Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 7

—Te he estado esperando para salir a correr —comentó Sirius.

—Ah, me he dormido, no me he despertado —respondió Bellatrix sirviéndose el zumo.

Era mentira. Sí se había despertado y había oído a su primo. Pero también a su mujer. No quiso tener que desayunar con ellos y tampoco sabía si Marlene saldría a correr, desde luego no deseaba formar parte de ese trío. Por eso prefirió quedarse en la cama. Sirius salió a correr solo y Marlene se encerró en su estudió a pintar. Cuando él volvió, encontró a Bellatrix en la cocina; le había costado reunir fuerzas para levantarse.

—Ahora tengo que ponerme con las gestiones del bar —comentó Sirius—, pero si quieres que luego...

Se interrumpió ahí porque una paloma golpeó con su pico la ventana de la cocina. Se acercó para ahuyentarla hasta que Bellatrix murmuró:

—Lleva algo en la pata.

Su primo abrió la ventana y con incredulidad desenrolló una nota de la pata del animal que se alejó volando. Totalmente confuso, Sirius murmuró:

—Lleva tu nombre...

Bellatrix lo aceptó frunciendo el ceño.

—Es de Dumbledore.

—¿También tiene palomas mensajeras? No está bien ese hombre, no está bien... —suspiró Sirius con sincera preocupación.

El director le pedía a Bellatrix que pasase por su casa esa mañana, cuando tuviese un rato libre. No le pedía contestación ni tampoco le daba opción a negarse. Eso le molestaba, pero tenía curiosidad y nada que hacer. Tal vez necesitaba que le volviese a llevar a Hogwarts... pero no ponía nada de que fuese con coche. Bueno, no le suponía mucho esfuerzo enterarse: vivía a dos minutos.

—¿Quieres que te acompañe? —le preguntó Sirius cuando la vio salir.

—Nah. Si no he vuelto a la hora de comer, ve y mátalo.

—Dalo por hecho —sonrió su primo.

Bellatrix salió de casa y pronto llegó a la de Dumbledore. Él mismo le abrió la puerta y la invitó a pasar con alegría. La guio hasta un salón con una enorme librería y se sentaron en una mesa.

—¿Quieres algo? ¿Un café, bizcocho de limón...? Nuestra cocinera Winky lo ha hecho esta mañana.

—No, gracias —respondió Bellatrix que no tenía la certeza de que no se tratase de alpiste o alguna locura similar.

El anfitrión continuó hablando de temas diversos, desde el clima hasta sus amadas palomas, pero Bellatrix pronto perdió la paciencia y le preguntó para qué la había convocado. Dumbledore empezó con la explicación, pero en ese momento se escuchó la puerta de entrada. Grindelwald volvía del viaje del día anterior. Saludó a su marido con un gesto y a Bellatrix con más amabilidad.

—¿Os molesto aquí? —preguntó acercándose a la biblioteca, al otro lado del salón—. Tengo que consultar...

—Por supuesto que no —atajó su marido y se volvió de nuevo hacia Bellatrix—. ¿Por dónde íbamos?

—Por qué hago aquí.

—Ah sí, cierto. Quería preguntarte, ¿te gustó ayer la experiencia en Hogwarts?

—Supongo... —respondió Bellatrix lentamente— Estuvo bien.

—Me alegra oír eso. El trayecto hasta allá arriba no es sencillo y lo hiciste de forma sobresaliente. Además, caíste muy bien a los residentes y tu ayuda fue...

—¿Qué le caí bien a la gente de ahí? —replicó Bellatrix burlona.

—No, a la gente no. Me refería a los animales. Los humanos queda patente que no son tu fuerte ni tu interés —sonrió Dumbledore tan tranquilo.

Bellatrix se encogió de hombros, tenía razón. El director prosiguió:

—En el santuario siempre hay mucho trabajo, la fauna afortunadamente no para de crecer y la mano de obra no es fácil de conseguir. Necesitamos gente discreta, de confianza y con unos valores determinados que sospecho que tú reúnes. Por todo ello, quería preguntarte si estarías interesada en trabajar con nosotros.

Bellatrix se le quedó mirando sorprendida. No esperaba en absoluto una oferta de empleo. No supo bien qué responder.

—Yo... Solo voy a estar aquí unos días...

—El tiempo que puedas darnos será muy apreciado. Quizá esto podría suponer un aliciente para alargar tu estancia.

—Eh... —balbuceó ella.

Las cosas no funcionaban así: lo normal era pasar meses entregando veinte currículums diarios para recibir otros tantos rechazos y acabar con un trabajo desastroso que apenas le daba para vivir. Que le ofrecieran algo así por las buenas era demasiado extraño, tenía que haber trampa.

—¿Qué... qué tendría que hacer? No tengo experiencia en... animales...

—Ayudar en lo que se necesitara, cosas técnicas: manejar el jeep si hay algún rescate o traslado, hacer el seguimiento de algún animal enfermo o que acabemos de rescatar, videovigilancia de los animales... Cada día surgen cosas nuevas —sonrió Dumbledore.

Bellatrix estaba empezando a emocionarse con la posibilidad... hasta que recordó la realidad. La mayoría de empresas privadas se aseguraban de que sus trabajadores no tuvieran antecedentes y las que no lo hacían, desde luego preguntaban por los años de inactividad del currículum y ahí se enteraban. Resultaba humillante y, sobre todo, desesperanzador. Optó por ser sincera desde el principio, así acababan rápido:

—Tengo antecedentes.

Ante la sorpresa de Bellatrix, al fondo de la sala, Grindelwald ahogó una risa sarcástica e intervino burlón sin levantar la vista de sus papeles:

—Bienvenida al club. ¿Te sentirías cómoda compartiendo el ámbito de los presuntos delitos?

—Eh... Problemas con armas de fuego... y armas blancas, también.

Grindelwald la miró con renovada curiosidad. Ella lo confesó con ligera incomodidad, pero, sobre todo, sorprendida por lo que implicaba la respuesta de Grindelwald. ¿Él también había estado en prisión? Sirius no le comentó nada, debía de ser secreto. Aunque si fuese secreto no lo compartiría con ella...

—Nos has caído bien, Bellatrix —comentó Dumbledore como si intuyese sus dudas—. Supongo que querrás comentarlo con tu primo, puedes tomarte unos días para pensarlo y luego redactamos el contrato.

—Pero... ¿qué horario sería? ¿Cuánto cobraría?

El hombre cogió una carpeta que había sobre la mesa y extrajo un modelo de contrato que colocó frente a Bellatrix.

—El horario estándar sería de lunes a viernes de ocho de la mañana a dos de la tarde —explicó señalándole las cláusulas—. Pero habrá días que podamos requerirte fuera de esa franja o quizá en algún momento del fin de semana. Porque imagino que querrás seguir viviendo en el pueblo. Si no, podrías disponer de un apartamento en Hogwarts, junto al resto de trabajadores que viven ahí.

—No, no —respondió Bellatrix con rapidez—, no quiero mudarme ahí. ¿Y el sueldo?

—Muy bien. El sueldo base sería... —murmuró Dumbledore pasando un par de páginas— este de aquí. Aparte tendrías la dieta de desplazamientos, ya que tienes que llegar al trabajo con tu coche. También podrías quedarte al comedor de Hogwarts si quisieras.

Bellatrix no escuchó la última parte. Esa cifra era casi el doble que lo que cobraba en el concesionario. Como estuvo paralizada varios segundos, Dumbledore resolvió la situación:

—Llévate el contrato, lo estudias y me das una respuesta a lo largo de la semana, ¿de acuerdo?

—Eh... Sí, vale —respondió todavía aturdida.

Cogió el contrato, lo dobló y lo metió en el bolsillo de su chaqueta. Se despidió del matrimonio y salió a la calle. Volvió a casa y escuchó ruido en la cocina.

—¡Sir...! Ah, eres tú. Hola.

—Buenos días. Sirius ha salido —comentó Marlene que estaba preparándose un té.

—Ya... ¿Sabes a dónde?

—No, lo siento. No lo he visto, estoy trabajando.

—Claro... Que vaya bien —murmuró Bellatrix incómoda saliendo de casa.

Se quedó un rato en medio de la calle, preguntándose dónde estaría su primo. Recordó que le había mencionado algo de gestiones del bar, así que allá se encaminó. Cuando entró, comprobó que Alina Dumbledore, la chica que le presentó Sirius y que debía de ser sobrina de Albus, estaba tras la barra. Le preguntó por Sirius y Alina le señaló una puerta al fondo. Era un pequeño despacho donde Sirius gestionaba los pedidos, las facturas y lo que iba surgiendo. Ahí estaba, muy afanado en su labor.

—¡Hola, Bella! —la saludó sorprendido— No esperaba verte aquí. ¿Qué tal ha ido con Dumbledore?

—Eh... Me ha ofrecido trabajo.

—¿Ah sí? —replicó Sirius frunciendo el ceño. Primó la desconfianza ante la alegría.

Bellatrix sacó el contrato de su chaqueta y Sirius se levantó del escritorio.

—Espera, vamos al bar y así lo vemos con un vino.

A Bellatrix le pareció buena idea. Ya con sendas copas, le resumió lo sucedido y Sirius leyó el contrato. Le sonaba extraña una oferta tan buena y más a alguien sin experiencia y con antecedentes («No te ofendas, Bella»). No se ofendió, era lo que había, lo sabía mejor que nadie. Sirius solo lo comentaba porque se preocupaba por ella.

Concluyeron que el dinero era porque el marco era singular, implicaba mucho desgaste físico por lo amplio del lugar, requería de cierto secretismo y destreza para tratar con los animales... Eso sumado a lo inhóspito del paraje: muy suculenta tenía que ser la oferta para que alguien joven decidiera quedarse ya no en Hogwarts, sino en cualquiera de los pueblos vecinos. Era preferible menos sueldo y vivir en una ciudad.

—Lo más importante es lo que tú quieras —resumió Sirius al final—. ¿A ti te apetece?

—El trabajo sí, parece que está bien, he estado en otros peores. Si fuese en Londres lo aceptaría al momento —reflexionó ella—. Yo no pensaba quedarme aquí más de dos días... Lo que pasa es que con tres meses que ahorrara ese sueldo, ya tendría una base para conseguir un alquiler en Londres y buscar otro trabajo. Quizá incluso con esta experiencia laboral se me abriría alguna puerta... Dumbledore dice que es un centro muy famoso y él tiene pinta de ser influyente. O un vendehúmos profesional, no sé.

—Sí que es rico y reputado. Tiene un montón de libros, se estudian en muchas universidades. También es famoso por ser excéntrico... pero sigo pensando que es un buen hombre.

Bellatrix asintió.

—Lo que no comprendo es esa obsesión tuya con Londres —comentó Sirius—. Sé que es nuestra ciudad, pero dado nuestro pasado con ella, yo agradecí mucho encontrar otro hogar. No tienes nada ahí, ¿por qué tantos deseos de volver?

—Porque quiero encontrar un hogar —confesó Bellatrix.

—¿Y eso no es posible aquí? ¿Y más ahora que tienes trabajo?

—No lo creo... Este pueblo es muy pequeño y... No creo que aquí conozca a nadie —murmuró en voz baja casi avergonzada.

—Ah... ¿Te refieres a...?

Hubo unos segundos de silencio mientras se centraban en sus copas. Sirius nunca pensó que Bellatrix quisiese una familia, pero nunca hablaban de ese tema.

—Es cierto que aquí no hay muchas posibilidades... —continuó Sirius— Pero me tienes a mí.

—Tú tienes tu propia familia y amigos, Sirius. Sé que me acoges encantado —se adelantó ella— y me encanta estar contigo. Pero imagínate cómo me siento siendo incapaz de tener mi propia casa o mi propia vida, dependiendo de ti como cuando tenía tres años y no me sabía atar las zapatillas. Ponte en mi lugar: imagínate viviendo en mi casa con mi marido.

La expresión de Sirius se hizo más dura, pero comprendió su punto de vista.

—Está bien, de acuerdo. Sé que vivir con nosotros no es lo ideal, pero así podrás ahorrar tu sueldo y en tres meses o lo que sea, irte a probar de nuevo en Londres.

—Entonces ¿te parece bien que acepte? —preguntó Bellatrix.

—Sí, claro. Tengo que comentarle a Marlene que te quedarás un tiempo más, pero no habrá problema.

—Ah, sí... Ya me dirás si le parece bien antes de aceptar. Si me tuviera que quedar en la residencia de Hogwarts no aceptaría, no quiero encerrarme ahí con esa gente tan rara.

—Como si tú fueses normal, Trixie —sonrió Sirius.

Ella sonrió también, tenía razón.

A mediodía Sirius le confirmó que había hablado con Marlene y no había ningún problema, así que por la tarde volvió a casa de Dumbledore y aceptó su propuesta.

—¡Estupendo! Quedamos en tu garaje mañana a las 7:30 h, subimos juntos a Hogwarts para que memorices bien la ruta y firmamos el contrato. ¿Te parece?

Bellatrix asintió y se estrecharon la mano para sellar el pacto.

Al día siguiente, a la hora acordada, Dumbledore llamó al timbre. Sirius salió a saludarlo y a dedicarle una mirada de «Te asesinaré si le pasa algo a Bella». Después se marcharon.

La firma del contrato fue bien, repasaron todas las cláusulas y finalmente firmaron. Ahí comenzó la jornada de Bellatrix. Fueron al centro de control, donde reconoció a Minerva

—Lo primero es la selección —comentó Dumbledore alegremente—. Tienes que realizar un test en el ordenador y te dirá a qué casa perteneces.

—¿Perdón?

—Ya te expliqué el sistema que utilizamos en Hogwarts para clasificar a los animales en cuatro casas. Hacemos lo mismo con los trabajadores. Habrás visto que Minerva va de rojo, porque su casa es Gryffindor o, por ejemplo, Filius tiene un mono azul porque es Ravenclaw.

Se notaba que al hombre le emocionaba y enorgullecía el sistema. A Bellatrix no. Le resulta absurdo e infantil y se negaba a que un ordenador le dijese de qué color vestirse, ¡ni que fuese un payaso! Con esas mismas palabras lo expresó cruzada de brazos. Dumbledore la contempló en silencio y al poco respondió:

—Sí, es cierto. Contigo no hará falta, está claro.

El director llamó a uno de sus subalternos a quien dio un par de órdenes. Pronto, el chico reapareció con un mono verde oscuro en un envoltorio de plástico y unas botas bastante flexibles. A Bellatrix le agradó que todo fuese nuevo.

—Espero que sea tu talla —sonrió Dumbledore entregándoselo—. Ahí al fondo hay un baño con vestuario para cambiarte mientras busco a tu encargado.

Bellatrix asintió y se fue a cambiar. Comprobó que había además una etiqueta de tela con una serpiente bordada y su nombre. Debían de haberlo estampando en ese mismo momento. Efectivamente era de su talla, incluso le favorecía. Se enfundó las botas y volvió al cuarto principal. Minerva la contempló con la mirada dura habitual en ella, pero no comentó nada.

—Ah, estupendo, Bellatrix. Eres slytherin sin ninguna duda —alabó Dumbledore que había regresado—. Este es Severus Snape, el jefe de Slytherin. Él te guiará por aquí, pero si está ocupado puedes preguntar a Minerva o cualquier otro.

Bellatrix asintió y estudió en silencio al hombre. Debía de tener unos tres años más que ella y su pelo y sus ojos también eran oscuros. Hasta ahí las semejanzas. Por lo demás, parecía un ser amargado, en su gesto hosco, su cabello grasiento y su pose (intimidatoria para otros pero ridícula para una expresidiaria) había trazas de ello. Su nariz ganchuda era particularmente desagradable. En su mono —que le quedaba bastante peor que a ella— ponía "Snape". Él también la examinó a ella, escrutando su rostro sin hacer ningún comentario. Hasta que al final le tendió la mano y con voz fría se presentó:

—Snape.

—Black —respondió ella en tono entre solemne y burlón.

El hombre arrugó la nariz, no parecía agradarle su apellido. No comentó nada, solo preguntó:

—¿Empezamos?

No esperó respuesta, se giró y echó a andar con presteza sin asegurarse de que Bellatrix lo siguiera. Ella lo hizo, decidiendo que ese hombre no le caía bien. A ver si no acababa con un abrecartas en el cuello como su anterior encargado...

Snape le enseñó primero la que sería su taquilla y le explicó que le dejarían otro par de monos de recambio. También le entregó una tarjeta para que fichara al entrar y salir. Le enseñó las principales salas, sin darle opción a preguntas o comentarios (tampoco es que ella desease hacerlos). Por último, le resumió las principales tareas que llevaban a cabo.

—Creo que esas las puedo hacer bien, las que implican conducir un jeep. Soy buena conduciendo —comentó por si necesitaba saber en qué puesto ponerla.

—Muchos lo son —atajó Snape.

—¿Usted lo es?

—No es de su incumbencia.

—No tiene ni carnet, ¿a qué no? —preguntó Bellatrix divertida.

Calaba muy bien a ese tipo de gente gracias a su experiencia. La respuesta fue una mirada despectiva.

—De momento su labor va a ser otra —comentó señalándole un ordenador en la sala de monitores—. Antes de ayer rescatamos a ese zorro y lo tenemos en observación. Esta de aquí es su ficha. Ha de contemplarlo y comprobar que su conducta sea adecuada.

—¿Cómo sé cuál es la conducta adecuada de un zorro?

—¿No tiene usted ninguna experiencia? —replicó Snape despectivo.

Bellatrix sospechó que sabía la respuesta, solo quería hacerla sentir incómoda. Y lo consiguió, pero disimuló.

—Aprendo rápido —contestó.

—Seguro —masculló Snape entre dientes.

Colocó sobre la mesa un grueso archivador de plástico con muchas fichas en diferentes fundas. Comprendían a todos los mamíferos que tenían en el refugio, con fotos, descripciones de su conducta y todo tipo de detalles. Bellatrix comprobó en las notas del principio que el propio Dumbledore lo había elaborado.

—Ahí tienes toda la información.

—¿Tengo que vigilarlo en la pantalla?

—Sí. No queremos invadir su espacio ni que se acostumbre a la presencia humana.

—Pero ¿puedo ir a conocerlo?

—No.

—¿Cuánto tiempo tengo que observarlo?

—Hasta que cumpla el primer mes con nosotros. Hoy es el día dos. Apunta lo que encuentres en Wingardium, el programa de control.

A Bellatrix ni siquiera le dio tiempo a preguntar qué programa era ese o si de verdad esperaba que pasase todo el mes mirando a un zorro en una pantalla. Snape ya se había marchado.

—Vaya jefe inútil... —murmuró mientras se sentaba.

Minerva no estaba lejos, pero no se planteó pedirle ayuda. Bellatrix siempre se las ingeniaba para salir adelante. Minimizó la pantalla con la cámara que enfocaba al zorro y pronto encontró el programa Wingardium. Lo abrió y por suerte tenía una interfaz bastante intuitiva; sospechó que también era obra de Dumbledore. Introdujo su usuario (que ya habían dado de alta) y en el localizador metió los datos de la ficha del zorro. Ya lo tenía todo dispuesto. Solo le quedaba pasar seis horas observándolo en la pantalla.

—Ni tan mal. Si me pagan por estar sentada, no tengo quejas —murmuró Bellatrix tan tranquila.

Aun así, no estuvo de brazos cruzados. Estudió las características del zorro y cuando terminó, abrió el manual desde el principio. En su anterior trabajo se estudió las especificaciones de un centenar de coches y motos y se convirtió en una experta pese a lo tedioso que resultaba. Los animales eran mucho más entretenidos, así que se puso a ello.

—Tienes veinte minutos para el almuerzo, puedes cogértelos cuando quieras —la informó McGonagall—. Junto a los vestuarios hay una pequeña sala de descanso y el comedor está en el edificio contiguo, el de los trabajadores.

—Ah, vale, gracias.

Bellatrix se sorprendió al ver que ya habían pasado cuatro horas. Continuó con su labor; no se había traído almuerzo ni le apetecía socializar. Además estaba cómoda, de momento parecía un buen trabajo. Prefería la monotonía que las sorpresas imprevistas...

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro