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Capítulo 6

—Voy a tener que volver a lavar el coche —murmuró Bellatrix cuando por fin aparcó en el garaje de casa.

Los caminos de tierra y los parajes boscosos no se llevaban bien con la limpieza. Entró a casa y al no ver a Sirius ni escuchar a Canuto dedujo que no había nadie. Lo confirmó una nota en la encimera:

¿Dónde te metes, Trixie? No está tu coche, supongo que has salido a dar una vuelta. Las chicas ya han llegado, vamos a comer a casa de los Potter. Estás invitada, ven si te apetece.

Sirius.

PS. Sé que no vendrás, tienes pollo en la nevera.

Bellatrix sonrió al leer el apelativo que Sirius usaba cuando eran pequeños y rio cuando leyó la posdata. Su primo la conocía bien.

Se duchó, se comió el pollo y después dio vueltas nerviosa por casa. Tenía tan pocas ganas (ninguna) de ver a Marlene... Le daba rabia porque a Sirius sí quería verlo: estaba ansiosa por contarle su mañana en Hogwarts. Pero no delante de su mujer. Pesó más el odio hacia ella: cogió las llaves del coche y huyó de nuevo. Fue al lavadero y lo lavó con mimo. No tenía mucho sentido hacerlo si pensaba volver a Hogwarts pronto, pero no habían quedado en firme. Dumbledore solo había dicho que «otro día» verían a los lobos, pero al despedirse no mencionó cuándo y antes muerta que demostrar interés.

Cuando el coche brillaba tanto que Bellatrix veía su reflejo en alta resolución, no le quedó excusa para retrasarlo. Condujo hasta casa y aparcó. Canuto, sesteando en el jardín, trotó a saludarla.

—Has huido tú también, ¿eh? —murmuró mientras se agachaba a acariciarlo—. Ven, entra conmigo. Entre los dos seguro que podemos matarla.

De mala gana entraron en casa. Ojalá estuviera solo Sirius, así podría contarle su aventura matutina... No hubo suerte. La pareja la esperaba en el salón. Le costó todo el esfuerzo de su ser forzar una sonrisa.

—Bellatrix, qué alegría tenerte en casa.

Marlene también estaba haciendo un esfuerzo. Se acercó y se dieron dos besos. Después hubo un silencio incómodo mientras se miraban. Tal como la recordaba Bellatrix: la melena rubia oscura hasta los omóplatos hacía juego con sus ojos ámbar; su expresión serena unida a su cuerpo de curvas marcadas recordaba a las musas del Renacimiento, una belleza clásica que te observaba altiva desde su marco de oro.

—¿Qué tal el mercadillo? —preguntó Bellatrix.

—Era una feria de arte —sonrió Marlene—. Muy bien, vendimos todos los cuadros que llevé.

—Me alegro mucho.

«Encima le va bien el trabajo, no me extraña que Sirius la prefiera» pensó Bellatrix con frustración. Rezó porque Marlene no le preguntase por su trabajo, prefería ahorrarse ese bochorno. Además, seguro que Sirius ya se lo había contado; era la razón por la que la tenían de okupa en su casa...

—¿Y tú qué tal estás? Se te ve bien.

—Sí, al menos estoy tremenda, eso lo tengo —coincidió Bellatrix.

Sirius rio y Marlene mostró una sonrisa incómoda.

—Así somos los Black —zanjó Sirius—. Esta noche vamos a cenar todos al restaurante del pueblo.

—Ah, genial, que os lo paséis...

—Todos te incluye, Bella —la interrumpió Sirius en un tono que no daba opción a réplica—. Por cierto, acaba de venir Dumbledore y ha dejado este sobre para ti —comentó con curiosidad.

Bellatrix cogió el sobre que llevaba su nombre y lo abrió. Contenía una nota (que prefería leer en soledad) y cien libras. Contempló los billetes completamente asombrada. Creyó que —con suerte— Dumbledore le daría veinte libras, con eso se hubiera conformado. Aquello era demasiado... aunque no tenía quejas, juzgó que lo merecía. Con una sonrisa, volvió a guardarlo.

—¿Por qué te da dinero? —preguntó Sirius sorprendido.

—Le he hecho un servicio.

—¿Qué clase de servicio? —inquirió Marlene.

Bellatrix levantó la vista y la miró. Ya había sido amable y complaciente durante demasiados segundos. Podía mandarla a la mierda por cotillear o...

—El pobre hombre quería probar el sexo con una mujer antes de morir. Me lo ha pedido a mí porque soy lo más sexy que ha visto en su vida.

—¡Bellatrix! —la regañó Sirius— No bromees con esas cosas.

—¿Cómo sabes que bromea? —le preguntó Marlene bajando la voz.

—Crees que me pega actuar así, ¿verdad? —respondió Bellatrix manteniendo el tono neutro.

—No he dicho eso.

—¡Nadie ha dicho nada! —exclamó Sirius nervioso.

—Claro que no —convino Marlene—. Es solo que es raro que un señor que no tiene nada que ver contigo...

—Devuélveselo y ya está, Bella, no lo necesitas.

—¡Por qué iba a hacer tal cosa! —protestó ella— ¡Me lo he ganado!

—Este es un pueblo pequeño, la gente habla y no queremos que...

Sirius se interrumpió ahí. Bellatrix dedujo que pensaba que Dumbledore le había dado dinero por pena o por caridad. Tal vez por hacerle compañía en sus charlas de jardín sobre pájaros. Se sintió extrañamente dolida. Con expresión sombría, respondió:

—Tienes razón, me marcho. Voy a por mis cosas.

En Marlene creyó distinguir un ligero alivio; a su primo ni lo miró. Subió a su habitación. Por suerte no había deshecho la maleta, solo había sacado lo poco que iba necesitando. Hizo una bola con su sudadera de dormir y su ropa de deporte y lo apretujó todo para que cupiera también el neceser. Estaba intentando cerrar la cremallera cuando Sirius llamó a su puerta. Como no obtuvo respuesta, entró. Bellatrix ni siquiera alzó la vista, seguía intentando presionar su ropa para que la maleta cerrara.

—Bella... Bella, mírame.

Con delicadeza pero con fuerza, Sirius le sujetó las manos y la obligó a mirarle.

—Lo siento, Bella, ha sido una tontería y...

—Déjame —exigió ella intentando liberarse.

—Trixie —la llamó de nuevo recurriendo a su apodo infantil—, lo siento mucho, de verdad. No sé qué me pasa, estoy un poco nervioso hoy...

La respuesta fue un bufido. Para Bellatrix estaba claro que la vuelta de la invasora no le sentaba bien a nadie.

—Siento lo que ha pasado. No quiero meterme en los tratos que tengáis Dumbledore y tú. Lo que tú hagas, bien hecho estará —aseguró Sirius—. ¿Me perdonas?

Bellatrix se encogió de hombros rehuyendo su mirada y al final respondió:

—Vale, pero me voy igual.

No tenía sentido quedarse ahora que la intrusa estaba en casa.

—No tienes que irte, Bella... Me gusta tenerte aquí, lo hemos pasado muy bien estos días.

—Da igual, ahora ya no tendrás tiempo para estar conmigo.

—¡Claro que sí! Marlene trabaja por las mañanas, está siempre pintando. Y por las noches tampoco viene al bar, suele quedar con sus amigas.

—Ah, pues nada, ya me quedo para entretenerte cuando no pueda hacerlo tu esposa —respondió Bellatrix con frialdad.

—No quería decir eso. Podemos pasar juntos el tiempo que quieras, esté quien esté. Pero sospecho que prefieres las citas menos concurridas, ¿no? —respondió él con una ligera sonrisa.

—Me caen mal tus amigos —manifestó Bellatrix llanamente.

—Eso me duele —reconoció Sirius—. Estoy seguro de que si os conocierais, os caerías bien.

—A mí me duele que he venido muy contenta para contarte mis cosas y no he podido porque os habéis puesto a inventaros cosas sobre mi vida.

—Lo siento, preciosa, te prometo que no volverá a pasar.

—No, no volverá a pasar porque me voy —aseguró Bellatrix con menos seguridad.

—Quédate al menos una semana. No te vayas, ven aquí.

Pese a que ella no se acercó, Sirius la atrajo hacia sí y la abrazó con fuerza. Bellatrix se rindió, no podía pasar mucho tiempo enfadada con él.

—¿Te invito a merendar en la cafetería y me cuentas lo que quieras? —ofreció él.

—Pero so...

—Solo tú y yo —se adelantó Sirius.

—Canuto también puede venir —gruñó Bellatrix.

Su primo rio.

—Me alegro de que le des permiso a mi perro para venir. Vamos los tres entonces.

Cuando salieron de casa Marlene no estaba a la vista. Debía de estar deshaciendo la maleta o habría pasado a hablar con Lily. Mejor para todos.

Ya en la cafetería, Bellatrix pidió su tarta favorita y le relató a Sirius lo que había vivido esa mañana. Dumbledore no le había prohibido contarlo y seguro que imaginaba que a su primo se lo contaría, así que no vio problema.

—¿Todo eso tienen montando ahí arriba? —preguntó Sirius sorprendido.

Bellatrix asintió y le mostró su foto con el halcón:

—Mira, este es Buckbeak.

—Estáis muy guapos, te queda bien como complemento —sonrió Sirius.

Ella estuvo de acuerdo.

—¿Y vas a volver? Me gustaría poder verlo un día.

—No sé, Dumbledore no me ha dicho nada. Si su chófer está recuperado, no me volverá a decir nada. No les he caído muy bien, la mayoría de empleados me miraban raro...

—Me lo creo, pero porque los zumbados son ellos. Me vas a contar que es normal vivir ahí recluido en un monte secreto...

—En sitios peores he estado recluida yo —murmuró Bellatrix burlona.

Sirius sacudió la cabeza y sonrió. Bromearon y charlaron unos minutos más, pero al final tuvieron que volver, se acercaba la hora de la cena. Así que, contra la voluntad de Bellatrix, se reunieron con el matrimonio Potter y con Marlene y fueron al restaurante del pueblo.

Fue una experiencia incómoda para Bellatrix. El resto trataban de incluirla en las conversaciones, pero ella no tenía nada que aportar en temas como pareja, familia, trabajo, vacaciones de verano... Su vida no era como la de ellos. Nunca soñó tampoco con una vida de esas, le resultaba aburrida, pero tampoco tuvo la oportunidad de elegir. Hijos no quería, eso siempre lo tuvo clarísimo; pero alguien que la quisiera... eso estaría bien.

—Vimos a tu hermana Narcissa en la feria —comentó Lily amablemente—. Al parecer su marido colecciona arte, en concreto cuadros de pavos reales.

—Sí... El hortera de Lucius... —masculló Bellatrix.

Le molestó la mención a su hermana pequeña, pero sabía que Lily no lo hacía con mala intención, sino para darle un tema sobre el que hablar. Todos fueron al mismo colegio y se conocían, aunque fuese de vista.

—Está muy guapa y les debe de ir bien, acababan de volver de un viaje al Caribe.

Ese comentario le molestó más porque venía de Marlene. A ella Bellatrix no le atribuía tan nobles intenciones como a Lily; tal vez con motivo o tal vez solo porque la odiaba.

—Lástima que no se ahogaran —murmuró Bellatrix vaciando su copa de vino por tercera vez.

El resto se miraron incómodos y cambiaron de tema. Bellatrix estaba acostumbrada a causar ese efecto. Sirius le colocó una mano en la rodilla bajo el mantel, para tranquilizarla. Lejos de tranquilizarla, solo logró ponerla más nerviosa.

—Te prometo que no te haré venir a más comidas familiares —le dijo Sirius cuando por fin salieron del restaurante—. Creí que podríais llevarnos bien, pero es verdad que no tenéis mucho en común, tenías razón.

—Lo sé —respondió Bellatrix cerrándose bien la chaqueta mientras caminaban hacia casa—. No tengo nada en común con nadie en realidad. Si no fueses mi primo tampoco seríamos amigos.

—¡Claro que lo seríamos!

—No. De milagro lo somos ahora...

«Por pena, más bien» pensó Bellatrix.

Tenía que dar gracias por eso, una década atrás no lo creyó posible. Sirius y ella eran mejores amigos desde que nacieron y lo fueron hasta la adolescencia. Cuando ella se unió a la banda de Voldemort... su primo no estuvo nada de acuerdo. Pese a que ella le daba poca información y trataba de ocultárselo, él dedujo que lo que hacían no era legal y le exigió que lo dejara. Bellatrix se negó. Así, se distanciaron. Cuando detuvieron a Bellatrix nadie fue a verla. Solo Sirius, tres meses después, reunió el valor para hacerlo y preguntarle a la cara si había valido la pena.

—Sí, no tenía otra cosa —fue lo único que respondió Bellatrix.

Ella nunca tuvo facilidad para hacer amigos, el trato que desde pequeña recibió en casa le hizo desconfiar de cualquier ser humano. Sirius fue muy popular en el elitista internado al que los mandaba su familia y acumuló multitud de amigos y admiradores. Eso le quitó el tiempo que pasaba con su prima, pero le salvó de la sombra de su apellido. A Bellatrix nada la salvó.

Tras varias semanas de reflexión y dolor, Sirius comprendió que fue el único apoyo de su prima y la dejó de lado por la popularidad y el éxito social. La arrogancia típica de la adolescencia... pero él nunca quiso hacerle daño.

Por eso le pidió a Remus que fuese su abogado y trató de visitarla en la cárcel. Aunque el lugar era tan deprimente que siempre salía con mal cuerpo. La fue a buscar el día que la liberaron y ahí retomaron la relación. Pero Bellatrix tenía claro que siempre fue por pena.

—¿Vamos a echar la última al bar? —los interrumpió James colocándose entre ambos y pasándoles los brazos por los hombros— El dueño es idiota, pero nos hace descuento.

Bellatrix se tensó al momento. Sirius esbozó una mueca de fastidio, ni siquiera le replicó que debía referirse a sí mismo porque poseía la mitad del negocio. Pero aceptó.

—Yo vuelvo a casa, estoy cansada —respondió Bellatrix al momento.

Nadie le insistió en que se quedara, estaba claro que deseaba huir y se lo permitieron.

—Otro día raro —murmuró mientras se metía en la cama—. Al menos hoy he ganado dinero.

Cerró los ojos y empezó a hacer cuentas de cuántas semanas podría sobrevivir en Londres con lo que tenía hasta que lograse encontrar trabajo. No eran los pensamientos más agradables, pero al menos se distraía. Lo que no logró fue dormirse.

Dos horas después escuchó volver a la pareja. Se tapó bien con la manta e intentó de nuevo conciliar el sueño. Se quedó paralizada cuando escuchó que su puerta se abría con cuidado.

—Bella, ¿estás despierta?

Ella se quedó inmóvil.

—Seh, estás despierta. Desde pequeña te despiertas con el mínimo ruido, Trixie, no cuela.

—¿Estás borracho? —preguntó Bellatrix entrecerrando los ojos— Esta no es tu habitación.

—Qué gracia que pienses que todavía logro emborracharme... He bebido demasiado en esta vida, mi cuerpo es todo alcohol.

—Pues vete a flotar a otra parte, aquí estamos durmiendo.

Sirius rio en voz baja y se acercó a ella.

—Solo quería decirte que no es verdad. Que estaríamos juntos en cualquier universo alternativo.

Ella no respondió. Sirius la contempló unos segundos bajo la escasa luz que entraba del pasillo. Al final murmuró un buenas noches y se marchó.

Esa noche Bellatrix no durmió tan bien. La habitación seguía siendo agradable, la cama muy cómoda y su primo, la única familia que tenía de verdad, estaba cerca. Aun así, no lo sentía de verdad, no sentía que perteneciera a ninguna familia. Estaba en el hogar de otros y se durmió con el miedo de no encontrar nunca uno propio.

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