Capítulo 1
Amalia detestaba las fiestas, y si estaban planeadas por el editor en jefe, mucho más. No le agradaba la idea de estar donde hubiera mucha gente. Tenía la ferviente creencia de que los empleados, una vez se juntaban con el jefe para una tarea recreativa, solo se sonreían para quedar bien.
Sin embargo, Henry Dayton organizaba buenos eventos. Tenía orquestas en vivo con música de Percy Faith, disponía por toda la casa buenos canapés e iluminaba muy bien el ambiente. Esta vez todo se veía azul, con el reflejo de la piscina sobre las paredes.
Amalia y su esposo se encontraron con Dayton en la regentada cocina, después de haber llegado. Los tres llevaban una copita en las manos, que tocaban de vez en cuando.
—Amalia, viniste —dijo aquel, haciendo un ademán de complacencia—. Me da mucho gusto verte por aquí.
Ella no respondió. Nada más sonrió.
—Y usted, James Bennett, no cambia con el paso de los años. —Ambos dejaron sus copitas a un lado y se abrazaron con palmadas y todo. Amalia evitaba el pensamiento de falsedad que se hacía en estas ocasiones—. James... James Maldito Bennett, el mejor abogado que conozco. Debes estar orgullosa, ¿no es así, Amy?
—Mucho —dijo con sinceridad.
—Qué fiesta tan apagada, Dayton. Debiste traer unas bailarinas para que la gente se inspirara un poco, ¿no? Hace falta algo de espectáculo.
Los hombres se divirtieron con sonoras carcajadas y hablaron entre ellos, a la vez que Amalia divagaba con cada cosa que encontró. Tomaba dos traguitos cada cinco minutos. Al poco tiempo, Dayton y Bennett culminaron su charla con más carcajadas y el editor se acercó a Amalia de una manera más intencionada. Le tocó el hombro, y entonces ella supo que él quería hablar en privado. Típico de él.
James le guiñó el ojo, con aprobación, y así tuvo la confianza de retirarse al pasillo, en donde hubiese menos personas. Allí la música ya solo era un rumor distante.
—Querida, cuéntame... —decía Dayton, sirviéndose más champaña y ofreciéndole—. ¿Te gustan las historias de espías?
—Una vez vi una de James Bond con mi marido.
—¿Y te gustó?
—Me dio igual. No veo muchas películas.
—¡Ah! Siempre has sido una mujer sincera y de pocas palabras. Me gusta la gente que no se deja llevar, tú sabes, que son un poco más... selectivos.
—Sí.
—Bien, Amy, querida, tengo una propuesta para ti.
Ella lo miró con expectativa.
—¿Qué te parece si te ofrezco la oportunidad de ser una espía? ¿No suena emocionante? ¡Oh! ¡Vamos, no pongas esa cara! Haces como si te hubiese dicho que te mandaré a Maquetación. —Aunque se quejaba, Henry Dayton se encontraba ameno.
—¿Qué tendré que hacer, señor?
—¡Ah! Tú solo esperas la orden, ¿no? —Se rio—. Déjame llenarte el vaso. Ahora, seré honesto contigo, querida. Tienes mucho potencial. En Redacción eres la única mujer, y la más joven. Todos mis otros redactores tienen más de cuarenta años. Son unos vejestorios como yo. Ninguno de ellos es tan inteligente como tú. A mi manera de ver son unos niños mimados. Entonces, necesito a una persona que parezca una colegiala para este trabajo, y tú, querida, podrías pasar por una estudiante de universidad...
Amalia notó el halago, pero desechó cualquier atisbo de agradecimiento y no contestó.
—¿En qué piensas, eh?
—En nada, señor.
—¡Creo que sé lo que estás pensando! —Le echó otra sonrisa amena y le dio palmaditas amables en un brazo. Ella detestaba también el contacto físico, pero en aquel momento no le importó, pues estaba intrigada—. Crees que vas a abandonar tu oficina tan cómoda y vas a hacer algo muy difícil. Sé que te gusta tu mundo de tranquilidad.
La señora Bennett solo asintió.
—Bien. Yo creo que es la oportunidad de tu vida. No deberías dejarla ir. Si aceptas convertirte para mí en una estudiante de universidad, hacer un reportaje sobre... tú sabes, los putos hippies revoltosos, y los haces quedar mal, con una buena bomba, te recompensaré de la mejor manera. Además... —Miró a los lados, haciéndose el misterioso, y murmuró—: Tengo contactos que te podrían dar grandes posibilidades de progresar. Imagínatelo. Ni siquiera treinta años y ya formarías parte del gobierno, alguna cosa así.
—No sé...
—Incluso serías una heroína nacional, Amy. ¿Cómo ves, eh? Seamos realistas, Estados Unidos se está yendo al carajo. Ese incidente en Vietnam, que a mi gusto es poca cosa, nos está robando el norte. Ya nadie cree en Johnson. Y esos jóvenes... ¡Mierda! Nos están haciendo quedar mal, muy mal. ¿Qué dices, Amy? Solo redactarías un artículo, destaparías el montón de crímenes que esos drogadictos hacen y harás que la sociedad dé un revés.
—Es que yo...
—Muy bien, muchacha, piénsalo.
—No quisiera, señor, perdóneme. Tiene razón: soy feliz en esa oficina aburrida.
—No te preocupes, hija, yo comprendo.
Dayton le sonrió, como gesto de comprensión, y se fue a recibir a más invitados. Ahora la orquesta ejecutaba una música un tanto melancólica que a Amalia le supo agridulce.
¡Esta es la marca de las 2000 palabras! Llevas: 2011
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