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La Historia de Einar, Parte IV: Un soldado excepcional



Parte B

Un día después de que el General Wieczorek llegara al castillo, Ancel, Rustam, Ansgar y yo fuimos sacados del entrenamiento repentinamente por otro soldado de nivel más alto. Nos llevó en silencio por los pasillos, haciendo crecer nuestra incertidumbre; los cuatro estábamos desconcertados y temíamos por haber hecho algo malo. Nuestro escolta caminaba con altiveza, y no dijo nada hasta que llegamos a la entrada de una sala en una parte remota del castillo.

—Hay alguien que quiere verlos.


El soldado que caminaba con nosotros abrió la puerta con cautela y nos hizo pasar, quedándose afuera de la sala. Adentro había un escritorio de madera muy bien cuidado, tenía un librero detrás y una silla; frente a esos muebles había una pequeña mesa de centro y dos sillones, uno más largo que el otro; al fondo había una ventana que iluminaba todo el cuarto, y por esta miraba un hombre, dándonos la espalda, hacia uno de los jardines del castillo. Sostenía una carta en sus manos y portaba un uniforme elegante.

Al verlo, Ancel, Rustam y yo nos quedamos quietos, inexpresivos, pero Ansgar esbozó una sonrisa discreta y sus ojos parecieron brillar de alegría. Pronto supe por qué.

—Ansgar Volksohn, Rustam Holz, Ancel Löffer y Einar Dornstrauss. ¿Están todos aquí? —dijo el varón, dándose la vuelta para poder vernos. De frente puede observarlo con más detalle: era alto, de tez blanca y cabello negro; tenía barba, pero no era como la de otros varones que había visto, descuidada y a veces sucia, sino que era simple e impecable. Su rostro me recordaba a alguien.

—Mi nombre es Howard Volksohn, gusto en conocerlos. Sirvo a Su Alteza Gunnar como General de las tropas que cubren la parte sur de Valkar, además, soy el padre de ese chico que ven ahí —. Señaló a Ansgar con el mentón. Todos lo volteamos a ver, muy sorprendidos, pero él solo hizo más grande la sonrisa que tenía dibujada en los labios.

—Los llamé para felicitarlos por su desempeño en la escuela de la guardia real —continuó el soldado—. El General Wieczorek me comentó que ustedes cuatro son de sus mejores alumnos, así que me otorgó la responsabilidad de organizarlos y elegir a cuáles batallas los llevaré de ahora en adelante. Como saben, los Ferig han despertado para continuar una guerra en la que nosotros estamos involucrados, y a la cual no dudaremos en entrar. Con su atentado en contra de uno de nuestros campamentos sabemos que no tardarán en atacarnos con más fuerza, así que debemos empezar a movernos tan pronto como sea posible.

El padre de Ansgar nos hizo sentarnos y tomó lugar en el sillón más corto de la sala, frente a nosotros; se acomodó y nos repasó con la mirada, sonriendo ligeramente.

—Entre varios de los soldados de posiciones más altas, además del General Wieczorek, el rey Gunnar y yo, decidimos separar a los nuevos soldados en grupos de cuatro para llevarlos al campo de batalla con el fin de que aprendan a desenvolverse, pues confiamos en que pronto se convertirán en grandes guerreros. Nuestro deber es prepararlos y mostrarles cómo defender a Valkar con honor. En mi caso, estoy a cargo de todos ustedes; el rey creyó que sería buena idea que los chicos de cada grupo ya se conocieran desde antes, y le pareció bien que yo llevase a la batalla al grupo en el que estuviera mi hijo. Me alegra saber que sus amigos también sean potencialmente buenos peleando.

El varón que estaba frente a nosotros nos mostró la carta que tenía en las manos y señaló un punto en el mapa que estaba dibujado en ella.

—A mi tropa siempre le ha correspondido vigilar esta zona. Hay pueblos importantes un poco más lejos y se encuentran en riesgo al estar tan cerca de bosque. Ahí es donde los llevaré, pero es posible que cambiemos de posición dependiendo de lo que el rey Gunnar nos ordene. Esperamos evitar que los Ferig ganen territorio fuera del bosque hasta poder eliminarlos, pero su objetivo es el centro de Valkar. Tenemos que evitar a toda costa que asedien el castillo. Las tierras de Valkar y Nachblut están rodeadas de bosque casi por completo, por lo que procuraremos vigilar los puntos más importantes de las fronteras; el rey estará enviando a su ejército a diferentes lugares, así que deben estar listos para moverse por todo el reino. ¿Cuento con ustedes para resguardar la integridad de nuestro territorio?

— ¡Sí, Señor! —coreamos los cuatro, con una sonrisa. El General Volksohn también sonrió, doblando la hoja de papel que tenía en la mano y colocándola en la mesa de centro que nos separaba de él.

—Los mandaré llamar cuando sea el momento de irnos. Ahora, me gustaría conocerlos un poco más, descartando a Ansgar, por supuesto. De él he oído hablar miles de cosas —el General se rio y, como si nos confiara un secreto, nos miró a Ancel, a Rustam y a mí—. Dicen por ahí que su padre es un soldado excepcional en la armada del rey.

Nos volvió a sonreír y soltó una carcajada, cubriendo su frente con una mano para mostrar que ni él mismo se soportaba. Ansgar puso los ojos en blanco y presionó su sien con dos de sus dedos, desviando la mirada. El General después negó con la cabeza y volvió a sentarse correctamente.

—Muy bien, suficiente habladuría de mi parte, díganme, ¿quién de ustedes es Rustam Holz?

Rustam recobró la postura y se sentó con la espalda recta. Respondió a su nombre e inclinó ligeramente la cabeza, a manera de saludo.

—El rey me habló de ti —comentó el General—. Quieres cortejar a la princesa Maia, y para eso necesitabas estar en la armada.

—Así es, Señor. Amo a la princesa Maia desde que tengo memoria, y haré lo que sea por poder estar con ella —. Rustam sonrió con embeleso—. Soy hijo de los duques Randall y Neiman Holz, varón y doncel, respectivamente. Mi familia tiene tierras en Neilung, a las afueras de Valkar, cerca de las fronteras con Nachblut.

—Los señores Holz... —recordó el General—. Hace mucho que no vienen a visitar al rey Gunnar. ¿Tienes idea de por qué?

—Han estado muy ocupados últimamente con asuntos que es preciso resolver en la frontera con Nachblut; el viaje desde Neilung hasta el castillo toma varios días, y en sus cartas me suelen decir que no pueden darse el tiempo suficiente para venir.

—Tiene sentido, trabajan para el rey desde lejos —agregó el padre de Ansgar—. A Su Alteza Gunnar siempre le ha parecido muy bueno que el Ducado de Holz esté tan cerca de la frontera con el territorio más nuevo de Valkar. Cree que es muy conveniente tener gente importante cerca de ambos lugares, así puede asegurarse de que los habitantes de Nachblut no consideren separarse de Valkar.

Al escuchar lo último que dijo el General Volksohn, Ancel se acomodó en el sillón y tomó aire.

—Perdone mi comentario, Señor —dijo mi amigo pelirrojo—. Por fortuna para Valkar, en Nachblut las cosas mejoran entre más tiempo pasa desde que se unieron los territorios. La gente no pensará en separarse si le está yendo bien —. Hizo una pausa—. Yo soy Ancel Löffer, hijo de Angus y Dietmar Löffer, Señor...

— ¿También eres hijo de un doncel? —interrumpió el General con interés.

—Sí, Señor. Vengo de Nachblut. Mis padres y algunos de mis hermanos viven en la ciudad de Leif, al norte. Por eso puedo decir con seguridad que no hay señal de que las personas de allá consideren separarse de Valkar.

—Lamento haber hecho mi comentario sin antes saber eso— se disculpó el varón que estaba sentado frente a nosotros.

—No se preocupe, Señor. Me parece muy bueno poder hablar por Nachblut aquí, frente a gente importante, cuando pocos suelen hacerlo. Quiero mostrar mi compromiso con el rey formando parte de su ejército; así tal vez pueda hacer a otros saber que ser parte de este reino es un honor para las personas del lugar de donde vengo.

Mi amigo pelirrojo pareció crecer con lo último que dijo. El General Volksohn lo observó por un instante y luego dirigió su mirada a Ansgar.

—Comprometido, como alguien que conozco, ¿o no, Ansgar? —El chico de cabello negro sonrió. El General señaló a su hijo y nos habló con familiaridad—. Este chico es la lealtad en carne viva.

—Nos hemos dado cuenta —comenté—. Incluso yo, que he pasado menos tiempo aquí, lo noté con solo verlo.

Ansgar me volteó a ver y colocó su dedo índice sobre sus labios, como si me pidiera que dejara de impulsar a su padre para que hablara de él. Yo solo me reí en voz baja.

—Tú debes ser Einar, ¿o no? —Me preguntó el General—. Ansgar me habla de ti cada que puede verme y te menciona en todas las cartas que me escribe.

El chico de cabello negro se cubrió el rostro con una mano mientras mis otros dos amigos lo miraban, tratando de contener la risa.

—Te lo dije, Rustam —cuchicheó Ancel. Rustam se rio junto con él.

—Sí, Señor, soy Einar Dornstrauss, hijo de Harald y Saskia Dornstrauss —dije, haciendo un esfuerzo por devolver el ambiente a la normalidad después de los comentarios de mis amigos.

—Dornstrauss —reflexionó el General Volksohn—... ¿Los de la cerveza?

—Así es.

— ¿Y qué haces aquí en el ejército, si podrías trabajar en la cervecera? —inquirió el varón que estaba frente a mí, sentándose al borde de su asiento.

—Mis hermanos se encargan de las cosas allá —mentí—. No pude entrar a la escuela de la guardia real desde antes por los deberes que tenía que cumplir en casa. Además, mi sueño siempre ha sido convertirme en un soldado de Valkar, así que he dedicado gran parte de mi tiempo para poder cumplirlo.

—Naturalmente. A juzgar por lo alto que has llegado en tan poco tiempo, supongo que entrenaste para poder estar al nivel de los demás jóvenes. Me imagino qué hubiese pasado si Ansgar y tú se hubieran conocido desde antes.

—Sabrías más cosas sobre Einar, sin duda —interrumpió Ansgar con una familiaridad que me causó extrañeza, siendo que él siempre era el más correcto al momento de hablarle a los soldados de mayor rango. Supuse que era por la relación que tenía con el General Volksohn.

— ¿Qué más me habrías podido decir sobre él, Ansgar? —Preguntó el mayor—. Lo has descrito de pies a cabeza y cada vez hablas más sobre su talento. En una de tus cartas incluso admitiste que es mejor que tú en la escuela de la guardia real.

Ancel y Rustam soltaron risitas indiscretas al escuchar lo último, intercambiando comentarios en voz baja. Ansgar hundió su cabeza entre sus manos, ofuscado, haciendo reír también a su padre. Yo no supe si unirme a Ansgar y apenarme o reírme de él junto con los demás. Mi corazón estaba desbocado y no sabía por qué; en el fondo, sin embargo, moría por escuchar cuántas cosas sobre mí le había revelado a su padre mi amigo de cabello negro.

—He oído tanto acerca de ti, Einar, que no dudaría que tuvieras montones de admiradores —añadió el General con atrevimiento—. Tienes un rostro bastante peculiar, como el de los donceles. Si lo fueras, haría lo imposible por convencer a Ansgar de que pidiera tu mano.

La sala se quedó en silencio abruptamente. El chico de cabello negro miró a su padre, escandalizado. Yo sentí que se me iba el alma.

Recordé involuntariamente la noche de la fiesta, cuando Ansgar y yo estuvimos demasiado cerca; a mi mente regresó la imagen de sus profundos ojos azules y su sonrisa de triunfo. Pasaron mil cosas por mi cabeza antes de que me diera cuenta; entre todas ellas, la posibilidad de hacer realidad la propuesta del general Volksohn.

Solo tenía que revelar que era un doncel...

Descarté el pensamiento de inmediato.

—Señor...—Me atreví a decir, tratando de disimular mi obcecación. Todos seguían sin poder pronunciar palabra alguna.

—Es una broma, jóvenes, no se preocupen. Sería imposible que Einar fuera un doncel y, si lo fuera, no estaría aquí, en el ejército. No te lo tomes tan en serio, Ansgar.

El General Volksohn se levantó y posó su mano izquierda sobre el hombro de su hijo para tranquilizarlo.

—Por hoy es suficiente —concluyó—. Los llamaré en unos días para salir a Frizgal, el lugar que les señalé en el mapa. Tengan buen día, muchachos.

Nos dirigió una brillante sonrisa antes de hablar con Ansgar en voz baja. De lo poco que pude escuchar supe que el General iría a ver a su esposa y a sus dos hijas, e invitó a mi amigo a ir con él, sin embargo, el chico se negó.

Una vez fuera de la sala, mientras caminábamos de vuelta al entrenamiento, Ansgar se disculpó conmigo.

—No te preocupes. El General Volksohn solo quería ser simpático —dije lo último para convencerme también a mí—. Me agrada saber que admites que soy mejor soldado que tú.

—Eres un soldado excepcional, Einar. Sería malo que yo no lo reconociera —agregó con una sonrisa. Me sentí halagado.

Durante el resto del día pude ver a Ansgar divagar a ratos. Nadie quiso molestarlo; Ancel y Rustam no dijeron nada al respecto, pero a mí me causaba mucha intriga.

¿Estaría pensando en lo que había dicho su padre sobre nosotros?


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