La Historia de Einar, Parte V: El mejor guerrero de Valkar
Parte R
Los soldados pasamos dos días ayudando a poner las cosas en orden en Kieder. Las guardias que se encontraban en los pueblos cercanos reforzaron su defensa cerca del bosque; supuse que el mensaje del rey había llegado, incluso, a oídos de Ramund y de Waldemar, quienes ya tenían sus propias unidades y vigilaban el este de Nachblut.
No pasó mucho tiempo para que la guardia que el ejército del rey tenía fuera de Kieder nos diera la noticia de que los Ferig habían vuelto a salir del bosque; eran numerosos, y estaban listos para una batalla.
El rey Gunnar, como si lo hubiese previsto, formó a sus soldados con increíble presteza. Poco después de saber de la presencia de los Ferig en Valkar, cerca del mediodía, todos los guerreros que acompañábamos a nuestro soberano ya nos encontrábamos preparados en el campo de batalla, tan lejos del pueblo como nos fue posible.
Valkar y el bosque habían pasado más de dos años en guerra. Todo ese tiempo, la armada del rey Gunnar había aprendido de sus enemigos tanto como ellos de nosotros. Los Ferig, en esa última batalla en Kieder, se convirtieron en un reflejo del ejército de Valkar. Cuando la caballería del rey avanzó, los foathers lo hicieron también, con eulunn montando sobre ellos y cargando las armas que habían robado en anteriores encuentros.
Las partes enemigas chocaron con fuerzas iguales. Los rugidos de los foathers heridos se escucharon al mismo tiempo que el estruendo del metal de las armaduras de nuestros soldados al encontrarse con espadas y puntas de lanza. El suelo del campo de batalla, después del primer contacto entre oponentes, quedó plagado de cuerpos inertes, mientras que las hojas de las plantas que lo poblaban antes de nuestra llegada se pintaron de rojo a nuestro paso.
Al igual que el rey Gunnar, del lado de Valkar, al frente de los Ferig estaba uno de los que parecían humanos comandando los movimientos de las criaturas del bosque. De él provenían palabras ininteligibles que condicionaban cada una de las acciones de nuestros enemigos; el orden de las filas de los Ferig jamás había sido tan evidente. Habían aprendido a luchar contra nosotros.
A pesar del increíble orden que mostraron los seres del bosque, el ejército del rey logró ganar terreno fácilmente. La caballería, íntegra, se abrió paso entre los foathers y evadió a las pequeñas criaturas que saltaron sobre los jinetes con los colmillos al aire. No obstante, al ponerse los soldados frente a los Ferig que lucharían a pie, el rey ordenó que nos detuviéramos, justo a tiempo para evitar que los arbustos que brotaron del suelo repentinamente lastimasen a las primeras filas del ejército. Al observar la barrera de espinas que se formó frente a nosotros, se me revolvió el estómago.
El ejército se alejó un poco, aunque yo hubiese deseado que lo hiciera más rápido. El silencio se habría apoderado del campo de batalla de no ser porque, atrás de nosotros, la lucha no cesaba. Entonces, los arbustos que brotaron frente a la caballería comenzaron a reducir su tamaño y desaparecieron debajo de la tierra, dejando al descubierto una línea de eulunn con las armas listas; al centro, protegido por algunos Ferig, se encontraba el humano traidor que había conocido en Jartav.
— ¡Pase lo que pase, no dejen de moverse! —ordené a mis hombres, antes de hacerlos retroceder un poco más.
Los soldados de alto rango que se hallaban a mi lado me miraron, unos con asombro, otros con duda. A pesar de no querer hacerlo, tuve que dar explicaciones.
—Tengo experiencia con esos arbustos. Hay que evitar dejarse atrapar por ellos a toda costa.
Como si fuese necesaria una demostración, un pequeño arbusto brotó del suelo justo frente al rey; se alargó hacia él en un instante, apuntando al visor de su casco.
Guardé la daga que sostenía en ese momento e hice a mi caballo correr hacia el rey Gunnar. Llegué justo a tiempo para sostener la planta con una mano, tomar mi espada con la otra y cortar una rama antes de que tocara el rostro del rey de Valkar. Con eso, comenzó la verdadera batalla.
Los Ferig que se encontraban frente a nosotros se abalanzaron en contra nuestra a la vez que, del suelo, crecieron gruesas ramas que se movían con vida propia.
— ¡No paren de moverse! ¡Avancen! —Solté el trozo vegetal que aún tenía en las manos para volver a mi fila.
Mi unidad fue la primera en seguir adelante. Juntos, atacamos a los Ferig con todo el peso que pudimos. Las ramas se precipitaron hacia los soldados sin piedad y perforaron sus armaduras como si fueran un trozo de tela fina. Debajo de nosotros, hierbas más pequeñas se enredaron en las patas de algunos caballos; otras aprisionaron las piernas de los soldados y las apretaron con fuerza, para darles ventaja a los seres del bosque. Los gritos de los guerreros de Valkar se mezclaron con el sonido de las espadas chocando y el rugido incesante del suelo, que no dejaba de darle vida a arbustos espinosos y largas enredaderas.
El humano traidor de siempre se encontraba lejos de la batalla, inmóvil, concentrado en detener a los soldados y dejar que los seres del bosque para quienes luchaba se encargaran de quitarles la vida. El encuentro estaba siendo, evidentemente, injusto.
—Dornstrauss, le escuché decir que ya se había enfrentado a una situación como esta antes. ¿Qué nos recomienda hacer? —El rey Gunnar se acercó a mí. Detrás de él se encontraba el General Wieczorek.
—No hay que dejar de moverse; es prioridad liberarse de las ramas tan pronto como sea posible e intentar no perder esta batalla, Su Majestad —respondí—. No será fácil.
— ¿Sabe si hay alguien que controle las plantas, capitán? —intervino el General Wieczorek.
Señalé al humano de túnica blanca y capa verde oscuro, lejos de nosotros. El rey Gunnar quedó perplejo.
— ¿Un humano, capitán? —inquirió el General, incrédulo.
—Tal parece, Señor.
Uno de los paladines de la Corona, frente a nosotros, fue atravesado por una rama gruesa. Aquella visión nos devolvió a todos al campo de batalla.
—General Wieczorek, traiga a Holz y a Löffer —pronunció el rey Gunnar—. Sus unidades parecen ser las más completas, a estas alturas. Iremos a detener a ese humano, no me importa quién sea. Usted vendrá con nosotros, Dornstrauss.
El General Wieczorek, Ancel y Rustam llegaron con el rey rápidamente. Él nos organizó y ordenó a otro paladín de la Corona que se encargara de liberar a los soldados que estaban quedando atrapados entre la maleza. Entonces, las filas del rey avanzaron con dirección al humano y a los Ferig que lo resguardaban.
Cuando los guerreros estuvimos suficientemente cerca, hacia nosotros saltaron criaturas pequeñas; antes de que pudiéramos recibirlas con una lanza o una daga, las ramas detuvieron las extremidades de los soldados, dejando sus cuerpos abiertos completamente al ataque de los Ferig. Aquello hizo enfurecer al rey Gunnar, y a mí junto con él. Lo que quedó de la caballería, a la orden de nuestro soberano, corrió hacia los Ferig que nos esperaban cerca el bosque; de pronto, un caballo cuya pata quedó atascada entre las plantas perdió el equilibrio y cayó, haciendo tropezar a varios hombres más. Detrás de las primeras filas se formó una montaña de soldados de la caballería. El rey ordenó seguir adelante.
Las flechas empezaron a llover sobre los guerreros. Mientras nos cubríamos, frente al soberano brotó un arbusto lleno de espinas que dirigió sus ramas hacia él. Rustam se colocó ante el rey justo a tiempo para cortar la planta tan bajo como pudo. Mi amigo permaneció cabalgando al frente para evitar que volviera a suceder algo parecido. La Corona de Valkar era el objetivo principal de nuestros enemigos.
Los demás soldados de alto rango nos colocamos junto al rey para protegerlo, intentando desviar las flechas que caían incesantemente contra nosotros. El General Wieczorek iba a la izquierda del rey Gunnar, mientras que Ancel y yo cabalgábamos a su derecha.
Tras nosotros, entre lo que quedaba de la caballería y los soldados que la dirigíamos, creció una planta repleta de espinas. Se enredó en el brazo derecho del rey y estuvo a punto de tirarlo de su caballo. Antes de que alguien pudiese hacer algo, alrededor de nuestro soberano apareció un arbusto más y atacó a todo el que se atrevió a acercarse. La planta que sujetaba al gobernante de Valkar comenzó a presionar sobre su armadura; a pesar de que nadie lo oyó quejarse, supuse lo mucho que dolía. El rey Gunnar había sido atrapado del mismo modo que el Coronel Ziegler, en la última batalla que le vi sobrevivir. Se me encogió el corazón.
Recordando lo que había pasado con el Coronel, intenté acercarme al rey para liberarlo, pero el arbusto que lo rodeaba estuvo a muy poca distancia de sujetar mi brazo y horadar mi armadura; tuve que apartarme. El General Wieczorek, al tratar de hacer algo, fue aprehendido por una enredadera. El humano traidor, a lo lejos, parecía regocijado al vernos preocupados por el gobernante de nuestro reino.
Más flechas volaron hacia nosotros. Alarmado, llamé a los soldados de mi unidad que portaban escudos y les pedí que se acercaran al rey tanto como les fuera posible, para defenderlo. Mientras mi compañía se encargaba de proteger al soberano, las unidades de Ancel y de Rustam siguieron avanzando hacia el humano de túnica blanca y capa verde.
Alrededor de ellos se juntaron criaturas del bosque, evitando que se acercaran a su objetivo. Los guerreros se abrieron paso con dificultad; de mi lado, la unidad del General Wieczorek se encargó de liberar a los soldados que se encontraban atrapados. Cerca de mí pude ver a varios varones perder la vida a merced de ramas puntiagudas.
Me era muy difícil soportar una vez más la visión de los guerreros dando su vida inútilmente. Estaba a punto de lanzarme hacia la barrera que nos separaba del rey de Valkar cuando escuché fuertes rugidos a lo lejos.
Los foathers que quedaban se lanzaron contra las unidades de Ancel y Rustam. Su número se estaba reduciendo, necesitaban ayuda.
El General Wieczorek, recién liberado de las ramas, con una herida sangrante en el brazo izquierdo, se dirigió hacia mí acompañado de un grupo de guerreros, los menos cansados.
—Vaya a ayudar a Holz y a Löffer, capitán. Yo me encargaré de proteger al rey y liberarlo.
Al acercarme a donde estaban mis amigos para darles una mano, Ancel me sonrió. Luchamos juntos, en la frontera con el bosque, sin esperar lo que sucedería después. En esa batalla, descubrí que los foathers también podían saltar. Muy alto. Los vi llevarse entre sus fauces las extremidades o las cabezas de algunos soldados; los guerreros se defendían con lanzas, sin embargo, los eulunn se encargaron de descontrolar a los caballos y bajar de ellos a sus jinetes. Ancel cayó de su montura, pero se levantó inmediatamente, para seguir luchando de pie. A lo lejos, algunos de los guerreros que tocaron el suelo fueron arrastrados por los Ferig e introducidos al bosque. No logré entender por qué, pero definitivamente no era bueno.
Fue entones que, tras quitarme a un Ferig pequeño de encima, vi cómo una enredadera apresaba el puño de Rustam en el cual llevaba su lanza. Yo no estaba muy cerca de donde todo eso sucedía, me habría sido imposible llegar a tiempo con mi amigo para salvarlo. Aun así, corrí hacia él.
Una criatura peluda saltó sobre Rustam. Sus garras y su hocico tenían la trayectoria perfecta; no quise imaginar lo que pasaría después, pero tampoco fui capaz de desviar la mirada. Mi corazón se detuvo un instante, mismo en el cual una lanza veloz atravesó con un golpe limpio el cuello del foather que atacó a Rustam, tirándolo al suelo cual marioneta. Ancel, a cierta distancia de mi amigo, seguía en posición, sin su arma, pero aliviado por haberle salvado la vida a la persona que más quería en el mundo.
Rustam se liberó de la enredadera para seguir luchando. Recuperé el aliento, pero aquel sosiego no duró lo que yo hubiese querido. Lejos de mí, un eulunn se aproximó a Ancel, con otra lanza en las manos. Mi amigo pelirrojo se volvió para mirar a su oponente. Mientras el guerrero sujetaba la empuñadura de su espada para defenderse, la punta de lanza, dirigida por el Ferig, se hundió en su abdomen, atravesando la parte de su uniforme que, en lugar de estar cubierta de metal, solo tenía tela gruesa.
Llamé a mi amigo con la desesperación marcada en mi voz temblorosa, anhelando que resistiera, pero Ancel cayó de rodillas tan pronto estuvo el arma fuera de su cuerpo. Tres eulunn lo rodearon, uno de ellos le dio un puntapié en el rostro para después arrastrarlo por el suelo con dirección al bosque.
Sin pensarlo, corrí hacia mi amigo. Él estaba herido, y yo no podía pensar en qué podría pasar si los Ferig se lo llevaban al bosque, como a otros soldados en esa batalla. Ancel debía quedarse con Rustam y conmigo. La paz en el reino, en parte, se debía a él. Que yo estuviera luchando como paladín de la Corona no habría sido posible sin su ayuda.
Los Ferig no podían llevárselo.
— ¡Ancel! —exclamé, sin dejar de acercarme al bosque. No podía dejarlo ir. No en ese momento.
No cuando estábamos tan cerca de ganar la guerra juntos.
El bosque se tragó a mi amigo antes de que yo lo alcanzara, pero habría sido capaz de ir tras de él si Rustam no se hubiera atravesado en mi camino antes de que fuera más allá de los primeros arbustos.
— ¡Ancel! —grité. Intenté esquivar el caballo de Rustam para poder entrar al bosque, pero mi amigo me sujetó de un brazo.
— ¡Einar, no puedes seguirlo!
— ¡Rustam, suéltame!
—Einar...
— ¡He dicho que me sueltes! ¡Tengo que salvar a Ancel!
Con los ojos empañados y el cuerpo temblando, forcejeé para hacer que Rustam me dejara ir, ignorando todo lo que me estaba diciendo. No entendía por qué él no estaba tan alterado como yo, si los Ferig se habían llevado a nuestro amigo.
—Einar, esúchame...
—Déjame ir.
—No podemos ir por Ancel.
— ¡Claro que podemos, Rustam! Los Ferig no tienen razón para llevárselo, está herido.
—No tenemos permitido entrar al bosque. Si lo hacemos, la guerra se prolongará, y la gente de Valkar ya no puede más.
Miré a Rustam, molesto, al principio. Empecé a calmarme al notar que una lágrima silenciosa bajaba por su mejilla, acariciando un leve rasguño en su piel, mientras él seguía sujetando mi brazo para evitar que cometiera una tontería. Sentí un peso enorme sobre mi pecho.
—El rey Gunnar nos necesita, Einar. Estamos muy cerca, terminemos con esto —me dijo en voz baja, mirándome a los ojos. Podía ver su alma destrozada, a pesar de que él guardara la compostura. Suspiré.
Repasé con la vista el campo de batalla. Los guerreros de Valkar estaban logrando vencer a los Ferig, pero las plantas seguían aprehendiendo a los soldados, controladas por el humano de túnica blanca. Era urgente detenerlo.
—Necesito un arco —murmuré. Rustam no me escuchó, por lo que tuve que repetir lo que dije, en voz alta.
A la vez que yo buscaba el arma, Rustam reunió a un grupo de soldados para defenderme. Ni siquiera tuve que explicar lo que planeaba hacer. Cuando encontré un arco y tomé una flecha en buen estado, me acerqué al humano traidor tanto como pude, protegido por la tropa que Rustam juntó rápidamente.
Me preparé para tirar. A mi mente, mientras apuntaba, llegó la imagen el capitán May tensando el arco con elegancia, a petición del Coronel Ziegler. Por ellos, y por Ancel, yo iba a acabar con esa batalla.
Respiré hondo, enfocando mi vista en mi objetivo. Todavía moviéndome sobre mi caballo, disparé la flecha.
Recordé el tiro limpio del capitán May, para compararlo con el mío. La flecha con que puse fin al martirio no dio exactamente en el blanco. Se hundió debajo de la clavícula izquierda del humano de túnica blanca, a pesar de que yo pretendía que aterrizara en el centro de su pecho. De cualquier modo, el golpe pareció ser suficiente; vi al traidor desvanecerse poco después de que su cuerpo recibiera la flecha.
Todas las plantas del campo de batalla se marchitaron, permitiendo a los soldados liberarse y atacar a los Ferig que, consternados, no pusieron mucha resistencia.
El rey Gunnar fue liberado por el General Wieczorek y un paladín de la Corona. Todos se acercaron a donde estábamos Rustam y yo al ver que los Ferig se rendían. Algunos soldados bloquearon el paso hacia el bosque.
El Ferig que comandaba al resto, increíblemente, estaba ileso. Llegó a donde se encontraba el humano traidor y lo revisó con urgencia, para luego mirar al rey Gunnar. Se acercó a él a paso lento, sin armas, en silencio, a la vez que las criaturas del bosque retrocedían, resguardándose detrás de su líder.
Estando cerca del rey, escuché el inicio del diálogo que tuvo con el Ferig. No fui el único que se sorprendió al notar que este último sabía hablar el idioma del reino.
El habitante del bosque y el soberano de Valkar se alejaron de los soldados y de los Ferig para hablar severamente. En algún momento, pude escuchar palabras sueltas; el rey sonaba molesto, y tosió en una o dos ocasiones. Lo vi señalar al humano traidor.
Cuando terminó la discusión, el rey Gunnar ordenó a sus guerreros que abrieran paso hacia el bosque y dejaran ir a los pocos Ferig que quedaban con vida, incluido el humano de túnica blanca, quien iba inconsciente, rodeado de criaturas del bosque. No me atreví a cuestionar las decisiones el rey, sin embargo, algo me decía que había sido un error dejar ir a aquel humano.
Al final, fuera del cobijo de los árboles solo quedó un eulunn frente al rey: el que había dialogado con nuestro soberano. Este último declaró la guerra terminada cuando la cabeza de aquel Ferig rezagado rodó a sus pies, en el campo de batalla. El silencio invadió el lugar por un largo rato, dedicado a todos los soldados caídos en más de dos años de intensa lucha.
Los soldados que seguíamos con vida compartimos la victoria en Kieder, pues era de todos; le pertenecía a aquellos guerreros que soportaron solamente el inicio de la batalla e, igualmente, a los que resistieron hasta el final, sin importar las heridas y el cansancio. El triunfo de los guerreros de Valkar era el triunfo de todo el reino.
Rustam y yo, a pesar de todo, nos sentimos incompletos al terminar el día. Sin Ancel a nuestro lado, no creíamos haber ganado la guerra.
—Los Ferig no tenían por qué llevárselo —lamenté, caminando en círculos dentro de la tienda de campaña donde dormí en Kieder mientras estaba la guardia en la frontera con el bosque. Rustam me miraba con tristeza. En el pueblo, los soldados y la gente cenaban, aliviados.
—Yo tampoco entiendo lo que pasó hace un rato —añadió él en voz baja.
— ¿Cómo le vamos a decir a Ansgar lo que ha sucedido con Ancel? —Mi voz tembló por un instante. No sabía qué hacer.
Rustam titubeó.
—Supongo que... apenas lo veamos, tendremos que darle la noticia de que Ancel ha caído en batalla. No hay otra manera.
—Pero Ancel no cayó en batalla. Los Ferig se lo llevaron al bosque y...
— ¿Y qué piensas que harán con él? —Rustam me interrumpió, desesperado—. Estaba herido, ambos lo vimos caer en el campo de batalla. Lo más seguro es... que no podamos volver a encontrarlo.
Incluso mi amigo se sorprendió al oírse pronunciar esa última frase. Desvió la mirada y se sentó sobre el suelo antes de que sus piernas lo traicionaran. Se cubrió la boca con las manos, sin poder seguir hablando; sus ojos estaban enrojecidos, pero no lloraba.
—Perdimos a Ancel —dijo en voz baja, negando con la cabeza. Escucharlo me dolió más que todas las heridas que había obtenido en batalla.
Me senté junto a Rustam; él no tardó en apoyar su cabeza sobre mi hombro, con su cabello castaño cubriendo parcialmente su rostro. Sus manos temblaban, al igual que sus hombros. Jamás lo había visto tan vulnerable. Tal vez aquello fue lo que me impidió romperme a su lado.
Yo estaba insatisfecho con lo que parecía ser el fin de la guerra contra los Ferig. Algo me decía que las cosas no iban a terminar ahí, en Kieder, con la rendición de uno de sus líderes enfrente del rey Gunnar. No me encontraba tranquilo con el desenlace de la batalla en aquel lugar.
❅
◈◇◈◇◈◇◈◇◈◇◈
https://youtu.be/ojmxVwh5qoE
◈◇◈◇◈◇◈◇◈◇◈◇◈◇◈◇◈
◈◇◈◇◈◇◈◇◈◇◈◇◈◇◈◇◈
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro