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Un año de entrenamiento parecía no ser suficiente como para que los reclutas estuviesen listos. Eso preocupaba al rey Rustam, quien caminaba aprisa hacia la sala del trono junto con Ansgar, su amigo y uno de sus mejores soldados.

—Nos quedan, a lo mucho, dos meses antes de que volvamos a recibir noticias alarmantes sobre los Ferig por parte de nuestros vigilantes —declaró Ansgar con seguridad mientras caminaba—. Es suficiente como para que se acostumbren a las armaduras.

—No lo es —objetó el soberano—. No aguantarán un solo día con ellas.

— ¿Qué más podemos hacer? Nos queda muy poco tiempo; hemos entrenado muy bien a los novatos, podrán hacerlo.

La puerta de la sala del trono se abrió para dejar pasar a los dos varones.

—Solo tenemos armaduras para poco más de la mitad...

—Entonces hay que mandar a hacer el resto ahora mismo, Su Majestad —interrumpió Einar al ver entrar a sus amigos a la habitación con tanta prisa.

El soldado de cabello negro le sonrió al que acababa de hablar, satisfecho al saber que alguien le apoyaba. El rey se quedó callado un momento, suficiente para que una persona más dijera algo.

—La armadura especial para Lieselotte Ahrens ya está casi terminada —aclaró una voz dulce desde uno de los tronos, al fondo de la sala—. La chica podrá empezar a usarla en dos o tres días más, así que cuentan con suficiente tiempo para notificarles a los reclutas que aprenderán a usar las armaduras del ejército de Valkar. El equipo que hace falta estará listo en menos de dos semanas, si los herreros de Nachblut acceden a fabricar algunos escudos para nuestros soldados de rangos más altos. No tienes de qué preocuparte, Rustam, lo tengo todo bajo control.

La reina Maia habló con diligencia, tratando de apaciguar a su esposo. A pesar de que ella no solía manejar los asuntos de guerra, se había adelantado sabiendo que Rustam se preocuparía por sus futuros soldados; efectivamente, el rey se llevó una gran sorpresa al escuchar las palabras de su pareja, sin poder evitar sonreírle a manera de agradecimiento.

La reina Maia terminó de dar órdenes a los dos soldados dentro de la sala y los dejó irse, quedándose a solas con Rustam; quería pasar un tiempo con él después de verlo tan ocupado.


Maia, Rustam, Einar y Ansgar observaron las filas de nuevos soldados con orgullo.

Ponerse una armadura por primera vez no era de lo más sencillo, por lo cual tener lista a la grandiosa formación de guerreros jóvenes tomó varias horas.

El resultado demostró que el esfuerzo había valido la pena.

— ¡Soldados! —Exclamó Einar, caminando frente a los chicos con ligereza, portando su reluciente armadura del puesto más alto de la armada.

Los jóvenes se pusieron firmes y aguardaron con una sonrisa que evidenciaba la emoción que apenas podían contener.

—Portar una armadura del ejército de Valkar es producto de un gran esfuerzo —comenzó a decir el soldado rubio con el clásico tono que solía usar para motivar a las personas—. Las horas de entrenamiento, los golpes y la fatiga los han traído hasta aquí para demostrarles que su trabajo nunca ha sido en vano. Desde este momento dejarán de ser novatos y comenzarán a prepararse para hacer algo más grande: Sus Majestades, la reina Maia y el rey Rustam, los necesitan para proteger el reino contra los Ferig, bestias feroces que no dudarán en asediar las aldeas despiadadamente para borrar del mapa a nuestros hogares. Muchos de ustedes lo vivieron durante la primera guerra, y sé que es la razón por la cual algunos están aquí en este momento. Díganme, soldados, ¿están dispuestos a defender con su espada y su sangre al magnífico reino de Valkar?

— ¡Sí, Señor! —corearon los chicos con entusiasmo.

Los soberanos y el otro soldado de alto rango también pronunciaron su discurso, felices por ver a los chicos emocionarse tanto. Einar pudo notar que a Keon y a Lieselotte se les escapaban unas cuantas lágrimas, y no pudo hacer nada más que sentirse orgulloso de ellos.

— ¡Larga vida al rey y a la reina! —se pudo escuchar al grupo de soldados vitorear, conmovidos, una vez que las autoridades terminaron de hablar. Parecía una promesa y una declaración. Luchar por Valkar era un honor para los jóvenes; cada uno de ellos lo sabía muy bien.

Serían capaces de dar su vida por el reino.

—Entre más tiempo uses la armadura, más rápido te acostumbrarás a ella.

—Acostumbrarse no es lo difícil, señor, ya parece parte de mi cuerpo. Solo debo aprender a hacerme entrar en ella.

—Entonces aprende pronto, Lieselotte, pues ponerse las armaduras de las posiciones más altas en el ejército es más complicado —comentó Ansgar, esperando fuera de la sala de entrenamiento a que su alumna terminara de lidiar con su nueva armadura—. Créeme, entre más alto es el rango, más difícil es ponérsela. ¿Por qué crees que nosotros las usamos gran parte del día? Tiene que valer la pena el tiempo que perdimos colocándonos cada una de sus partes.

— ¿Acaso no debería suceder lo contrario, Señor? —Preguntó la chica desde atrás de la puerta, haciendo malabares para encajar su pie en una de las botas, antes de dejar pasar a su maestro a la sala.

Debería —resaltó Ansgar con ironía. El soldado cerró la puerta y revisó discretamente que la chica se hubiese puesto la armadura de manera correcta.

Lieselotte miró a su maestro de arriba abajo, contemplando la armadura que él tenía y comparándola con la suya.

"Evidentemente, él está más protegido que yo", pensó mientras hacía una mueca. Ansgar notó su expresión.

—No dudo que subas de rango pronto, Lieselotte. Tal vez dentro de poco los herreros tengan que hacer una de éstas para ti —comentó, refiriéndose a la coraza de metal que llevaba puesta.

—Gracias por sus elogios, Señor, pero no estoy muy segura de que...

—Nunca dudes de tus capacidades, señorita —interrumpió el varón con una cálida sonrisa, plagada de familiaridad—. Para cómo te has esforzado es muy posible que dentro de poco puedas portar una armadura con el escudo de Valkar en la parte derecha del pecho y el sello de tu familia en el hombro izquierdo, como la del General Einar.

—...O como la de usted —musitó la chica de cabello corto, soñando despierta.

Ansgar sonrió una vez más antes de desenfundar su espada y comenzar con el entrenamiento de ese día.


Con la presión de una inminente guerra, un tiempo para hablar en paz después de los entrenamientos era más que necesario; incluso si implicaba salir del castillo sin avisarle a la reina. Ansgar, Einar y Rustam se encontraban sentados frente a la barra de una pequeña taberna en Tryuna, conversando amenamente; el rey y el soldado de cabello negro bebían algo de cerveza, mientras que el soldado rubio se conformaba con un poco de agua.

Ansgar no dejaba de contemplar el escudo grabado a un costado de su armadura, en el hombro izquierdo. Cuando levantó la vista, sus ojos se toparon con los de Einar, que con su pálido tono gris trataron de descifrar lo que el otro estaba pensando.

— ¿Recuerdan cuando terminamos nuestros estudios en la escuela de la guardia real y recibimos nuestras primeras armaduras? —preguntó el varón de cabello negro, finalmente.

— ¿Cómo no hacerlo? —Contestó el rey alegremente—. Einar no cabía dentro de sí de la emoción.

—Era el sueño más grande que tenía, por supuesto que me sentía dichoso —respondió el rubio con orgullo—. Quise saltar de felicidad apenas pude verme con ella puesta. Incluso consideré ir con mi familia a mostrarles a todos que ya era un soldado del ejército de Valkar.

Einar se recargó en su silla, divagando.

—Ahora que lo pienso, no es justo que Ansgar ya se hubiera probado una armadura antes de que nos entregaran las nuestras —comentó Rustam.

—En casa teníamos muchas armaduras, solía ponérmelas cuando era un niño y jugaba con mi padre y con mis tíos a ser un soldado. Estaba prácticamente acostumbrado a usarlas —se excusó Ansgar, encogiéndose de hombros.

—Rustam estaba entusiasmado porque significaba que por fin podría cortejar a la princesa Maia —agregó Einar.

—Cuando me puse la armadura esa vez pensé que no me veía nada bien con ella. Pasé semanas evitando a Maia porque creía firmemente que a ella tampoco le agradaría.

— ¿A pesar de cómo Ancel te cubrió de halagos? —Preguntó Ansgar, evocando el recuerdo de su amigo pelirrojo—. Él no dijo nada acerca de lo importante que era para él ponerse su armadura solo por llenarte de cumplidos.

—"Rustam se ve increíble en esa armadura. Es como si fuera parte de él" —citó Einar, imitando la pasión con la que Ancel había hablado aquella vez—. "Ojalá se sienta tan magnífico como yo lo veo ahora".

El rey miró a su mejor soldado con una ligera sonrisa plagada de añoranza.

—Cada que te oigo repetir lo que decía Ancel, suenas idéntico a él, Einar. Su alegría hace mucha falta en estos momentos.

Los tres suspiraron. Estar en calma era reconfortante, necesario para quienes tenían el destino de Valkar en sus manos.

Más aún si, en el bosque, los Ferig empezaban a planear su segundo asalto para desatar una nueva guerra.




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N/A: Podría decirse que aquí termina la paz en el reino de Valkar. Las siguientes partes serán algo más serias (no demasiado), con emociones fuertes, explicaciones más detalladas sobre lo que pasa en el reino y el desarrollo de la primera guerra contra los Ferig; habrá breves lecciones de historia, además de nuevos personajes y locaciones. Tengo planes de diseñar un mapa de Valkar para facilitar la lectura; también me gustaría mostrar algunos diseños de personajes...

Espero que sigan leyendo Dornstrauss y que les guste cómo avanza la historia. Gracias por haber llegado hasta aquí. ^^


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