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Lealtad (4)

Parte D


El inclemente sol de esa tarde de verano, el calor y las preocupaciones, no ayudaban en absoluto a aminorar el fuerte dolor de cabeza con que Einar había amanecido. Sin embargo, el guerrero no podía ceder; sentía que se desmoronaba al mismo paso que el reino entero ante la guerra, pero resistiría junto con Valkar hasta el último momento.

El ejército del General Dornstrauss llegó a Neilung tras recibir una urgente petición del rey Rustam, quien sabía que Valkar estaba en peligro, pero no quería dejar a Neiman Holz a su suerte. Si algo malo pasaba, el rey quería que lo que quedaba de su familia estuviera a su lado a toda costa.

Los soldados comandados por Einar cruzaron con urgencia el pueblo por el que llegaron a Neilung para dirigirse al castillo de los duques. Sin embargo, cuando llegaron al camino boscoso que conducía a su destino, todos pudieron ver la negra columna de humo que se alzó sobre las copas de los árboles que adornaban el sendero.

Con un simple movimiento de su mano el General Dornstrauss dirigió a su ejército a toda velocidad hacia el castillo, sin contar con que a menos de la mitad del camino el ejército se encontraría con la cohorte del duque de Neilung. Su guardia iba al frente, con el duque cabalgando al centro y los soldados que llegaron a ayudarlo días antes, detrás de él.

— ¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Einar, alarmado, al jefe de la guardia del duque. Este respondió con severidad.

—Los Ferig atacaron el castillo y lograron entrar. Eran demasiados. Abrieron el portón trasero de la muralla y destruyeron todo a su paso. Lo único que pudimos hacer fue llevarnos al duque y a las personas que seguían con vida antes de que esas bestias llegaran al portón frontal del castillo.

A Einar se le hizo un nudo en el estómago.

—Su majestad, el rey Rustam, me envió para ayudarles a poner a salvo al duque Neiman Holz —aclaró Einar—. Podremos ponernos de acuerdo en el pueblo, pero debemos retirarnos ahora. Si los Ferig les están siguiendo, este lugar es perfecto para una emboscada.

La tropa de Einar dio media vuelta y regresó al pueblo a toda prisa, seguida del grupo en el que iba el duque de Neilung. Apenas salieron todos del paso repleto de árboles, Einar instaló una guardia estricta, cerrando todo camino hacia la residencia de los nobles más importantes de Neiung, además de que envió soldados a cuidar de todo sitio del pueblo que colindase con el bosque. En tiempos de paz, aquella cercanía al bosque constituía una ventaja para Neilung; era un sitio abundante, perfecto para la caza. Durante la guerra contra los Ferig, empero, los frondosos árboles eran una amenaza.

Una vez montada la guardia, Einar se dispuso a acordar los movimientos siguientes con el jefe de la guardia del duque. Todos ellos se habían instalado en una parte concurrida del pueblo, bajo el techo de una casa pequeña, aunque lujosa, perteneciente a la familia de un comerciante adinerado que les tenía profunda devoción a los duques Neiman y Randall Holz.

En la reunión, además de Einar y el jefe de la guardia del ducado, estuvieron los dos líderes de las tropas que llegaron a Neilung días antes. El General Dornstrauss miró a todos los soldados seriamente por un par de segundos; luego, habló.

—El rey Rustam no tiene grandes esperanzas con respecto al desenlace de esta guerra —reveló Einar—. En cambio, me envió aquí para que pusiera a salvo al duque Neiman Holz. Debo asegurarme de que él sea escoltado hacia el castillo de los reyes y reunido con su hijo. Es un camino largo; lo mejor sería que, si los Ferig no vienen al pueblo, la guardia del duque partiera mañana al alba.

Einar buscó aprobación en el jefe de la guardia. Este asintió con la cabeza.

—Eso haremos, General.

—Mis soldados se encargarán de darles tiempo para irse de aquí si los Ferig atacan. —Einar miró a uno de los otros dos varones—. Usted acompañará, con sus soldados, a la escolta del duque; llevará consigo a aquellas personas de este pueblo que vivan más cerca del bosque y estén dispuestas a irse. A buen paso, contando tiempo para descansar, todos llegarán a Togvor al atardecer o antes. Enviaré a alguien para que anuncie su llegada; así los recibirán con comida y refugio.

Los soldados terminaron de planear el viaje, las paradas y la ruta que recorrería la escolta. Einar salió de la casa donde se había reunido con los guerreros cuando estuvo todo listo.

Atardecía; el dolor de cabeza todavía molestaba al doncel cuando encontró a Neiman Holz en una bella plaza, repleta de flores, que los fines de semana se convertía en un vívido mercado. El duque consorte, quien se había encargado con su presencia de hacer que la guerra pareciera solo un mal sueño, abrazaba con fuerza a una mujer que lloraba en sus brazos; si en el lugar no hubiese tanta gente hablando y moviéndose al mismo tiempo, Einar habría podido escuchar que la mujer se lamentaba por lo que le había sucedido al duque ese día. Neiman intentaba calmarla diciéndole que los reyes de Valkar lo protegían, y le hablaba con esperanza, aunque la aflicción del duque se notara en su postura y en sus diáfanos ojos azules.

Cuando Neiman Holz vio al General Dornstrauss, tomó los hombros de la mujer y la miró con ternura. Le sonrió, para pedirle un momento y así poder hablar con el soldado, no sin antes cederle su pañuelo, diciéndole que secara sus lágrimas.

La sonrisa que el duque le dedicó a Einar para saludarlo fue capaz de opacar incluso la dramática despedida del sol que se escondía en el horizonte. No hacía falta intercambiar palabras para saber que Neiman Holz prestaba atención hasta a los más pequeños detalles, se reflejaba en su apariencia: el doncel, de piel clara, cuerpo esbelto y largo cabello que estaba solo a un tono de ser blanco, portaba un jubón elegante, con bordados en hilo plateado sobre tela del color de la nieve, complementado con unos pantalones que portaba con orgullo, a pesar de lo que los varones pudieran decir al respecto.

Einar necesitó un momento para encontrar las palabras y el tono adecuado con los que conversar con alguien como Neiman Holz. Por la impresión del rostro del duque al escucharlo, al parecer habló de maravilla.

—He dialogado con su guardia. Si los Ferig no se mueven durante la noche, usted y su escolta partirán mañana, al salir el sol, hacia el castillo de los reyes de Valkar. Le acompañará una tropa más, que se llevará a algunas personas de este pueblo para ponerlas a salvo. El líder de su guardia está enterado del plan a seguir. El rey Rustam dejó su viaje hacia el castillo en mis manos; espero que el camino sea tan cómodo como la situación nos lo permite.

Neiman Holz inclinó la cabeza en agradecimiento.

—Gracias, General. Estaré listo para partir.

—También debo pedir su perdón por no haber llegado antes a Neilung —continuó Einar—. Lo que sucedió con el castillo el día de hoy podría haberse evitado si mis soldados y yo hubiésemos estado ahí para defenderlo.

El duque negó con la cabeza y sujetó el brazo de Einar para reconfortarlo.

—Que el tiempo fluya no es culpa de nadie, General. Si sus hombres no llegaron antes a Neilung es porque no estaba en sus manos hacerlo. Sé que usted hace todo lo posible por proteger a Valkar; no se exija de más. Es usted un gran soldado.

Einar suspiró. No sabía cuánto necesitaba escuchar lo que el duque le había dicho hasta que sintió cómo sus hombros se aligeraban y el dolor de cabeza aminoraba. Palabras como las del otro doncel lo hacían olvidar la sensación de que estaba fallando como soldado.

—Lamento lo que sucedió con el duque Randall —añadió el soldado. Neiman se entristeció. Soltó el brazo de Einar para abrazarse a sí mismo, con la mirada baja.

—Sea sincero conmigo, General —comenzó con poca voz—. ¿Es posible rescatar a mi esposo y traerlo de vuelta?

El guerrero intentó no contagiarse de la tristeza del duque para responder con firmeza.

—Me temo que no, duque Neiman. Los Ferig no necesitan el oro que podrían pedir por un rescate, y tampoco les es necesario mantenerlo con vida. Incluso si, para el momento, Randall Holz aún no ha muerto, ninguno de nosotros puede ir a buscarlo. Si un guerrero de Valkar pone un pie dentro del bosque, les daremos a los Ferig más razones para atacarnos. La situación del reino empeoraría.

Neiman asintió con la cabeza; sus ojos se tornaron acuosos. El doncel se desmoronó de pie, para luego recomponerse en un instante; había llorado suficiente por su esposo, no quería volver a hacerlo frente al General Dornstrauss.

—Randall siempre quiso que yo aprendiera a utilizar armas —dijo Neiman con nostalgia—. Él anhelaba tener un compañero con quien salir a cazar, pero no dudo que también me quisiera enseñar a defenderme. Aun así, yo jamás accedí a tomar un arco o una espada. —Suspiró—. Ahora me arrepiento de no haberlo hecho. Podría haber evitado que los Ferig se llevaran a Randall aquel día.

Al duque le tembló la voz la voz. Einar sintió oprimírsele el corazón.

—Duque Neiman, está bien si usted no quiso tomar nunca un arma. Lo que sucedió con el duque Randall no fue culpa suya. Los Ferig son feroces, si alguien tuviera que cargar con la culpa de dejarlos atacar a Valkar de este modo, tal vez debería ser yo.

Neiman volvió dirigir sus bellos ojos azules hacia Einar, soltando un largo suspiro.

—Usted seguramente sabe mucho más de guerra que yo, General. Dígame, ¿Valkar tiene posibilidades de ganar la guerra?

Einar titubeó, sabiendo por qué el duque hacía la pregunta: el rey de Valkar era su hijo; si el reino perdía, él estaría en peligro.

—El ejército de Valkar se reduce día con día —comenzó con cautela—. Los Ferig tienen todo el sur del reino en su poder y arrasan con todo lugar que pisan. Parece que quieren borrar a Valkar de la faz de la tierra. El rey Rustam y los soldados de alto rango hacemos lo posible por poner a salvo a la gente, pero esperamos que los Ferig, en algún momento, se presten para negociar el fin de la guerra, a cualquier costo. Una vez, alguien me dijo que rendirse también era honorable; creo que aplica en situaciones como esta.

—Debe ser muy duro tener el destino y la seguridad de la gente en sus manos, ¿me equivoco, General?

Einar negó con la cabeza.

— ¿Alguna vez imaginó que se encontraría en esta situación? —continuó Neiman.

—Yo deseaba ser un soldado —respondió Einar con orgullo—. Siempre supe que, si llegaba a una posición como la que tengo ahora, pasaría por algo como esto. Por más difícil que sea la situación, jamás habría elegido otra cosa que no fuese luchar por Valkar en el ejército.

Neiman sonrió ampliamente, contagiándole el gesto al guerrero.

A lo lejos, algo llamó la atención el duque. Un par de fuertes perros de caza jugaban alegremente con un niño, que soltaba carcajadas y gritaba de emoción cuando los animales lo perseguían o saltaban cerca de él. Ambos perros parecían enormes, comparados con su compañero de juegos, y uno de ellos estaba tan entusiasmado que no se percataba de su propio tamaño, arrojándose hacia el niño sin cuidado. Aquello preocupó a Neiman y a la madre del pequeño, quien observaba con un atisbo de preocupación.

— ¡Draco, Antares, tengan cuidado con el hijo de la señora Wigmar! —pronunció Neiman—. Si lo lastiman, él se irá y ustedes no podrán volver jugar con niños pequeños.

Tanto los perros como el niño se detuvieron en seco. Uno de los animales se sentó, entendiendo la advertencia, sin embargo, el otro dio una vuelta completa y ladró, enérgico, agitando el rabo sin dejar de mirar a su dueño.

—Sí, Antares, el aviso también va para ti —aclaró el duque—. Ten cuidado con él y no lo lastimes.

El perro que respondía al nombre de Antares ladró un par de veces más. Neiman alzó una ceja, con la mirada fija en él. Entonces, Antares cedió, sentándose en el suelo dócilmente.

Ante tan pintoresca escena, Einar tuvo problemas para poner su atención nuevamente sobre el duque. En lugar de eso, sonreía, encantado.

Neiman acarició la mejilla del soldado delicadamente, examinando su rostro con algo de preocupación.

—Luce cansado, General.

Einar negó con la cabeza, intentando reducir la observación del doncel, pero antes de poder decir algo en su defensa, Neiman se volvió hacia uno de los sirvientes que le observaban desde lejos. En un instante, el duque tuvo en sus manos un pan pequeño, cubierto de miel, que luego le entregó al soldado.

—Normalmente, a los donceles les regalo flores —aclaró Neiman—, pero usted necesita comer algo dulce y relajarse. Descanse, si le es posible, General. Gracias por haber venido.


Por fortuna, el General Dornstrauss había dejado a Keon en la guardia de día. El joven doncel detestaba vigilar de noche.

Satisfecho con sus deberes en Neilung, Keon pidió su ración de comida al terminar su turno y buscó un lugar para sentarse; al ser verano, la calle no era fría ni siquiera de noche, además, la gente el ducado de Holz había sido sumamente hospitalaria con los guerreros de Valkar, por lo que ninguno de ellos sufrió incomodidades mientras hacía guardia en el pueblo.

Al menos eso creía Keon hasta que vio a Lieselotte masticar con dificultad un trozo de pan que parecía fresco.

— ¿Qué pasa, Lieselotte? Nunca te había visto comer con tan pocas ganas. —Keon se sentó sobre un banco junto a la chica, todavía sosteniendo su cena, en el comedor improvisado donde se hallaban todos los soldados que no estaban de guardia.

—No es nada malo —respondió Lieselotte con una sonrisa—. Es solo que, después de haber comido en el castillo de los duques de Neilung, jamás podré volver a disfrutar de otra comida como antes. La gente que cocinaba en el castillo hacía maravillas. Debiste haber estado allí, compartiríamos el sufrimiento al comer otra vez la comida del ejército.

Keon resopló.

—Ni lo menciones. Al General Dornstrauss parece que le atormenta haber llegado tarde para defender el castillo. Hoy no lo vi nada bien.

—El asedio fue horrible —dijo la chica—. Empezó desde temprano en la mañana y los Ferig no se rindieron hasta que uno de ellos se logró meter al castillo por el portón trasero y dejó entrar a los demás. De verdad pensé que no la contaríamos.

El soldado frunció los labios. Sin poder evitarlo, pensó en Alvar. Si lo buscaba y hablaba con él, ¿podría hacer algo por Valkar? Probablemente no. Tal vez Alvar no era tan importante para los Ferig; además, el mismo doncel había dicho que parar los enfrentamientos no estaba en sus manos. Era algo improbable.

—Sé que no debería salir nada bueno de que los Ferig hayan destruido el castillo de Neilung, pero, ¿sabes qué me alegra de que el duque Neiman deba ir al castillo del rey? —preguntó Lieselotte, sin dejar de sonreír. Keon arrugó la frente.

— ¿Qué el rey Rustam se reunirá con su familia?

—Aparte. Lo que me emociona es que iré junto con la guardia del duque; volveré al castillo. Ahí podré investigar lo que pasó... con Greona Hosti.

Lieselotte se detuvo en seco. ¿Qué tan seguro sería contarle a Keon sobre la hechicera? ¿Y si lo desmotivaba al decirle la verdad?

—El nombre me suena conocido —murmuró Keon.

—Greona Hosti es quien hizo dormir a los Ferig y retrasó la guerra —se aventuró la chica.

El doncel recordó todo de repente.

— ¡Tú también conoces la historia!

—Al menos, la mayor parte.

Keon y Lieselotte compararon lo que sabían sobre el pasado de Valkar esa noche. Al final de su intercambio, la chica encontró más razones para explorar el calabozo del castillo; estaba decidida. El doncel tardó un poco más en caer en cuenta de lo que significaba todo lo que había conversado con Lieselotte. Cuando, antes de dormir, Keon entrelazó todo, se estremeció. 

Ahora sabía quién era Alvar.

Era posible pedirle que acabara con la guerra de una vez por todas. El soldado solo tenía que ver al varón y hacerlo entrar en razón. La gente de Valkar no podía seguir muriendo por un asunto de venganza hacia alguien que había muerto desde varias décadas atrás.


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