La Historia de Einar, Parte V: El mejor guerrero de Valkar
Parte G
Al día siguiente, muy temprano, abordé al Coronel antes de que comenzara a reunir al grupo de soldados que se ocuparían de los Ferig que dejaban incomunicado al pueblo.
— ¡Coronel! —lo llamé mientras me dirigía hacia él tan rápido como podía, tomando en cuenta que me costaba trabajo caminar—. ¿Ya sabe a quiénes va a enviar a deshacerse de los Ferig?
—Todavía no. Eso haré justo ahora.
—O sea que todavía no tiene un líder...
—Ya dije que no, Dornstrauss.
Sonreí.
—Yo puedo liderar a su grupo, Señor.
El Coronel se escandalizó.
—No. Buscaré a otra persona.
—No tardaré mucho —insistí—. Usted mismo dijo que el viaje hacia la ciudad principal de Jartav dura menos de un día. Además, aquí no hago nada importante, fuera de luchar en las batallas: no me encargo de curar heridos ni de preparar comida o conseguir agua. Mi ausencia pasará desapercibida si dura solo unos días. Además, pasé por una parte de aquella ruta cuando llegué a Jartav desde el castillo; puedo guiar a los soldados y soy de confianza. Yo lideraré a su grupo y llevaré su carta para el General Wieczorek.
—He dicho que no. No puedes ir, estás herido.
Señaló mi pierna derecha con la mirada. Debajo de mi ropa tenía una venda que se notaba bastante, incluso con el uniforme. No me di por vencido.
—Iremos a caballo, no creo que haya algún problema con eso. Además no me duele tanto. Yo puedo liderar a su grupo.
—Dornstrauss...
—No puede poner más excusas —interrumpí con una sonrisa—. Guiaré a sus hombres para que eliminemos a los Ferig y entregaré su mensaje.
El Coronel resopló.
—Parece que he perdido autoridad contigo últimamente. Espero que esa tozudez te sea útil para cosas mejores que persuadir a tus superiores de enviarte a misiones peligrosas. Prepara tu caballo y ponte la armadura. Te espero afuera del campamento.
Triunfal, me aseguré de que en la alforja de mi caballo estuviese la carta que había escrito la noche anterior antes de dormir. Todas mis cosas se habían quedado en Versta, por lo que no tenía mucho que preparar además de la comida que llevaría para el camino y algunas monedas que, afortunadamente, se habían quedado dentro de la alforja desde hacía tiempo. No tardé nada en estar listo para partir.
El Coronel Ziegler me esperaba a la salida del campamento junto con otros tres soldados a caballo, dispuestos a seguirme.
—Su principal misión es deshacerse de los Ferig que arman escaramuzas para dejar incomunicado a este pueblo —aclaró el Coronel—. Una vez eliminados, ustedes volverán al campamento y permitirán que el soldado Dornstrauss se dirija a la ciudad principal de Jartav para entregar un mensaje urgente. Procuren volver a salvo.
Aparte de las espadas que cada uno de los soldados portábamos, el Coronel armó a dos de nosotros con arcos y flechas, a otro con una lanza y le entregó un escudo al último.
Formó a los otros varones pero, antes de que me moviera hacia el frente de todos ellos, sujetó las riendas de mi caballo y me miró con severidad.
—Entregar la carta para Wieczorek es una opción, Dornstrauss. Lo de volver a salvo es una orden.
Sin dejarme responder, el Coronel dio una palmada a mi caballo para hacerlo avanzar y nos despidió con su tono indiferente de siempre.
El grupo cruzó Versta con facilidad. Lo difícil surgió al poco rato de habernos alejado del pueblo.
La zona, al no estar poblada, tenía pasto, rocas y grandes arbustos por montón. Pasar entre tantos posibles escondites era peligroso, por lo que cruzamos con cautela.
De pronto, una flecha voló hacia nosotros y derribó a un soldado. Su caballo se alejó del lugar y se detuvo frente a un arbusto cercano. El varón que portaba un escudo inmediatamente se puso frente a mí y me cubrió; le ordené al otro soldado que preparase su arco para tirar hacia el arbusto de donde había aparecido la flecha. Este se acercó ligeramente hacia el escondite de los enemigos, pero en ese instante un foather salió y se paró cerca de él, rugiendo para asustar al caballo y empezando a perseguirlos.
El soldado intentó escapar del foather, sin embargo, su caballo se detuvo repentinamente. Sus patas parecían haberse atorado en el suelo. El hombre entonces lanzó una flecha hacia la criatura que iba tras de él, pero esta cayó en uno de sus costados y no le hizo nada.
Tomé mi arco para intentar dar en el cuello de la criatura y ayudar a mi compañero. Este batallaba para tranquilizar a su angustiado caballo, ya que no le permitía lanzar una flecha hacia el foather que se detuvo justo frente a él sin parar de rugirle.
Antes de que tensara la cuerda de mi arco, empero, el varón que estaba conmigo desvió una flecha.
—Ve a cubrirlo —le ordené al soldado que portaba el escudo refiriéndome a mi otro compañero.
Este se dirigió hacia el soldado que se encontraba atascado, pero llegó demasiado tarde. El arquero que se ocultaba en el arbusto hizo caer a uno más de nosotros.
La criatura de ojos rojos, al ver al hombre muerto, volvió al arbusto de donde había salido, impidiéndome apuntar una flecha hacia este. Salió a los pocos segundos con el arquero sobre su lomo. Este último, contrario a lo que los Ferig solían usar para vestirse, portaba una capa oscura que cubría su cuerpo casi por completo, además de una larga túnica blanca.
El único soldado que quedaba conmigo bloqueó una flecha más.
—Hay que atacar al Ferig más grande —le dije—. Permíteme acercarme a ellos.
El varón asintió con la cabeza. Ambos corrimos hacia el foather y, cuando nos acercamos lo suficiente, preparé mi arco de nuevo. No esperaba que los Ferig, en lugar de huir, se precipitaran hacia nosotros. Lancé la flecha tan rápido como pude, pero esta cayó nuevamente lejos del cuello del foather.
Los Ferig se aproximaron a toda velocidad hacia donde estábamos, el arquero nos lanzó una flecha que mi compañero desvió. Nuestros enemigos, entonces, volvieron a alejarse; cuando tratamos de perseguirlos, el soldado que cabalgaba junto a mí soltó una exclamación de sorpresa y se quedó atrás. Me volví hacia él: las cuatro patas de su caballo también se habían atorado en el suelo, enredadas entre plantas que crecían de forma incontrolable. El hombre, al tratar de bajar de su caballo para liberarlo, fue aprehendido por las ramas de un arbusto espinoso que estaba cerca de él. Su brazo izquierdo, con el que sujetaba el escudo, estaba inmóvil, al igual que su pie, atorado en el estribo de su silla de montar.
Al intentar volver a ayudar al soldado, una flecha pasó justo frente a mí. Los Ferig empezaron a acercarse.
—Elimina a esos dos, Einar —escuché decir a mi compañero, que batallaba por cortar las ramas que crecían y se ceñían sobre él sin parar—. Esa fue la orden del Coronel.
Voló una flecha más. Miré a los Ferig y apunté hacia el foather; mi flecha dio en el centro de su cabeza, haciéndolo caer de inmediato tras un fuerte rugido. El arquero que iba sobre la criatura me miró; yo estaba suficientemente cerca como para verlo a detalle.
Lucía totalmente diferente a todos los Ferig que había visto antes: además de que la ropa que usaba era igual a la que vestían las personas en Valkar, su piel no tenía manchas de tonalidades grises, verdes o marrones, como las de todos los otros seres del bosque parecidos a nosotros; también poseía una cabellera rubia peinada en una larga trenza.
Ese arquero definitivamente era un humano.
Sin embargo, usaba magia parecida a la de los Ferig y montaba sobre un foather.
Sus rasgos, aunque finos, eran más cercanos a los de un varón que a los de un doncel o una mujer. Me miraba con furia, tal y como yo empezaba a hacerlo. ¿Por qué tenía que pelear del lado de los Ferig cuando los veía matar personas indiscriminadamente? Si se había aliado a los seres del bosque al iniciar la guerra, definitivamente estaba cometiendo traición, y en Valkar la traición era imperdonable.
El humano se bajó del foather que yacía muerto debajo de él, se paró frente a mí y estiró uno de sus brazos hacia el suelo. Miré hacia donde apuntaba su mano por reflejo, para encontrarme con crecientes tallos de hierba que comenzaban a rodear las patas de mi caballo.
Evitando que las plantas nos atraparan, moví a mi corcel de aquel lugar, sin dejar de prestar atención al sospechoso humano que me atacaba con magia. Este tomó su arco y sus flechas antes de correr hacia mí tan rápido como pudo, haciendo crecer desaforadamente las plantas a su paso. Yo me alejé para evitar que me atrapara.
Al caer en cuenta de que no me alcanzaría, el humano preparó su arco para tirar hacia mí; la flecha golpeó mi armadura y su punta se quebró. Vi mi oportunidad de vencerlo.
Mi oponente volvió a perseguirme; le lancé una flecha que lo hizo caer inmóvil al suelo dramáticamente.
Con el corazón desbocado y la satisfacción de creer que todo había terminado, regresé hacia donde estaba el otro soldado. Lo encontré cubierto de hojas y ramas, como si el espinoso arbusto se hubiera apropiado de su cuerpo.
Intenté cortar las plantas que lo cubrían para liberarlo, pero al llegar a su cuello, me encontré con que las espinas habían perforado su piel profundamente. No sangraba más, pero el rastro carmesí que bajaba por las ramas que había sin cortar me hizo saber que era inútil esperar que siguiera vivo.
Rendido, liberé al caballo del segundo soldado que había sido alcanzado por una flecha, pues las plantas no habían subido demasiado por sus extremidades. Lo hice correr en dirección al pueblo junto con el caballo del primer soldado caído, pues allá era más posible que se les encontrara y, por su armadura, los llevasen de nuevo con el ejército.
Por un momento, al observar cómo habían sido eliminados todos mis compañeros, consideré volver con el Coronel Ziegler para informarle sobre todo lo que había sucedido.
Él nos había ordenado volver a salvo, pero solo yo seguía vivo tras el asalto de los dos Ferig. Los soldados y yo no tuvimos tiempo de siquiera pensar en retirarnos durante el enfrentamiento a pesar de que, al final, habíamos eliminado a la causa de peligro.
No había motivos para volver sobre mis pasos, pero sí para continuar con mi camino: había cartas que debía entregar con urgencia. Por más riesgoso que fuera, era muy importante que mis palabras llegaran a Erunar, con Ansgar, y las del Coronel al castillo, con el rey y el General Wieczorek.
No podía regresar al campamento sin haber logrado mi cometido.
Llegué a la ciudad principal de Jartav al caer la tarde.
Una vez en el centro de correos, no me olvidé de recalcar la urgencia con la que debía llegar una de las cartas a su destino. Tras haber pasado días observando cómo el Coronel Ziegler se preocupaba por el mensaje que tenía para el General Wieczorek, lo menos que podía hacer era presionar para que este se entregara lo antes posible. Se me garantizó la salida de un emisario en ese mismo momento.
Para permitir que mi caballo descansara antes del viaje de regreso, utilicé las pocas monedas que llevaba y pasé la noche en la ciudad.
En calma, tuve tiempo para digerir todo lo que había sucedido aquel día. La aparición del humano aliado con los Ferig me intrigaba. ¿Habría sabido algo sobre la reina Kaysa y por eso estaba en contra de Valkar? ¿Por qué también usaba magia?
En todo caso, pensaba, el humano seguramente estaba muerto, ya. No tenía nada de qué preocuparme.
Por otro lado, la carta que había llevado con destino a Erunar hacía a mi corazón saltar de la emoción. Sabía que Ansgar se preocuparía si, repentinamente, una carta suya no recibía respuesta, por lo que darle a conocer lo que estaba pasando en Jartav y que yo estaba a salvo me quitaba un gran peso de encima.
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Cuando volví al campamento, el Coronel me recibió como si fuera una enorme caravana con provisiones en lugar de un solo soldado.
— ¡Dornstrauss! —exclamó con una sonrisa al verme—. ¡Qué alivio! Has vuelto a salvo.
El Coronel tomó las riendas de mi caballo y lo dirigió alegremente hacia dentro del campamento, todavía conmigo sobre él. Una vez en la caballeriza, volvió a su aprehensivo estoicismo.
—Al no ver llegar a tu grupo al final del día, esperé lo peor —me confesó en voz baja—. No quiero ni preguntar qué ha pasado con ellos.
Me quedé en silencio. Él pareció entender lo que había sucedido; me miró con severidad.
— ¡Te dije que debías volver a salvo, Dornstrauss!
— ¡Hice lo que pude! —me defendí—. Entregué su mensaje y volví tan pronto como me fue posible. Los Ferig nos causaron muchos problemas con su magia, no pude salvar a mi grupo porque teníamos oponentes fuertes, Señor. Aun así, eliminamos a los dos Ferig e incluso volví por otra ruta para cerciorarme de que no hubiera más de ellos alrededor.
El Coronel refunfuñó mientras me ayudaba a bajar de mi caballo.
—Ay, Dornstrauss... —Suspiró—. Eres tan bueno para dirigir batallones completos que no te corresponden y tan malo para mantener vivo a un grupo de tres soldados bajo tu mando que no sé si reírme o lamentarlo.
Sin quererlo, una sonrisa se dibujó en mis labios.
—Envié a alguien a Versta después de que te fueras para que trajera tus cosas —agregó, caminando de vuelta a su tienda conmigo detrás de él—. Te las entregaré con tal de que intentes actuar con más prudencia y me dejes dormir cuando quiero hacerlo, Dornstrauss.
— ¿Con solo intentarlo basta, Señor? —pregunté.
—Con solo intentarlo basta, por el momento —respondió.
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