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La Historia de Einar, Parte V: El mejor guerrero de Valkar

Parte S


El rey Gunnar dejó a un paladín de la Corona vigilando en Kieder, para poder retirarse al castillo junto con el resto de sus guerreros. Rustam y yo acompañamos al soberano; un mensajero raudo anticipó nuestra llegada al centro de Valkar con buenas noticias, en apariencia, recorriendo todos los pueblos que encontraba en su camino. El fin de la guerra debía ser conocido por toda la gente.

Yo permanecí inconforme al inicio del camino hacia el castillo; las cosas, aunque lo pareciera, no estaban del todo bien. No obstante, aquella preocupación sobre guerras incompletas empezó a rezagarse en mi mente cuando, un día, la lluvia encontró desprotegidos al rey Gunnar y a su escolta solamente para hacer empeorar la tos que se rehusaba a abandonar al gobernante de Valkar. Seguros de que el rey no podría soportar más días en el camino, todos los soldados hicimos lo posible por apresurarnos y llegar al castillo cuanto antes.

Al llegar a las colinas que separaban a Nacblut del resto de Valkar, una tormenta nos llenó el suelo de lodo. Algunas carretas se atascaron y dos o tres caballos resbalaron en el camino, retrasando a todo el ejército. El viento también fue nuestro enemigo; hacía frío, los guerreros se cansaban rápido y algunos varones enfermaron.

El rey Gunnar fue el más afectado.

Los soldados nos encontrábamos cerca de la entrada a Tryuna el día en que una fiebre inclemente azotó el cuerpo del rey de Valkar. Nos vimos obligados a detener el viaje, pues nuestro soberano no podía respirar correctamente y su tos no cesaba. Cada uno de los guerreros de Valkar teníamos el corazón en un puño. Era doloroso imaginar la clase de desgracia que asolaría al reino si el castillo no podía recibir con vida al rey de Valkar, tras haberse declarado terminada la guerra contra los Ferig.

Rustam era el soldado más angustiado por la salud del rey, después de General Wieczorek. Las atenciones que tuvo con el gobernante de Valkar lo delataron.

—El rey Gunnar debe recuperarse —me dijo, desesperado, la primera noche que el ejército pasó atascado entre Tryuna y el este de Valkar.

—Mejorará pronto —comenté—. Ha traído buenos médicos; ellos están más que dispuestos a atenderlo.

—Eso espero. —Rustam caminaba en círculos dentro de la tienda de campaña que compartimos aquella noche—. El rey no puede volver sin vida al castillo después de haber ganado la última batalla. —Suspiró. Puse mi mano sobre su hombro para hacerlo sentarse en el suelo.

— ¿Te preocupa que la gente se desmotive a pesar de la victoria de Valkar en la guerra?

—Sí —respondió—, pero no es el motivo principal de mi angustia. El rey es el padre de Ma... de la princesa Maia. Ella sufrirá muchísimo si no lo ve regresar vivo al castillo. A la princesa no le gusta la guerra, la aborrecerá todavía más si esta le roba a lo que le queda de familia de sangre. En caso de que el rey Gunnar esté al final de su vida, espero, al menos, que la princesa pueda despedirlo. Es lo justo; su edad no le permitió hacerlo cuando murió su madre.


El ejército pasó dos días cerca de Tryuna, incapaz de moverse. Las heridas que el rey obtuvo en batalla a causa de las enredaderas no eran de mucha ayuda para que se recuperara pronto, los soldados pudimos oírlo quejarse por el dolor varias veces.

Un amanecer después, empero, el rey pareció haber vuelto a la vida. Recuperó las fuerzas, logró levantarse y nos ordenó que continuáramos con el camino, sin dudar en anunciar, una vez más, que el ejército de Valkar estaba por llegar al castillo.

La gente en Tryuna recibió a los soldados antes del anochecer, entre exclamaciones de alegría y gritos de victoria. El rey recorrió el trayecto hacia el castillo como si nada, con la armadura puesta, pero sin el casco, para poder saludar y sonreírle a su gente.

Jamás olvidaré lo emotiva que fue la entrada del ejército de Valkar a la ciudad. En medio de los vítores, algunos soldados se detuvieron. Sonrieron, antes de que las lágrimas brotaran de sus ojos y recibieran en sus brazos a sus padres y a sus hermanos, besaran a sus parejas, o levantaran del suelo a los niños pequeños que se abalanzaban sobre ellos mirándoles con cariño. También, lejos de la dicha de aquellos soldados, había personas que buscaban entre las filas del ejército con urgencia, cuyas caras se deformaban por el dolor al no encontrar a quien anhelaban ver.

Al terminar el camino , se evitó que los ciudadanos siguieran a la caravana del rey más allá de las murallas del castillo. Dentro de este, nos esperaban los guardias y unos pocos nobles. El General Volksohn, quien se había quedado a proteger la fortaleza y a sus moradores, recibió al ejército con orgullo. La princesa Maia también se encontraba entre las personas que celebraron la llegada de los guerreros de Valkar. Ella sonreía, sin dejar de ver a su padre, el rey Gunnar, que también la miraba con alegría.

El aire de victoria que inundó el castillo se perdió cuando, apenas se cerraron sus puertas, el rey perdió toda su fuerza y se desvaneció sobre su caballo frente a los ojos de la princesa.


El rey de Valkar fue atendido inmediatamente. Para cuidar de su salud, al castillo acudió mi amigo Alainn, el mejor médico de Tryuna. Me sonrió al llegar, pero no pudimos saludarnos correctamente.

Los paladines de la Corona, junto con el General Wieczorek y el General Volksohn, permanecimos fuera de la habitación del rey, esperando recibir noticias de él tan pronto como fuese posible. No fue hasta dos días después que algunos de nosotros nos movimos para recibir a las tropas que recién habían llegado al castillo, provenientes de las partes más alejadas de este.

Entre ellas, se encontraba el grupo de Ansgar.

Como guerreros de Valkar, parecíamos estar condenados a saludarnos en cada reencuentro con una discreta sonrisa, solamente. Después de la protocolaria bienvenida, el soldado de cabello negro también acudió a donde se encontraban los demás guerreros haciéndole guardia al soberano. Ahí, Ansgar saludó al General Volksohn y a otro familiar suyo. También encontró a Rustam, justo a un lado de la puerta de la habitación del rey.

Los tres nos acercamos, pero Ansgar no dejó de repasar el lugar con la mirada. Estaba buscando a alguien.

— ¿Dónde está Ancel? —preguntó, finalmente, con ojos brillantes—. Escuché que ustedes tres lucharon junto al rey en Kieder.

Sentí presión sobre mi pecho. Fui incapaz de responder, porque yo tampoco sabía dónde estaba nuestro amigo pelirrojo: los Ferig se lo habían llevado. Mi silencio fue suficiente para hacer entender a Ansgar lo que estaba sucediendo, pero Rustam se encargó de decir lo que él suponía que había pasado. Yo no repliqué tras oír su respuesta; me había dejado convencer por ella.

—Ancel... —Rustam exhaló un pesado suspiro—. Ancel cayó en batalla, Ansgar.

El soldado recién llegado recibió la noticia peorque a un golpe en el pecho; desvió la mirada, guardando silencio. Tomé su mano,y él la apretó entre las suyas con poca fuerza. Respiró hondo, antes de cerrar los ojos por un momento. Se obligó a contener la tristeza; estaba enfrente de montones de guerreros honorables, no podía perder la compostura.


El reino entero se encontraba angustiado por la salud del rey Gunnar. Incluso el cielo se cubrió de grises y secas nubes durante los días que él estuvo convaleciente.

A pesar de su indiferencia ante el caso del General Wieczorek y su oposición a mi permanencia en el ejército, yo también me encontraba preocupado por el rey de Valkar. Más de una vez pude sentir la congoja que invadía a la gente del reino; en especial, noté la amargura poco característica de la princesa Maia. Lucía triste.

Una mañana, ella visitó a su padre, tras terminar el turno de los nobles que se hospedaban en el castillo. La princesa pasó varias horas en la habitación; los soldados no nos movimos de nuestro puesto cerca de la puerta de la misma. Al llegar el mediodía, la princesa salió con los ojos, las mejillas y la punta de la nariz coloreadas de amargo rosa.

Mirando a los soldados de uno en uno, ella anunció en voz alta la muerte del rey Gunnar.

El silencio inundó los pasillos del castillo por unos segundos. Después, siguieron los suspiros que contenían tristeza. Finalmente, se corrió la voz con la desafortunada noticia.

Valkar veló a su difunto soberano por tres días, con sus respectivas noches. Sus guerreros permanecieron en frío duelo; podría jurar que más de la mitad de todos ellos estaban sumidos en una profunda tristeza. La guerra, a pesar de haber sido ganada por Valkar, se había llevado a un rey amado por la mayor parte de su gente.

Todas las noches que pasó el reino en duelo, Ansgar, Rustam y yo permanecimos en silencio, aunque no todo este fuera dedicado al difunto soberano de Valkar. Ancel nos hacía falta. Nos tomó buen tiempo averiguar cómo podríamos seguir, sin él a nuestro lado.


Al final de la última ceremonia de luto, después de que el cuerpo del rey Gunnar fuese llevado al panteón de la familia real, los nobles y los soldados de alto rango nos reunimos en un salón en el castillo. Valkar había salido de una dura guerra y carecía de un líder que ayudara al reino a ponerse en pie. Aquello era un grave problema.

La princesa Maia estaba parada frente la mayoría de las personas en la sala. A su lado se encontraban sus dos damas de compañía y, un poco más lejos, el duque de Radgar y su hijo, junto con el General Wieczorek, el General Volksohn y Elise.

Los tres consejeros de la realeza, entonces, entraron a la sala y se inclinaron ante la princesa Maia. Su presencia en público no era muy usual, pero la influencia que tenían sobre las decisiones con respecto al reino era considerable.

—Con la muerte de Su Alteza, el rey Gunnar de Valkar, este reino necesita de un nuevo gobernante. —El consejero que empezó a hablar dirigió sus palabras a todos los presentes, incluida la princesa.

—La guerra ha terminado, pero es momento de reconstruir al reino, después de los estragos que se causaron en ese tiempo —continuó otro de los consejeros.

—El rey Gunnar de Valkar no eligió a nadie para sucederle en el trono —agregó el último—. Ante ello, los consejeros de la realeza hemos acordado permitir que se propongan sucesores para que uno de ellos tome el lugar del rey, esperando que los nobles y los grandes guerreros que nos acompañan hoy elijan a quien consideren mejor para regir a Valkar.

La princesa, que escuchaba atentamente, se puso alerta.

—El consejo real propone como nuevo rey al duque de Radgar, Klaus Volzer —pronunció uno de los varones que dirigían el discurso. En ese momento, la princesa Maia se escandalizó. Caminó unos pasos al frente y encaró a los consejeros de Valkar, muy molesta.

—Señores, me parece una terrible ofensa que me hayan pasado por alto —se quejó ella, enfrente de todos. Compartí la ira con que hablaba—. Yo soy la única descendiente del rey Gunnar de Valkar. El trono y la corona me pertenecen por ley y por sangre. Creí que mi padre no había hablado sobre sucesores porque yo era, lógicamente, quien heredaría su cargo en el reino.

La gente empezó a murmurar, pero la princesa les hizo guardar silencio levantando la mirada y barriendo el salón con ella.

—Valkar necesita un rey, Su Alteza —se atrevió a decir un consejero con altanería—. En Valkar no está permitido que las mujeres asciendan al trono si no están casadas. Eso se conoce dese hace siglos. Es por eso que no la hemos tomado en cuenta.

La expresión de disgusto de la princesa Maia mostraba lo mismo que yo sentí en ese momento. Con el pecho ardiendo en rabia, rompí mi formación en la primera fila de guerreros y di un paso al frente. El metal de mi armadura tintineó por todo el salón, pero la princesa me detuvo con un movimiento de su mano. Me miró con tranquilidad, haciéndome volver a mi lugar. A mi lado, en un susurro, Rustam me dijo que no debía preocuparme: tenía que confiar en la princesa.

—Su Alteza no es una joven casada —explicó otro consejero innecesariamente, ignorando mi movimiento y el de la princesa—. Debe comprender que, para que Valkar vuelva a la estabilidad de antes de la guerra, se debe tener un nuevo rey al frente.

La princesa Maia alzó una ceja.

—Si el único obstáculo para que reclame mi lugar en el trono es que no estoy casada, señores, entonces no tienen por qué preocuparse. Yo me ocuparé de eso. Cuando ocupe el trono, procuraré que mis descendientes no se vean obligadas a hacer lo mismo que yo haré ahora.

La princesa puso las manos en su cuello para quitarse un collar y tomar la pieza de joyería que lo decoraba. Miró al duque de Radgar y a su hijo; este último hizo ademán de acercarse a ella, pero la princesa lo detuvo con un gesto de su mano, como lo hizo conmigo momentos antes. Inclinó la cabeza en señal de respeto antes de volverse hacia las filas de soldados de alto rango.

El silencio imperó en el salón mientras ella caminaba hacia nosotros; al estar a solo un paso de la primera fila, la joven se acercó a Rustam, quien intentó detenerla, sin éxito, antes de que ella se arrodillara frente a él con una tierna sonrisa dibujada en sus finos labios. Entre sus manos, la princesa Maia tomaba una sortija ancha, de plata. La gente murmuró nuevamente, pero nadie se tomó la molestia de hacerles callar.

—Rustam Holz —dijo la princesa en voz alta sin dejar de mirar a mi amigo, mostrándole la sortija que parecía estar hecha para él—, no planeaba hacerte esta pregunta en una situación como esta, pero tal vez sea el mejor momento para decirla, pues me llenaría de dicha que estuvieras a mi lado por lo que resta de mi vida. ¿Qué tal si dejo de postergarlo y te lo pido ahora? ¿Quieres casarte conmigo?

Mi amigo se impresionó más que nadie en la sala. Yo quería saltar por la emoción; todavía más, cuando pude escuchar la silenciosa conversación que Rustam tuvo con la princesa antes de dar su respuesta en voz alta.

—Maia —susurró mi amigo, preocupado—, no tengo la bendición de tu padre...

—Con la mía es más que suficiente, Rustam —respondió ella en el mismo tono, sin dejar de sonreír—. Hemos esperado años para este momento, seguramente será memorable, aunque mi padre no haya dicho nada al respecto. Por ahora, solo dime, ¿te casarías conmigo, Rustam?

Hubo silencio por un segundo más.

—Oh, Maia, por supuesto que sí —respondió mi amigo en voz alta, finalmente, con una gran sonrisa. Luego, permitió que la princesa colocara la sortija de plata en su mano izquierda mientras se ponía de pie. Las personas comenzaron a aplaudir cuando Ansgar y yo lo hicimos.

En medio de exclamaciones de alegría, Rustam y la princesa se abrazaron, enfrente de los consejeros de Valkar y las miradas de asombro de Klaus Volzer y su hijo. El escándalo que provocaron las acciones de la princesa ese día fue opacado completamente por el apoyo de los nobles y los soldados de alto rango. No había vuelta atrás: Valkar tendría nuevos reyes, y estos cambiarían para bien al reino entero.


A la boda de Rustam y de la princesa Maia asistieron montones de invitados. Los duques de Neilung, padres de Rustam, celebraron como nunca. El castillo entero se cubrió de rosas blancas y rojas; además, a pesar de que no toda la corte estuvo conforme con las acciones de la princesa, todo desacuerdo permaneció oculto ese día. El destino de Valkar estaba escrito. Nadie más que Maia y Rustam eran capaces de discutirlo.

Al encontrarme, junto a Ansgar, en una celebración tan bella, entendí por qué Ancel solía pensar en la boda de Rustam con tanta emoción: nuestro amigo, verdaderamente, era el varón más feliz de todo el reino. Él y la princesa bailaron hasta el cansancio, comieron, hablaron con todos los invitados y rieron juntos hasta caer la noche. Las sonrisas de ambos nobles se volvieron el perfecto accesorio para sus trajes, coloridos y elegantes, decorados con bordados discretos y complementados con joyas brillantes.

La coronación de Maia y Rustam se llevó a cabo pocos días después de la boda. Los nuevos reyes de Valkar no tardaron en hacer cambios en el reino, a la vez que ponían las cosas en orden después de la guerra.

Primero, Ansgar y yo fuimos subidos de puesto. Como confidentes fieles de Rustam, rey consorte de Valkar, tomamos papeles importantes en el ejército. Sustituyendo al General Volksohn y al General Wieczorek, Ansgar quedó al mando de la guardia de la Corona, encargada, principalmente, de cuidar a la familia real y al castillo; a mí se me dejó al frente del ejército de Valkar, con la responsabilidad de mantener en orden a sus divisiones a través de todo el reino.

No todo fue alegría después de la coronación de los nuevos reyes. El General Wieczorek, una vez más, volvió a hablarme acerca de mi apariencia de doncel, insistiendo en lo mucho que le habría gustado que la posición que yo tenía en el ejército la hubiera conseguido con sus favores.

Ansgar se volvió a enterar de lo ocurrido, y me animó a reportar la situación con Maia y con Rustam. Este último me dijo, tras escucharme atentamente, que no podría relevar al General Wieczorek de su puesto en la armada fácilmente, pero se encargó de enviarlo a Maciora y hacerlo ocuparse de la seguridad de aquel lugar para mantenerlo lejos de mí. Con la ausencia del rey Gunnar, el General Wieczorek ya no tenía la necesidad de volver al castillo, así que podría estar seguro de no volver a verlo por largo tiempo; además, para evitar disgustos, cualquier mensaje que tuviera para mí pasaría primero por las manos del General Volksohn.

Los cambios más notorios fuera de la realeza abarcaban el caso de las mujeres y los donceles. La reina Maia buscó que ambos pudieran elegir estudiar en las escuelas de Valkar libremente, decretando que todas ellas debían admitirlos sin poner en duda sus habilidades. Rustam, por su parte, se ocupó de anunciar al reino entero que donceles y mujeres no tenían impedimento alguno para entrar al ejército. Por todo Valkar corrió la noticia, y los malos comentarios no tardaron en aparecer, pues con aquel anuncio, también se informó que los reyes estaban reclutando nuevos soldados para restablecer a su ejército.

A la gente no le gustó oír, al mismo tiempo, que cualquier persona honorable podía entrar al ejército, y que se solicitaban futuros soldados para la armada del reino. Muchos pensaron que los reyes estaban desesperados por conseguir a gente para enviar a que arriesgara su vida en tierras lejanas.

En realidad, desde el castillo se habían solicitado nuevos reclutas porque la guerra contra los Ferig parecía no haber terminado, y el reino necesitaba prepararse. Desde los pueblos pequeños que colindaban con el bosque empezaron a llegar cartas que notificaban sobre el avistamiento de seres del bosque cerca de las partes habitadas del reino.

Así, pocos meses después de la coronación de Maia y Rustam, al castillo llegaron nuevos reclutas dispuestos a luchar por la integridad de su reino, cargando a sus espaldas el peso de la guerra que habían vivido en carne propia, pues buena parte de ellos venía de Nachblut o de Erunar, donde las batallas habían sido más crueles. Para mí, lo más emocionante del grupo de futuros soldados fue que, entre ellos, estaban una chica y un doncel. Los primeros en entrar al ejército sin tener que hacerse pasar por varones.

La historia de Valkar, con las acciones de sus nuevos soberanos, estaba pasando por un momento maravilloso e importante. Cuando el reino derrotara finalmente a los Ferig, la paz sería resultado de incontables batallas peleadas por guerreros sin espada ni armadura que habían acabado con siglos de privilegios injustos para quienes, erróneamente, se creían mejores. Me alegraba saber que yo formaba parte de aquellos guerreros.

—Los reyes de Valkar, conociendo el peligro que se avecinaba, permitieron que los soldados más experimentados el castillo entrenaran a los nuevos reclutas. El General Ansgar Volksohn se encargó de preparar a la chica que había llegado con el grupo de futuros soldados, mientras que yo elegí entrenar al primer doncel que, orgullosamente, se presentó como tal al entrar al ejército. —Einar suspiró. En sus ojos grises brillaba la esperanza—. Creo que no hay más que decir sobre mí. Es momento, Keon, de que tú comiences a escribir tu propia historia; estoy seguro de que será digna de ser escuchada, dentro de unos años, con tanta atención como la que prestas a la mía en este momento.

El guerrero veterano se levantó de su asiento para encender un par de velas. Comenzaba a anochecer, pero el tiempo ya no ameritaba que se encendiera una chimenea para aportar calidez a la habitación. La primavera estaba cerca.

Keon estaba conmovido. Nunca, en su vida, imaginó que la historia del mejor guerrero de Valkar le fuese tan familiar. El nuevo soldado sintió cada una de las dificultades por las que había pasado su maestro como si fuera él quien las había enfrentado; la lucha del General Einar Dornstrauss también era la suya.

El joven doncel miró a su superior con una sonrisa. No hicieron falta palabras. Einar le devolvió el gesto y lo invitó a salir de la sala. El entrenamiento del día había terminado, y ambos tenían toda una historia por delante. No había tiempo que perder guardando silencio en una habitación solitaria.

Además, era hora de la cena. Ambos donceles debían llegar al comedor a tiempo, si no se querían perder del dulce postre que habían preparado los cocineros aquella tarde.


Elatha levantó del suelo a un rúnido que, con sus garras, jaló la ropa del eulunn para reclamarle la atención que necesitaban todos los de su especie. El Ferig más alto miró a los ojos a la criatura que tenía en las manos y le sonrió, mientras esta humedecía uno de sus enormes ojos negros con la lengua.

—Fue mi error haber creído que con la muerte del rey Gunnar de Valkar iba a ser suficiente —reconoció Elatha, decepcionado, en el idioma de los seres del bosque—. Confié demasiado; no creí que nuestros enemigos persistirían tanto en esta lucha. Ahora, tendremos que volver a enfrentarnos a ellos.

El joven que escuchaba a Elatha, descansando sobre una roca cubierta de musgo seco, suspiró.

—Hemos mejorado —dijo en el mismo idioma con que hablaba el eulunn—. Los foathers dejarán de hibernar pronto, tú lo dijiste. Cuando se alimenten, estaremos listos para pelear contra los nuevos reyes de Valkar. Tú y Elouan me han ayudado con lo de la magia, esta vez ganaremos. Estoy seguro.

Elatha pasó su mano por la cabeza de la criatura verde con manchas del color del lodo que exigía sus atenciones. Era algo pesada, pero sentir el leve rugido de felicidad que provenía de su suave estómago valía la pena.

—Tienes razón —pronunció para el joven que le estaba escuchando—. Pronto estaremos listos. No podemos seguir permitiendo que el trono de aquel reino sea ocupado por los espurios descendientes del rey Folke. Podría asegurar que todos son iguales a él; no merecen su corona. Cuando inicie la primavera, empezaremos a movernos. Si planeas entrar a explorar el reino antes de eso, procura que no te reconozcan.

El joven sonrió con confianza.

—Entendido, Elatha. —Sonrió, dejando que otro rúnido, más pequeño que el que tenía el eulunn en sus brazos, subiera a su regazo.

Desde lejos, Elouan escuchaba atentamente. Estaba decepcionado.

Él nunca había estado totalmente de acuerdo con que los Ferig se pelearan contra Valkar, ni siquiera antes de caer en el profundo sueño inducido por Greona Hosti. Lo poco que había ayudado en las batallas lo hacía sentir culpable; su magia no estaba hecha para robar vidas, sino para salvarlas, pero haberle enseñado a su joven rubio a utilizarla había contribuido a la muerte de montones de humanos. Aquello no le gustaba. Mucho menos, después de las masacres que había observado desde lejos, resguardado bajo el cálido cobijo de los árboles.

A Elouan, la guerra no le gustaba.



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