de experimentar a diario y que, por consiguiente, se había vuelto mucho más importante para mí.
Con mi brazo derecho siendo utilizado como almohada y el suave aroma del perfume de Genesis cosquilleando mi nariz, me desperté ese catorce de febrero. Me llevó dos segundos sonreír ante el recuerdo de lo que había tenido lugar un año atrás y me encontré riendo internamente.
Una boda en Las Vegas con la chica de mis sueños oficializada por Darth Vader, sin dudas el mejor momento de mi vida.
—Deja de moverte —se quejó mi dulce esposa, apretando los ojos como si así pudiera volver a dormir—. No quiero despertarme todavía.
—Entonces vuelve a dormir.
—¿Te quedarás conmigo?
—Pensaba hacer el desayuno.
Su labio inferior se curvó formando un puchero y no pude contener la necesidad de apartar los mechones de cabello de su rostro e inclinarme para darle un rápido beso. Lucía como una obra de arte al despertar, con la voz ronca y el cabello enredado.
—¿Y si dormimos hasta el mediodía y luego vamos a almorzar?
—El desayuno es la comida más importante del día —le recordé con diversión.
Sus ojos cafés se abrieron perezosamente y me dedicó una mirada mortal a pesar de acabar de despertar. No pareció gustarle mucho que esa expresión ya no me asustara.
—¿Estoy casada con un músico o con un doctor?
—Bueno, me gustaría tener un doctorado.
—Pero no lo tienes.
—No, no soy doctor. —Sonreí—. Pero soy tu esposo y quiero que cuides tu salud.
Soltó un largo suspiro que alborotó los pequeños cabellos que habían quedado enmarcando su rostro y frunció el ceño. No era una persona matutina y yo, en cambio, amaba despertar temprano y aprovechar el día.
—Te dejaré ir, solo si prometes que no me obligarás a caminar diez kilómetros. Mis piernas duelen de la caminata de ayer.
—Yo no te obligue, tú quisiste acompañarme.
—Dísculpame por querer pasar tiempo con mi esposo.
Reí por lo bajo y llevé mi mano libre hacia su mejilla. Acaricié su suave piel y me quedé en silencio mientras repasaba cada ángulo de su rostro para tener la imagen fresca en mi cerebro para cuando tuviera que marcharme en unos días.
—De nuevo me estás mirando como si temieras perderme —susurró y pude escuchar el tono de tristeza que impregnó su voz.
—Te estoy admirando.
—Uno admira lo que no puede tener.
—Feliz aniversario, MIT.
No se le pasó por alto mi intento de cambio de tema; sin embargo, me dedicó una sonrisa y me abrazó por el cuello, obligándome a rodar sobre la cama hasta que mi espalda quedó presionada contra el colchón. Mi brazo agradeció la libertad y no tardé en abrazarla para apegarla a mi pecho.
Genesis tenía razón, uno admiraba lo que no podía tener y yo no podía tenerla completamente. Los viajes, la distancia, la diferencia horaria y sus clases no dejaban de interponerse en nuestra relación.
—Feliz aniversario, amor. —Besó mi cuello y rió al sentirme estremecer—. ¿Seguro que quieres salir de la cama?
—¿Qué propones?
—Podemos entregarnos nuestro primer regalo de aniversario. —Depositó un beso corto sobre mi mandíbula y luego se sentó a horcajadas sobre mí—. ¿Qué dices?
—¿Puedo lavarme los dientes?
—Sí, la ducha también es un buen lugar para entregarte tu obsequio.
La escuché chillar cuando la tomé con firmeza por los muslos y me puse de pie con rapidez. Se aferró a mis hombros en un abrazo mientras las carcajadas comenzaban a escapar de sus labios y pude sentir la sonrisa curvando mis labios. El día prometía ser bueno.
***
No salimos de casa en todo el día y la ropa escaseó durante la mayor parte del tiempo. Estar junto a Genesis era como una droga para mí, siempre estaba necesitando mi siguiente dosis, el siguiente subidón de energía. Y no era solo su cuerpo, era adicto a su presencia, a sus carcajadas y bromas sin sentido, a sus miradas furtivas y a todo lo que tenía para decir.
Estar lejos de ella era una agonía y no era extraño para nadie encontrarme en la soledad de mi oficina escuchando los mensajes de voz que me negaba a borrar de la casilla y sonriendo con nostalgia porque no habíamos podido hablar durante el día por estar muy ajetreados.
«Quedan pocos meses», era lo que me repetía cada vez que la extrañaba con locura. Solo debíamos soportar unos meses alejados antes de mudarnos a Nueva York por tiempo indefinido.
—¿En qué piensas? —preguntó Genesis, mirándome a través del espejo de la habitación.
—En que tenemos que pasar por la farmacia antes de volver.
—¿La farmacia?
Mi miró con confusión y no pude contener la necesidad de dedicarle una sonrisa de lado. El entendimiento no tardó en llegar a ella y me sorprendió notar que sus mejillas se coloreaban. Algunas cosas seguían igual pese al paso del tiempo y era reconfortante saber que seguía teniendo ese efecto en ella.
—Oh.
Terminé de acomodar mi suéter y me acerqué a donde se encontraba. Rodeé su cintura con mis brazos, abrazándola por atrás y dejé descansar mi barbilla sobre su hombro.
—¿Dónde quieres ir a cenar?
—¿Puedo elegir cualquier lugar?
—Sí.
—¿Seguro?
—Por supuesto, cielo.
Sonrió y rápidamente entendí lo que tenía en mente. ¿Por qué no había reservado en un restaurante caro de esos que a ella le encantaban y que odiaba por igual? No me habría molestado ponerme un traje si de esa manera evitaba el momento incómodo.
—¡Oye! Borra esa expresión, dijiste que podía elegir.
—¿Te gusta torturarme?
—No sabes cuánto.
Solté un largo suspiro que la hizo reír y girar hacia mí. Enredó sus brazos tras mi cuello y trazó un lento camino con la punta de sus dedos entre mi cabello provocando que cerrara los ojos de manera instantánea.
—¿Cómo es que puedes llevarte bien con Jaden y no con él?
—No me gusta cómo te mira.
—No lo has visto en meses.
—Y me encantaría que siguiera así.
Abrí los ojos con lentitud al sentirla presionada contra mi cuerpo, entregándome un abrazo. La estreché contra mí y aspiré su perfume a la vez que enterraba mi rostro en su cuello.
—Taylor O'Malley, esposo, músico y celoso psicópata.
—No soy un celoso psicópata.
—Llévame a cenar donde quiero y te creeré.
—Eso es manipulación.
La sentí encogerse de hombros sin dejar de abrazarme.
—Supongo que yo soy Genesis Allen-O'Malley, estudiante, empresaria y manipuladora.
Besó mi mejilla al terminar de hablar y me obligó a separarme de su cuerpo. Me miró a los ojos en silencio y me transmitió un claro pensamiento.
—Busca tu abrigo, iremos a congelarnos el trasero al food park.
Me dedicó la más bella sonrisa y no tardó en seguir mi orden. Buscó en el armario por nuestros abrigos y tomó mi mano para obligarme a caminar hacia la salida.
—¿Puedo conducir?
—Adelante.
—¿Del uno al diez cuánto te agrada tener a alguien que conduzca por ti?
Fingí pensármelo mientras rodeaba el Toyota para subir al asiento del copiloto.
—Un millón.
—¿Recuerdas que cuando nos conocimos dijiste que un día lamentaría no aceptar ser tu chófer porque serías una estrella de rock?
Asentí con la cabeza. El recuerdo permanecía fresco en mi cabeza.
—¿Estás pensando en que fuiste afortunada en aceptar?
Se subió al vehículo y yo imité su ejemplo. No tardó en encender el motor, así como la calefacción.
—Creo que si me hubiese negado, nada habría cambiado; te habrías aprovechado de mí de todas formas.
—Oh, MIT... No sabes todas las formas en las que quería aprovecharme de ti al conocerte y créeme que tenerte de chófer no era una de ellas.
Me observó con sorpresa, sus lindos ojos abiertos más de lo normal y sus labios pintados de color rojo oscuro separados.
—Eras un pervertido.
—Era un adolescente —me defendí.
—Y eso refuerza mi hipótesis de la perversión.
Recosté mi cabeza sobre el respaldar y volteé para estudiarla sin dejar de sonreír.
—¿Me dirás que tú solo pensabas en rosas y unicornios cuando estábamos juntos?
—Por supuesto —mintió.
—¿Conoces la historia de Pinocho?
—¡No me crecerá la nariz! —chilló.
—Afortunadamente, de lo contrario estaría atravesando el parabrisas.
Me enseñó la lengua apartando sus ojos del camino por unos segundos y no pude evitar sonreír de oreja a oreja al notar que su lengua estaba teñida de azul. Genesis podía quejarse de mis dulces; sin embargo, desde el momento en que nos habíamos conocido, no había dejado de comerlos.
—Andrea no me haría pasar por este momento.
—Eso es porque estás casada y no tienes permitido ver a Andrea fuera del camión de comida.
—¿Si? ¿Y quién lo dice?
Sabía que bromeaba y aun así no fui capaz de mantenerme sereno. Me crucé de brazos y blanqueé los ojos con exageración.
—Yo. Yo lo digo.
—¿Y tú quién eres?
—Tu futuro ex-esposo.
Una risa burbujeó en su garganta y llenó el pequeño espacio del automóvil. No podía enfadarme porque yo también me burlaría en su lugar y eso era porque no había una buena excusa para odiar a Andrea. Era un gran cocinero, agradable y tenía buen gusto en música; no obstante, verlo sonreírle a Genesis era como una patada en los testículos dada con un zapato de acero.
—¿Fingirás que te agrada mientras estemos cenando?
—¿Crees que se lo tragará?
—Buen punto.
No tardamos más que unos pocos minutos en llegar y sentí el estúpido nudo de celos en la boca del estómago, una sensación que no mermó a pesar de que Genesis se acercó a mí y me abrazó por la cintura en todo el camino hacia el camión de comida.
—¿Spaghetti? —preguntó leyendo el cartel.
—Sí.
—¿Con salsa boloñesa?
—De nuevo, sí.
Sonrío y dio un paso al frente siguiendo el ritmo de la fila.
—Me encanta que no cambies tus preferencias.
—Bueno, es el mejor platillo que tienen.
—La lasaña es mejor —discutió.
—¿Tienen lasaña?
—Sí, es asombrosa. La última vez Andrea me preparó una especial con muchísimo queso, fue el paraíso.
Arqueé una ceja al escucharla, algo que no notó al volver a avanzar.
—¿Realmente no te das cuenta de los comentarios que haces?
—Supéralo, tengo tu apellido, no el de él.
Esa era una excelente respuesta y no encontré ningún argumento para discutir. A pesar de la tranquilidad momentánea, mi rostro volvió a expresar infelicidad cuando nuestro turno para ordenar llegó y el italiano posó su mirada en mi muy agradable y sonriente esposa.
—¡Genesis! —exclamó con felicidad—. Creí que nos habías abandonado, ya no vienes tan seguido como antes.
—Me mudé a otro vecindario y el frío me obliga a quedarme en cama durante las noches.
—Siempre podemos hacer una excepción y enviar un plato caliente de comida para una de nuestras mejores clientes.
¿Veinte años en cárcel por asesinato y diez si tenía buen comportamiento? Ese plazo comenzaba a sonar bien en mi cerebro.
—Oh, Taylor. No te había visto, ¿qué tal el trabajo? ¿Te quedarás por mucho tiempo esta vez?
—Tanto como pueda.
—Eso es genial, Genesis necesita compañía o me veré en la obligación de acogerla en mi casa.
Y Genesis necesitaba también un nuevo lugar de comida italiana donde cenar porque los celos estaban matándome.
—Buscaré una mesa, cielo —solté entre dientes y giré hacia el muchacho—. Buenas noches, Andrew.
—¡Andrea! —me corrigió, elevando la voz mientras me alejaba.
Como era de esperar con la nieve acumulada en el suelo y las bajas temperaturas, eran pocos los masoquistas cenando al aire libre y encontrar una mesa fue sencillo. Me acomodé sobre un banco de madera cercano a una de las turbinas de calor y miré el cielo lleno de nubes que anunciaba otra nevada nocturna.
—Sabes que solo lo dice para sacarte de tus casillas, ¿verdad?
Volví la mirada hacia Genesis y le dediqué una sonrisa.
—No es muy cortés de su parte.
—Quizás quiere ser tu amigo —comentó.
—Dudosa manera de conseguirlo.
Me entregó un plato descartable con comida y también mi bebida. Sonreí al notar que no esperó más que unos segundos para hincarle el tenedor a su lasaña y llevársela a la boca.
—Pues deberías ser más amable con él.
—Soy amable con él, no lo he asesinado en cuatro años y medio.
—¿Sabías que cuando tu primer sencillo sonó en la radio, él subió el volumen de su sistema de sonido tanto como pudo para que todos te escucharan? ¿Y que compró varios boletos para tus primeros conciertos y los sorteó entre sus clientes para apoyarte?
—No —contesté avergonzado.
—Como dije, deberías ser más amable con él.
—Bien, lo dejaré vivir otro año.
—¡Taylor!
Enredé los fideos con mi tenedor de bambú y arrimé mi mano libre hacia la suya. No la tomé, sino que dejé mi palma hacia arriba esperando que ella decidiera entrelazar nuestros dedos. Y eso fue exactamente lo que hizo.
—Estás helada.
—Teníamos que aprovechar que no está nevando.
—¿Quieres mis guantes?
Negó con la cabeza y continúo comiendo sin quitar su mano de la mía.
—Iré a ver a Tyler el próximo fin de semana, hará una firma de libros en no sé dónde y me invitó. Sabes que no puedo decirle que no.
—¿Irás en tren?
—Avión, quiero aprovechar al máximo el tiempo.
—¿Le confesarás que hemos estado mirando pisos en Nueva York con una habitación para él o me darás el placer de mantenerlo en silencio?
Apartó su mirada rápidamente y entendí a la perfección su respuesta silenciosa.
—No es malo tener secretos —la regañé.
—¡No sabía que era un secreto!
Solté un suspiro exagerado que la hizo sonreír y darme un apretoncito en la mano.
—Supongo que Ty podría sernos de ayuda para elegir nuestro próximo hogar.
—¿He dicho ya que estoy emocionada por mudarme a Nueva York?
—Un millón de veces y yo también lo estoy.
—Sé que será increíble.
Yo solo esperaba que su predicción fuera acertada porque estaba cansado de mudarme. Genesis y yo merecíamos tener un hogar, un lugar al que llegar luego de un largo día y poder sentirnos como en casa. Rose Valley estaba descartado por el momento y de todo corazón deseaba que Nueva York fuera capaz de proporcionarnos eso. Y si salía mal, al menos tendríamos cerca a uno de nuestros mejores amigos.
¡Hola, habitantes de Rose Valley! ¿Cómo están? Los he extrañado.
Primero que nada, me acabo de enterar del sismo de gran magnitud en México y espero que todas mis lectoras de allí estén bien. Saben que pueden contar conmigo 💜
Ahora, volviendo a la historia, ¿les ha gustado el capítulo? ¿Extrañaban a Andrea?
Hagan sus predicciones para la vida de nuestra pareja en Nueva York. ¿Qué les esperará?
Muchísimas gracias por leer, votar y comentar. Me retiro porque me quedo sin batería.
MUAK!
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