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La Historia de Einar, Parte V: El mejor guerrero de Valkar

Parte F


Al día siguiente, el capitán May se dirigió con algunos hombres y casi todos los caballos hacia la frontera con el bosque para montar nuevamente un campamento. Yo me quedé en Versta, junto con el Coronel Ziegler, ayudando a los pueblerinos a volver a su vida normal. En ocasiones, mientras trabajaba junto con ellos, los oía comentar lo seguros que se sentían a pesar de haber sido atacados, pues había guerreros protegiéndolos. Yo no podía evitar pensar que estaban equivocados.


Estar sin hacer nada en tiempos de guerra, entendí, hacía que el Coronel Ziegler pensara en demasiadas cosas que lo preocupaban. Con cada día que pasaba, él hablaba más sobre los mensajeros que había enviado a la ciudad principal de Jartav. Ninguno de los dos había vuelto, a pesar de haber transcurrido ya el tiempo que el Coronel tenía planeado para que cumplieran con su cometido.

A veces, cuando pasaba cerca del lugar abandonado donde él se refugiaba, lo oía murmurar predicciones y posibilidades que lo abrumaban. Dudé muchas veces en hablar con él para tranquilizarlo; contrario a la naturalidad con la que el capitán May lo sosegaba, yo nunca logré encontrar las palabras adecuadas.

Una mañana, un soldado llegó al pueblo desde el campamento del capitán May con un aviso urgente: los Ferig habían atacado por primera vez en casi una semana, eran demasiados y el capitán temía no poder ocuparse de todos ellos por su cuenta.

Al enterarse, el Coronel volvió a murmurar cosas para sus adentros mientras se preparaba para acudir con el capitán a brindarle apoyo con los soldados que seguíamos en Versta. No logré entender mucho de lo que decía en voz baja, pero casi todo parecía ser sobre lo correcto que estaba al pensar que la primera invasión a Valkar era solo el comienzo.

Un buen grupo de soldados, conmigo en él, se dirigió hacia la frontera con el bosque. Al llegar, encontramos el campo de batalla hecho un aterrador espectáculo. El capitán May, al frente de la caballería, se esforzaba por mantener sus formaciones en orden, pero los Ferig eran tantos que parecía casi imposible distinguir entre soldados y enemigos.

A los costados, los arqueros eran atacados por los Ferig que parecían sapos, por lo que sus unidades eran inutilizables. La caballería, al frente, luchaba por mantenerse en sólida formación mientras los foathers se abrían paso agresivamente entre los caballos. La infantería se desmoronaba como puñados de tierra seca.

El Coronel Ziegler observaba la batalla desde lejos, pero sentí que se estaba demorando mucho en dar una orden.

—Señor, tenemos que proteger a las unidades de arquería a los costados del campo —propuse, esperando no ser inoportuno. El Coronel me miró y alzó una ceja, complacido.

—Buena observación, Dornstrauss —concordó, girando su caballo hacia los demás soldados, casi todos a pie. Señaló a algunos de ellos—. Ustedes irán con el soldado Dornstrauss y protegerán a los arqueros del flanco derecho para que la unidad sea funcional de nuevo. El mismo número —señaló a otro grupo— irá conmigo para proteger a los de la izquierda. El resto impedirá que los Ferig crucen hacia el pueblo.

Así se hizo. Los grupos que llegamos a ayudar a los arqueros reforzamos las filas de infantería que los protegían para que las flechas de nuestro lado volvieran a volar hacia los enemigos. Los soldados a los costados del campo fueron los más beneficiados con aquel movimiento, pues la cantidad de oponentes a los que se enfrentaban se redujo.

Eso, a la vez que era ventajoso, desequilibró las formaciones. Al verse en peligro, los Ferig se concentraron al centro del campo de batalla, poniendo en riesgo las filas poco reforzadas de aquella parte.

Sin preocuparme por lo que me dirían mis superiores al verme mover unidades por mi cuenta, hice a los soldados cerca de mí avanzar ligeramente hacia el medio para apoyar a las unidades de caballería, cerrando el campo de batalla y haciendo que los arqueros presionaran a los Ferig a no moverse de lugar, tal y como las faldas largas presionaban las delgadas cinturas de los donceles.

Debido a que yo iba al frente de todos esos hombres, cuando llegué al centro del campo de batalla encontré al capitán May entre el revoltijo de guerreros y seres del bosque. Su brazo derecho estaba herido, pero él no dejaba de pelear como si estuviera completamente sano.

—Einar, ¿tú moviste a todos esos hombres? —preguntó cuando me formé a su lado, quitándose de encima a una criatura que saltó sobre él. Parecía no creer lo que veía.

—Sí, capitán —contesté, esperando la reprimenda que seguramente recibiría.

—No debiste —su voz sonaba cansada—, pero ha sido de gran ayuda. Siempre supe que serías un gran líder.

El capitán May me dedicó una de sus perfectas sonrisas, siendo entonces interrumpido por una flecha enemiga que se clavó en el brazo que ya tenía herido. Antes de que pudiera reaccionar, uno de los Ferig más pequeños lo atacó y otro más lo hizo caer de su caballo.

— ¡Capitán!

Hice ademán de ir a socorrerlo, sin embargo, un foather se atravesó en mi camino y otra de las criaturas pequeñas se abalanzó hacia mí, impidiéndome mantener el equilibrio. Golpeé el suelo con varios de esos Ferig encima; las garras de uno de ellos lastimaron mi mejilla mientras que otro sujetó mi pierna derecha y encajó sus dientes sobre la parte que no tenía armadura. Con suerte, evité que me mordiera muy profundo y me arrancase un trozo, mas necesité de la ayuda de alguien para quitarme a las criaturas de encima; me puse de pie trabajosamente, haciendo lo imposible por ignorar el dolor que sentía.

Volviendo a mi principal preocupación, busqué al capitán May con la vista. Cuando lo encontré, él seguía en el suelo, más herido que antes, con un foather sobre él observando y olfateando, así como uno de ellos lo había hecho conmigo durante una de las batallas anteriores. La criatura peluda no le hacía nada, al igual que el capitán May no movía la daga que sostenía contra el cuello del Ferig.

— ¡Capitán! —volví a llamarlo, pues no era capaz de correr con mi pierna lastimada. Él pareció volver en sí e hirió con su daga al foather, haciéndolo enfurecer. En ese momento, otro de ellos pasó cerca de mí y me empujó lejos.

Perdí de vista al capitán. Volví a ponerme de pie y monté como pude en el primer caballo sin jinete que encontré, decidido a volver a buscarlo.

Recorrí poco terreno antes de encontrarme con el Coronel Ziegler, quien mandaba a varios soldados a cerrar el paso y rodear a los Ferig. Con pocas palabras y concentrado en su trabajo, me ordenó que hiciera lo mismo que él. Al no tener derecho a oponerme o ignorar su orden, tuve que postergar mi búsqueda.

Los Ferig, antes de que pudiéramos rodearlos completamente, retrocedieron y dejaron de atacarnos, buscando una salida de la barrera de hombres que los rodeaba. El Coronel hizo lo que pudo por cerrarles el paso, sin éxito. Todas las criaturas se retiraron de nuevo hacia el bosque.

Como siempre, los soldados nos quedamos solos en el campo de batalla.

Mientras el Coronel reorganizaba a algunas unidades para volver al campamento, yo reanudé mi búsqueda, pues no veía al capitán May incorporarse al frente del batallón.

Uno de los soldados con los que solía conversar en Jartav me abordó desesperadamente.

— ¡Einar, necesitas venir conmigo!

Guio a mi caballo hacia un lugar alejado del centro del campo de batalla. Había un montón de soldados haciendo escándalo. Al verme llegar, uno de ellos se acercó a mí. Tuve un mal presentimiento.

— ¿Dónde está el capitán? —pregunté, contagiado por la inquietud de los demás guerreros. El varón que se me había acercado colocó un objeto sobre la palma de mi mano y bajó la mirada. Los demás abrieron el paso.

Al revisar el lugar con la vista, me encontré con una desafortunada escena.

En el suelo, sostenido entre los brazos del soldado que siempre lo acompañaba, yacía el cuerpo del capitán May. La natural ligereza que lo caracterizaba hacía parecer que solo estaba profundamente dormido, sin embargo, yo sabía que no era así.

Todo el costado derecho del capitán estaba manchado de rojo, pero la flecha que se había clavado en su brazo ya no estaba; su armadura tenía las pequeñas marcas que dejaban los dientes de los Ferig más pequeños y del lado izquierdo de su cuello resaltaba una enorme herida que mancillaba su piel inmaculada.

Me vi obligado a apartar la vista de semejante imagen. Me faltaba la respiración, el corazón se me oprimía y se formó un doloroso nudo en mi garganta al pensar en que debí haber acudido a ayudarlo en lugar de rodear a los Ferig, o tal vez haber intentado levantarme más pronto durante la batalla.

Observé el objeto que el otro soldado me había legado. Era el prendedor que reconocía el puesto del capitán May en el ejército: un círculo dorado con los ornamentos exteriores del escudo de Valkar grabados en relieve sobre este, con dos rombos en el centro.

—Einar —me llamó uno de los varones con angustia—, ¿qué hacemos ahora?

Todos los soldados me dirigieron una mirada llena de desamparo, en espera de una orden. Me esforcé por mantener la calma.

—Sigan las órdenes del Coronel Ziegler —contesté—. Organícense en filas para volver al campamento. Alguien deberá llevar consigo el cuerpo del capitán para rendirle los honores que merece un guerrero como él.

Me alejé del lugar para darle la noticia al Coronel Ziegler, aunque no sabía si estaría preparado para hacerlo.

El capitán May no debía haber caído en batalla tan pronto, y mucho menos de aquella manera.

Yo no debí haberlo distraído al llegar al centro del campo de batalla; tal vez ni siquiera debí haber movido a las unidades por mi cuenta, en primer lugar.

—Dornstrauss, ¿dónde está el capitán May? Debo hablar con él —inquirió el Coronel Ziegler cuando me vio aproximarme. Yo apenas lo escuché, pues no sabía cómo decir la respuesta.

Volví a sentir presión sobre mi pecho. Me acerqué al Coronel, que con la mirada me mostraba la urgencia con la que quería que le contestara, le entregué el prendedor que el capitán siempre portaba con orgullo y reuní toda la fuerza que me quedaba para poder hablarle.

—El capitán May... ha muerto en batalla, Señor.

Al escuchar la noticia, la expresión del Coronel se ensombreció; negó con la cabeza ligeramente, abriendo la boca para murmurar algo, pero calló antes de decir palabra. Observó por unos instantes el objeto que había recibido y luego cerró los ojos por un momento, apretando su puño con desesperación.

—Maldita sea. —Suspiró, tratando de recomponerse. Con solo ver sus hombros temblorosos supe que se estaba rompiendo por dentro—. Organiza... ¡Carajo! —Su voz se cortó, por lo que hizo una pausa, respiró profundo y se aclaró la garganta—. Ayúdame a poner en orden a los soldados para que volvamos al campamento.

En la escuela de la guardia real se nos repetía hasta el hartazgo: un guerrero de Valkar no debía temer a la muerte, y mucho menos lamentarla cuando se hacía presente. A mí me costaba mucho fijar aquel pensamiento en mi cabeza, pero el Coronel Ziegler lo parecía seguir al pie de la letra; siempre lucía sereno en el campo de batalla, consciente, mas no mortificado por las vidas que se perdían en cada enfrentamiento. Él luchaba con valentía; siempre se mostraba invencible a los ojos de los demás, pero mantener aquella imagen no significaba eliminar todo rastro de desequilibrio, sino solamente ocultarlo. Cuando estaba solo, el Coronel era totalmente diferente; se preocupaba, especulaba, perdía la calma...

Verlo luchar por mantenerse íntegro tras la muerte del capitán me partió el corazón. Jamás habría creído que el Coronel pudiera perder la compostura de tal manera, sin embargo, entendí que él también era humano, y así como se mantenía fuerte ante miles de adversidades, era justo que pudiese sentir como todas las demás personas.

Los guerreros, incluso los más valientes, también tenían el derecho a quebrantarse en mil pedazos.

La mirada del Coronel Ziegler paseaba por todo el campo de batalla, evitando cruzarse con nadie. Se aferraba inconscientemente a las riendas de su caballo, intentando no perder la fuerza y desmoronarse enfrente de todos sus hombres, quienes poco a poco se enteraban de la reciente desgracia.

—Dornstrauss, ¿es que acaso no me oíste? —vociferó al ver que no me movía, transformando su angustia en ira—. Ve y organiza a los hombres para volver al campamento, ¿qué esperas?

Acaté su orden inmediatamente. 

Volvimos al campamento en silencio.

Una vez ahí, acudí a que trataran mis heridas mientras el Coronel se encargaba de la ceremonia de honores del capitán May. No pude estar presente, pero tampoco me hizo falta. Todo el campamento clamaba zozobra cuando salí de la tienda donde se encontraban los pocos médicos que teníamos.

El Coronel Ziegler, al concluir la ceremonia, se recluyó dentro de la tienda de campaña que antes ocupaba el capitán May. Cuando pasé por ahí un rato después, me acerqué a la entrada, dudando en anunciarme y pedir permiso para ingresar. El Coronel no necesitó que dijera algo para saber que estaba afuera.

—Pasa, si quieres, Dornstrauss, no te quedes ahí parado, lo que menos necesito son guardias —replicó.

Entré a la tienda en silencio. El Coronel estaba sentado al fondo de esta, sin haberse limpiado después de la batalla o, siquiera, desprendido de su espada. En lugar de eso, contemplaba el broche del capitán con amargura.

—Si tuviera que dar una sola palabra para describir al capitán May, esta indudablemente sería "perfecto" —intervino tras un largo suspiro, varias veces más calmado que cuando lo vi en el campo de batalla—. Cuando llegó a mi batallón hace algunos años lo entrené así como a ti; aprendía rápido, acataba mis órdenes y, además, no disfrutaba de escuchar conversaciones a escondidas, como alguien que conozco.

Recalcó lo último para ponerme en evidencia. Mi única reacción fue una apenada sonrisa.

—Él era un doncel. Me lo dijo hace poco, pero yo ya lo sospechaba desde antes —añadió en voz baja. En ese momento todo cobró sentido—. Si bien existen varones con una gracia divina, él poseía el encanto y la elegancia de los donceles. Antes de conocerlo, jamás habría creído que un doncel pudiese resistir estar en el ejército, pero ahora no dudo que haya más de ellos. Si todos los donceles infiltrados en la guardia del rey son tan buenos guerreros como el capitán, seguramente les debemos más de la mitad de nuestras victorias.

Sonrió, todavía contemplando la insignia del capitán. La mirada del Coronel me pareció familiar. A pesar de nunca haberla visto antes en él, sí lo había hecho miles de veces en los ojos de Ancel.

Volví a unir todos mis pensamientos. Así como cuando me di cuenta del amor que Ancel le tenía a Rustam, me invadió la tristeza.

—De verdad lamento que...

—No creo que sea necesario dar condolencias, Dornstrauss —interrumpió con sequedad—. Esto pasa todos los días en todas partes durante la guerra, no tiene caso lamentarse. Justo ahora, importa poco, comparado con las demás cosas de las que debemos ocuparnos.

El Coronel, después de otro suspiro que se llevó toda su pena, guardó el prendedor en una bolsa que tenía a su lado y se levantó. Empezó a caminar hacia fuera de la tienda, así que lo seguí con dificultad. Aún me dolía la herida de esa última batalla.

—Por ejemplo, nuestra mayor preocupación ahora es el hecho de que mis mensajes no están llegando a su destino —continuó, mucho más tranquilo—. Será necesario enviar a alguien a investigar en qué parte del camino se han perdido mis mensajeros y por qué.

En ese momento, el soldado que siempre estaba junto al capitán May se acercó a nosotros.

—Disculpe mi intromisión, Señor —dijo, inclinando ligeramente la cabeza como forma de respeto—. Escuché que necesita a alguien que investigue lo que sucede en el camino hacia la ciudad principal de Jartav. Yo me ofrezco como voluntario para la misión.

El Coronel miró al otro soldado como si este hubiera hecho algo malo.

—Es una tarea riesgosa —objetó, alzando una ceja.

—Lo sé —respondió el otro.

El Coronel se cruzó de brazos.

—Soldado Waldemar, sé de la cercana relación que usted tenía con el capitán May, así que entiendo que se encuentre mal tras semejante pérdida. Sin embargo, el que quiera arriesgarse de esta manera únicamente porque de repente se siente solo es un acto de extrema imprudencia. Por respeto al afecto que el capitán May le tenía, no puedo permitir que vaya a investigar, haciendo peligrar su vida a tan poco tiempo de la partida del capitán.

El soldado frunció el ceño ligeramente antes de esforzarse por contestar con respeto.

—Señor, insisto. Yo iré a averiguar qué es lo que ha sucedido con sus mensajeros.

—He dicho que no irá —se opuso el Coronel con voz firme.

Al notar la manera en que ambos varones se miraron después de eso, supe que debía hacer algo para evitar que empezaran a destrozarse con palabras y, posiblemente, a revelar secretos que era mejor mantener ocultos de las demás personas.

—Coronel —intervine—, considero que la mejor opción es dejar ir al soldado para que cumpla con esta misión. El que no le permita hacerse cargo de ella lo obligará a usted a buscar a otro voluntario o enviar a un soldado que no conozca los riesgos de la tarea que debe cumplir. Todo eso le tomará tiempo, y lo que más se necesita ahora es inmediatez.

Los dos hombres me miraron. Uno de ellos, sorprendido; el otro, como creí, bastante molesto.

—Partiré ahora mismo, si usted lo ordena, Señor —dijo el soldado. El Coronel Ziegler suspiró.

—Prepare sus cosas. Deberá regresar lo antes posible, de preferencia, vivo, con información sobre el paradero de los mensajeros o sobre qué es lo que los ha desviado de su camino. Tenga cuidado, caerá la noche antes de que usted vuelva; lo estaré esperando.


La noche estaba en sus horas más oscuras cuando el soldado volvió al campamento. Tenía un leve rasguño en su mejilla, pero estaba a salvo.

Yo montaba guardia cerca de la tienda del Coronel Ziegler mientras él dormía —después de haberle insistido por una eternidad—. Al ver llegar al varón a salvo, desperté a mi superior inmediatamente. Este me pidió que lo hiciera pasar a su tienda; obviamente, yo no tenía intenciones de quedarme fuera.

—Han sido escaramuzas las que han eliminado a sus mensajeros, Señor —dijo el soldado sin demora—. Dos Ferig vigilan la ruta hacia otros pueblos en Jartav: uno es un arquero, el otro es un foather. Son peligrosos.

El Coronel resopló, poco sorprendido. Permaneció un momento en silencio, planeando qué haría en respuesta a los pequeños ataques que habían detenido a sus mensajeros.

—Enviaremos una unidad para deshacernos de las bestias. Es posible que haya más intrusos cerca.

—No hay más, Señor —aclaró el otro soldado—. Me tomé la libertad de inspeccionar los lugares alrededor de la ruta y los únicos que están ahí son esos dos Ferig.

—Es posible que con un grupo pequeño y bien armado sea más que suficiente, Coronel —opiné. Hubo un momento de silencio.

—Por la mañana enviaré algunos hombres para que se deshagan de esos dos intrusos y uno de ellos entregue mi carta, entonces —concluyó el Coronel—. Al amanecer buscaré a un buen líder para aquellos hombres. Gracias por la información, soldado Waldemar, puede retirarse.

Yo también hice ademán de regresar a mi guardia en la frontera con el bosque cuando, de pronto, tuve una corazonada.

—Disculpe, Coronel. —Me volví hacia él—. ¿Desde la ciudad principal de Jartav también se pueden enviar cartas a otra parte?

—Sí, desde ahí se coordina toda la correspondencia de los miembros del ejército que se encuentran en Jartav.

Asentí con la cabeza antes de ir de nuevo a mi guardia.

Si llegaba a la ciudad principal de Jartav, entonces, también podría enviar otras cartas, además de la del Coronel Ziegler.

Ansgar me había escrito su última carta hacía tiempo. Tenía que responderle pronto si no quería que se preocupara por mí, pero con el peligro que se corría en Versta y los dos Ferig vigilando el paso hacia el pueblo, era imposible enviar y recibir correspondencia.

Tenía una oportunidad para mandar una respuesta a las palabras de la última carta de Ansgar y explicarle todo lo que sucedía en Jartav.

Al finalizar mi guardia, busqué a hurtadillas en la alforja del caballo del Coronel, tomé prestada la tinta, además de un trozo de papel y cordón, y escribí mi carta. Cuando terminé, devolví las cosas a su lugar sigilosamente. Solo me quedaba insistirle al Coronel Ziegler para que me dejara ir a entregar su mensaje.

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