Capítulo 26
Una llamada de Liberty hizo saltar todas las alarmas. Amalia la había esperado desde el mediodía. La prisa se apoderó de ella y apenas tuvo tiempo de dejar el apartamento como tanto le gustaba; lo único que pudo hacer fue guardar la máquina de escribir en su caja. Ya después solo cogió sus llaves, el bolso y corrió hacia la calle.
Su joven amor la esperaba frente al Bar Silencio. La chica estaba que se comía las uñas. Esta vez, Free iba vestida con ropa casual, sin la moda del flower power. En cuanto se vieron, aquella corrió a abrazarla. Amalia dio un amargo trago de saliva y nada más intentó acariciarle el cabello. Pidió a Dios la fuerza para enfrentar la situación.
—Es terrible, Gina, no lo vas a creer —decía esta, derramando lágrimas en su pecho—. Ha ocurrida una tragedia.
—¡¿Qué es?! ¡¿Qué ha sucedido?! —Su reacción había sido muy falsa, pero Free no reparó mucho en tal detalle.
—La policía, no sé cómo, encontró la comuna de Grasslands Park. Los detuvieron a todos y los acusaron de ser contrabandistas...
—¡No lo puedo creer! ¡Son unos puercos!
—Entre todos ellos estaba Laura. Lo siento. —Free se separó de ella y sonó su nariz con un pañuelo que había sacado del bolsillo de su chamarra de mezclilla. También esta echó una miradita alrededor, como sospechando de todos, y decidió ponerse los lentes oscuros que llevaba sobre la cabeza, lo que la dotó de un aspecto fúnebre. Pero cerca de la base de un farol solo había un viejecillo. Se acercó a Amalia y murmuró—: Debemos hacer algo, Gina. Laura no es ninguna contrabandista. Sus padres no quieren ir por ella. Se negaron a acompañarme.
—¿Qué podemos hacer?
—¿Cómo que qué...? —Free alzó la voz, pero sin dejar de susurrar—. ¡Pues ir a sacarla de la cárcel! Tengo pruebas de que Laura es una persona de bien. Tengo testigos: tú, yo, los otros...
—Suena a algo muy difícil.
—Disculpe, ¿necesita algo? —le preguntó Liberty al anciano.
—¿Podría decirme la hora, por favor?
La joven se arremangó el brazo, miró el reloj y se la dijo.
—Gracias —dijo, y se fue.
Amalia había aprovechado para pensar su respuesta, pero le abrumaba el asunto.
—Es algo que deberíamos pensar mejor, Free.
—Mejor vámonos a Sugar Town, ven. No confío en nadie. —La tomó de la mano, vigilando el entorno sobre sus hombros, y ambas mujeres se metieron al Silencio.
+~+~+~+~+~+~+~+~+~+
—¡Esto es inaceptable! —espetó Joe, que acto seguido golpeó la mesa.
—¡Estamos jodidos! —Emile estaba aterrado y cabizbajo.
—Y lo peor es que sus padres no quieren ayudarme. —Free se limpiaba las lágrimas por debajo de los anteojos—. Se rehúsan porque «no tienen dinero».
—Es una razón estúpida —soltó Emile sin miramientos—. Le recriminan que ella dejó de hablarles hace muchos años, porque siempre les llevó la contraria. Ellos querían que se casara y se hiciera una simple ama de casa. Todo es porque prefirió estudiar.
—Es posible —convino Free—. Fui a ver a su padre y este me dijo que no tenía dinero y que no pretendía pagar la fianza de nadie, que era su problema. Viven bien. Todavía tienen mucho dinero. Hasta tienen criados negros. ¡Qué personas de mierda!
—Carajo, si esos fascistas no hubiesen matado a Kennedy, todo estaría mejor.
—No digas tonterías, Emile —dijo Joe—. No tiene nada que ver eso.
—¡Es verdad! Si no hubieran culpado a ese tal Lee Harvey Oswald...
—¡No se desvíen del tema! —intervino Free—. Debemos ir a salvar a Laura nosotros. Vamos a Sacramento hoy mismo. En un par de horas estaremos allá, y la sacaremos.
—¿Cómo la rescataríamos? Es imposible.
—¿Por qué dices eso, Joe? Tienes dinero en la caja fuerte. Yo todavía tengo unos cuantos ahorros. Me da mucha vergüenza, pero podría pedirle un poco más a mi abuela. El caso es que efectivo no nos falta con tal de que nuestra amiga salga libre.
—Lo que ocurre allá es una locura, Free, ¿has leído los diarios?
—Claro que los he leído, por eso estoy aquí convocándolos.
—No, me refiero a que no solo arrestaron a la gente que hay en la comuna, sino que han comenzado a suscitarse disturbios. Ahora todo el que es joven y parece un hippie es enemigo del Estado. Quieren incluso meter preso a Eric Burdon. Se pusieron resentidos porque saben que están perdiendo la guerra esa. Y esto no solo ocurre aquí, sino en otras partes del mundo. Nos están satanizando. Si tú vas para allá, lo único que encontrarás serán problemas.
—¡Pero Laura nos necesita! ¿Qué haremos? ¿Dejarla sola?
—Para empezar, ¿sabes que puedes sacarla con fianzas?
—No...
—¿Puedes contratar algún abogado?
—¡No!
—Esos cabrones cobran demasiado. Ni con tres meses de trabajo aquí podríamos pagarle.
Amalia lamentó el hecho de ser esposa de uno y no poder sugerirlo.
—¡Nadie los necesita! Yo misma puedo defenderla. Tengo las pruebas. Somos testimonios.
—¡Ah, sí! —ironizó Joe—. Dos homosexuales serán tus testimonios. Uno, especialmente, es un jodido italiano que escapó de la mafia.
—No seas así, Joe...
—Es una empresa perdida desde donde la veo, pequeña Free. En cuanto lleguemos allá para intentar sacarla, se darán cuenta de quiénes somos, de lo que somos, y créeme cuando te digo que son muy buenos para eso. Yo encima tengo antecedentes penales. Estoy estigmatizado como alguna clase de Al Capone. Es como si unos judíos fuesen a la Berlín de 1938 para intentar sacar a su amigo que ha sido detenido.
Liberty se quitó los lentes y los estrelló en la pared. Se levantó y dio vueltas. Nadie pudo menguar la tensión.
—Lo siento mucho, Liberty, pero Joe tiene razón.
—Gina... Tú no, por favor.
—Es que... es cierto. Tú no los conoces. De hecho, eso esperan, que vayamos y nos entreguemos. En cuanto lo hagamos, nos encontrarán muchas cosas. Si se enteran de que tú y yo estamos juntas, serán capaces de mandarnos a un sanatorio para electrocutarnos.
—Es muy cierto, mi dulce amiga. Debemos aceptarlo y confiar en que ella podría salir sola, si es que a la larga la falta de pruebas la dejan libre. Digo, ella es heterosexual y blanca, ¿no? Además, no sabe nada de drogas.
—Tú lo dijiste: están deteniendo a cualquiera. Somos enemigos solo por ser jóvenes.
Joe asintió, rendido, y escondió la cabeza en sus brazos. El grupo permaneció en silencio durante un par de minutos. Liberty, por su lado, continuó contemplando la máquina de discos, en busca de armonía interior.
—Tendré que cerrar el negocio.
—¿De qué hablas, amor? —le preguntó Emile.
—Este bar, este sitio, tendré que cerrarlo. Tendré que hacerlo dentro de las próximas dos semanas, por lo menos.
—Ahora eres tú el que dice sangrientos sinsentidos, ¿te das cuenta, mate? —Al parecer, el acento londinense de Emile McKenzie aumentaba cuando se encontraba furioso—. ¡Este sangriento lugar es toda tu vida, ¿no es así?! ¡Si lo cierras acabarás en la calle!
—Lo sé, pero es lo único que puedo hacer por ahora.
—¿En qué piensas? —quiso saber Amalia, quien se mostraba fría—. ¿Qué harás?
—Quisiera regresarme a Nueva York.
Esta afirmación molestó más a Emile.
—¿¡Regresarte a Nueva York!? ¡Estás loco! ¿Quieres que tu padre te encuentre y te acribille?
—Tendría que hacerlo de manera incógnita, Emile. Podría encontrarme con mi hermano, para que me dé un sitio en su bar.
—No puedo creerlo... —Emile se levantó y pateó su silla—. ¡Joe! Allá no tienes nada ni a nadie. Tú hermano es un imbécil que extorsiona a los demás para salvarse él solo. Vive a costa de sí mismo. No le importa nada más que el dinero. Estafa, se codea con policías corruptos... ¿Es que acaso tú quieres ser igual que él de tramposo?
—¡No tengo opción! Si me quedo aquí, tarde o temprano harán una redada en mi bar.
—A tu hermano le hacen redadas como dos veces por semana.
—Pero al menos allí podría esconderme mejor que aquí. —Joe se detuvo, al ver la cara poco convencida de su novio, e intentó explicarse mejor—. Escúchame, sé que Tony es deshonesto, pero al menos la manera en la que dirige su negocio podría servirme para ocultarme.
—¿Ocultarte tú? —Emile ahora se veía dolido—. ¿Y qué hay de mí? ¿Qué hay de ellas?
Joe acunó su rostro en las manos.
—Podríamos todos ocultarnos allí, al menos en lo que pensamos en el siguiente paso.
Liberty quiso opinar.
—No lo sé, Joe, me parece más peligroso. Pero si tú quieres ir, no te podemos detener.
—Sí. No puedo irme. Mi vida está aquí —comentó Amalia.
—Tú ven conmigo entonces, Emile. Di que sí, por favor. ¡Di que sí!
Emile suspiró y se acarició la barba.
—No me agrada la idea de vivir bajo la sombra de tu hermano.
—Podríamos establecernos en Greenwich Village, con los demás.
Tanto Emile como Joe continuaron haciendo sus planes. En cambio, Amalia y Liberty eran testigos. Ninguna de las dos quería intervenir en una conversación tan privada, ajena; pero, con unas miradas que se hicieron, ambas supieron que debían organizarse también. Sin embargo, para Amalia, por obvias razones, no resultaba tan fácil.
Los chicos llegaron a un acuerdo y salieron del sótano. Ellas se quedaron solas.
—Y si no va nadie conmigo, yo iré sola.
—¡Espera, Liberty! Iré contigo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro