CAPÍTULO 1
~PRESENTE~
Pan miraba el tenedor con judías mostrando su desagrado sin preocupación alguna. Odiaba las judías verdes, tenían un sabor demasiado dulce.
-- Pandora cómete las judías, estás muy delgada.
El muchacho apretó con fuerza el tenedor conteniendo las ganas de soltar una alta exclamación.
-- Me llamo Pan. -- Replicó entre dientes.
Llevaban conviviendo con esa mujer tan solo una semana y ya le resultaba alguien demasiado insufrible.
-- Lo que tú digas, pero come.
Sus dedos llegaron a alcanzar un tono blanquecino a causa de la fuerza que ejercían sobre el utensilio que sostenían. Suspiró agotado y se llevó otro bocado haciendo más muecas de desagrado.
Su hermano, mientras tanto, trataba de comer lo más rápido posible para alejarse de esa mesa de locos. El barullo era demasiado y las preguntas atosigantes. Solo deseaba acabar y correr a su habitación para cerrar la puerta con llave. Para tener su privacidad.
-- ¿Y es verdad que vuestro padre está en la cárcel?
Aumentó más el ritmo tragando casi sin masticar, apresurado por salir de allí cuanto antes.
-- ¡A mi me dijeron que está en el psiquiátrico!
-- ¿Y vuestra madre?
Comenzó a mover la pierna nervioso y ahora era él el que apretaba el tenedor con demasiada fuerza.
-- ¿Y por qué tu hermana viste como un chico? ¿Es un macholo? ¿O acaso es bollera? Aunque bueno eso es casi lo mismo.
Y con ese último comentario ya no aguantó más, explotó. Agarró el plato con fuerza y lo tiró lleno de furia logrando que este se hiciera añicos nada más tocar el suelo. Se puso de pie, ahora con la atención de todos sobre él, y los encaró con descaro.
-- ¿Por qué cojones no os meteis en vuestro putos asuntos? ¡Huérfanos de mierda!
Tiró la silla al suelo con fuerza y dio vuelta para salir de la estancia dando fuertes pisotones en su trayecto.
La mujer, su actual tutora, había estado a punto de detenerlo, pero se lo pensó mejor y lo dejó estar con la seguridad de que solo se trataba de la crisis nerviosa que sufrían todos los jóvenes al llegar. No era fácil. Nunca lo era.
Pan soltó el tenedor, el cual resonó más de lo normal a causa del enorme silencio que se había formado a su alrededor, y se levantó de la mesa sin formular palabra para correr tras su hermano. Pero antes aún se detuvo a mirar al resto con reproche.
-- Sois todos unos malditos imbéciles - Murmuró.
El resto siguió en silencio observando como la chica se alejaba del comedor dejando el plato completamente lleno de comida.
-- ¿Pero qué les pasa? Solo estábamos preguntando...
-- Son unos idiotas, es lo que pasa. Los nuevos siempre son idiotas.
La mujer frunció el ceño y miró al chico mostrando una expresión severa. En dos grandes zancadas se posicionó detrás suya y le dio una fuerte colleja en la nuca sin ningún reparo ni cuidado.
-- Tú también estuviste de mal humor los primeros días y nadie te recriminó nada. Y ten más respeto con tus compañeros. -- Alzó la vista para hablar a todos en general. -- Y lo mismo va para el resto.
Todos asintieron y se sumieron en un incómodo silencio mientras se apresuraban a acabar la comida para largarse de allí. Cuando esa mujer se cabreaba era mejor estar lejos.
-- Marcos tú lavas hoy los platos. -- Comentó mirando al chico que aun seguía sobándose la cabeza.
-- ¿Qué? ¿Por qué yo?
-- Porque me da la gana. ¿Te vale la respuesta?
La compañera que se encontraba sentada a su lado soltó una pequeña risita ante la expresión de frustración del muchacho, gesto que le costó la mirada fulminante de su tutora.
-- Lara tú también y recoges la mesa.
Ahora el que reía era Marcos acompañado del resto mientras la chica se cruzaba de brazos murmurando y refunfuñando una barbaridad de insultos.
Con dos fuertes palmadas la mujer acalló a los chicos llamando su atención.
-- ¡Venga acabad ya de comer que hay cosas que hacer!
Nadie objetó y todos apuraron, aun más si era posible, los platos. Mientras la mujer decidió ir a ver a los dos desaparecidos. Tenía temas delicados que tratar con ellos y sabía que no sería nada fácil. Mucho menos si ni siquiera eran capaces de cogerle confianza.
Suspiró frustrada y agobiada. Eran demasiados niños que atender, con demasiados problemas cada uno y ahora se le sumaban dos más. A su parecer no le pagaban lo suficiente.
* ~ * ~ * ~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*
Los dos mellizos contemplaban la caja de cartón que se encontraba descansando en el suelo de parqué junto al armario. En la tapa, escrito con letras bien grandes de rotulador permanente, rezaba la palabra "Tesoros". Era la última caja que les quedaba por desempacar y ya había pasado una semana allí arrinconada.
-- ¿La abrimos?
-- ¿Quieres abrirla?
-- Quiero tener el armario de los tesoros, como en casa.
Ambos suspiraron y sonrieron al recordar ese pequeño armario de madera, color verde y beis, que adornaba una esquina del salón. El armario de los tesoros, allí donde se encontraban todas sus reliquias más preciadas.
Ahora esas reliquias, esos tesoros, dormían intranquilos en la cutre caja de cartón que no dejaban de observar.
-- Guardémoslo todo en el armario entonces.
-- Pero no será lo mismo.
-- Pan, nada será lo mismo a partir de ahora. Es algo que tenemos que asumir ya.
El chico suspiró aun más frustrado conteniendo las lágrimas. Las ganas de llorar eran demasiado fuertes, pero ya había llorado lo suficiente por ese día.
Extendió el pie y arrastró la caja hasta dejarla junto a la cama, completamente a su alcance. Con manos temblorosas despegó el celo marrón que cerraba las solapas y lo arrancó con fuerza y sin cuidado.
Su hermano abrió las solapas por él y ambos contemplaron todos los objetos que no eran pocos. Todos sus tesoros, de Lukas, de Pan y de su padre.
Una libreta roja y llena de polvo, una cámara de fotos vieja y destartalada, un álbum de fotos en blanco y negro, unos tenis rojos no tan antiguos, una bufanda multicolor, dos libros... Y más cosas. Muchas más cosas.
Pan estiró la mano para coger un pequeño cochecito de juguete color azul oscuro. Recordó que cuando era pequeño por alguna razón nunca era capaz de soltar ese objeto. Siempre llevaba el cochecito, junto con otro amarillo, en la mano y no los soltaba ni para comer.
Lukas prefirió alcanzar sus tenis rojos, los mismos que su padre le había comprado en su decimoquinto cumpleaños. Según el hombre esos tenis eran mágicos, pero el chico no se lo creía.
Aun le servían, se dio cuenta nada más ver el tamaño. Su pie no había crecido en casi todo el año que había pasado desde la última vez que se los puso.
Comenzaron a sacar el resto de artilugios y se quedaron con la mente en blanco al verlos fisgados por el suelo. ¿Y ahora qué? ¿Dónde los guardarían?
Pan volvió a mostrar la mirada triste que su hermano tanto odiaba. Antes no era así, antes el joven era el más vivaracho de los dos. Era el que los levantaba y los impulsaba a seguir. Ahora los roles habían cambiado, comprendió el más varón, ahora era él el que debía tirar de la cuerda para seguir manteniéndolos a flote.
-- ¿Qué tal si hacemos un nuevo armario de los tesoros?
-- Explícate. -- Musitó su hermano.
-- Tengo una idea. -- Al joven se le iluminó la cara al mismo tiempo que la idea llegó a su cabeza. -- Coge tu cámara.
-- ¿Para qué? Si está rota.
Aun así cogió el objeto viejo con ambas manos. Pesaba un poco, y se notaba la antigüedad que tenía. Había sido una de las primeras cámaras que habían visto el mundo. Y también había sido su primera cámara de fotos siendo regalada de segunda mano tras haber pasado primero por su abuelo y por su padre.
-- Vale, ahora ponte de pie y mira a tu alrededor. Piensa y evalúa como tú sabes. ¿Donde te gustaría recrear el gran Armario de los Tesoros?
Entonces lo comprendió. Si algo sabía su hermano Lukas de él, era que siempre pensaba, se concentraba y simplemente se sentía mejor con esa vieja cámara en las manos. Era algo que no acababa de entender el por qué, pero todas las personas tienen misterios ocultos, y uno de los suyos sin duda alguna era ese.
Dio un giro completo sobre sí mismo observando toda la estancia. Con cautela y precisión. Meticulándo cual sería el lugar perfecto donde la magia de sus tesoros pudiera reinar tranquila.
-- También podemos ir a tu cuarto, no tiene por qué ser en mi habitación.
-- Callate. -- Lo apremió tratando de no desconcertrarse.
Una de las cosas que más lo molestaban era el saber que ya no compartiría habitación con su hermano, no, en su lugar lo haría con una muchacha solo porque su cuidadora no era capaz de ver la realidad de su situación.
No, no quería pensar en eso. Sacudió la cabeza y se centró en lo que estaba en esos momentos. Sus tesoros estarían a mejor recaudo bajo las manos de su hermano, de eso estaba seguro.
Su vista se posó en una esquina de la habitación y la idea le vino sola. La esquina se encontraba justo al lado de una de las camas y los rayos del sol reflejaban en ella.
-- Esa esquina. -- La señaló. -- Pongamoslo todo ahí.
-- ¿Así y ya está? ¿Cogemos las cosas y las tiramos al suelo como si nada? -- Su hermano lo encaró escéptico. -- A ver que queremos guardar unos recuerdos no desordenar la habitación.
-- No idiota. Imagínate todo ahí rodeado de una cerquita, con dos tablones como paredes... ¡O no, mejor! ¡Con libros! ¡Unos montoncitos de libros haciendo de cerca! -- Se le iluminó la cara al imaginarlo.
Lukas estuvo a punto de replicar, pero se detuvo al ver el entusiasmo de su hermano. No podía decirle que no, a parte la idea no estaba tan mal si se paraba a barajarla meticulosamente.
-- ¿Qué libros?
-- Los nuestros. Los mejores. Los de Laura Gallego, la saga Olvidados, Legados de Lorien, los individuales como El Origen, La princesa de los lobos, los LGBT como El fuego en el que ardo o El chico de las Estrellas... ¡Todos! ¡Simplemente todos!
-- Joder. -- Lukas estalló en carcajadas. -- Pareces un loco maniático.
-- ¡Es que me encanta! ¡Simplemente me encanta!
Comenzó a dar saltos eufórico y, tras dejar la cámara sobre el colchón, echó a correr a su habitación para coger los libros del estante. Volvió al minuto poniéndose manos a la obra.
-- ¿Qué haces ahí parado? ¡Ayúdame!
-- Espera galimatías, primero habrá que poner los objetos ordenadamente antes de hacer la cerca. ¿No te parece?
El aludido lo vio expectante y se percató de su error. Se apresuró a alcanzar la cámara y su cochecito poniéndolos con cuidado sobre el suelo.
Mientras el muchacho cogía el resto de tesoros y los colocaba ordenadamente en el suelo, su hermano sacaba los libros del estante entrando y saliendo de la habitación numerosas veces.
Al cabo de un rato ambos se encontraban sentados en la segunda cama admirando su obra maestra. Siete pequeñas torres de libros rodeaban los recuerdos mágicos, en forma de objetos, que reposaban en el suelo de parqué haciendo esquina en la pared.
-- Me encanta. -- Se miraron cómplices ante la coincidencia. -- ¡Chispas! ¡Chispas! ¡Chispas! ¡Mierda!
Rieron divertidos y chocaron los puños en sincronía. Acto seguido abrieron la mano, encogieron los dedos y se engancharon a los del contrario. Un gesto que llevaban haciendo desde que tenían memoria, un gesto que los tranquilizaba.
A Pan le recordó a una cadena inoxidable e irrompible que representaba su unión. Lukas, sin embargo, lo vio más como el simple contacto de su piel ante el deseo de encontrar la calma, las moléculas de la carne usando el sentido del tacto para percibir la tranquilidad que le otorgaba a causa de un suceso nada más que psicológico.
De los dos él siempre había sido el más racional, y su hermano el más imaginativo. Él iba por ciencias y su hermano por letras. Eran polos opuestos con caras iguales. Pero los opuestos se atraen y siempre permanecen juntos.
* ~ * ~ * ~*~*~*~*~*~*~*~*~*~*
El chico miró sin pudor alguno la espalda desnuda de la muchacha que se estaba cambiando sentada en la cama gemela. Tragó saliva y pensó en disimular un poco o simplemente desviar la vista por completo, pero no pudo ni tampoco quiso.
-- ¿Qué tanto me miras bollera?
-- Me llamo Pan.
-- Me importa una mierda. -- Se giró a verlo despectiva dejando a la vista las enormes tetas que ni siquiera parecían naturales. -- Bollera, deja de mirarme. Es asqueroso.
-- Que tu mente es asquerosa no te lo discuto. -- Sonrió con sorna.
La muchacha bufó y puso los ojos en blanco. Acabó de cambiarse vistiéndose la camiseta del pijama y se incorporó en un salto.
-- Por lo menos yo no parezco un hombre.
-- Si te sientes a gusto con ello no sabes la suerte que tienes. -- Esta vez su sonrisa fue sincera y algo triste. -- De verdad, no lo sabes.
La chica volvió a poner los ojos en blanco y sacudió la cabeza con fervor moviendo sus largos y oscuros cabellos a los lados. Parecía un tic que repetía cada poco tiempo.
-- Que rara eres.
-- Raro. -- Remarcó la última vocal con énfasis.
Y otra vez los ojos en blanco y la melena haciendo ondas al viento. Sí, definitivamente era un tic.
Salió de la habitación sin decir nada dejando al muchacho solo.
El chico se tumbó en la cama con un largo suspiro de frustración. Tenía que ser paciente sino quería acabar arrancándole la melena a esa niña. Recordó una de las normas de su padre, «Los hombres no deben pegar a las mujeres hijo, eso está mal. Si alguna vez una chica te levanta la mano pasa de ella o acusala a algún mayor, pero no le devuelvas el golpe.»
Suspiró de nuevo. En realidad ese comentario había sido dirigido a su hermano por una ocasión en la que, por defensa propia, había empujado a una niña en el colegio. Pero como siempre, todos los consejos que su hermano recibía era él quien los acataba al final.
Escuchó el chirriar de la puerta y se giró para ver de nuevo a su compañera de cuarto. ¿Por qué diantres no podía dormir con su hermano?
La muchacha cogió el móvil de su mesilla y se tiró a la cama comenzando a teclear con fervor. Al cabo de poco soltó un suspiro y dejó el aparato de lado. Miró a su compañero.
-- Eres bollera ¿verdad?
Esta vez fue él quien puso los ojos en blanco. Parecía ser que la chica tenía obsesión con el tema.
-- Bisexual más bien.
-- ¿También te gustan los chicos?
Asintió con la cabeza.
-- Por Dios. -- Volvió a poner los ojos en blanco y esta vez acompañando una mueca.
-- ¿Qué pasa? ¿Te atemoriza que te valla a violar? No te preocupes, no eres mi tipo. -- Mintió, pues no podía negar que la chica era bastante guapa.
-- ¡Oh venga ya! ¡Si soy preciosa!
-- ¡Dios, el ego! -- Estalló en carcajadas.
-- ¡Hablo en serio! ¡Tengo a medio instituto loquito por mi! -- Infló las mejillas y cruzó los brazos refunfuñando.
-- Hablando de eso, ¿como es el instituto San Pedro?
Recordó entonces que a causa de todo el desastre debían cambiar de centro, debían cambiar de instituto. Habían pasado de la ciudad a un pueblucho rezagado y por encima tenían que cambiar de instituto. Nuevos compañeros, nuevos profesores... la cosa le pintaba cada vez peor y la incertidumbre lo aterrorizaba.
-- Normal supongo. -- Se encogió de hombros. -- Aunque es probable que tengas problemas, sobre todo con las chicas, si te sigues vistiendo como un macholo.
-- Me visto como lo que soy.
La muchacha hizo una mueca y alzó una ceja.
-- Ya. -- Murmuró. -- Oye y... ¿Sabes si tu hermano tiene novia?
-- No, ¿por? -- Abrió los ojos como platos al comprender. -- ¿Te gusta mi hermano?
-- No, pero es muy guapo. Bueno sois idénticos, pero el más guapo.
-- La lógica se te quedó en Narnia.
Rió fuerte al ver la expresión de desconcierto de su compañera.
-- Estás como una cabra.
-- No te lo discuto.
Por una vez la morena en lugar de mostrarle una mirada despectiva o una mueca de inconformidad le regaló una sonrisa sincera. Le había hecho gracia el comentario.
-- ¿Sabes? Ni siquiera sé tu nombre.
-- Llevo una semana entera conviviendo contigo en la misma habitación, la pesada de Maite me a llamado la atención millones de veces y a demás te lo acabo de recordar hace unos minutos. Estás de broma ¿verdad?
La chica desvió la vista avergonzada por su despiste.
-- ¡Pues no, no estoy de broma, pero si no me lo quieres decir pues que te parta un rayo! -- Se cruzó de brazos.
-- Me llamo Pan.
La chica se tapó la boca ocultando la risa que igualmente se escuchaba a la perfección.
-- ¿Qué es tan gracioso?
-- Es que Pan. ¡Pan! ¡Osea, me encanta el pan! ¡Vamos a darle migajas de pan a los patos! ¡Osea Pan! -- Estalló en carcajadas.
-- ¿Y yo soy el raro? -- El chico alzó una ceja sin borrar la sonrisa que se le había formado.
Tras un minuto de incansable risa la muchacha se tranquilizó y respirando hondo volvió en si. Miró al chico tratando de aparentar seriedad, pero en cuanto recordaba el nombre volvía a sonreír por no reír de nuevo.
-- Yo soy Bianca.
-- Lo sé. -- Sonrió burlón.
-- Que te den. -- Acompañó a sus palabras el singular corte de manga. -- Explícame eso de que te vistes de lo que eres.
-- Que soy un chico. ¿Tan difícil es de entender?
-- Pues sí. Eres una chica, o al menos tienes vagina. ¿Por qué andas diciendo que eres un chico?
-- ¿Por qué tú andas diciendo que eres guapísima? Porque sabes que lo eres igual que yo sé que soy un chico. Así de simple.
La muchacha lo miró atónita y, como él ya se lo esperaba, puso los ojos en blanco y movió la melena.
-- ¡Eso no es lo mismo!
-- ¿Por qué?
-- Porque yo digo que soy guapa porque sí, pero es que... osea.... -- Se calló al no saber que decir y soltó un grito tirándose de los pelos. -- ¡No es lo mismo! ¡Punto!
-- Esa no es una razón. -- Rió fuerte. -- Admítelo, yo tengo razón.
-- ¡Pero eres una chica! ¡Tienes coño y ovarios!
-- ¿Y?
-- ¡Pues...! ¡Pues...! ¡Pues...! ¡Pues eso!
-- Mira tú solo hablame en masculino, luego si lo entiendes o no ya es algo que no me importa mucho. -- Estiró los brazos al aire soltando un enorme bostezo. -- Aghh, que sueño. Me voy a dormir, buenas noches.
Tras apartar las mantas de la cama se metió dentro acurrucándose lo más posible para librarse del frío que comenzaba a invadir la habitación haciendo compañía al silencio.
-- Buenas noches. -- Murmuró la muchacha frustrada, y en tono de reproche añadió. -- Bollera.
-- Que te parta un rayo mocosa.
-- Y a ti dos.
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