Capítulo 4
Al día siguiente Bellatrix se levantó temprano. Como la noche anterior se acostó pronto, pudo reunir fuerzas para salir de la cama cuando olió el bacón frito. Bajó y Sirius estaba preparando el desayuno.
—Tú tan pronto por aquí —se sorprendió gratamente su primo.
—Me estás contagiando tus trastornos.
—Claro que sí, coge un plato. No me gusta salir a correr con el estómago vacío.
—¿Y los huevos con bacon no son demasiado pesados?
—No para un Black. Estamos hechos a prueba de bomba.
—La bomba somos nosotros —sentenció Bellatrix con tono plomizo.
Aun así hizo sonreír a Sirius, que le sirvió el desayuno y se sentó frente a ella. Eso le gustó a Bellatrix, desayunar juntos. Ahora era capaz de disfrutar de esos pequeños placeres que tanto tiempo le fueron negados... y que solo eran temporales. En un par de días volvería la estúpida de Marlene y le quitaría a su primo. Eso le recordó a algo:
—¿Quién es el viejo loco que vive en la otra acera?
—Tendrás que afinar más, eso describe a medio pueblo.
—Alto, raro, unos sesenta... Con pinta de mago antiguo, como Merlín pero drogado.
—Dios te conserve esa imaginación, Bella —sentenció Sirius con solemnidad pero sin saber a quién se refería.
—Me dijo que sois amigos. Un zumbado de los pájaros...
—¡Ah! ¡Albus! —exclamó Sirius— Sí que es especial, sí... pero es buena gente. Bastante misterioso y reservado, eso sí. Suele salir por las mañanas por las montañas, creo que tiene un refugio para aves o algo así. Le lleva Ernie, su chofer, otro vecino. Casi nunca viene al bar durante mi turno, pero en su día hacía de canguro de Harry, así que suele venir a las fiestas de los Potter y comemos para Navidad y fechas importantes.
Bellatrix asintió mientras se tomaba el café.
—¿Y su marido?
Sirius tardó más en responder.
—Grindelwald es... no se parece a Albus. De él sé todavía menos, ni siquiera en este pueblo con tantos cotilleos conocemos su vida. Es empresario, según tengo entendido, viaja bastante. Su tía-abuela Bathilda vivió aquí toda su vida y le dejó la casa frente a la de Albus. Ella era buena mujer, historiadora, pero él... No sé, da mala espina.
—¿Es desagradable?
—Todo lo contrario. Un dechado de elegancia y educación. Viene casi todas las noches al bar, es el que viste la otra noche. Nuestro bar es el único al que mandan el exclusivo vino francés que le gusta; es lo que tiene mi don de gentes —se jactó Sirius que conservaba a muchos amigos de su época de trotamundos—. Todo en él es exquisito y puede ganarse a cualquiera con un par de frases. Pero creo que hay algo debajo, ¿sabes? Algo turbio, oscuro.
Bellatrix asintió con curiosidad (aunque tampoco mucha, pocas cosas le importaban en esos días).
—Vamos, es lo que se rumorea. Y mi intuición basada en lo que aprendí de nuestra familia —apuntó Sirius con sorna.
—Comprendido —aseguró ella—. ¿Cómo fue la noche?
Cambiaron de tema y no volvieron sobre los vecinos. Cuando terminaron de desayunar, Sirius la invitó a salir a correr con él, pero Bellatrix no tenía ropa de deporte.
—Solo me compraba prendas que pudieran servirme para el trabajo: pantalones negros, camisas blancas... Sí que tengo unas deportivas, pero ningún chándal.
—Bah, seguro que Marly tiene algo que te sirva.
Bellatrix protestó sonoramente, no quería ponerse la ropa de esa estúpida (aunque no usó esos términos). Dio igual, Sirius ya estaba rebuscando en el armario de su mujer.
—Este pantalón debería servirte... —murmuró arrojándole un pantalón deportivo azul oscuro.
De mala gana, Bellatrix se lo probó.
—Me queda ancho —protestó.
Sirius se acercó a ella le ajustó la cuerda de la cintura y se lo ató.
—Así no se te cae. Toma, ponte una camiseta mía, no distingo cuales de las de ella son de deporte y cuales normales.
La camiseta de Sirius le quedaba enorme, pero de eso Bellatrix no protestó. Se puso sus deportivas gastadas y se miró al espejo. «Parezco una obra de arte abstracto» suspiró. Eso hizo reír a Sirius, que la besó en la sien y le aseguró que estaba perfecta. En el jardín se les unió Canuto y así salieron a correr los tres.
Sirius abría la marcha, él conocía las rutas buenas para correr sin cruzarse con gente. Empezó suave, más despacio de lo que solía ir pensando que Bellatrix no estaría entrenada. Se equivocó. Su prima igualaba el ritmo sin problema. No había vuelto a entrenar en serio desde la cárcel, pero el resto del tiempo, con el ritmo de vida que llevaba, tampoco paraba un minuto. Así que aguantó bien. Y cuando se empezó a cansar, no lo demostró. Quería que Sirius viera que se le daba bien y era la mejor compañera para correr. Volvió a casa exhausta, pero logró disimularlo.
—Ha estado bien —jadeó.
—¡A que sí! —exclamó Sirius— Ninguno de mis amigos quiere acompañarme, pero a mí me encanta correr por estos montes, me ayuda a despejar la cabeza.
Bellatrix solo forzó una sonrisa y asintió, no se veía con la capacidad de juntar más palabras. Sirius se entretuvo preparándole el desayuno a Canuto y comentó:
—Dúchate y te llevo de ruta por los pueblos.
—¿Qué? —inquirió al momento. Imposible, no podía dar un paso, había confiado en volver a la cama.
—Lo que te dije de ir con la moto a ver los lugares bonitos.
—Ah... Bueno.
Implicaba ir en moto con Sirius, eso le gustaba, así que no se opuso pese a su falta de energía. Subió a ducharse y lo hizo con bastante rapidez (otro hábito adquirido en prisión). Se puso una camiseta fina y unos vaqueros oscuros y salió al pasillo.
—Oye, Siri, ¿qué...?
Se interrumpió al ver a su primo, que acababa de salir de la ducha y llevaba solo la toalla enroscada en la cintura.
—¿Qué? —inquirió él.
—Eh... Nada, es igual —respondió Bellatrix que en absoluto recordaba la pregunta.
Su primo asintió, iba a vestirse cuando repentinamente recordó algo. Se giró y dándole la espalda, preguntó:
—Mira, ¿te gusta?
Bellatrix lo miró con cierta sorpresa, pero sin ningún recato.
—Me encanta —aseguró.
—¿Ves el detalle de las plumas?
Ella frunció el ceño desconcertada. Alzó la vista y comprendió que el objeto a observar era el tatuaje de un hipogrifo que su primo lucía en el omoplato. Aunque estaba muy bien diseñado, eso era mucho menos impresionante. Le hizo un par de cumplidos y Sirius se marchó a vestirse.
—Cógete una chaqueta, tendrás frío —le advirtió.
Bellatrix cogió una bastante ancha y se la colocó sin abrochársela. Sirius abrió el portón del garaje y se acomodaron en su moto que había mejorado él mismo. Bellatrix se agarró a su cintura, no con demasiada fuerza porque tampoco era justificable con la velocidad que llevaban. En cuanto salieron del pueblo y entraron a la carretera, gritó por encima del viento:
—¡Más deprisa!
Su primo la complació sin problema, a ambos les encantaba la velocidad. Cuando alcanzaron el límite, Bellatrix se agarró más fuerte a Sirius pegándose a su espalda.
—¡Más rápido! —exigió— ¡Tienes pasta para pagar la multa!
El viento le impidió escuchar si Sirius respondía. No debía de estar muy a favor, porque Bellatrix notó que la moto empezaba zigzaguear, como si no la controlase bien. No tuvo clara la causa: estaba segura de que Sirius solía ir a esa velocidad y a mucha más. Aun así, se calló para que pudiera concentrarse. Tampoco deseaba que murieran los dos. Cuando llegaron al primer pueblo, aminoró, Bellatrix se separó ligeramente y Sirius pareció que volvía a centrarse.
—Mira, ese es el campo donde James entrena a los chavales —le indicó Sirius mientras recorrían el pueblo sobre dos ruedas—. Y ese restaurante italiano está muy bien, vendremos algún día. ¡Uy, mira! En ese pub hacen conciertos muy buenos.
Cuando terminaron con aquel lugar, volvieron a la carretera para seguir la ruta. Le enseñó otro pueblo y después callejearon por Harsea, la ciudad más próxima. La gente de los pueblos acudía ahí a abastecerse cuando necesitaba algo fuera de la rutina. Bellatrix comprendió que juntando todos aquellos lugares tenían una amplia oferta de ocio, restauración y cultura que poco tenía que envidiar a Londres. Lo pasaron bien esa mañana.
Al volver a casa Sirius preparó la comida. Cuando llamaron al timbre le pidió a Bellatrix que saliera a abrir. Era James, que aparecía para comer. Él y Bellatrix se miraron con incomodidad por una parte y desprecio por la otra. Pero aun así, se sentaron los tres juntos.
—¿Hay algún banco aquí? Quiero mirar si me han ingresado ya lo del despido —comentó Bellatrix mientras comían.
—Sí, hay uno, justo al otro lado del pueblo. No hemos pasado por ahí, puedo acompañarte —apuntó Sirius.
—Recuerda que me tienes que llevar al entrenamiento —intervino James—. Lily se llevó nuestro coche a su viaje con Marlene y estoy sin transporte —le explicó a Bellatrix.
Ella entrecerró los ojos mirándolo con desprecio. Estúpido robaSirius... Su primo exclamó que se le había olvidado y le indicó a Bellatrix el camino para que pudiese llegar sola. Su prima asintió con la certeza de que se perdería por el maldito pueblo. Cuando terminó de comer murmuró que subía a su cuarto a relajarse un rato.
Lo que hizo fue echarse una siesta de tres horas. Entre salir a correr, la ruta por los pueblos y lidiar con el robaSirius, estaba agotada. Cuando se despertó, la casa estaba en paz, solo Canuto sesteaba en el salón. Se vistió y partió con su tarjeta en busca de la sucursal bancaria. No fue fácil: en primer lugar, no conocía la ruta. Y en segundo, quería esquivar la casa del loco de los pájaros. No le agradaba la idea de verlo a la luz del día.
Al final dio con la diminuta oficina en la que solo había una máquina donde comprobar la tarjeta. Le costó encontrarla mucho más tiempo del que iba a reconocer. Sintió emociones mezcladas cuando vio el ingreso del dinero de su despido. Por un lado, tenía por fin algo para ir tirando; por otro, ya no tenía excusa para quedarse con Sirius. Aunque al día siguiente volvía Marlene, ese era un gran aliciente para marcharse... Regresó a casa dándole vueltas a esa decisión.
—Volver a Londres tampoco es que me solucione la vida... —murmuró— De nuevo diez horas diarias echando mi currículum para que nadie me llame...
Llegó y Sirius no había vuelto; la recibió un muy ansioso Canuto. Había despertado y quería pasear. Bellatrix lo dedujo porque la llevó hasta el salón y ladró señalando el aparador donde estaba su correa.
—Vale, vale, ahora te saco, calma —le ordenó mientras le ponía el arnés—. Espera un momento que suba a dejar mi tarjeta, en este pueblucho no la voy a necesitar...
Le sorprendió ver tres bolsas sobre su cama. Ella no había dejado nada. Las abrió y comprobó que se trataba de dos camisetas y dos pantalones de deporte. También había una chaqueta cortavientos y unas deportivas nuevas. Todo en verde oscuro y negro, muy elegante. Era de una marca buena y estaba claro que eran regalos para ella. Sirius debía de haber salido fuera del pueblo para adquirirlo. Se lo había comprado para que pudieran ir a correr juntos. Bellatrix lo observó y casi lloró.
Hubiese llorado de la emoción no ser porque Canuto apareció ladrando, como preguntando a qué se debía el retraso. Bellatrix se frotó los ojos, dejó la ropa sobre su cama y salió con el perro.
—¡Cálmate! —le ordenó— Menuda fuerza tienes...
Canuto iba muy contento, correteando de un lado a otro y arrastrándola detrás. Por suerte se cruzaron a poca gente, el día se había nublado y no apetecía mucho salir.
A Bellatrix le sorprendió cuando un coche rojo se acercó a bastante velocidad. Aun desde lejos, su ojo profesional supo distinguir el Lamborghini Diablo. Un modelo carísimo y bastante macarra. A ella le gustaba, pese a ser tan ostentoso que rozaba lo vulgar. Tuvo claro que estaba de paso, que cruzaba el pueblo y no pararía ni muerto en un agujero así.
Cuando se acercó, comprobó que se trataba de un hombre joven, de la edad de Sirius. Tenía el cabello rubio oscuro y actitud ligeramente altiva. Se la quedó mirando también, le sonrió y le guiñó un ojo, pero Bellatrix siguió contemplándolo impertérrita. Estaba acostumbrada a ese tipo de hombres y no le atraían especialmente (solo un poco). Él se marchó y ella continuó su paseo.
Canuto la tuvo una hora dando vueltas por el pueblo, meando y remeando cada árbol y cada seto que encontraba. Cuando por fin volvieron a su hogar, comprobó que Sirius había vuelto (sus dos vehículos estaban en el garaje), pero él no estaba en casa. Debía de haberse marchado al trabajo. Así que Bellatrix fue a la taberna.
Ahí estaba, atendiendo a una pareja en una de las mesas. Su prima se sentó en la barra y esperó a que volviera. Le dio las gracias por la ropa y le aseguró que no era necesario.
—Claro que sí, así ya la tienes, por si cuando vuelvas a Londres quieres seguir entrenando. Por cierto, ¿te han ingresado el dinero?
—Todavía no —mintió Bellatrix.
—No te preocupes, ya sabes que puedes quedarte el tiempo que necesites. Yo estoy contento de tenerte aquí y creo que Canuto más.
El perro no había ocupado su lugar junto a la chimenea, sino que se había quedado a los pies de Bellatrix para que le acariciara.
—Como hoy has llegado pronto aún nos queda empanada —informó Sirius—. La ha preparado Eleanor a mediodía.
Le sirvió un pedazo con un whisky y Bellatrix lo devoró satisfecha. Sirius atendía a los clientes que iban llegando y cuando tenía un rato libre, se acercaba para charlar con ella. Estaban hablando de coches cuando recordó el incidente de esa tarde.
—Ha pasado un tonto con un Diablo —murmuró la chica.
—¿Un Lamborghini? —inquirió Sirius.
Bellatrix asintió.
—Lestrange —sentenció su primo.
Ella le miró sorprendida, en absoluto esperaba que le diera un nombre.
—No creo que nadie más en esta zona tenga uno así. Vive en Londres, pero viene de vez en cuando a ver a Grindelwald, creo que tienen algún negocio en común. No sé, no me cae bien.
Su prima asintió sin pedir más detalles. A ella también le caía mal mucha gente sin motivo, solo por el placer de odiar.
Ese día hubo pocos clientes, así que Sirius cerró pronto y se marcharon a casa. Bellatrix se metió en la cama, pero no podía dormir. La angustia e inseguridad sobre su vida la acechaban con más fuerza en las noches. Se revolvió en la cama durante una hora, pero al final se rindió y se levantó. Salió de su habitación intentando no hacer ruido, pero no hubiera sido necesario.
—¿Bella? —la llamó Sirius.
Ella se acercó a su dormitorio. Tenía las cortinas a medio correr, con la luz que entraba pudo distinguir a su primo tumbado en su cama con su misma actitud insomne.
—¿Tú tampoco puedes dormir?
Bellatrix asintió acercándose. Sirius dio un golpecito en la cama, invitándola a que se tumbara con él y ella no dudó. Estuvieron mirando al techo durante varios minutos, haciéndose compañía en el silencio.
—Es como cuando de pequeños nos escapábamos a mirar las estrellas —murmuró Bellatrix—. Solo que ahora miramos el techo.
—Y no necesitamos escaparnos —sonrió Sirius.
—Yo pensé en escaparme de la cárcel, no me pareció difícil. Pero tampoco tenía mucho que hacer fuera.
Sirius sonrió con una mezcla de humor y tristeza. La atrajo hacia sí y rodeó sus hombros con un brazo. Al momento Bellatrix se acurrucó junto a él y apoyó la cabeza sobre su hombro.
—¿Qué recuerdos tienes de nuestra infancia? —preguntó Sirius en voz baja— Buenos, me refiero. Los desprecios, los insultos y los castigos los tengo frescos.
—Pocos, muy pocos —reconoció Bellatrix—. Recuerdo eso, cuando veníais en verano a nuestra mansión y trepábamos para ver las estrellas y hacer el loco en el tejado.
Eso hizo sonreír a Sirius de nuevo.
—También recuerdo que nos gustaba mucho cuando nevaba. El abuelo nos llevaba al parque y jugábamos con la nieve —murmuró Bellatrix lentamente, como si le costase mucho evocar esas imágenes.
—¿Recuerdas que teníamos unos gorritos a juego? Me lo regalaste por Navidad, tus hermanas y Regulus se enfadaron porque ellos no tenían.
—Sí —respondió Bellatrix sintiendo calor en el pecho—. Los robé de un mercadillo. El tuyo tenía un bordado de un perro y el mío una estrella.
Sirius asintió satisfecho de que lo recordara también.
—Y la pizzería enfrente de vuestra casa —recordó Bellatrix—. Siempre nos escapábamos los dos a comer pizza.
—Íbamos los martes porque era el día más barato y solo teníamos el dinero que le robaba a mi madre —murmuró él—. Creo que aún sigue abierta.
Estuvieron unos minutos poniendo memorias en común, pero no lograron reunir muchas. Los sucesos oscuros habían opacado a los luminosos.
—Eso me da rabia —manifestó Sirius—. Mis padres le dejaron toda la herencia a Regulus y por supuesto él me prohibió poner un pie en Grimmauld. Ni loco volvería yo a esa pocilga —se adelantó Sirius a la pregunta de su prima—, excepto para llevarme los álbumes de fotos.
—¿Había fotos? —inquirió Bellatrix, que era tres años más pequeña y recordaba menos.
—Sí, a mis padres les encantaba enseñarlas a las visitas, fingir que éramos la familia perfecta... Tampoco había muchas nuestras, pero recuerdo que había algunas. Como el año que nos llevaron a la feria o...
Sirius se detuvo ahí porque no logró recordar más. Apenas intercambiaron un puñado de frases más, pero consiguieron dormirse. Pese a los recuerdos tristes, esa noche Bellatrix cerró los ojos muy feliz.
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