Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

La Historia de Einar, Parte V: El mejor guerrero de Valkar

Parte N


Habiendo dejado a cargo a Waldemar en una zona de Jartav y a Ramund en otra durante mi ausencia, emprendí mi camino hacia el castillo con la seguridad de que todos en Jartav estarían a salvo.

Ancel y yo llegamos juntos al castillo del rey de Valkar, temprano, por la mañana; mi amigo pelirrojo no paraba de decir lo emocionado que estaba por ver a Rustam de nuevo, mientras que yo miraba hacia todas partes buscando a Ansgar con angustia disimulada, afuera del castillo. Si el rey podía darse el lujo de efectuar una ceremonia y un festejo en medio de la guerra, era porque Valkar se encontraba en condiciones para permitírselo, así que incluso Erunar debía encontrarse en paz, y Ansgar merecía estar ahí, consecuentemente.

Al no hallar rastro de él, me concentré en supervisar que todos mis soldados estuvieran siguiéndome. Ancel y yo llevábamos con nosotros a un grupo pequeño de guerreros de guardia, al igual que los otros hombres que venían de todas partes de Valkar y se concentraban frente a las puertas del castillo, aguardando a que fuesen abiertas. Los principales soldados portaban su uniforme decorado con insignias y reconocimientos; erguían la espalda, sentados sobre el lomo de briosos corceles, curtidos en batalla, en espera del reconocimiento que nos haría el rey Gunnar al día siguiente.

Al igual que la primera vez que pisé la entrada al castillo del rey, hacía años, me encontré en un tumulto de varones de espalda ancha y aires de grandeza, sin embargo, ya no batallaba por no ser aplastado entre la brutalidad de sus cuerpos, ni me sentía nervioso ante la posibilidad de ser descubierto; al contrario, andaba con orgullo sobre mi caballo, tras ser solicitada mi presencia por el rey mismo en su morada.

Incluso cuando se abrieron las puertas del castillo y la gente se dispersó, no encontré rastro de Ansgar.

Los caballos fueron llevados al establo una vez estuvimos todos los soldados dentro, para que así nosotros pudiéramos dirigirnos a las salas del castillo, donde nos recibió la guardia personal del rey, uno por uno. Quien nos esperaba en el marco de la puerta para darnos la bienvenida sonrió al vernos, a Ancel y a mí, llegar con todos los demás invitados. Lamentablemente, el profesionalismo nos impidió abrazarnos efusivamente.

Rustam, con ojos brillantes, portando un uniforme distinto al de todos los recién llegados, nos saludó con la formalidad que los guerreros de Valkar acostumbraban usar entre ellos. Mi amigo pelirrojo y yo devolvimos el saludo con una amplia sonrisa y muchas ganas de gritar por la emoción.

Dentro del enorme salón principal del castillo, a donde se nos dirigió a todos los soldados, inició una fiesta con nuestra llegada, preparada para nosotros espléndidamente. Había comida, luz, bebida, y un grupo de músicos tocaba al fondo de la sala. Al caminar entre la gente que se congregaba ahí, Ancel fue distraído por alguien; se detuvo a conversar mientras yo navegaba entre las personas, todavía buscando a Ansgar, pero con menos esperanza de encontrarlo.

—Einar Dornstrauss, es un gusto verte por aquí, aunque no me sorprende en absoluto —mencionó alguien a mis espaldas. El timbre de su voz, por un momento, me hizo creer que había encontrado a quien buscaba, pero desafortunadamente no era así.

El General Volksohn me sonrió cuando me volví para hablarle de frente. Desde la primera vez que lo vi noté que era idéntico a Ansgar, pero jamás me había recordado tanto a él como en ese momento. Incluso su sonrisa me pareció igual de bella que la de su hijo.

— ¡General Volksohn, me es muy grato encontrarlo el día de hoy! —lo saludé.

— ¿Qué te parece la celebración que se ha organizado aquí? Magnífica, ¿o no?

—Ciertamente, Señor. Además de necesaria, después de tanto tiempo peleando en el campo de batalla.

El General Volksohn sonrió de oreja a oreja, para luego buscar a alguien con la mirada. Extendió su mano hacia la persona tras encontrarla. En su mirada había cariño.

—Te dije que la celebración era perfecta —le dijo con entusiasmo a la mujer cuya mano sostenía. Después, el General se dirigió a mí—. Einar, te presento a Elise, mi esposa. Parece que no se conocían, a pesar de que ella siempre se ha encontrado en el castillo.

Elise era una mujer alta, de tez ligeramente más clara que la del General Volksohn. Vestía una hopalanda* con bordados en las orillas y complementada con un vistoso cinturón; tenía el pelo recogido en un peinado elaborado, decorado con pequeñas joyas de colores discretos. Su mirada oscura parecía capaz de serenar o dominar a cualquiera; su porte, ligero y a la vez imponente, me recordaba muchísimo a Ansgar, por lógicas razones: Elise era su madre.

—Pienso lo mismo que tú, Einar —coincidió ella, parándose frente al General Volksohn—. He organizado esta fiesta para que los guerreros de Valkar que han llegado hoy al castillo se relajen. Han trabajado duro los últimos meses.

Elise me sonrió, con la cabeza en alto. Según lo que había escuchado, ella se encargaba de organizar los eventos el rey y era anfitriona de todos los invitados que llegaban a castillo; también era responsable de que todo funcionara en aquella fortaleza. Hacía casi todas las cosas que la reina solía hacer en vida.

—Le agradezco su gentileza —añadí, inclinando la cabeza en señal de respeto—. Es verdad que estos meses han sido difíciles.

Elise suspiró, transformando la sonrisa de antes en una expresión algo más seria. Miró a su esposo por un instante, esperando a que él le confirmara algo con una mirada. Entonces, escogió sus palabras.

—Einar —empezó con cautela—, esperaba conocerte hoy porque necesito confirmar algo.

—Adelante —le respondí. Volvió a suspirar.

—Escuché que conoces a Philipp...

Me ofusqué.

— ¿Philipp? —pregunté, extrañado.

—Supongo que jamás te dijo su nombre —comentó Howard, tomando a Elise por los hombros—. Philipp Askan Ziegler solía tener la mala costumbre de ocultar su nombre siempre que podía. Yo les dije al rey y al General Wieczorek que te enviaran con él a Jartav, esperando que contigo su carácter mejorase aunque fuera un poco —aclaró.

El Coronel Ziegler.

Tuve que reunir fuerzas para contestar la pregunta de Elise después de la aclaración del General Volksohn. Aún me dolía haberlo dejado luchar por última vez en el campo de batalla.

—Sin el Coronel Ziegler yo no estaría aquí justo ahora —comenté. Mi voz estuvo a punto de quebrarse.

Elise me miró, dolorida.

— ¿Es cierto... que cayó en batalla, Einar? —preguntó.

—Es cierto. No estuve cerca de él para verlo, pero sé que luchó hasta el final como un héroe. Él evitó una catástrofe con su entrega la última vez que lo vi con vida.

La madre de Ansgar, por primera vez en el día, bajó la cabeza, apoyándose en su esposo. El general Volksohn la miró con ternura. Compartí su tristeza, aunque sabía que, al menos el General, estaba lamentando la muerte de un viejo amigo.

—Howard hizo bien al enviarte con él —concluyó Elise, más tranquila, volviendo a levantar la mirada—. Él sabía cómo formar grandes guerreros, eres la prueba de ello, Einar. Ansgar me había hablado maravillas de ti; veo que no dijo mentiras, a juzgar porque el rey te ha llamado personalmente para venir hoy al castillo.

Alguien llamó a la esposa del General Volksohn antes de que pudiéramos seguir la conversación. Un mozo le dijo que se necesitaba de su ayuda en las puertas del castillo; Elise puso los ojos en blanco, recuperando la postura.

—Serán inútiles —murmuró. Luego se dirigió a mí nuevamente—. Debo irme, Einar, pero fue un gusto conocerte. Espero encontrarte durante la cena, tal vez podamos hablar de algo más alegre.

Sin dejarme responder, Elise me dedicó una última sonrisa y se alejó a paso rápido hacia las puertas del castillo. Su esposo, embelesado, la siguió con la mirada hasta que su silueta desapareció entre las personas que se hallaban en el salón.

—General —pregunté entonces—, ¿ha sabido algo de Ansgar?

Él se sorprendió, tardando en responder.

—No... —miró hacia otro lado—. Todo informe que venga desde Erunar llega directamente a manos del General Wieczorek, yo no soy quien los lee.

— ¿No le ha escrito alguna carta? —insistí. ¿Por qué él no se encontraba tan preocupado por Ansgar como yo?

—Hace mucho que no recibo correspondencia suya —sentenció.

Se me oprimió el corazón. El resto de la fiesta transcurrió amargo después de semejante noticia.


Una vela consumida alumbraba débilmente la habitación que nos asignaron a Ancel y a mí. Era de noche y mi amigo no estaba; yo no tenía ganas de salir a pasear por el jardín, pero tampoco me apetecía acostarme a dormir. Estaba descorazonado.

Los meses que pasé en guerra, sirviendo fielmente al rey de Valkar, me enseñaron a no perder la esperanza y tener paciencia; así lo hice todo ese día: esperé hasta el último segundo de la cena y aguardé a la llegada de un grupo más al castillo, que jamás apareció.

No era capaz de comprender por qué, si Ansgar era un soldado tan bueno, no había sido llamado al castillo junto con todos los demás. Si él no estaba ahí en ese momento, lo más razonable era descartar la posibilidad de que el rey no lo hubiese invitado; la única explicación lógica de su ausencia era que le había pasado algo. Esa idea rondó por mi cabeza todo el día.

Encendí un par de velas para no quedarme a oscuras. En casa me habrían dicho que aquello era un desperdicio, pero a mí me gustaba estar en habitaciones bien iluminadas.

El viento apagó una de las luces justo después de que la colocara cerca de la puerta; en la habitación que compartía con Ancel había una ventana por la que entraba brisa fresca. Tenía vista al cielo nocturno, salpicado de estrellas, pero libre de luna.

Suspirando, volví a encender la vela; me detuve a observar cómo danzaba el fuego en la punta silenciosamente hasta que escuché tres golpes en la puerta.

Al abrirla con desgano y asomarme a ver quién era, la vida regresó a mi cuerpo.

Era él, no cabía duda; arreglaba su cabello con las manos mientras esperaba mi respuesta. Me miró, dedicándome una hermosa sonrisa. Se tomó un instante para observarme con dulzura enmarcada en sus iris azules.

—Capitán Dornstrauss —saludó con formalidad—, un placer volver a vernos.

Perdí el aliento, dejando entrar a Ansgar a la habitación y cerrando la puerta, sin dejar de observarlo con una ligera sonrisa en mis labios.

Ansgar estaba vivo. Conmigo.

Aún sin decir palabra, me acerqué para rodearlo con mis brazos mientras él hacía lo mismo, aferrándose a mí, escondiendo su rostro en medio de mi hombro y mi cuello. Imité sus movimientos: me oculté en las ondas oscuras de su pelo y respiré de cerca el aroma de su piel, incapaz de creer que lo tenía en mis brazos.

Nos lloramos sin consuelo, sin tener que decirnos cuánto nos habíamos echado de menos, aprehendidos entre nuestros propios cuerpos hasta que nuestras piernas flaquearon y nos obligaron a sentarnos sobre el suelo. Encontré en Ansgar la oportunidad de desahogarme, soltar la ira, la felicidad, el dolor y la angustia de varios meses en forma de sollozos, acompañándome del llanto de Ansgar, que se escuchaba tan amargo como el mío.

Nos refugiamos en nosotros mismos para quebrarnos en pedazos a merced de horribles memorias de guerra y muerte que nos ahogaban y consumían, incendiaban nuestras mentes, salían disparadas de ellas con la energía contenida por la necesidad de mostrarnos invulnerables frente a la gente.

Lloré en los brazos de Ansgar hasta que me hicieron falta lágrimas. Dediqué cada una de ellas a las batallas ganadas y perdidas, a las familias incompletas, a las ciudades asoladas por la furia del bosque y a la incertidumbre de la guerra; lloré por el capitán May y por el Coronel Ziegler, quienes con suerte habrían tenido la dicha de volver a verse después de la muerte. Me desmoroné en sollozos a merced de la calidez de los latidos del corazón de Ansgar, dejándome arrullar por su rítmico murmullo.

Nuestros labios se poseyeron con hambre cuando menos lo esperamos, llenaron nuestras bocas de todo el amor que nos había hecho falta y un poco más, obsequiándonos una chispa de vida. Todas las palabras que nuestras débiles voces no pudieron pronunciar se disolvieron en amargos, dulces y eternos besos, que tomamos a bocanadas durante el resto de la noche.


Amanecimos todavía sentados sobre el suelo. Ansgar se encontraba con la espalda apoyada contra la puerta y yo contra su pecho. Ancel no había llegado a dormir; yo no lograba recordar si en algún momento había pasado a la habitación o llamado desde fuera para avisarme de algo, así como tampoco recordaba si había conversado con Ansgar o si solo le había llorado hasta quedarme dormido. En todo caso, poca importancia tenía, mientras él hubiese iniciado a mi lado aquel día tan importante.


Ancel y Rustam, cerca de la hora del desayuno, nos esperaron fuera de la habitación con una sonrisa burlona en sus caras, listos para preguntarnos qué tal habíamos pasado la noche. Toda la mañana Ansgar y yo fuimos el centro de sus bromas, hasta que tuvimos que separarnos para acicalarnos antes de la ceremonia, listos para el nombramiento que los cuatro recibiríamos ese día, junto con otros soldados.

Mientras todos los soldados se reunían en el salón principal del castillo, Ansgar aclaró frente a Rustam, Ancel y a mí la razón por la que su grupo había llegado último al castillo el día anterior. Explicó a detalle cómo había sido de tedioso el camino desde Erunar hasta el castillo y habló de los contratiempos que había tenido que superar para llegar con nosotros.

Erunar, semanas atrás, se había liberado de un sitio que duró meses. Nada salía y nada entraba, además de que los Ferig ahí habían sido menos piadosos. Asolaron montones de aldeas antes de que Ansgar y los demás guerreros en el pueblo pudiesen hacer algo. En todo ese tiempo, Ansgar no recibió mis cartas, pero me envió algunas que se perdieron en la agitada lucha contra los seres del bosque.

Cuando todos los soldados y sus respectivos grupos llegaron al salón principal del castillo, el General Wieczorek nos ordenó en filas, a las orillas, dejando un espacio al centro de la sala para que cada guerrero pasara al frente en el momento que el rey Gunnar mencionara nuestros nombres.

En el salón también había espectadores. Las familias de algunos soldados se habían reunido al fondo para verlos ser reconocidos por el rey de Valkar. La familia de Ancel no había podido asistir, y yo no había invitado a la mía, pero en un lugar especial para la gente noble se encontraban los duques de Neilung, padres de Rustam, además de que la madre de Ansgar monitoreaba todo el evento desde cerca; sus hijas acompañaban a la princesa en medio de la sala y el General Volksohn escoltaba al rey Gunnar cuando inició la ceremonia, entre enérgicas ovaciones.

—Reino de Valkar —dijo el rey en voz alta, erguido frente a todos nosotros y vestido con sus mejores galas—, estas tierras son el hogar de incontables héroes. —El eco de su voz retumbaba en las paredes y en el techo de la sala, otorgándole un sentido más emocionante a su discurso—. Este lugar está lleno de hombres que han luchado con valentía para defender al reino, y merecen ser reconocidos por su coraje y su fidelidad a mi persona, pues respetar a la Corona es respetar al reino entero.

    »El día de hoy me he tomado la libertad de reunir a los guerreros más destacables de toda la guardia real para premiar su compromiso con Valkar y su notable desempeño en la guerra que actualmente se vive en esta tierra, en representación de todos aquellos que defienden a Valkar en la primera línea, dispuestos a dar su vida por todos nosotros. Con todo el honor que se merecen, nombraré a los hombres que se encuentran aquí paladines de la Corona, para que con ese título se conviertan en la imagen viva de la valentía, la lealtad y la fuerza que caracterizan al reino de Valkar.

Un escalofrío corrió por mi espalda, a la vez que mi corazón golpeaba mi pecho con emoción. Ocupé toda mi fuerza de voluntad para evitar sonreír de oreja a oreja mientras el rey Gunnar nombraba a todos los soldados que pasaron antes de mí.

—Al capitán Einar Dornstrauss, por su resistencia y su honorable labor cuidando de la frontera con el bosque —exclamó el rey de Valkar, esperándome al centro el salón.

Caminé a paso firme para presentarme frente al soberano; me arrodillé frente a él y esperé sus palabras.

No obstante, antes de que el rey dijera algo, una voz que tenía años sin escuchar detuvo la ceremonia.

— ¡Su Majestad! —pronunció—. ¡No puede nombrar a Einar Dornstrauss!


◈◇◈◇◈◇◈◇◈◇◈◇◈

*Hopalanda: Prenda exterior con amplias mangas, normalmente confeccionada con materiales vistosos, usada durante los siglos XIV y XV, principalmente. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro