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La Historia de Einar, Parte V: El mejor guerrero de Valkar

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Parte O


—Al capitán Einar Dornstrauss, por su resistencia y su honorable labor cuidando de la frontera con el bosque —exclamó el rey de Valkar, esperándome al centro el salón.

Caminé a paso firme para presentarme frente al soberano; me arrodillé frente a él y esperé sus palabras.

No obstante, antes de que el rey dijera algo, una voz que tenía años sin escuchar detuvo la ceremonia.

— ¡Su Majestad! —pronunció—. ¡No puede nombrar a Einar Dornstrauss!


No necesité voltear para saber de quién se trataba. Se me revolvió el estómago.

No entendí por qué, en uno de los momentos más dichosos de mi vida, tenía que llegar alguien a detenerme. Me puse de pie, sabiendo que no seguiría siendo necesario que me arrodillara, Retrocedí un paso para distanciarme del rey; todo había terminado.

— ¡Harald Dornstrauss, qué sorpresa! —exclamó el rey, tratando de sonar alegre, a pesar de estar visiblemente irritado por haber sido interrumpido en medio de una ceremonia importante—. ¿Qué lo ha traído por aquí tan temprano? La celebración será más tarde, ¿acaso ya ha empezado a traer cerveza?

El rey hizo una pausa, esperando respuesta sin dejar de tratar a mi padre con fingida hospitalidad. Un instante después, abrió los ojos como platos y se le escapó una sonrisa.

— ¡Entiendo! —exclamó hacia el recién llegado—. Usted debe ser familiar del capitán Einar Dornstrauss, ¿o no?

—Está usted en lo correcto, Su Majestad —contestó mi padre. Yo empecé a temblar—. Einar Dornstrauss es mi hijo, y precisamente porque lo conozco desde su nacimiento es que sé a la perfección que él es un doncel.

La expresión del rey se ensombreció, a la vez que mi cuerpo entero perdía fuerza y se dejaba llevar por la derrota. Toda la gente en el salón empezó a murmurar miles de cosas que no quise escuchar.

Deseé, con todo mi corazón, desaparecer de aquel lugar para siempre. El gran esfuerzo que había hecho para esconderle mi secreto a casi todo el mundo había sido en vano. Mi padre, a quien no había visto por años, en lugar de reconocer mi desempeño en el ejército al volver a encontrarme, me recordó que no estaba haciendo lo que me correspondía como doncel. Parecía haber esperado una eternidad para delatarme enfrente de todos, como si supiera que de ese modo yo me sentiría peor por haberme ido de casa para realizar mi sueño.

Los cuchicheos de la gente no pararon. Miré de reojo a los que estaban cerca e intenté encontrar —sin éxito— las voces de mis amigos entre las palabras dolorosas que estaban diciendo las demás personas.

— ¡Silencio! —ordenó el rey Gunnar cuando el ruido empezó a molestarle más de la cuenta.

Yo seguía frente a él, condenado, pero sin derecho a defenderme, a merced de las palabras de todos los varones que comenzaron a discutir mi destino en ese momento.

—Como la cabeza de mi familia, me disculpo por la imprudencia de mi hijo, Su Majestad —empezó mi padre—. Reconozco el error que ha cometido, y si usted me lo permite, yo mismo me haré cargo de que él también lo haga. Le pido que, por favor, me deje llevarlo de vuelta a casa, que es donde debe estar; vigilaré que, una vez ahí, vuelva a los deberes que le corresponden, lejos del ejército y de Su Majestad. Me cercioraré de que recuerde cuál es su lugar como doncel cuando esté con su familia. Lamento haber interrumpido.

El rey, molesto, pero no con mi padre, me miró.

— ¿Cómo osas engañar al reino de esa manera? —me dijo. Sus palabras parecían flechas, atravesando mi pecho sin piedad alguna—. Entrar al ejército siendo un doncel, a costa de tu padre y de tu familia, que es a quienes primero debes atender, y engañar a tus superiores para que crean que es un varón quien está peleando bajo sus órdenes...

Quise pronunciarme para remediar lo que mi padre había arruinado, pero no tuve la fuerza suficiente para hacerlo antes de que el rey de Valkar siguiera hablando.

—Señor Dornstrauss, me temo que lo que ha sucedido con su hijo no puede remediarse solo con una reprimenda. Ha pasado mucho tiempo fingiendo ser un varón para estar aquí y, de no ser porque usted ha llegado a tiempo, yo le habría otorgado un título que no le corresponde. El joven, al mentirle al ejército, ha engañado a todo el reino; solo porque es su hijo, no me tomaré la libertad de decir que ha traicionado a mi Corona, pero podría hacerlo, si quisiera. Este es un asunto grave, y se terminará de resolver más tarde. —El rey alzó la voz—. ¡Guardias!

Oí pasos que se acercaban desde el fondo de la sala. Estaba asustado, y también enfurecido.

Me molestaba saber lo fácil que era eliminar mi nombre de la lista de guerreros de Valkar al saber la verdad sobre mí, pero más rabia me daba no poder hacer nada al respecto. Mi experiencia en el campo de batalla, los pueblos que había salvado de los Ferig, las peleas que había ganado junto con los otros soldados, todo se opacó cuando mi padre dijo una palabra: doncel.

Resignado a despedirme del honor que casi había alcanzado, callé, pues estaba seguro de que mi palabra no cambiaría nada. Esperé a que los guardias del rey llegaran por mí, imaginando qué castigo sería peor que obligarme a regresar a casa y olvidar el maravilloso tiempo en que creí que ganaría la guerra en nombre de Valkar.

Me sentí tan perdido que no distinguí a las tres personas que se pararon detrás de mí, bloqueando el paso de los guardias.

—Su majestad, no nos parece justo que el capitán Einar Dornstrauss pueda ser considerado un traidor cuando ha sido tan buen soldado —pronunció alguien que me hizo recuperar la vida que estaba empezando a perder.

El rey Gunnar miró a Ansgar con ira en sus ojos.

—El capitán Dornstrauss ha defendido al reino con honor y valentía; su lealtad hacia la Corona siempre ha sido incuestionable —continuó el chico de ojos azules—. Que sea un doncel no cambiará el hecho de que su papel en la guerra ha sido de suma importancia para mantener la integridad de incontables pueblos y personas en Valkar. Si Su Majestad decidiera revocarle su lugar en el ejército y lo enviara a casa después de castigarlo, todos sentiríamos su ausencia en el campo de batalla. El reino, en medio de la guerra, no puede darse el lujo de perder a un soldado tan fiel y sobresaliente como el capitán Einar Dornstrauss; mucho menos por un motivo tan simple como su naturaleza de doncel.

Al escuchar a Ansgar, a pesar de agradecer su apoyo en silencio, no pude evitar pensar en el riesgo que estaba corriendo al defenderme. A lo lejos pude ver a Elise y al General Volksohn mirando a su hijo con escándalo, al igual que el rey.

En el fondo, me alegraba mucho saber que Ansgar no se iría de mi lado al conocer la verdad sobre mí, pero también me preocupaba. Una intervención que no le gustase al rey podía costarle su nombramiento; no creí que fuera un precio que valiera la pena pagar por intentar ayudarme.

—Volksohn, ¿quién lo diría? —comentó el rey, sorprendido—. Nunca creí que alguien con ese apellido fuera suficientemente osado como para cuestionar mis acciones.

—Cuestionar su decisión sobre el desino del capitán Dornstrauss no es un asunto de familia, Majestad, es un asunto de justicia —contrapuso Ansgar. Yo no quería que siguiera.

Toda la gente en la sala guardó silencio. Entonces, intervino otro de mis amigos.

—Su Majestad, el capitán Dornstrauss es un elemento indispensable en el ejército de Valkar. Puedo decir que, durante el tiempo que pasamos juntos en batalla, él fue de gran ayuda para liberar a los poblados sitiados por los Ferig en el noreste de Nachblut. Sabe luchar sin una pizca de cobardía, y su presencia le otorga esperanza a la gente. La guerra ha sido dura. Tener a un doncel en el ejército será un problema varias veces menor en comparación con las dificultades que pasaremos si el capitán Dornstrauss no combate a los enemigos junto a los demás soldados.

Ancel habló con firmeza, haciendo uso de su posición en el ejército para detener a un guardia con un movimiento de su mano. También escuché a Rustam ordenando la retirada de algunos otros soldados más, pero el sonido de una espada al desenvainarse fue más fuerte. Me volví hacia el origen del ruido, para encontrar a Ansgar deteniendo el brazo del guardia que había decidido usar la espada. Todas las personas que estaban ahí comenzaron a alborotarse; el rey perdió la paciencia cuando sus guardias fueron detenidos y la espada del guardia cayó al suelo.

— ¡Tal parece que tengo soldados insubordinados en mi ejército! —pronunció el soberano con indignación al escuchar las palabras de mis amigos y notar cómo se oponían a que los guardias me llevasen—. ¡General Wieczorek, dígame que hará algo al respecto!

El General Wieczorek dio un paso al frente desde donde estaba, miró a los guardias y los hizo volver a su lugar con un gesto, frente a los ojos incrédulos del rey.

—Majestad —dijo el General Wieczorek—, a pesar de que no deseo contradecirle, lo que dicen los soldados Volksohn y Löffer es cierto: la guerra es difícil, y Einar Dornstrauss ha hecho bastante por mantener al reino con la ventaja.

Con las palabras del General Wieczorek, el rey Gunnar pareció haber llegado al límite. Yo no estaba muy seguro de por qué se me defendía con tanto ahínco; lo que menos quería era que se agrandara el problema por mi culpa.

—El problema no es la lealtad de Einar Dornstrauss —aclaró el rey—. ¡Mi deber es mantener el orden en el reino, y permitir que haya donceles en el ejército va a alterarlo como no tienen idea!

—Majestad, pido por favor que se me otorgue la palabra —intercedió Rustam, todavía detrás de mí.

El rey miró a Rustam, suavizando su expresión después de un rato; entonces, alzó una ceja y volteó hacia donde estaba la princesa, algo lejos de él. A su lado estaban el duque de Radgar y su hijo. Entonces, volvió a dirigir su intimidante mirada hacia Rustam, levantando la cabeza; la corona que descansaba sobre su cabeza reflejó la luz que se colaba por las altas ventanas del salón.

—Habla —ordenó, después de su amenaza discreta. La princesa caminó hacia su padre en silencio, sin que él pudiera verla.

—Entiendo que su Majestad se encuentre molesto ante lo que ha sucedido con el capitán Dornstrauss —comenzó mi amigo, a costa de la indirecta del rey—. Sé que usted detesta que se le engañe y que puede considerar el atrevimiento del capitán como una falta de respeto, sin embargo, existen motivos suficientes para reconsiderar la decisión de castigar al capitán Dornstrauss y devolverlo a casa, incluso si es un doncel. Conozco las leyes de Valkar, en especial las del ejército, y no hay una sola que prohíba la presencia de donceles o mujeres en la guardia real. El que no esté permitido depende solamente de la conducta que la gente espera de ellos y lo que piensa acerca de sus capacidades fuera de las labores de casa. Permitir que Einar Dornstrauss continúe con su fiel labor para el reino no causará daños tan grandes en la estructura del reino como los que imagina.

El rey frunció el ceño al notar que, a pesar de sus amenazas, nadie diría lo que él estaba esperando oír.

— ¿Que permitir al soldado permanecer en el ejército, aun siendo un doncel, no causará estragos en el reino o en el ejército? —cuestionó, comenzando a desesperar—. ¿Cómo puede estar tan seguro, soldado?

—Hasta el momento, que el capitán Dornstrauss sea un doncel no ha representado ningún inconveniente para el ejército o para sus hombres, y sería una buena oportunidad para hacer que el reino cambie para bien. Eso debería ser suficiente, padre.

La princesa Maia se paró junto al rey, tomó su brazo con poca fuerza para hacer que se agachara y le habló en susurros.

—Padre, decisiones como esta deben tomarse pronto —la oí decir, por lo cerca que estaba de ella—. No te encuentras bien, y sabes mejor que yo lo malo que es decidir cegado por la ira. Déjame esto a mí, para poder permitirte continuar con la ceremonia. Te aseguro que haré lo que es mejor para todos.

El rey, al mirar a su hija, suavizó su expresión completamente. Resopló, recuperando la compostura.

—Para mi mala fortuna, hablas con la misma elocuencia que tenía tu madre y eres igual de persuasiva que ella —susurró, resignado—. Si tú me lo pides, Maia, entonces te permitiré decidir esta vez, pero asegúrate de escoger la opción correcta —dijo el soberano en voz alta—. ¿Crees correcto permitir que el doncel Einar Dornstrauss permanezca en el ejército de Valkar, incluso después de haberse hecho pasar por un varón durante años, engañando al reino entero?

La princesa suspiró —lo noté por el movimiento de sus hombros—. Luego, dirigió sus ojos hacia mí, como si me estuviera diciendo que no me preocupara. Alzó el mentón antes de hablar, sin dejar de mirarme.

—Siendo mía esta decisión, entonces no permitiré que se haga nada en contra del capitán Dornstrauss como consecuencia de haber entrado al ejército bajo la imagen de un varón —proclamó—. No obstante, en cuanto a su permanencia en el ejército, creo que lo mejor sería preguntarle a él si todavía desea luchar por el reino y por su gente pues, hasta el momento, todos han opinado, excepto él, que es a quien le concierne. —La princesa me sonrió con disimulo—. Einar Dornstrauss, después de lo ocurrido hoy, ¿todavía cree que su lugar está entre los valientes guerreros de Valkar?

La pregunta de la princesa Maia, más que cuestionarme, me invitó a defenderme. Me sentí aliviado cuando ella me dio la palabra después de que todos hubiesen hablado en mi lugar. Con la oportunidad que ella me dio para elegir lo que quería, supe inmediatamente la respuesta: anhelaba seguir luchando por el reino.

Levanté la mirada de nuevo, tras haber pasado unos momentos mirando el suelo como solía hacer la mayoría de los donceles. Respondí con seguridad.

—Sí, Su Alteza. Mi deseo es seguir protegiendo a Valkar y a su gente.

La gente empezó a hablar. El rey desvió la mirada y acomodó su capa, resignado; se hizo a un lado, dejando su lugar a la princesa Maia, quien tomó la espada con la que el rey había estado nombrando a los soldados antes de que la ceremonia fuera interrumpida.

—Siendo así, capitán Dornstrauss, lo mejor será continuar con esta ceremonia, que ya hemos tardado bastante en reanudarla.

La princesa me hizo dar un paso al frente para luego arrodillarme. La manera en que sus ojos me miraban, con ternura, me decía que ella me apoyaría incondicionalmente. No supe cómo agradecerle; mi expresión al mirarla después de arrodillarme se lo debió haber revelado sin necesidad de palabras.

—Con su lealtad me es suficiente, capitán —susurró mientras la gente seguía haciendo ruido en el salón.

Le sonreí a la princesa. Ella también lo hizo. Con un solo movimiento de su mano dejó a toda la sala en silencio, lista para hablar y terminar aquel martirio.

—Capitán Einar Dornstrauss, por el poder que me confieren mi sangre y el trono que me corresponde, yo lo nombro paladín de la Corona, para que con ese título continúe sirviendo al reino con lealtad, honor y valentía, superando toda adversidad y luchando por lo que es correcto con la cabeza en alto sin importar lo que suceda, pues así es como debe actuar un guerrero de Valkar.

La gente volvió a hablar; escuché algún vitoreo, pero la myoría de las voces seguía discutiendo. Yo me puse de pie, sin dejar de sonreírle ligeramente a la princesa. Al volver a mi lugar en la formación, ella devolvió a su padre la espada y proclamó que la ceremonia debía continuar y terminarse, para luego regresar a su posición detrás del rey y al lado del duque de Radgar.

El rey Gunnar se tomó unos segundos más para hablar de cerca con mi padre, antes de seguir con los nombramientos. A ninguno de los dos pareció gustarles la decisión de la princesa Maia. Lo más seguro era que, en la celebración que tomaría lugar más tarde, se lo harían saber a todos.

No tuve tiempo de pensar demasiado en lo que sucedería cuando terminara la ceremonia. Ansgar pasó cerca de mí y tocó mi hombro, dirigiéndome una cálida sonrisa, al igual que Ancel y Rustam.

Tenía mucho que explicarles.


Cuando los nombramientos concluyeron, los invitados fueron los primeros en irse de la sala. Mi padre junto con ellos. Los soldados, la realeza, algunos nobles y sus sirvientes se quedaron otro rato más, conversando.

Quise huir de la sala cuanto antes, a pesar de que sabía que no iba a ser posible. El General Volksohn llamó a Ansgar y se alejó con él, supuse que para hablar de lo sucedido; los duques de Neilung, padres de Rustam, también lo llamaron y se alejaron de nosotros.

Yo intenté resguardarme en la apacible compañía de Ancel mientras esperábamos a Ansgar y a Rustam, pero fue inútil. El General Wieczorek me habló desde el fondo de la sala, haciendo que su voz retumbase en las paredes pronunciando mi apellido.

Me volví hacia el General, quien hizo una seña con sus manos para que me acercara a él. Yo estaba aterrado por lo que podría decirme. Ancel puso una mano sobre mi hombro antes de que empezara a caminar hacia el General, dirigiéndome una sonrisa que serenaría a cualquiera.

Caminé hacia el varón que me había llamado, haciendo lo imposible por mantener a calma. Al pararme frente a él, el general se cruzó de brazos.

—Yo estaba seguro de que el señor Dornstrauss solo tenía donceles —dijo, triunfante—. Siendo sincero, su familia tardó demasiado en venir por usted al castillo, capitán. Vaya momento que eligió su padre para hacerlo. Ha provocado un escándalo.

Tuve que poner las manos detrás de mi espalda para que el General no notara que empezaron a temblar. No me gustaba pensar en el rumbo que mi superior parecía querer darle a nuestra charla. Me fue imposible reunir aliento para contestar antes de que el General continuara su discurso.

—Estoy sorprendido por lo bueno que fue para guardar su secreto, Dornstrauss; debió haber visto las reacciones de sus amigos cuando supieron que usted no era un varón. La de Volksohn fue invaluable. Creí que con la confianza que le tenía, usted ya le había revelado que era un doncel, o él ya se había dado cuenta... —Hizo una pausa, mirándome de arriba abajo. Suspiró—. Espero que entienda cuán osado ha sido contradecir al rey enfrente de montones de gente noble.

—Lo entiendo. Agradezco que usted haya hablado a mi favor para que se me permitiera quedarme aquí.

El General sonrió.

—No es mentira que un soldado menos en el ejército, con sus habilidades, sería una amenaza para la victoria de Valkar en esta guerra, capitán Dornstrauss. Sin embargo, espero que sepa que no me he arriesgado a contradecir a Su Majestad solo por salvarle de volver a casa con su familia. Todo tiene un precio, capitán.

Se me heló la sangre.

— ¿A qué se refiere, General?

—A que yo no habría salvado a cualquier doncel de ser llevado a casa si no quisiera algo de él a cambio de mi palabra. —Puso su mano en mi hombro sutilmente, sabiendo que nadie nos vigilaba—. Hace mucho que no veo a un doncel con tanta gracia como la suya, Dornstrauss. Podríamos quedar a mano si me acompañase aunque fuera una noche. Usted sabe a lo que me refiero.

Retrocedí un paso para que el General Wieczorek me soltara. A mi mente volvió el recuerdo de una de las primeras noches que pasé en la escuela de la guardia real: el General ya me había hecho una propuesta parecida hacía años, y sabía que era imposible disuadirlo. Me molesté como nunca.

— ¿Cómo se atreve a decirme algo así, General? —repliqué—. Es una vergüenza que alguien como usted crea que voy a ofrecerme a cambio de su simpatía. No creo que sea necesario decirlo, pero debe quedarle claro que me niego a aceptar su propuesta. No le debo nada, fuera de mi labor como guerrero de Valkar.

Me alejé otro paso más e hice ademán de dar la vuelta cuando el General Wieczorek me detuvo, hablándome de lejos en voz baja.

—En ese caso, espero que esté preparado para cumplir con su deber en el ejército con la misma valentía que tienen otros varones, capitán Dornstrauss.

Me volví hacia él, sintiendo que sus palabras habían sido una amenaza.

—Hay, durante la guerra, montones de misiones más peligrosas que las que ha cumplido, capitán. En Nachblut hay lugares donde las batallas han sido más duras que en el resto del reino. En vista de que no parece haber un modo fácil de que quedemos a mano, tras el favor que le hice hoy, espero que no le moleste ser enviado a las misiones más riesgosas durante el resto de la guerra, para saldar la deuda que tiene conmigo.

El General se irguió, triunfante, y volvió a acercarse a mí, como si fuera un oso.

—Sé que a usted no le gustaría arriesgar tanto su vida ahora que tiene a alguien como el soldado Volksohn para hacerle compañía —murmuró con malicia—. Si llega a cambiar de opinión, aún está a tiempo para elegir el camino fácil; estaré en mi alcoba casi toda la noche, capitán Dornstrauss. Puedo esperarlo, si así lo quiere.

Dicho eso, el General Wieczorek se fue. Yo no dejé de mirarlo, con las manos temblorosas. Me enfurecía que me hubiese dejado sin elección; yo no quería dejar solo a Ansgar, pero tampoco deseaba hacer lo que el General quería que hiciera aquella noche. Mi cuerpo se llenó de una sensación de impotencia terrible; di un respingo cuando sentí la mano de alguien en mi hombro. Se me revolvió el estómago antes de darme vuelta y encontrar un par de bellos ojos azules que me miraban con preocupación.

—Perdona, no era mi intención asustarte. —Ansgar dejó de tocarme y se alejó ligeramente—. ¿Qué te ha dicho el General? ¿Está todo bien?

No quise hacerle saber la amenaza del General Wieczorek porque sabía que se preocuparía, y no había nada que se pudiera hacer.

—No es nada —mentí, intentando sonreírle—. Espero no haber sido la razón por a que el General Volksohn te llamó hace un rato.

Ansgar suspiró.

—Mi padre me repitió lo importante que era para alguien de la familia serle fiel al rey y no contradecirle, pero le respondí que no iba a permitir que te trataran de traidor cuando has hecho tanto bien al reino.

Me sonrió. Instantes después legaron Ancel y Rustam con nosotros. Todos huimos del salón cuanto antes hacia la habitación donde habíamos dormido Ansgar y yo la noche anterior. Al llegar, los tres me rodearon en un fuerte abrazo que me creó un inmenso nudo en la garganta. Mis ojos debieron haberse enrojecido, a juzgar por cómo me miró Ansgar al separarse de mí.

—Einar... —murmuró, acariciando mi mejilla derecha con su mano. Desvié la mirada inmediatamente para limpiar la lágrima solitaria que había escapado de mi ojo.

—Gracias por haber estado de mi lado en la ceremonia —dije, tras recomponerme, mirando a mis amigos—. No debieron... el rey se molestará con todos nosotros y no puedo imaginar lo que es capaz de hacer después de...

—No te preocupes por eso, Einar —intervino Rustam con una mirada comprensiva—. Seríamos incapaces de dejar que te hicieran daño. Yo no podría estar tranquilo sabiendo que dejé ir a un amigo por no querer oponerme a las ideas que tiene la gente acerca de los donceles, pues a mí también me molestan.

Sonreí; a pesar de no haber recuperado la tranquilidad completamente, sentí calidez en mi pecho. Dejar de ocultarme bajo la máscara de un varón frente a las personas que apreciaba, de algún modo, era liberador.

—No sé qué habría hecho sin su apoyo...

—Ni necesitas saberlo, ya —comentó Ansgar, tomando mi mano con cariño—. Debes haber pasado por mucho para llegar aquí. Pensar en lo que habría pasado si no hubiésemos estado para ti solo te hará sufrir de más.

Suspiré, aferrándome a las manos de Ansgar en busca de refugio.

—Deben tener muchas preguntas, después de todo lo que ha pasado. —Bajé la mirada—. Me parece que les debo las respuestas.

—No nos debes nada, en absoluto —aclaró Ancel con la serenidad divina de siempre—. Somos tus amigos, ejem... Rustam y yo. —Miró las manos de Ansgar, que me sujetaban con fuerza—. Te aseguro que todos nosotros haríamos cualquier cosa por ayudar a quien lo necesite. Si no quieres hablar de ti justo ahora, de verdad no necesitas hacerlo.

Mordí mi labio inferior. En realidad, necesitaba hablar y liberarme del peso que había estado cargando por años. Anhelaba con todo mi ser que alguien escuchara mi historia, pero la obligación de guardar mi secreto siempre había sido más fuerte.

— ¿Y si de verdad quisiera contarles lo que he pasado para estar con ustedes? —pregunté con nerviosismo.

—Si necesitas hablar, estamos aquí para escucharte. —Ansgar me sonrió. Sus preciosos ojos azules me decían que todo estaría bien.

Afirmé con la cabeza, encontrando en ese momento la oportunidad de soltarlo todo y dejar ir lo que mi conciencia no quería seguir guardando.

Dispuestos a dejarme hablar, Ancel y Rustam se sentaron sobre una de las dos camas que había en la habitación. Frente a ellos se sentó Ansgar, a mi lado. Después de tomar una bocanada de aire y armarme de valor, les conté la historia con tanto detalle como sentí necesario, sintiendo que mi cuerpo se aligeraba poco a poco.

No pude evitar que me temblara la voz al revelar todo lo que había perdido o dejado atrás para volverme un guerrero de Valkar. Lo dije todo, desde la forma en que vivía en Tryuna hasta las bellas y horribles experiencias que tuve con Ivar, el varón que después se convirtió en el esposo de mi hermano. Sin saber por qué, solté lágrimas amargas al contar cómo rompí mi compromiso y lo que pasó después de eso, pero fue cuando expliqué la dicha que sentí al entrar por primera vez al castillo que, verdaderamente, sentí que mi mente estaba limpia.

Al terminar mi relato, suspiré, con una sonrisa. Ansgar me miró con tristeza antes de abrazarme fuertemente.

—Todo está mejor ahora —le dije, devolviéndole el abrazo—. Gracias por escucharme.

Sentí que Ansgar besó mi cabeza. A pesar de lo que había pasado en la ceremonia y lo que estaba a punto de suceder en la celebración de la tarde con mi padre, el rey y el General Wieczorek, con solo haber soltado mis malos recuerdos al aire pude sentirme libre.

Al menos, durante un momento.


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