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La Historia de Einar, Parte IV: Un soldado excepcional

Parte H


Hacia la noche de ese día, en el campamento se armó una gran celebración. Todos los soldados festejaron la victoria en la última batalla a las afueras de Frizgal.

Ancel se quedó con Rustam en su tienda, haciéndole compañía; se llevó algo de comida consigo y pidió que no fuéramos a buscarlo porque no quería dejar solo a su amigo.

Ansgar y yo nos quedamos cerca de la fogata que habían encendido otros soldados al centro del campamento; gracias a los cuidados de mi amigo de cabello negro yo podía mover un poco mi brazo derecho, así que logré comer sin muchos problemas mientras escuchábamos a otros varones contar historias. Todos los soldados experimentados tenían anécdotas increíbles, pero las del General Volksohn eran las mejores, casi como una leyenda. Él se había enfrentado contra los mejores ejércitos de reinos vecinos en batallas por territorio y había peleado junto al rey Gunnar desde antes que tomara el trono. También contó brevemente cómo conoció a su esposa y no dejó de hablar sobre Ansgar con orgullo, resaltando que su destino era volverse un soldado igual a él.


Al poco rato, Ansgar se acercó a mí con un tarro de cerveza en la mano. Se ofreció para llevarme uno, pero yo me negué inmediatamente.

—No me gusta la cerveza —dije con una mueca de desagrado.

— ¿Es en serio lo que dices, Einar? —Preguntó, incrédulo—. ¿Naciste en la familia que posee la cervecera más grande de Valkar y no te gusta la cerveza?

Sacudí la cabeza entre risas, destacando la ironía.

En casa, mi madre no me permitía beber alcohol, mayormente por mi distintiva conducta problemática. Temía que dijera algo inconveniente o hiciera cosas comprometedoras si bebía de más.

A pesar de aquella prohibición, en la cervecera mi padre y los trabajadores siempre me ofrecían tomar con ellos, y cada vez que lo hacían yo me negaba. La única vez que acepté su invitación fue porque Ivar estaba ahí, pero no fui capaz de tomar más de dos sorbos de la amarga bebida. Sabía horrible; nunca logré entender por qué a la gente le gustaba tanto.

—Eres un caso muy extraño, Einar —comentó Ansgar, mirándome con intriga mientras se sentaba a mi lado—, me agrada que lo seas, pero es raro.

Me sentí complacido con su comentario, y pensar en ello me permitió pasar un buen rato solamente observando cómo se embriagaban los otros soldados. Llegó un momento, después de varias rondas de cerveza, en el que los varones empezaron a cantar canciones.

Logré reconocer varias de ellas porque las había oído en la cervecera; los trabajadores solían cantar durante sus jornadas y hacerlo también era recurrente en las fiestas. Gracias a eso pude, incluso, unirme a la bola de guerreros ebrios y corear algunas canciones junto con ellos.

Todo estaba siendo muy divertido hasta que me pidieron que cantara algo yo solo.

Los soldados a mi alrededor me animaron a hacerlo; hasta Ansgar empezó a molestarme para que cantara algo y, ante la presión de los demás, no pude resistirme.

Recordé una de mis melodías favoritas, de las que escuchaba tararear a mi madre mientras preparaba la comida o cuando se sentaba en la sala a confeccionar ropa para mi hermano más pequeño, Kristian. El reconfortante sentimiento de añoranza hizo que comenzara a cantar con muchísima soltura, pensando que los soldados me interrumpirían con alguna broma o un comentario fuera de lugar, pero sucedió todo lo contrario: todos los varones se quedaron en silencio, hipnotizados, contemplándome.

Mientras cantaba, no pude evitar pensar en Tryuna y en los días que iba al centro de la ciudad a comprar cosas o a atender la tienda de mi familia. Pasó por mi cabeza la imagen de las personas en el mercado, los pequeños locales de comida, el olor a pan de la panadería, el calor de la única herrería en Tryuna y la botica de Alainn, además del color de las calles que siempre estaban adornadas con flores y arbustos o que, en invierno, se cubrían de nieve esponjosa que le daba vida a todo el lugar. Ivar apareció en mis recuerdos, pero sorprendentemente no me causó ningún disgusto; al contrario, me hizo feliz, pues era una imagen que me motivaba a no rendirme. Además, habían pasado años desde que cancelé mi compromiso con él...

Llevaba años lejos de casa.

Por unos momentos, todavía cantando, mi corazón se llenó de nostalgia; la idea de volver con mi familia pasó fugazmente por mi cabeza, pero sabía que mi lugar no estaba ahí, al menos no mientras seguía la guerra. Tenía que cumplir con mi deber como soldado y defender a Valkar con mi vida.

Me sumí tanto en mis pensamientos que, cuando la canción terminó, me tomó algunos instantes darme cuenta de que los demás soldados alrededor de mí habían enmudecido.

— ¿Pasa algo? —Pregunté, empezando a sentirme incómodo entre más se extendía el silencio.

Nadie dijo nada, pero muchos negaron con la cabeza. Busqué ayuda volteando para ver a Ansgar, pero él tampoco podía decir palabra; en cambio, me miraba con una débil sonrisa.

—Díganme qué sucede —ordené—. Estoy comenzando a alarmarme.

—No es nada malo, Einar —balbuceó Ansgar, mirando hacia otro lado—, es solo que...

—Tienes voz de doncel cuando cantas —interrumpió un varón que estaba cerca de mí, haciendo que los demás salieran de su letargo y empezaran a hablar, como si este soldado hubiese dicho exactamente lo que todos pensaban.

—Además, esa canción que cantaste solo la he escuchado de donceles y de mujeres —comentó un hombre más.

Los otros soldados asintieron con la cabeza y se miraron entre ellos, murmurando cosas sobre los donceles del lugar de donde venían. Escuché que algunos hablaban de mí con intriga.

— ¿De casualidad no serás un doncel, Einar? —Preguntó un varón con atrevimiento.

—Es demasiado fuerte como para ser uno —intervino otro.

—Además, si lo fuera, ya habría caído rendido ante alguno de los varones aquí presentes, ¿no lo creen? —Comentó un soldado más, señalando a todos los hombres que estaban cerca.

—Doncel o no, es imposible negar que su cara lo hace un soldado bastante bonito.

—Con la voz que tiene, yo creo que sería un buen reemplazo para los donceles y las mujeres que tanta falta nos hacen ahora.

No supe si sentirme halagado u ofendido con todos esos comentarios. Ser el único que no había bebido entre una bola de hombres ebrios me hizo pasar un mal rato, definitivamente.

Ansgar notó mi incomodidad y se levantó de su asiento, invitándome a hacerlo junto con él para sacarme de ahí.

—Se nota muchísimo que están desesperados por estar con un doncel o con una mujer, señores —acusó mi amigo con molestia, apoyando su mano en mi hombro sano—. Están muy acostumbrados al comedor del castillo y a sus lindos "bocadillos", supongo. Es irrespetuoso de su parte que hablen así de Einar.

— ¡Estamos jugando, Ansgar!

—Además, Volksohn pequeño, no puedes negar que Einar es un soldado hermoso. Sería fácil confundirlo con un doncel si no llevara el uniforme del ejército o su armadura.

— ¡Qué desilusión nos llevaríamos si intentáramos cortejarlo!

— ¡Einar es un buen soldado y con eso basta! —replicó mi amigo con enfado. Se oyeron aún más risas.

Ansgar empezó a caminar y me empujó ligeramente, esperando que yo también me alejara de los demás varones. Me escoltó a mi tienda y la abrió para dejarme pasar, como si quisiera guardarme en un lugar seguro.

Eso había estado demasiado cerca.

—Se estaban poniendo muy feas las cosas con los soldados —comentó mi amigo—. Ve a dormir, es tarde y han pasado muchas cosas el día de hoy, debes estar cansado. Yo estaré vigilando aquí afuera por si a alguno de esos idiotas se les ocurre acercarse a ti. Han bebido demasiado, no me sorprendería que lo hicieran.

Él me miró por un momento, aún algo preocupado.

—Digo, no es ninguna mentira que seas lindo —agregó con algo de pena—, pero no es para que los soldados hubiesen hablado de ti con tan malas intenciones... De cualquier modo, no te preocupes, yo cuidaré de tu tienda como si fuera el castillo del rey Gunnar, podrás dormir en paz, lo prometo. Verás cómo no voy a moverme de aquí hasta que tú despiertes.

Me dedicó una amplia sonrisa antes de meterme a la tienda y cerrarla con presteza.

Ansgar me había hablado con tanta confianza que solo necesité verlo sonrojarse cuando me defendió para confirmar que el alcohol que había tomado, por poco que fuera, estaba comenzando a subírsele a la cabeza. Él nunca antes había cuidado de mí con tan poca discreción.

Sin embargo, haber crecido en un lugar donde la cerveza era más abundante que el agua me enseñó que, a veces, la gente que tomaba de más tendía a decir lo que realmente pensaba y solía actuar con mayor soltura.

Ansgar, evidentemente, no era una excepción.


El General Volksohn nos dio un día de descanso después del fin de la batalla, bastante necesario para que los soldados se repusieran tras la noche de bebida.

La mañana que siguió a la celebración de nuestra victoria, confirmé que Ansgar había permanecido fuera de mi tienda durante toda la noche. Estaba sentado frente a la entrada hecho un ovillo, amodorrado, y cuando sintió que había salido a echar un vistazo se levantó con presteza, tratando de disimular su cansancio.

— ¿Dormiste bien, Einar? —Preguntó con poca voz, pasando sus manos por su rostro para desperezarse.

—Mil veces mejor que tú. ¿En verdad te quedaste despierto toda la noche?

—Ni durante las noches de guardia he estado tan alerta.

—Entonces deberías dormir. Puedes quedarte en mi tienda, si así lo quieres; yo iré a buscar a Ancel y a Rustam, ellos ya deben haberse levantado.

No le permití decir más, me alejé esperando a que se resignara a quedarse a dormir en mi tienda. Cuando les conté a Ancel y a Rustam lo que había sucedido la noche anterior y por qué Ansgar no estaba con nosotros, ambos se miraron con complicidad y se echaron a reír.

Al día siguiente, el General Volksohn nos volvió a organizar para lo que seguiría. La manera en la que nos habló hacía notar cuán feliz le hacía por fin levantar ese campamento.

—Ayer recibí un mensaje del Oficial Gotzham solicitando apoyo en Sorum, una pequeña aldea en la frontera con el bosque, no muy lejos de aquí. Por suerte, aún está en pie parte de su ejército, así que no me veré obligado a llevar conmigo a todos mis hombres. Dejar a mis soldados heridos en un lugar seguro no es un lujo que pueda darme muy seguido, pero esta vez se quedarán en Frizgal aquellos que se encuentren indispuestos para la batalla. Guarden sus cosas, limpien y recojan el campamento. Nos vamos de aquí.

No pude hacer mucho para levantar las tiendas y guardar las cosas. No era capaz de mover bien uno de mis brazos y el otro era prácticamente inutilizable, así que solo me ocupé de empacar mis pertenencias; Ansgar se acercó a ayudarme al ver que batallaba con la tarea, alegando que mis heridas no se curarían en un par de días y que podría volver a abrirlas si no tenía cuidado.

—Espero que hayas observado bien cómo he lavado tus heridas —advirtió mi amigo mientras recogía mi tienda—. De hoy en adelante posiblemente tengas que hacerlo por tu cuenta.

— ¿Crees que tarden mucho tiempo en Sorum?

—Si te preocupa por el lugar donde van a quedarse, creo que el costo de su hospedaje correrá por cuenta del Rey Gunnar.

—No es eso...

—El General tampoco va a dejar este lugar completamente solo, no hay por qué desconfiar. Siempre se queda un grupo vigilando por si ocurre algo. Al menos, eso es lo que él me ha dicho.

No tuve el coraje para decir por qué me sentía tan mal al tener que dejar ese campamento.

Ansgar no estaba herido, Ancel tampoco, pero Rustam y yo sí. Dos de nosotros debían partir junto con los otros soldados sanos; nos separaríamos y, a pesar de que siempre supe que ocurriría, jamás imaginé que iba a ser tan difícil.

Nunca descarté la posibilidad de que ese día podría ser la última vez que veía a ambos con vida, y pensar en ello hacía que mi corazón se oprimiera.

Traté de no dejar que mis inquietudes empañaran mis pensamientos cuando me despedí de mis dos amigos. Volvernos a ver dependía de que nuestras heridas hubieran sanado o de que los soldados terminaran con la guardia en Sorum, lo que sucediera primero, y ambas opciones eran poco alentadoras.

Poco después del mediodía, una vez estuvieron listos los caballos y las carretas, todos los soldados tuvimos que dejar el lugar donde habíamos acampado durante semanas.

—Procuren no morir —logré decir antes de separarme de mis amigos, dejando toda mi pena en esas palabras.

—Yo tengo razones para no hacerlo —contestó Ancel con confianza.

Ansgar no dijo nada, pero me sonrió con gentileza.

Mi corazón dio un brinco al verlo responder de esa manera.


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