La Historia de Einar, Parte V: El mejor guerrero de Valkar
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Parte M
En torno a una mesa al centro de una sala en la residencia del señor de Versta, un grupo de pueblerinos, Ramund, Waldemar y yo dialogábamos sobre el plan para liberarnos del sitio que, si se prolongaba, acabaría con nuestras vidas.
Asombrosamente —para mi alegría—, de las personas que estaban con nosotros, casi todas eran mujeres o donceles.
—Hemos podido observar a las criaturas desde lejos las veces que salimos por nieve —dijo la mujer que había ido a buscarme, aún un poco nerviosa—. Siempre están inmóviles y no se molestan en vigilarnos.
—No tienen muchos de los bichos que parecen osos —agregó otra, con más seguridad—. Los que parecen personas montan sobre ellos, son como sus caballos. Si no hay tantos, puede que las criaturas no sean capaces de seguir a alguien si va a todo galope.
—El problema serán las criaturas pequeñas que parecen sapos —objetó Ramund—. También corren rápido y no dudan en saltar sobre los soldados aunque los esperemos con lanzas.
—No creo que logren igualar el paso rápido de un caballo —respondí.
—Les proponemos encargarnos de distraer a las criaturas mientras alguno de los soldados corre a pedir ayuda a alguna parte —sentenció otra mujer.
Waldemar, pareciendo entender el plan, se mostró entusiasmado.
—La mayoría de los Ferig que se encuentran sitiando el pueblo son eulunn. Ellos de ninguna manera podrán alcanzar a alguien que vaya a caballo, y es más fácil pasar sobre ellos que sobre los otros seres del bosque —agregó.
— ¿Eulunn? —preguntó Ramund, ahorrándome la pena de hacer la misma pregunta.
—Sí, eulunn. Los Ferig que son altos, caminan erguidos y han reducido a cenizas las casas de la gente con el fuego que toman entre sus manos —aclaró el soldado, algo extrañado al notar que no todos conocían el nombre de cada criatura del bosque.
— ¿Y a dónde deberíamos correr por ayuda? —preguntó Ramund nuevamente.
—El pueblo más cercano a la casa el señor de Versta es Dorren —respondió un doncel muy joven que también se había reunido con nosotros—. El lugar está cerca del bosque, pero es posible que los soldados vigilando allá no tengan tantos problemas. Conozco a alguien que vive en aquel pueblo; en su última carta me dijo que todo estaba bien y los soldados a cargo seguían fuertes.
Hubo silencio por un momento. Mientras tanto, pensé en cuán posible sería triunfar en aquel intento por liberar a Versta. Suspiré.
—Es nuestra última esperanza —concluí—. Yo iré a buscar la ayuda; si en Dorren no pueden darnos una mano, encontraré a alguien que sí pueda. Solo tenemos que saber cómo lograremos hacer que los Ferig me dejen salir de aquí.
—Los Ferig son muy desordenados —señaló Waldemar—. Si logramos hacer que concentren a todos los foathers del lado contrario al camino hacia Dorren, las criaturas no tendrán tiempo de perseguirlo, capitán.
—Cuando lo vean salir se armará un alboroto —comentó Ramund, preocupado.
—Los ayudaremos con eso —habló un varón de entre los pueblerinos—. Estamos dispuestos a resistir mientras encuentra a alguien que nos brinde apoyo, capitán. Solo queremos ver a este lugar libre a toda costa.
Todos los habitantes de Versta afirmaron la sentencia con un movimiento de cabeza. Noté las manos temblorosas de muchos de ellos, pero me dirigieron miradas brillantes.
—Entonces empecemos a planear el movimiento —concluí, decidido.
❅
Nevó la mañana en que Versta se liberaría de los Ferig.
Los niños, los ancianos, los enfermos y algunos otros pueblerinos, así como unos cuantos soldados, se refugiaron en la casa el señor de Versta, junto con él, y se cerraron las puertas. Los habitantes del pueblo que habían accedido a luchar con los soldados se concentraron en las calles al llegar el alba. Nosotros les dimos armas, pero prometimos protegerlos para evitar que las usaran si no era absolutamente necesario.
Waldemar y yo, con la armadura puesta y la espada a un costado, montamos sobre nuestros caballos, que habíamos procurado alimentar para que resistieran aquel día. Organizamos a la gente en filas, con los soldados al frente; en las formaciones había varones, mujeres y donceles dispuestos a proteger el pueblo mientras yo pedía ayuda.
Antes de avanzar hacia los Ferig, Ramund habló con Waldemar, algo lejos de mí. No escuché lo que le dijo, pero cuando se dirigió a mí, su expresión era de total alivio.
—Todo listo, capitán —aseguró con una leve sonrisa.
Respiré profundo para concentrarme, sujeté mi cabello en una coleta para que no me impidiera ver durante los movimientos siguientes y di la orden. Los soldados cercanos a Waldemar avanzaron hacia los Ferig mientras de los techos de las casas se asomaban algunas cabezas que esperaban el momento justo.
Desde aquella posición en los tejados —a falta de una fortaleza o un castillo—, cuando el grupo estuvo suficientemente cerca del borde del sitio, se lanzaron hacia los Ferig las flechas que nos quedaban. Tomamos a las criaturas por sorpresa y alguien, por suerte, hizo caer a un foather.
No dimos tiempo a los seres el bosque de prepararse antes de la segunda ronda de flechas, con la que el grupo de Waldemar, junto a otros soldados a caballo, se abalanzó contra los enemigos con la fuerza de quienes no tienen más qué perder. Los Ferig intentaron defenderse, pero los servidores del rey de Valkar atacaban ferozmente.
Conforme pasaba el tiempo, más Ferig se enteraban de lo que ocurría y se ponían alerta. Los estábamos provocando.
En el alboroto, cerca de donde estaba Waldemar se concentraron más criaturas del bosque. Todos los foathers se aproximaron a la zona donde la caballería amenazaba con romper la barrera viviente. Entonces, Waldemar logró abrirse paso entre ellos para hacer correr a su caballo tan rápido como pudo por las calles vacías de Versta, distrayendo a los Ferig para darme tiempo y luego volver con los demás soldados a seguir resistiendo.
Si, en un inicio, los foathers que acechaban el lugar no eran más de cinco, cuando Waldemar salió de la barrera solo lo persiguió uno. Mientras la mayoría de los Ferig se concentraba alrededor del hueco recién abierto por el soldado, yo me dirigí sobre mi caballo al lado contrario. Al llegar a la salida del sitio, cerca del camino que llevaba a Dorren, hice galopar a mi corcel y ordené a los últimos soldados de caballería que me siguieran. Empujamos a los Ferig que, en su desorden, apenas pudieron contener a unos cuantos soldados, para poder abrirme paso bruscamente entre ellos, con un escudo en una mano y una lanza en la otra.
Justo cuando quité de mi camino al último Ferig, el humano traidor apareció cerca. Me dispuse a correr, él tocó el suelo con una mano y un camino de hierba empezó a crecer entre el empedrado de la calle, siguiendo los pasos de mi caballo. Las criaturas del bosque me lanzaron flechas, y el último foather que quedaba en pie comenzó a perseguirme. Con solo escuchar sus pisadas podía sentir sus garras sobre mí, saltando encima del corcel, dirigiendo sus fauces a mi cuello...
Mi corazón dio un brinco cuando escuché el golpe seco detrás de mí. Me volví por tan solo un segundo, en el que mis ojos se encontraron con los de otro soldado a lo lejos, quien montaba un caballo sosteniendo un arco en una mano; un poco más cerca, en el suelo, se encontraba el cuerpo del foather que corrió tras de mí, con una flecha clavada en su cuello. Volví a mirar al frente para poder seguir a toda velocidad hasta llegar a Dorren.
Raudo, crucé el camino, sintiendo un enorme alivio enorme al ver la primera choza a lo lejos, pero preocupado por la gente que se había quedado en Versta. Debía apresurarme; si los Ferig atacaban después de mi huida, la gente y los soldados no resistirían hasta el final del día.
Me llevé una desoladora sorpresa cuando me acerqué al pueblo y encontré casas vacías. Entre más me adentraba en Dorren, más perdía el aliento. Casi todos los hogares se encontraban vacíos, algunos venidos abajo. No había soldados alrededor, sino que tuve que acercarme a la frontera del bosque para encontrarlos, habitando los restos de un campamento. Aun así, había pocos soldados rondando por ahí.
— ¿Quién va? —llamó uno de ellos al verme.
Me acerqué al varón, presuroso. Algunos hombres más se juntaron a mi alrededor, observándome con detenimiento.
—Soy el capitán Einar Dornstrauss —me presenté—. Vengo de Versta; el pueblo ha permanecido sitiado por meses. Logré escapar, pero necesito ayuda urgente para combatir a los Ferig y liberar al pueblo.
El superior del grupo, también capitán, salió de entre las tiendas de campaña después de que terminara mi discurso. Me miró con preocupación.
—Me temo que no podemos ayudarle con los Ferig, capitán Dornstrauss —se lamentó—. Nos encontramos en una situación casi tan grave como la suya. Justo ahora, debemos vigilar el bosque con detenimiento; los Ferig atacaron el pueblo hace poco y dejaron heridos a muchos soldados.
—No se preocupe, capitán, entiendo perfectamente —contesté, desanimado.
—Más lejos, hacia el norte, con dirección a Leif, es posible que encuentre apoyo. Nosotros enviamos una carta a un pueblo cercano hace menos de una semana y nos respondieron de inmediato. No somos capaces de luchar a su lado, capitán, pero podemos ofrecerle un caballo menos cansado y un poco de agua caliente. El frío puede hacerle daño, y no parece que su caballo sea capaz de soportar galopando todo el camino. También puede dejar su escudo y su lanza; no harán más que estorbarle justo ahora.
Los soldados en Dorren me sirvieron un trago de agua mientras ensillaban un caballo con presteza. Salí del pueblo tan pronto como llegué, contando cada instante que pasaba lejos de Versta. No quería ni imaginar lo que estaba pasando en mi ausencia.
La nevada paró sin que lo notara. Yo seguí cabalgando por los pueblos cercanos a Dorren, sin encontrar ayuda. Sofocado, corriendo a través de un camino solitario para llegar a una aldea más, de pronto escuché voces y pasos de muchas personas. Pude oír las patas de los caballos chocando contra el suelo y el sol, cuando logré divisar el grupo a lo lejos, hacía que las armaduras de todos los soldados que se dirigían a mí irradiaran brillantes destellos.
Mi corazón latió con fuerza. Hice a mi caballo correr hacia ellos lo más rápido que pudiese; cuando estuve suficientemente cerca, distinguí a alguien familiar. Era imposible confundir aquella cabellera roja.
Me detuve justo frente a los soldados que caminaban con calma. El que dirigía a toda la tropa, sobre un caballo, me miró como si un espíritu se hubiera aparecido frente a sus preciosos ojos verdes.
— ¡¿Einar?! —pronunció, contrariado; una leve sonrisa se quiso esbozar en sus labios, pero mi imagen posiblemente lo disuadió de completarla.
—Necesito ayuda en Versta, el pueblo que cuidaban mis soldados. El lugar fue sitiado hace meses, apenas pude escapar, pero la gente está resistiendo allá y no he encontrado a nadie que pueda ofrecerme apoyo en los pueblos cercanos —anuncié antes de, siquiera, saludar a mi amigo.
Él se quedó en silencio por un instante, mirándome como solía hacerlo cuando se preocupaba por mí. Tomó aire y se volvió hacia su tropa.
—Se necesita nuestra ayuda en Versta. Los Ferig han sitiado el pueblo. Las últimas cuatro filas se quedarán en la aldea siguiente y ayudarán en lo que sea necesario hasta que yo regrese por ustedes. Los demás seguiremos al soldado para liberar a la gente de Versta.
Ancel me miró de nuevo con ojos brillantes. Su semblante sereno y su ligereza me otorgaron la tranquilidad que me hacía falta para seguir adelante.
—Llévanos a Versta —me dijo finalmente.
En las calles de Versta, cuando llegamos, aún había soldados y gente luchando, pero en el suelo también se encontraban los cuerpos de algunos de ellos. Ancel ordenó a los hombres que traía consigo que atacaran, por lo que avanzamos hacia la residencia del señor del pueblo pasando entre los Ferig, invencibles.
Al llegar a donde estaban refugiados los habitantes de Versta, encontramos a las criaturas del bosque abriendo la puerta de la casa por la fuerza. Se adentraron en la construcción antes de que los detuviéramos y se escucharon gritos provenientes del interior del refugio.
— ¡No dejen que los Ferig sigan entrando a ese lugar! —advirtió Ancel cerca de mí.
Conmigo al frente, los soldados que estábamos libres corrimos hacia la casa para sacar a los Ferig de ahí. Varios enemigos se interpusieron en nuestro camino, pero los soldados que iban conmigo se enfrentaron a ellos con valor. Yo me abrí paso entre el tumulto, bajé de mi caballo cuando estuve frente a la puerta del refugio y desenfundé mi espada, listo para expulsar a los Ferig que seguían atacando dentro. No obstante, al hacer eso, una espada más se dirigió hacia mí, obligándome a darme vuelta para evitar que me dejara sin cabeza.
Me encontré frente a frente con el humano de túnica blanca y capa color verde oscuro. Sostenía su espada contra la mía y en sus ojos había una chispa de furia que jamás había visto en él. Me volvió a atacar, alejándome de la puerta del refugio.
— ¡Has arruinado todo! —replicó antes de abalanzarse hacia mí nuevamente—. La guerra se va a prolongar porque los soldados como tú no se rinden.
Lo ignoré. La puerta de la residencia del señor de Versta se volvió a cerrar, dejando fuera a algunos Ferig que siguieron golpeándola con fuerza. Mientras los soldados de Ancel eliminaban a los seres del bosque un por uno, yo me dediqué a dejar fuera de combate al humano traidor.
Jamás me imaginé que él fuera bueno con la espada. Me tomó unos momentos entender sus movimientos antes de poder acorralarlo. La puerta del refugio estaba libre de criaturas del bosque cuando logré hacer que el humano soltara su espada y colocar la mía entre su cuello y la madera de la puerta.
Clavé mi mirada en la de mi oponente para notar su expresión mientras yo ganaba aquella pelea; no obstante, antes de hacer mi último movimiento, la puerta del refugio se prendió en llamas. Me alejé, impresionado, dándole al traidor el tiempo suficiente para tomar su espada y atacarme.
El metal de nuestras armas chocó un par de veces antes de que empezara a escuchar gritos provenientes de la casa del señor de Versta. Al oírlos, no pude seguir tolerando al humano de túnica blanca. La ira de ambos nos hizo herirnos, lamentablemente, no de muerte. Empecé a desesperar cuando noté que mi enemigo no se rendiría y el fuego solo se avivaba a cada instante, extendiéndose por la fachada de la casa donde se refugiaba la gente.
La mayoría de las espadas forjadas en Valkar tenían poco filo en la parte de la hoja más alejada de la punta. Preparado para cometer una tontería, esperé a que el humano me atacara para bloquearlo, sujetar su espada con la mano y apuntarle al pecho con la mía. Vi sangrar mi mano izquierda cuando el humano intentó recuperar el control de su arma, además de que sentí dolor cuando lo hizo, pero no solté la espada. Mi oponente, lógicamente, la dejó ir para salvar la vida, pero volví a acorralarlo y lo acerqué una vez más a la puerta en llamas.
—Apaga el fuego —le ordené con severidad—. Sé que puedes hacerlo.
Él no dijo nada. Detrás de mí, un eulunn trató de atacarme. Ancel, afortunadamente, se lo impidió, dirigiéndome una sonrisa después de ello. Le agradecí en silencio.
— ¡He dicho que apagues el fuego! —exclamé, perdiendo la paciencia.
El humano traidor se apoyó contra la puerta en llamas, pero su ropa y su cuerpo no se quemaron. Yo podía sentir el calor en mi rostro. Resopló, derrotado.
Tras unos segundos, de él partió una ola de magia que extinguió el incendio que había provocado. Al final, se dejó caer al suelo, agotado, quedando sentado sobre el empedrado de la calle, con la cabeza baja. Un soldado se acercó a mí en ese momento para darme una noticia.
—Capitán Dornstrauss —comenzó—, ya casi no quedan seres el bosque en facultades para seguir peleando.
—Perfecto —respondí—. Desháganse de todos ellos para poder liberar al pueblo finalmente. Recuerden que el rey de Valkar no tomará prisioneros que vengan del bosque o que estén del lado de los Ferig.
Resalté mi última frase mirando al humano traidor a los ojos, dejándole claro que era momento de terminar aquel martirio. Me faltó consciencia para reaccionar ante el ligero brillo que se coló entre las grietas en el suelo; de pronto, un eulunn cobró forma enfrente de mí a partir de los destellos que salieron de la calle, sujetó la mano en la que sostenía mi espada, serenándome inexplicablemente, y me miró sin expresión alguna.
El Ferig también vestía distinto a todos los demás seres del bosque. No usaba prendas humanas, pero se cubría con ropas distintas a las de los otros eulunn. Portaba un tocado de ramas, flores y piedras coloridas, además de una capa larga y voluminosa cubierta de musgo, líquenes y unos cuantos hongos. Era alto, y sus ojos hipnotizantes me inmovilizaron lo suficiente para que la criatura cubriera al humano con su capa y ambos desaparecieran entre destellos junto con todos los Ferig que seguían en pie, además de sus cadáveres.
Al recobrar el control sobre mi cuerpo, me dejé caer de rodillas en el suelo; apenas respiraba, pero me sentía en calma. No había rastro de los Ferig, pero yo no tenía idea de lo que recién había ocurrido.
Lo siguiente que escuché, después de un profundo silencio, fue la exclamación de un soldado a lo lejos.
— ¡El pueblo es libre!
A los pocos segundos, más personas corearon aquella frase con alegría. La puerta del refugio se abrió, dejando salir a todas las personas para festejar la aparente victoria.
Ramund y Waldemar se acercaron a mí al salir del refugio. Ancel me ayudó a ponerme de pie y revisó mi mano lastimada. Waldemar me interrogó, incrédulo.
— ¿Todos los Ferig desaparecieron?
Asentí con la cabeza como pude Los soldados que salieron del refugio se miraron entre ellos. Ancel, por su parte, se preocupó.
— ¿Luchaste contra un humano? —preguntó.
Contesté con el mismo gesto de antes. Mi amigo pelirrojo guardó silencio.
— ¿Por qué un humano pelearía a favor de los Ferig? —inquirió Ancel sentándose a mi lado, sosteniendo una taza con vino caliente, bebida que llevaba consigo desde que lo encontré, lejos de Versta.
—No tengo idea —respondí, a pesar de tener mis sospechas, recordando lo que Rustam me había dicho cuando hablamos por primera vez con Hennig, en Frizgal. Sin la autorización de Rustam, no creía poder revelarle nada a Ancel.
Era de noche, ya. Todos nos habíamos reunido en el centro del pueblo para descansar tras el enfrentamiento. Al día siguiente empezaríamos a poner orden en Versta.
Waldemar, Ramund y Ancel me habían ayudado con mis heridas de batalla; me alimentaron y me sentaron en uno de los bancos que se habían colocado donde, durante tiempos menos difíciles, se instalaba el mercado del pueblo. Mis compañeros de Versta estaban agradecidos porque había llevado ayuda, aunque a mí me habría gustado haber llegado antes.
Ancel me ofreció vino, excusando que la noche era fría y me haría bien beber algo para calentarme. Rechacé su oferta gentilmente.
—En muchos lugares los Ferig han causado más problemas de los que deberían —comentó con seriedad—. El General Wieczorek ha intentado enviar apoyo a los pueblos en grupos pequeños, pero los seres del bosque interceptan las campañas antes de que lleguen a su destino.
—Eso nos pasó a nosotros —resalté, entendiendo la falta de ayuda—. Enviamos cartas más de una vez para pedir apoyo, pero nunca llegó nadie.
Ancel suspiró.
—Es por eso que mi tropa y yo, después de haber asegurado a Leif, nos hemos encargado de limpiar a los Ferig que han invadido pueblos a las orillas de Nachblut. En grupos grandes, es más fácil derrotarlos. La misión de mi tropa es ayudar a cada pueblo que lo requiera. —Hizo una pausa—. Me alegra haberte vuelto a encontrar después de tanto, pero lamento no haber sabido antes que necesitabas ayuda. Los Ferig están avanzando demasiado rápido.
—No te preocupes. Con lo de hoy estoy más que agradecido —murmuré.
Ancel, debido a que él no había resistido un sitio por casi dos meses, lucía radiante. Con la cabeza en alto y el aire de divina ligereza que lo caracterizaba, portaba también una insignia que reconocía su buen puesto en el ejército de Valkar.
—Espero con ansias el día en que termine la guerra —continué.
—Yo también —concordó mi amigo pelirrojo—. Me he comunicado con Rustam; parece que a él le ha afectado cada segundo que pasa Valkar en guerra. Me ha dicho que el rey Gunnar ha invitado al hijo del duque de Radgar más de una vez al castillo, y que hace a la princesa Maia convivir con él todo el tiempo. El rey, en lugar de pensar en darle la bendición a Rustam para que pida la mano de la princesa, lo ha llenado de responsabilidades en la guardia de la Corona. Ambos tememos que Su Majestad comprometa a la princesa con alguien que ella no quiere.
—Pero, si Rustam también es hijo de nobles, ¿por qué el rey le resta importancia?
—No lo sé. Eso también me preocupa.
—Sería una tragedia si el rey separara a Rustam y a la princesa —comenté, entristecido—. Rustam vive por ella.
—Y ella por él —continuó Ancel con amargura—, pero al rey Gunnar parece no importarle tanto como creímos. Solo espero que no haga algo sin pensar en la princesa Maia; a Rustam le afectaría enormemente, y yo no quisiera verlo triste... Aunque, conociendo a la princesa, cuando note lo que sucede con su padre hará algo por cambiarlo.
Ancel bebió un sorbo de vino. Sus ojos brillaban con las luces que alumbraban la calle.
—No he sabido nada de Ansgar —comentó. Mi corazón dio un vuelco—. ¿Te has comunicado con él?
Bajé la mirada, negando con la cabeza. Mi cuerpo tembló antes de que pudiera responder. Ancel se sorprendió.
—Creí que se enviarían cartas —me dijo, consternado.
—Lo hicimos, al inicio —aclaré—, pero dejé de recibir sus cartas cuando los Ferig entraron al pueblo. La última carta que le escribí la envié hace meses.
Ancel se entristeció. También bajó la cabeza, compartiendo mi silencio.
—Versta ya es libre —agregó tras unos momentos—. Te ayudaré a saber qué ha sido de Ansgar ahora que han mejorado las cosas aquí. Confiaremos en que está bien hasta que sepamos dónde quedaron las cartas que Ansgar seguramente te ha enviado y no has recibido.
Mi amigo pelirrojo me hizo esbozar una sonrisa. Agradecí haberlo encontrado cuando más lo necesitaba.
❅
Ancel, en los días siguientes, me ayudó a poner a Versta en orden, junto con todas las demás personas. Mi amigo nos llevó comida y otras cosas desde la ciudad principal de Jartav. Pusimos a salvo a las familias en sus hogares y los ayudamos a seguir adelante, pues cada vez faltaba menos para que terminara el invierno.
Además de todo eso, los soldados que habíamos resistido desde la invasión de los Ferig a Versta volvimos en una ocasión al lugar donde antes estaba el campamento. Hallamos los destrozos de hacía meses, pero también el mejor lugar para rendir honores a los soldados caídos y, especialmente, al Coronel Ziegler, que sin duda los merecía.
El tiempo fluyó a su paso. Ancel y yo nos dedicamos juntos a asegurar tantos pueblos como pudimos en Jartav y los alrededores. Después de algunas batallas, pudimos ver una parte significativa de Nachblut a salvo de las criaturas del bosque que asolaron montones de pueblos durante el inicio de la guerra.
En medio de tantas victorias, empero, no encontramos señales de las cartas de Ansgar. La ciudad principal de Jartav no tenía información de ningún lugar en Erunar.
Ancel intentó hacer que no perdiera la esperanza durante todo ese tiempo, pero para mí era difícil no imaginar lo peor.
Entre batallas y mensajes perdidos, casi dos años después de que comenzara la guerra, Ancel y yo recibimos una carta proveniente del centro de Valkar.
El rey Gunnar nos pedía acudir al castillo para nombrarnos con un puesto de honor.
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