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La Historia de Einar, Parte III: Un gran aspirante a ser soldado

Parte C

Después de los meses que pasamos en servicio para el castillo, se nos invitó por fin a la fiesta de cumpleaños del rey Gunnar. El General Wieczorek y otros más hicieron lo posible por persuadir al rey para que nos dejara ir a la fiesta como premio por nuestro desempeño, y este accedió. Habían pasado ya dos celebraciones desde que yo llegué, pero los aspirantes a soldados nunca tuvimos la oportunidad de asistir a ellas y tampoco se nos invitaba, por lo cual era un acontecimiento muy emocionante para nosotros.

Fue una maravilla: el castillo estaba decorado con majestuosidad, con lámparas, banderas y antorchas por todas partes, alumbrando el lugar de una manera única; había comida por montón, y ni hablar de la bebida, que parecía no terminarse nunca. Todos los invitados festejaban con alegría.

En el caso de Rustam, fue una gran oportunidad para acercarse con libertad a la princesa Maia, quien pasó a su lado toda la velada; Ancel, Ansgar y yo podíamos verlos pavonearse de vez en cuando frente a nosotros, sin separarse, saludándonos cada que caminaban cerca. Rustam sonreía de una manera tan distinta a la que solíamos ver, que no tardamos en notar lo dichoso que se sentía.

Ansgar, Ancel y yo nos quedamos juntos un buen rato. Habíamos encontrado un buen lugar donde sentarnos, muy cerca de la comida y de las personas. Podíamos hablar tranquilamente y, de vez en cuando, conversar con los donceles y las chicas que se nos acercaban, a pesar de que ninguno de los tres nos sintiéramos muy cómodos con ello. 

Incluso nos encontramos con las hermanas de Ansgar, quienes no paraban de dar vueltas por todas partes alegremente, fingiendo no notar que la princesa Maia estaba con alguien. Eran sus damas de compañía, pero parecían ser cómplices entre ellas y le dieron espacio a la princesa para que pudiera pasar el rato con nuestro amigo.

—Hemos perdido a Rustam —comentó Ansgar en tono burlón al verlo reír con la princesa al otro lado del salón—. ¿Creen que vaya a ser un buen rey?

Ancel suspiró, ligeramente apesadumbrado.

—Primero hay que esperar a que pueda casarse con ella, Ansgar —aclaré con escepticismo.

— ¿Todavía lo dudas, Einar? —Preguntó mi amigo pelirrojo, extrañado—. Se conocen desde que eran niños, el mundo a su alrededor es otro cuando están juntos. Hacen una bonita pareja —. Tomó un respiro antes de seguir—. Solo hace falta que Rustam salga de la escuela de la guardia real para que puedan relacionarse formalmente. Falta poco para eso; dos años, como máximo.

—Hay que aprovechar los momentos en los que aún tenga los pies sobre la tierra, entonces —concluí, estirando mi brazo para poder tomar un bocadillo de una mesa que estaba a un lado de mí.

Ancel, como un rayo, me arrebató el bocadillo y me dio la espalda para poder comérselo. Ansgar lo tomó por sorpresa y se lo quitó de las manos, alborotándonos a ambos, que nos lanzamos sobre él para poder quedarnos con el trozo de comida, gritando y riendo sin medida. En medio del forcejeo soltamos uno que otro golpe aleatoriamente que siempre aterrizaba en las costillas de alguno de nosotros, nos lanzábamos juramentos y maldiciones al azar con tal de desconcentrarnos y tomar el panecillo. Para nuestra mala suerte, cuando menos nos dimos cuenta Ansgar ya se había comido el pan de un solo bocado, inflando sus mejillas para poder cerrar su boca.

Entre risas pudimos escuchar una voz dulce que hablaba detrás de nosotros con molestia.

— ¿Ancel?

Los tres volteamos cono si fuésemos tres niños que habían sido atrapados en medio de una travesura. No pudimos evitar reírnos aún más y nuestro amigo de cabello negro casi se ahogó por tratar de contenerse, haciéndonos carcajear con fuerza. El doncel que estaba detrás de nosotros se exasperó.

— ¡Ancel!

El pelirrojo se sobresaltó, erizándose como un gato a propósito, burlándose del chico. Tras unos momentos —que aprovechamos para calmarnos— trató de recobrar la compostura y se paró frente al doncel, algo más tranquilo.

—Por fin tenemos tiempo para vernos y me ignoras de esa manera —replicó el chico de cabello castaño que le había llamado la atención a nuestro amigo. Ancel suspiró y se cruzó de brazos.

—Creí que estarías ocupado —excusó.

—Ahora ves que no lo estoy.

El doncelito rodeó el cuello de Ancel con sus brazos de manera seductora y plantó la mirada en los ojos verdes del otro con una sonrisa.

—Vamos a dar una vuelta, ¿sí? —preguntó en un tono ligeramente infantil que a mí me pareció irritante. Jaló a nuestro amigo antes de que pudiera contestar y este solo nos pidió disculpas con la vista antes de irse.

Al quedar solos Ansgar y yo en ese lugar, decidimos caminar un poco; quedarnos sentados habría sido muy aburrido, además de que no queríamos seguir llamando la atención de los donceles o de las chicas presentes en el salón principal.

Llegamos con calma a los jardines de alrededor del castillo; había silencio y la luz, a pesar de que era tenue, aún alumbraba lo suficiente como para que no tropezásemos con alguna piedra. Era de noche, podíamos ver la luna y las estrellas como si estuvieran pintadas en el cielo.

—Ancel debería decirle a ese doncel que lo deje en paz —comentó el chico de cabello negro para acabar con el silencio—. Ni siquiera le gusta.

—El chico parece muy ilusionado.

—Y que lo digas... Sería una tragedia que cuando nos graduáramos quisiera comprometerse.

—Se va a llevar una gran decepción si eso pasa.

Ansgar afirmó con la cabeza al mismo tiempo que caminábamos hacia el centro del jardín. Antes de que yo lo notara él se agachó y tomó algo del piso con presteza, lanzándomelo y echándose a correr inmediatamente. Sentí cómo la rama que había volado hacia mí golpeaba mi pecho como una flecha y caía al suelo silenciosamente.

—Idiota, ¡vuelve aquí! —Quise reclamarle por haberme tomado por sorpresa, pero no pude evitar reírme un poco.

Levanté un palito que estaba en el piso y corrí detrás de Ansgar, sin poder alcanzarlo; él se escondió detrás de un árbol, saltando de un lado a otro para que no lo viera. Cuando estuve lo suficientemente cerca, él recogió una rama más larga y me apuntó con ella como si esta fuera una espada.

Alcé las manos, indefenso, soltando el palito que había pensado lanzarle; el chico de cabello negro, al ver que me rendía, me dio una rama parecida a la suya para que jugara con él.

Ansgar, de todos los alumnos en la escuela de la guardia real, siempre fue el mejor con la espada. Peleaba con gracia, fuerza y ligereza; sus movimientos eran ágiles, suaves y silenciosos. El que esa vez, en lugar de usar una espada, pelease con una rama, no redujo sus habilidades. Cruzamos todo el jardín esquivando las estocadas del otro y atacando como si lucháramos a muerte. Él no podía parar de reírse hasta que, al poco tiempo de haber empezado a jugar, pidió un momento para recuperar el aliento, colocando su mano en su abdomen y doblando su cuerpo un poco.

—Espera, Einar —dijo, sofocado. Sus ojos chorreaban lágrimas por reírse tanto, y este hacía lo posible por limpiarlas, sin que su sonrisa se borrara de su rostro—. Déjame tomar algo de aire, me va a dar algo, ja, ja.

—En el campo de batalla los enemigos no van a parar solo para dejarte respirar, Ansgar. ¡En guardia!

Apunté hacia él con mi rama, decidido a ponerlo en desventaja, siendo que hasta se momento yo iba perdiendo.

—Einar, estamos jugando —. Se rio, sin reaccionar a mis provocaciones—. No te lo tomes tan...

No permití que terminara su frase, pues aproveché su postura para atacarlo, pero él actuó casi tan rápido como yo y detuvo mi golpe con su mano, volviendo a erguirse y tomando su rama para poder seguir, con todavía más energía que antes.

Frente a la fuerza con la que atacaba yo apenas pude defenderme, caminando hacia atrás para poder esquivarlo. Ansgar terminó por hacerme soltar mi rama, encerrándome entre la suya y el muro del castillo. Apoyó su otra mano en la pared, colocó su rama contra mi cuello y se acercó a mi rostro con una sonrisa de triunfo y una mirada deslumbrante.

—Yo gano —. Me miró a los ojos por unos momentos mientras recuperaba el aire, divertido.

Tenerlo tan cerca de mí me permitió contemplar sus rasgos con un poco más de detalle: tenía cejas delgadas, sus pestañas eran ligeramente largas y los ojos que resplandecían debajo de ellas eran de un color azul profundo, oscuro pero vibrante. Las líneas de su rostro tenían un balance perfecto entre fuerza y delicadeza, su sonrisa era cálida, y sus labios delgados, claros como el resto de su piel, parecían pedirme con urgencia que los besara.

Ese último pensamiento me devolvió a la tierra y me hizo desviar la mirada.

¿Cómo era posible que hubiese pensado en besar a Ansgar?

No tenía sentido, éramos amigos, pero nunca había considerado ir más allá; aparte, él no sabía que yo era un doncel y no pensaba decirle nunca, así que intentar ser algo más que su amigo podría escandalizarlo. No era muy bien visto que los varones se amasen entre ellos.

Él debió haber notado mi incomodidad, pues se separó de mí sin demora y su expresión de triunfo se convirtió en una de preocupación; cambiar entre ambas parecía algo habitual en él.

—Einar, no era mi intención, en serio, perdóname —. Desvió la mirada, soltó su rama y sujetó su brazo derecho, apenado—. En verdad lo siento, me dejé llevar y no me di cuenta de que podría haber un malentendido. Finjamos que esto nunca pasó, ¿te parece?

Estaba evidentemente apenado, sus mejillas se ruborizaron ligeramente y, sin decir más, empezó a caminar hacia dentro del castillo. Lo seguí, también en silencio, hasta que llegamos a los pasillos que nos dirigían hacia nuestras habitaciones; ahí, Ansgar se atrevió a decir algo.

—De verdad lo siento, Einar, no debí...

—No te preocupes —interrumpí, disimulando lo nervioso que seguía sintiéndome—. Sé que no era tu intención. Olvidémonos de que eso sucedió y asunto arreglado. No creo que quieras contarle a Ancel o a Rustam de lo que pasó, ¿o sí?

El gesto de alivio de Ansgar me hizo saber que lo había sosegado oírme hablar así. Negó con la cabeza lo último que dije y trató de sonreír antes de despedirnos.

Al momento de entrar a mi habitación y tratar de dormir, empero, no pude dejar de darle vueltas a lo que había sucedido. No fui capaz de olvidarlo.



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