Capítulo 43
Capítulo 43
Ariel.
— Eres insoportable Anteojito — le digo mientras caminamos.
Él enrulado rueda los ojos y suelta un bufido. Dedicándome una mirada de fastidio.
— Lo dice el tipo que no deja de acosarme — comenta burlón.
Esta vez soy yo, quien le dedica una cara de fastidio.
— No te acoso — hablo mirando al piso. — Solo quería verte — confieso.
Es verdad, toda la semana. Después de salir del trabajo me iba a su bar. Ya no tomaba nada o casi nada, solo me quedaba charlando con Tomas. O simplemente miraba como atendía a los demás.
— Si eso lo note — comenta arrogante. — Ya sé que me veo demasiado bien cuando trabajo, limpio vasos o simplemente respiro-
— ¡Para arrogante! Creo que tienes un poco palabras en tu ego.
Tomas me da un pequeño golpe en el brazo. Ruedo los ojos, creo que nunca eh puesto tantas veces los ojos en blanco. Ni siquiera cuando vivía con Brandon.
— Entonces mañana ¿Vienes por mí? — pregunta.
Me doy cuenta que nos hemos detenido. Decidí acompañar a Tomas a la casa de su madre. Espero a que sea su hora de salida. Luego lo llevo a cenar y por ultimo lo llevo a s casa.
Debo admitir que me gusta esta rutia rara. Ya que al final siempre se despide con un beso.
Vuelvo mi vista hacia Anteojito, quien espera me respuesta. Como por arte de magia vuelvo a la realidad.
— Claro, al parecer soy tu chofer — comento irónico.
— Ventajas de salir con alguien mayor — susurra divertido.
Muerdo mi labio para reprimir una sonrisa.
— No hagas eso — me ordena mirándome fijamente.
— ¿Por qué no? — pregunto enarcando una ceja. Pero sigo mordiendo mi labio.
Pero él no me contesta, se inclina hacia adelante con sus manos en mi cara. Une sus labios con los míos, en un beso apasionado.
Su lengua encaja con la mía a la perfección. Pongo mis manos en su cintura atrayéndolo más a mí. Me sentía tan bien abrazándolo, no me había sentido tan bien en mucho tiempo.
— Porque me tientas a besarte y no querer soltarte.
Por alguna razón su respuesta. Me hizo sentir burbujeante. Una sensación nueva casi inexplicable se colocó en mi cuerpo.
No le respondí, simplemente volví a besarlo. De forma apasionada y urgente. Quería sentirlo. Cada parte de su cuerpo pegado al mío. Necesito seguir experimentando esta maravillosa sensación, que solo sentía cuando lo besaba.
Si de algo estaba seguro. Es que aprovecharía cada momento que pudiera para besar a Tomas.
— Se nota que te mueres por mis huesos, sireno — murmura separándose de mis labios. Para luego volver a atacarlos.
— Y para ser sincero, me aterra.
Al decir eso último. Él se separa un poco de mí, pero junta sus manos con las mías. Es extraño sentir otros dedos entrelazados con los míos. Antes no me animaba a tomar de la mano a Agustín. Ni mucho menos a besarlo.
— A mi igual — comenta.
— Pero a mi aterra, la idea de no tener miedo — confieso. Pego mí frente a la suya. — Nunca me anime a besarme con un chico en público. Nunca me tome de la mano con un chico en público — comento mirando nuestras manos entrelazadas. — Confieso que, nunca creí volver a sentir esto. Después de lo que paso con Agustín. Pero luego apareciste y te llevaste mi amargura, mi miedo. Y me aterra sentir esto por ti, pero me fascina sentirlo.
Me separe un poco de Tomas, para ver la expresión en su rostro. Pero mi desilusión al ver su rostro de horror, fue terrible.
¿Acaso me apresure? ¿No sentíamos lo mismo?
Tomas desase el agarre de nuestras manos. Mirándome con confusión.
— Yo lo siento Ariel. Pero no estoy buscando nada serio
¡Auch!
Decir Ariel en lugar de sireno. Hizo que en alguna parte de mi corazón se escuchara un ligero "cruhs".
— No, está bien — me apresuro a decir. — Me tengo que ir.
No le doy tiempo a que diga algo más. No quiero seguir cerca de él.
Soy demasiado idiota, queriendo abrir me de vuelta alguien. Cuando muy bien sé que estoy condenado al fracaso.
Decir lo que sientes te libera. ¡Vaya mierda! Para mí eso, solo te condena.
¿Cuántas personas fueron correspondidas al decir lo que sienten? Una entre diez. Claro, tengo tanta mala suerte que soy de esos nueve.
Camino molesto y frustrado hasta mi edificio. Hasta mi auto deje afuera del estacionamiento. Solo para estar más tiempo con él, y no me importaba que mis manos estuvieran heladas.
¡Qué tipo idiota que soy!
Tanteo mis bolsillos en busca de mis llaves. Tengo que entrar mi auto, tanta inseguridad en la calle. Como para dejarlo afuera y que me lo roben.
Pero noto algo, que antes no había notado. A dos auto del mío, esta estacionando el auto de mi padrastro Carlos.
¿Qué hace el aquí? ¿Me vino a ver? Seguramente están dentro del departamento, ya que mama tiene la copia de mi llave.
Voy hacia mi auto, para dejarlo en el estacionamiento. Intento mejorar mi ánimo, no quiero que ninguno me pregunte. No tengo ganas de hablar con nadie, no por ahora.
Al salir del estacionamiento me dirijo al elevador.
Intento revisar mi teléfono, tal vez tenga llamadas perdidas de mis padres. Pero este no enciende, me quede sin batería.
Las puertas del elevador se abren anunciando que llegue a mi piso. Salgo del mismo, con pasos tranquilos. Paso por la puerta de Olivia, no me detengo al ver la luz prendida. Ya que seguramente está estudiando o haciendo cosas.
Intento abrir la puerta de mi apartamento. Pero está cerrada... Qué raro. Se supone que mis padres están adentro. ¿Para qué cerrarían?
Busco la llave y abro la puerta. Esperando encontrarlos.
Pero nada, no hay nadie aquí. Esta todo como lo deje esta mañana.
Cierro la puerta. Me pongo a buscar un cargador para conectar mi celular.
Abro la heladera para buscar algo para tomar. Maldita sea, no tengo nada para tomar. Solo agua y jugos naturales, algo que Olivia me hizo comprar.
Cierro de mala forma la heladera. Busco mi celular, pero antes de poder tomarlo. Un ruido sordo me interrumpe mi acción.
Agudizo mejor mi oído, el sonido viene de la pared de mi derecha. La pared que comparto con el departamento de Olivia.
—No, suéltala — grita la voz de un hombre.
¿Qué? ¿Acaso ese es...?
Pego mi oído a la pared.
— ¡Quédense quietos! — exclama la voz de una mujer. Se escuchan un grito, al parecer otra mujer.
Mi corazón se acelera. Tal vez Liv está en problemas. Salgo de mi departamento dejando la puerta abierta. Golpeo con fuerza la puerta del apartamento de la rubia.
— Liv, escuche gritos — le digo. — ¿Estas bien?
— ¡Aléjate de él! — escuche la voz de una mujer. Su tono de voz me pareció extrañamente conocido. — Ariel ¡Corre!
No logro reaccionar, ni comprender lo que estaba pasando. Escucho un sonido chispeante desde adentro. El grito de un hombre y golpe seco. Como algo desplomándose en el suelo.
¿Qué demonios está pasando?
Vuelvo a azotar la puerta. ¿Si es Olivia la que grita del otro lado?
La puerta se abre de golpe. Dejando ver a la mujer rubia, igual a Olivia. Su madre, pero no se veía como otras veces. Sus ojos chispeaban, parecía ida.
Antes de poder decirle algo. Ella hace un movimiento rápido con su brazo. Incrusta algo en mi costado, infligiendo un dolor agudo y punzante. Siento mis músculos tensarse.
El sonido chisporroteante es lo último que escucho. Antes de perder la conciencia.
Brandon.
— Ya lave los platos amor — digo tirándome en la cama. Abrazo el cuerpo de Reina, acurrucándome contra ella.
— Que bien.
Hace unos días la noto distante. Creo que se debe al embarazo, la escuche quejarse sobre que la ropa ya no le quedaba bien. Intente decirle que se veía mejor que nunca, y me lleve una zapatilla en mi nuca como respuesta.
— ¿Qué te pasa cariño? — pregunto rodeándola más con mis brazos.
— Nada, estoy cansada.
No dice nada más. Se queda dormida o eso parece. Frustrado, decido soltarla y darle su espacio. No quiero molestarla, mama me dijo que avecés las mujeres se ponen incomodas y lo mejor es darle su espacio.
Cierro mis ojos intentando dormir. Pero escucho mi celular vibrar en mi mesita de noche.
Me incorporo contestando el teléfono. Ya que veo el nombre de mi madrina en el identificador.
— Hola madrina ¿Qué ocurre? — pregunto.
— Cariño ¿Están tus padres o Ariel contigo? — su pregunta me despabila. Siento la angustian que transmite su voz.
— No, ¿Por qué? ¿Qué pasa? — mi tono de voz es elevado y preocupado. Haciendo que Reina se despierte y me mire preocupada.
— Ven para casa querido, tenemos que hablar. Tengo un mal presentimiento.
— No entiendo ¿Por qué estas preocupada?
— Tengo muchas razones para estarlo. Y no puedo decirte todo por teléfono. Ven a casa...
La forma en la que me lo dice. Me asusta tanto que, hago caso a sus órdenes. Ni si quiera sé si cuelgo. Solo me levanta de la cama, empiezo a buscar mis zapatos y ropa. Todo bajo la mirada atenta de Reina.
— ¿Vienes conmigo? — le pregunto.
Ella frunce el ceño negando con la cabeza.
— No, estoy cansada. Mejor me hablas cuando llegues.
No le digo nada, solo asiento sin mucho ánimo. Admito que me duele el hecho de que no venga conmigo. Pero no quiero molestarla.
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