Capítulo 22
Las palabras de Laura habían rebotado tanto dentro de su cabeza, que llegada la hora de dormir ni siquiera le importó que Gina la obligara a acostarse en la segunda cama. Primero se había mostrado cariñosa, pero por último, sin más, le dijo que debía dejarla sola. Liberty, muy a pesar de su disgusto, quiso entender con ayuda de su amiga, y simplemente aceptó su petición. Estaba muy decepcionada. Pensaba que tendrían por fin su «noche especial». Sin embargo, esta experiencia solo le sirvió a la joven para pensar en el futuro. Tuvo la idea de encaminar de todos modos algún plan junto a ella, con la intención de cambiar las cosas para estar juntas. Ya no solo le importaba predicar su filosofía de «vive y deja vivir», sino que pretendía liberar a Gina de sus propias cadenas.
A estos pensamientos le dio vueltas durante un par de horas más hasta que concilió el sueño.
El domingo llegó y con ello el concierto. Salieron muy tarde del campamento, para aproximarse allá cerca del atardecer. Las calles de aquella ciudad no eran muy diferentes a las de San Francisco —aunque bueno, sí había una, que no había avenidas empinadas—. En fin, Sacramento era una urbe bohemia y también dominada por la juventud.
Por todos lados llegaban autobuses, más vagonetas como las de Emile y demás automóviles caracterizados con motivos psicodélicos. Iban ocupados hasta el máximo. Arriba de los toldos viajaban cinco o más personas, que, a su vez, cargaban mensajes alusivos a la guerra. Amalia se fascinó con la gran cantidad de gente que venía a presenciar el espectáculo de los Animals. Asimismo, Joan Báez era la telonera, por lo que las fanáticas de la última artista también estaban presentes. Se les reconocía por llevar demasiadas flores en el cabello.
Emile estaba excitado con el ambiente, donde los defensores del amor libre eran mayoría. Joe, quien viajaba a su lado, le sugería que debía, de igual forma, estar más que precavido. Amy, por su parte, no paraba de fotografiar cada cosa que llamaba su atención. Todo era belleza por donde se viera.
Pero Joe tenía razón.
De repente también apareció policía montada, miembros de la Policía Militar que iban a pie y demás agentes que vigilaban a los jóvenes. Se encontraban apostados en puntos estratégicos cual si fuesen figuras de cera. Estos temibles personajes recorrían la calle por el lado del asfalto, mientras que los interesados en ingresar al evento debían ir por las aceras, protegidos ocasionalmente por barreras metálicas. Lo que los caracterizaba eran sus cascos blancos con unas letras en mayúscula que decían «MP», uniformes parecidos a los de algún sargento, botas negras y un fusil en la espalda. Ninguno iba con un buen gesto; más bien andaban con rostros estoicos y los ojos entrecerrados.
En algún punto de la llegada, los oficiales en caballo se multiplicaron y el tránsito se hizo más pesado. Faltaba una hora para que el concierto diese comienzo. Los asistentes no reservaron sus ganas de quejarse a través de bocinazos y gritos. Ya, por último, un policía desvió los vehículos a un estacionamiento improvisado, lo suficientemente grande.
Tiempo después de haber dejado la vagoneta, Emile y los demás se acercaron a las inmediaciones del estadio. Desde su posición ya se veía una parte del escenario; pero antes de poder reunirse en el campo, debieron atravesar un pasillo humano, compuesto por gente de ambos bandos. Había en su mayoría fanáticas de Joan Báez. Algunas coqueteaban con los oficiales, como distrayéndolos, aunque estos ni se inmutaban.
Emile tuvo un arrebato de rebeldía, pensando más en lo que Liberty había dicho anoche, y se colgó de los hombros de su novio. Sin que le importara lo más mínimo, comenzó a besar a Joe en las mejillas y a saludar a cada agente, como si fuese una celebridad.
—Emile, aquí no —le dijo en un susurro.
Él insistió.
—¡Saludos, oficiales! —Besó de nuevo a Joe, ahora en la boca—. ¡Amor y paz, mates!
Gina veía todo desde atrás y, tanto ella como Liberty, caminaban aterradas.
—¡Hey! —espetó un agente—. ¡Más cuidado, jodido pervertido!
—Necesitas amor, viejo.
—¡Emile! ¡Sigamos, carajo! Emile... ¿Qué haces? No te acerques a ese hombre.
—Debes tener más cuidado, hijo.
—¿Vas a decirme cómo debo de comportarme, eh? ¡Jodido fascista!
—Emile —dijeron todos sus amigos—. ¿Qué haces? Vámonos.
El hombre de casco blanco y manos enguantadas tomó su rifle, apenas como para intimidar, y caminó un par de pasos hacia Emile. Aún los dividía la valla de acero, que les llegaba a medio cuerpo. Pero como las fanáticas de Joan Báez andaban cerca de estos hombres, no dudaron en interceder por Emile.
—¡Seamos todos amigos, oficial! —dijo una muchacha muy bonita, que no dudó en coquetear con el sujeto furioso—. Él tiene razón, lo que le falta a usted es amor.
—Bueno, depende de quién lo diga —aseguró el hombre, quien habló con un poco de nervios—. Ahora, vuelva a la fila, señorita.
Los chicos avanzaron y ya solo se oyó a Joe increpar a su novio por lo bajo. A lo lejos, Gina notó que tres o más jóvenes llenaron el arma del individuo con claveles. Una de ellas tuvo el atrevimiento de colocarle una flor en la oreja. Aquel ya no se quejó. Y a pesar de que la escena resultó ser poética para una de sus fotos, Gina respiraba la tensión con cada paso.
Un muchacho después se acercó a Laura para elogiar la valentía de sus amigos. Pero, claro, este se hallaba más bien embelesado por la altura y belleza de la joven. Él le llegaba a los hombros, y hacía comentarios al respecto. Para los demás parecía ridículo, casi risible; no obstante, para Laura terminó siendo una muestra de simpatía. Ella se juntó con el chico y comenzaron a tener una agradable plática. Tal suceso motivó a Gina a tomar a Liberty de la mano, un gesto que aquella reconoció como muestra de fuerza. Ya no importaba, pues los integrantes de la MP habían quedado atrás.
Adentro del estadio se congregó la multitud y miles de gritos resonaron al unísono. El concierto transcurrió sin mayores incidentes. Primero, Joan compartió algunas «canciones de protesta», atributo de las letras que iban en contra de aquel absurdo conflicto en Asia, y después dio uno que otro discurso. Esto subió la emoción e hizo que corearan el nombre de la artista. Más tarde, la música de Eric Burdon cimbró el suelo una y otra vez. El éxtasis embargó a cada uno de los asistentes. Todo amante del rock and roll hubiera encontrado allí un gran momento para expresarse. La emoción se desbordó demasiado, o eso notó Gina, que veía cómo ciertas mujeres se subían a los hombros de sus novios para, pues, mostrar sus pechos desnudos sin pudor alguno.
Ella solo sonreía, sin ánimos de desaprobarlas.
Cuando el evento finalizó ya era de noche. Los chicos regresaron a la furgoneta, a un estacionamiento atestado. Con ellos iba Arthur, el colado que se había interesado en Laura; era un detalle que no pasó desapercibido para nadie. La cuestión era que debían volver a Berkeley, y aquel joven tenía que trabajar al siguiente día.
Laura no quiso desprenderse de él.
—Quisiera conocerlo más, chicos. ¿No es muy encantador?
Joe hizo la postura de un padre resignado y suspiró. Por su apariencia lo parecía, aunque no rebasara ni los veintiocho años.
—Muy bien. No decidimos por ti, Laura. Si tú quieres quédate.
—Gina, llámenme si me necesitan.
—Claro que sí.
Liberty no dijo nada; solo la abrazó.
—Bien. Ya decidimos que volveríamos a la comuna.
Se despidieron. Esperaron por horas a que se vaciara el estacionamiento. Los demás, ya sin Laura, salieron de Sacramento y tomaron la carretera de regreso a San Francisco. Se unieron a una caravana hippie de otros que igual regresaban a su hogar.
A mitad de camino Emile rompió el silencio.
—Lo siento, Joe, me comporté como un idiota.
—Está bien —le contestó, con una mano en el hombro.
—Pero qué buen concierto, ¿no es así? —Todos asintieron—. Y tocaron la de Es mi vida. Qué buena puta canción.
—Así es, aunque mi favorita es la de La casa del sol naciente. —Joe y Emile compartieron unas risas y se besaron, pero el segundo enseguida siguió vigilando el camino. Gina aprovechó la ocasión e hizo lo suyo con Liberty. La jovencita estaba ya tan cansada, que después solo se acurrucó en su hombro.
Ya se había acabado su fin de semana, se lamentó Gina, y lo peor es que debía seguir haciendo su trabajo. Tenía que ser Amalia Bennett otra vez.
«Quisiera que este momento no acabara nunca.»
+~+~+~+~+
¡Holi otra vez!
¿Saben qué? Pienso que la canción de arriba queda muy bien con lo que pasa en el capítulo, ya que la letra habla de algo muy similar. Aquí, por cierto, aparecen demasiadas canciones en la historia, pero los dejaré con mi favorita de los Animals, al igual que Joe y mucha gente más ^~^!
https://youtu.be/4-43lLKaqBQ
Y amor y paz :3
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro