Capítulo 12
Georgina Thompson pasó a un lado de un puesto de revistas y pidió otro paquete de cigarrillos, que se guardó rápidamente en el bolsillo del suéter. Aunque hacía calor, aquella prenda le brindó mucha protección.
Más tarde, Liberty y compañía no se hicieron esperar.
Una furgoneta de Volkswagen, envuelta en un arcoíris de margaritas, se detuvo frente a ella. La puerta corrediza se abrió y apareció Free, quien ahora llevaba un vestido con motivos alusivos a las nubes del atardecer, también corto. Esta vez, sus largas botas eran blancas y relucían. Llevaba, igual que de costumbre, unas gafas solares y una cinta en la frente. Asimismo, tenía atado el pelo al puro estilo de Mi Bella Genio.
—¡Sube, Gina!
Un poco dudosa, porque el ambiente allí dentro era ruidoso y humeante, Gina pisó los estribos y trepó a la máquina de la felicidad. La música era de los Beach Boys, muy adecuada para la ocasión.
Atrás solo iban Free y su amiga la periodista misteriosa, mientras que adelante conducía un joven barbado de larga melena castaña. Este iba acompañado de Laura Baywick, la mujer más alta que había visto en su vida.
—Te pareces a Barbara Eden —comentó Gina, sonriente.
—¡Lo notaste! —exclamó Liberty, que enseguida se giró hacia Laura y dijo, con mucho entusiasmo—: Laura, ¿ya viste? ¡Lo notó!
—¿Ves Mi Bella Genio? —preguntó aquella—. ¡Guau! Buenos gustos.
—¿Qué opinas, Gina? —Liberty ahora posó como Barbara Eden, con los dedos formando un abanico sobre su mejilla—. ¿Soy tan bonita como ella?
«Mucho más.»
—Sí... —Sintió que se ruborizó al decirlo, pero el conductor salvó el día, antes de que Free fuese a comentarlo.
—¡Mucho gusto en conocerte, Georgina! —Su acento era británico.
—¡Ay, es verdad! —dijo Liberty, apenada—. Gina, él es Emile McKenzie.
—Mucho gusto —respondió Gina desde el asiento.
—Free habla mucho de ti. Qué bueno que estés haciendo un artículo sobre nosotros. Espero que luego me dejes leerlo.
—Claro...
—Yo también quiero leerlo —intervino Laura—. Por cierto, te veo el jueves para entrevistarnos.
Georgina solo asintió, y Laura siguió fumando de su porro, que compartía ocasionalmente con Emile. Aquellos se sumergieron en su propia conversación.
—Por cierto, lo leí el otro día, Gina, es muy bueno. ¡Será genial! —exclamó Liberty.
—Eso espero —comentó Gina.
—No se los he compartido, pero lo haré pronto. Es que he tenido muchos pendientes.
—Oh, no hay ningún problema. Mi mayor interés es que a ti te convenza.
—Qué bien que vayas a entrevistar a Laura. No sabía.
—Ella lo pidió.
—Qué bueno. Oye, ¿no tienes calor? —Comenzó a mofarse—. ¡Vas con ese suéter tan pesado! Deberías quitártelo y ponerte algo más ligero.
—No creo, así estaré bien.
—¿En serio? Morirás de calor. ¿Qué tal que te desmayas en plena playa...?
Liberty insistía, mientras seguía con su juego de coquetearla. Claro, no la acosaba ni nada parecido, pero Gina no tardó en ponerse muy nerviosa, a pesar de que esbozaba sonrisas. Liberty lo notó y, con su eterna astucia, le ofreció la idea de pedirle un traje de baño.
—¡No! ¡Ni pensarlo!
—¿Por qué? —preguntó Free, haciendo pucheros.
—Porque me van a ver medio desnuda. ¡Ni pensarlo!
—Esa es la idea.
—¡No!
—Ay, Gina, quería que te metieras al agua con nosotros.
Georgina tuvo una idea más o menos excitante, y prefirió creer que lo hacía por Dayton y su dichosa operación.
—Bien... —Se abrazó a sí misma y se puso del lado de la ventana, demostrando mucha timidez.
No obstante, en vez de compadecerse, a Liberty se le hizo gracioso molestarla con travesuras inocentes durante el camino. Ambas terminaron por reírse juntas.
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La playa estaba muy cerca del puente Golden Gate. Desde allí se veía la colosal estructura roja. Por toda la arena se hallaba un montón de turistas que seguían la moda. Era como si las leyes en contra de las drogas se hubiesen pausado, pues a Georgina le supo demasiado incongruente que no hubiese problema con fumar marihuana al aire libre. Por todos lados, había oído, se le conocía como el «verano del amor»; aunque, en realidad, este dichoso evento había iniciado desde hace más de un año.
Los jóvenes, desde los delgaduchos hasta aquellos que tenían atractivos pectorales, corrían hacia las olas con sus tablas de surf. Como Liberty había convencido a Gina de cambiarse, Laura y Emile se quedaron en la arena, tratando sus propios asuntos. Las chicas, pues, se dirigieron a los puestos de tablas y ropa de baño. Liberty llevaba a la periodista casi de la mano. Por un momento, ella tuvo la sensación de que había salido de una cueva, una en la que había estado durante años. Incluso su piel palidecía bajo la luz del sol, y comenzaba a enrojecérsele. Para ello, Liberty también se ofreció a comprar una crema bloqueadora.
Durante su visita a las tiendas, Gina no habló, sino que se quedó embelesada por la gran cantidad de colores y sonidos que la rodeaban. En cambio, Liberty no se callaba; esta le mostró de todo y le señaló lo que más le atraía. De repente se probaba lentes, posaba por aquí o por allá y corría como niña en juguetería. Gina adoró verla así de enérgica.
Ya adentro de otra tienda, de la que vendían ropa, Georgina ingresó a los vestidores para probarse varias opciones. Ni sabía por qué permitía que la jovencita pagara todos los lujos. Solo le agradaba la idea de complacerla, porque de alguna manera le nacía.
Estaba contenta. Se miró al espejo, con su estilo simple de Michelle Phillips en días otoñales, y se quitó el suéter. La cajetilla de cigarrillos que había comprado cayó al suelo. De la nada recordó con amargura su verdadero ser.
«¿Qué estoy haciendo aquí? —se dijo, contemplando el paquetito rojo—. Quiero irme.»
De pronto necesitó uno. Si recurría a su querido tabaco, aguantaría el resto de la tarde siendo Amy.
Solo uno y ya.
Iba a encenderlo allí.
—¿Ya acabaste? —preguntó Liberty afuera. Ya había terminado de cambiarse.
—No.
—Está bien, te espero.
Amalia volvió a ser Georgina.
Se probó el traje amarillo y no le gustó. Se colocó el azul y se veía muy boba. El verde también era ridículo; nadie lo usaría ni estando borracha. Y el menta era el más indecente, ya que dejaba expuesto el vientre. ¿Acaso no había un traje de baño que mostrase menos piel? Lo peor es que todos eran infantiles y de motas blancas.
Como creyó que gastaba mucho tiempo innecesario, mandó todo al diablo y salió con el traje azul. Esperó a que Liberty se burlara de ella, pero no había sido así, sino que la chica decidió llenarla de elogios.
Gina agradeció, ya con un rostro más alegre.
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