Capítulo 27
El primer día del año Bellatrix decidió dar un paseo matutino. Todo el mundo estaba encerrado en sus casas acusando la resaca y esa era su mayor motivación para salir al exterior. Tuvo que reconocerse que así vacío, el Valle de Godric tenía su encanto, con sus calles empedradas, las casitas con jardines cuidados, los árboles y parquecitos en cada esquina... Sí, era un lugar bonito; aunque seguía resultando pequeño.
Al pasar junto a casa de Sirius comprobó que no había ningún movimiento: él también seguía durmiendo. Caminó un poco más, por una bocacalle en la acera frente al bar, disfrutando del silencio. Hasta que el sonido de unos golpes en el cristal la sobresaltaron.
—¡Bellatrix!
Descubrió que en la casa junto a la que pasaba en ese momento vivía Eleanor. La había visto desde su salón y había golpeado suavemente el cristal de la ventana para llamar su atención. No abrió la ventana porque hacía frío, pero la puerta sí.
—¡Feliz año, amor! —exclamó Eleanor abrazándola.
—Eh... Sí... Feliz año a ti también —respondió Bellatrix tratando de disimular la incomodidad.
—Ven, entra. Estamos desayunando, hoy está todo cerrado.
—Ya... Solo estaba dando un paseo... —murmuró Bellatrix.
—Ven a cotillear —insistió Eleanor sin darle opción a negarse—. Además tengo tarta, ayer no llegamos a sacarla en el bar porque la gente prefería beber a comer.
Con la promesa de comida, fue atraída al interior de la vivienda. Ahí se encontró con Julia, que la saludó con amabilidad pero mucho más comedida que su amante (sufría una evidente resaca). Pese a haber sido invitada, a Bellatrix le dio vergüenza inmiscuirse en la escena. Hasta que vio la tarta de nata con fresas y adornos de chocolate.
—Sí que tiene buena pinta... —reconoció.
—Claro, siéntate.
Obedeció y se acomodó en una mesa junto a la ventana mientras Eleanor le servía una generosa porción de pastel. Le ofreció café pero Bellatrix prefirió un vaso de leche. Ya servido el desayuno, mientras las otras dos mujeres tomaban café, continuaron con los cotilleos. Principalmente hablaba Eleanor —le encantaba hablar—, su novia la escuchaba con atención (con toda la que poseía dado el exceso de alcohol de la noche anterior).
—Y vi a Ernie, el conductor de Albus, liarse con la señora Rymford.
—¿Esa señora no tiene como... setenta años? —inquirió Julia.
—Setenta y dos, celebramos su cumpleaños la semana pasada. Pero siempre se ha dicho que en la cama es un prodigio, el muchacho habrá querido comprobarlo.
Julia y Bellatrix se miraron sin saber qué decir. Por suerte no hizo falta contestar: Eleanor siguió dándose conversación y pasando lista de los asistentes que habían celebrado el fin de año.
—Me extraña que no viniera Marlene.
—Porque está estos días con su familia —explicó Bellatrix.
—Nunca se iba en estas fechas. O si se iba, Sirius la acompañaba —explicó Eleanor—. Pero no lo dejaba solo. Sirius es como un perrito, igual que Canuto, no le gusta estar solo —respondió Eleanor divertida.
—No está solo, yo estoy aquí —aseguró Bellatrix—. Y tiene muchos amigos.
—Sí, sí, le encanta todo eso. Para eso organiza la fiesta, para juntar cuanta más gente y amigos posibles, eso le encanta. Pero es raro que faltara Marlene...
—Igual ha tenido que ir a ver a su familia, algún enfermo o algo así —sugirió Julia.
—Umm... Puede ser... —murmuró Eleanor—. Es amable esa chica, aunque no viene nunca por el bar, no tenemos mucho trato. Una vez se puso celosa porque toco mucho a Sirius —rio divertida al recordarlo.
—¿Qué? —replicó Bellatrix dejando la tarta por un momento.
—Yo soy muy de tocar y abrazar y besuquear —comentó Eleanor alegremente—. Y a Sirius siempre estoy abrazándolo y arreglándole el pelo... Es el mejor jefe del mundo. Su mujer se puso celosa un tiempo... Y cuando me enteré me reí tan fuerte que la avergoncé, le expliqué que me encanta comer, pero un pene ni muerta.
Ante eso, Bellatrix soltó una carcajada. Esa mujer no estaba bien de la cabeza, pero era graciosa y tenía un mundo interior muy particular.
—¿No tuvo celos de ti? —le preguntó entonces Eleanor.
—¿De mí de qué? —inquirió Bellatrix.
—De que vivieras con ellos y Sirius te quiera tanto.
—Soy su prima... Soy familia de Sirius antes que ella. Y no hay nada raro.
La respuesta fue un murmullo contemplativo y una mirada de reojo a Julia, que no intervino. Por suerte los siguientes a diseccionar fueron Dumbledore y su marido y Bellatrix se destensó. Le sorprendió que pese a que esa mujer se enteraba de todos los cotilleos del lugar, de Grindelwald apenas sabía nada. Y eso que él sí que visitaba el bar... Aunque era inmune a sus encantos, claro.
Cuando hubo pasado lista a todo el pueblo, Bellatrix le dio las gracias por el desayuno y les deseó que pasaran buen día.
—Os dejo para que Julia se pueda ir a dormir —se despidió.
—Muchas gracias —respondió Julia con genuina gratitud.
—¿Cómo que dormir? —escuchó Bellatrix que protestaba Eleanor mientras ella salía de casa—. Ya hemos dormido cinco horas, ¡tendremos que echar el primer polvo del año!
Bellatrix cerró con rapidez para darles intimidad, aunque caviló que tampoco le importaría mucho ser invitada también a ese acto... Ambas eran muy atractivas.
De vuelta a su casa, al mirar hacia la de Sirius, vio a Canuto pegado a la ventana. Se acercó y le saludó a través del cristal. El perro rascó el cristal como queriendo salir. Su amo estaba durmiendo y nadie le había sacado.
—¡Espera! ¡Ahora vuelvo, voy a por mis llaves! —le gritó Bellatrix.
Como si la hubiese entendido, el perro se sentó y la observó correr hacia su casa. Bellatrix volvió al poco con las llaves, no quería despertar a Sirius. Dejó una nota para que Sirius no pensase que Canuto se había fugado si se despertaba antes, cogió el arnés y su correa y se lo llevó de paseo. Cuando pasaron por su casa, de nuevo alguien la contemplaba tras la ventana. Era Saiph, que no entendía por qué paseaba con un peludo de cuatro patas que no era él.
—Madre mía... Hoy está medio pueblo de resaca y el otro medio espiándome... —suspiró Bellatrix—. Ven, Canutín, te presento oficialmente a Saiph.
Abrió la puerta de casa y el gato se asomó tentativamente. Él y Canuto se miraron, entre el miedo y la desconfianza. Bellatrix los presentó pero no les permitió acercarse, mejor ir poco a poco. Como hacía frío pronto Saiph volvió a meterse a casa y Bellatrix y Canuto retomaron su paseo. Se alejaron hacia los montes por los que corría con Sirius y el perro correteó feliz por toda la zona. Ya cansado y satisfecho, una hora después volvieron al pueblo.
La puerta se abrió antes de que Bellatrix tuviese tiempo de sacar sus llaves.
—¿Qué hacías en la puerta, Siriusín?
—Os he visto venir por la ventana.
—¡Otro! ¡No puedo con este pueblo! —protestó ella.
Su indignación desconcertó a Sirius, que pronto supuso que era otra de sus historias internas que solo ella comprendía. Así que pasó a otro tema:
—¿Me puedes decir qué es esto?
—La nota que te hemos dejado —respondió Bellatrix como si fuese obvio.
Sirius la miró, se aclaró la garganta y leyó en voz alta:
—"Hola, papi. Te quiero mucho, pero no me gusta tener un padre alcohólico que bebe demasiado y no tiene tiempo para pasearme. Así que me voy de casa. No te puedo decir un lugar: iré allá donde mis peludas patas me lleven. Los bocadillos de salchicha que me preparabas siempre estarán en mi corazón y mi estómago. Con amor, Canutín pequeñín".
Pese a que trató de mantener el rostro neutro, Bellatrix terminó de escucharlo con una enorme sonrisa ante la obra literaria que había creado.
—No estás bien, Bella... No lo estás —suspiró Sirius guardando la nota—. ¿Tienes hambre? ¿Te preparo algo?
—No, he zampado mucha tarta con Eleanor.
—¿Con Eleanor? ¿Cuándo has estado con ella?
—Justo antes de que procediese a follar con su novia.
—¿Qué?
—Llevo una mañana muy ajetreada —suspiró Bellatrix tumbándose en el sofá.
Sirius le aconsejó que se calmara, no podía ser bueno empezar así el año. Él tampoco tenía hambre, se limitó a beber agua y zumo para depurar su cuerpo (era experto en gestión de resacas). A Canuto sí le preparó pollo a la plancha que le mezcló con su pienso y el perro devoró satisfecho. Después de recoger, Canuto se tumbó en su alfombra favorita y Sirius volvió al salón.
Bellatrix veía la tele sin mucho interés tumbada en el sofá.
—¿Qué ves?
—El campeonato de saltos de esquí —murmuró adormilada—. Creo que va a ganar el ruso.
Sirius contempló a los atletas que se deslizaban por la nieve a toda velocidad. Comprendió que el propósito de su prima era echarse la siesta, a ella el deporte le interesaba entre nada y menos.
—Hazme hueco —murmuró Sirius apartándole las piernas suavemente.
Bellatrix se reacomodó dejando un hueco en el sofá y Sirius se tumbó junto a ella. No llegaron a saber si ganaba el esquiador ruso: se quedaron dormidos antes.
Cuando Sirius despertó ya eran las cinco de la tarde. Y lo hizo porque de nuevo Canuto llevaba la correa en la boca exigiendo ser paseado. Bellatrix gruñó, quería seguir remoloneando.
—Ya voy... —lo tranquilizó Sirius levantándose de mala gana—. Ahora volvemos.
Media hora después volvió, sí. Pero solo. Bellatrix (ocupada saqueando su nevera porque el hambre había vuelto), frunció el ceño.
—Has perdido a Canuto —manifestó.
—Nos hemos encontrado a Harry y me ha suplicado que se lo deje esta tarde.
—¿A Canuto le cae bien ese crío?
—Le da galletas y carne buena siempre que lo ve, ¿tú que crees?
Bellatrix bufó molesta porque el perro se vendiera tan barato, aunque no podía culparlo... Como ese día el bar no abría, Sirius tenía la tarde libre. Así que le ofreció dar una vuelta con el coche. Su prima asintió sin mirarlo; como si le diera igual, como si no fuese su plan favorito pese a su simplicidad. Sirius cogió las llaves y salieron juntos.
Tras arrancar, Sirius encendió la calefacción del coche. Bellatrix se acomodó en su asiento y contempló el atardecer mientras pensaba que, pese a todo, el año había empezado bien. Como siempre que iba con Sirius, apenas se fijó en la ruta. Habían tirado más hacía la parte montañosa y menos habitada, Bellatrix no había conducido por esa ruta que se alejaba de los pueblos principales. Pero le dio igual, estaba muy centrada escuchando a Sirius contarle anécdotas de la noche anterior.
—Es agradable conducir de noche, ¿verdad? —comentó Bellatrix horas después.
—Sí... No suelo hacerlo, de joven lo hacía más.
—Tienes treinta y cinco, Sirius, no hables como si fueses Dumbledore —le reprochó Bellatrix haciéndole sonreír.
—Antes de... Marlene, supongo. A ella le da más miedo conducir de noche por estas carreteras tan mal asfaltadas, sin señales ni nada... Tiene razón, si sucediera algo aquí no sé cómo encontraríamos ayuda.
—Tú conduces muy bien, no necesitas ayuda —zanjó Bellatrix.
Sirius sonrió. Le contó que cuando abandonó el hábito del paseo nocturno en coche, tuvo que buscarse otra ocupación, no le gustaba irse a la cama pronto. Ver la televisión y leer también le aburría pronto. Por eso se adjudicó el turno de noche en el bar, ahí se lo pasaba bien charlando con los vecinos y probando nuevas marcas de alcohol. Bellatrix sonrió.
Se fijó entonces en lo despejada y aislada que estaba esa zona, las primeras estrellas del año se veían con total nitidez. En eso pensaba cuando Sirius salió del camino y estacionó el coche junto a unos pinos. Su prima le miró desconcertada.
—Vamos a estirar las piernas —murmuró Sirius como explicación.
Se pusieron sus abrigos y bajaron del coche. Apenas había farolas en la zona y el suelo de tierra subía en una pequeña pendiente. Sirius echó a andar, subiendo por un camino entre árboles en el pequeño monte en el que estaban. Bellatrix le siguió confiando en que conociera la zona (si no era así le daba igual, se le ocurrían formas peores de morir). Se sorprendió cuando llegaron a lo alto del monte, donde había una construcción que resultó ser un restaurante. Imitaba a una cabaña rústica de dos plantas, con paredes de piedra y numerosos ventanales.
Bellatrix lo contempló a cierta distancia, preguntándose cuánta gente sabría que eso existía. Claramente ese día estaba cerrado. Por eso le sorprendió ver a un hombre muy alto y grande aparecer por una puerta lateral.
—¡Kingsley! —lo saludó Sirius.
El hombre le devolvió el saludo y se acercó. Tenía unos años más que Sirius y su aspecto era imponente, pero irradiaba un carácter noble y amable. Mientras se acercaba a ellos, Sirius le explicó a Bellatrix que era el dueño del Patronus, el restaurante que tenían delante. Eran muy amigos y a ambos les encantaba la hostelería, así que solían intercambiar consejos.
Bellatrix se quedó a cierta distancia recelosa. Empezaba a sospechar que el paseo no había sido casual ni la ruta aleatoria. Shackelbolt no le cayó bien... como no le caía bien todo el que no fuese Sirius. No escuchó la conversación, pues hablaban en voz baja, pero fueron apenas tres frases hasta que Kingsley la vio y comentó:
—Ah, imagino que tú eres Marlene. Nunca voy a vuestro pueblo, a los Merodeadores como mucho, pero...
—No, no. Es mi prima Bellatrix.
El hombre murmuró un "Ah..." y los miró ligeramente desconcertado. Pero al momento recuperó el tono amable y acogedor y se presentó. Bellatrix le estrechó la mano y Kingsley le aseguró que era un placer conocerla.
—En fin, os dejo ya. Tengo a la familia en casa y vivir en medio del bosque es muy bonito pero me cuesta bastante volver. Nos vemos, ¿vale, Sirius? Que lo paséis bien.
—Por supuesto. Muchas gracias, Kingsley —sonrió Sirius con gratitud.
Apenas se había alejado Shackelbolt cuando Bellatrix le preguntó a Sirius de qué iba aquello. Él se limitó a decir "Ven" y a cogerla de la mano cuando vio que no obedecía. Por la misma puerta lateral por la que había salido el dueño, entraron al Patronus. Había dejado las luces y la calefacción encendidas.
Desde dentro, a Bellatrix le pareció todavía más bonito; más encantador, más acogedor. Con techos muy altos y muebles de madera barnizada y pulida, plantas naturales y arbolitos que representaban lo mejor de la naturaleza sin renunciar al confort de los asientos tapizados y sillones de cuero. La iluminación era suave y cálida a través de pequeñas lámparas que se sumaban a una chimenea al fondo de la sala.
—El Patronus es el mejor restaurante de la región, el más valorado —presumió Sirius—. Pese a que está lejos de todo y es difícil acceder, tiene más de un año de reserva. Hoy han abierto para comer, pero para cenar se han tomado fiesta.
—Ah... ¿Y qué hacemos aquí?
—Cenar, evidentemente —sonrió Sirius burlón.
Bellatrix miró a su alrededor frunciendo el ceño. Ahí no había nadie, ni camareros ni cocineros ni clientes. Incluso el dueño se había marchado.
—Te prometí que te compensaría por la cena que no tuvimos el día de mi cumple. Decidí que empezar el año aquí es una buena forma. Por eso le pedí el favor a Kingsley, me lo ha dejado esta noche.
Cuando superó el asombro y sin lograr del todo ocultar la emoción, Bellatrix preguntó:
—¿Te ha... te ha dejado el restaurante solo para... nosotros?
—Así es. Me ofreció dejarme también un par de camareros y cocineros... pero sospeché que cuanta menos gente hubiera, más feliz serías.
Bellatrix se sintió tan sobrepasada que no pudo ni sonreír. Se quedó mirándolo casi temblando y a punto de llorar. Viendo que no podía gestionarlo, Sirius se acercó y la abrazó. Bellatrix lo abrazó también sin decir nada y así logró calmarse un poco.
—Venga, vamos a cenar antes de que se enfríe. Siéntate en la mesa que prefieras mientras voy a por la comida.
Sirius desapareció por la puerta que llevaba a la cocina del restaurante. Bellatrix miró a su alrededor dudosa, nunca se había visto en una situación así. Tras recorrer la sala, eligió una mesa con asientos acolchados junto a uno de los ventanales. Se veían los bosques y las estrellas sobre ellos.
Sirius volvió pronto con un sofisticado carrito en el que les habían preparado una docena de platos protegidos en recipientes especiales para mantener el calor. Hubiese servido para el doble de comensales, pero como se habían saltado la comida, tenían bastante hambre, así que dieron buena cuenta de todo.
—Yo le he dejado el bar alguna vez para celebraciones familiares —le explicó Sirius—. El valle de Godric está mucho mejor comunicado que este monte, así que cuando vienen a verle amigos o familiares de Londres o de donde sea, prefiere quedar ahí. Así no se pierde nadie. Siempre me había ofrecido devolverme el favor...
—¿Y no habías aceptado? —preguntó Bellatrix pensando que ella lo hubiese hecho incluso sola.
—No, no vi la necesidad. Ya hay restaurantes en Harsea y en los pueblos cercanos. No tan buenos como este, claro, ni tan bonitos, pero... son más cómodos de llegar.
—¿Y con Marlene? —inquirió Bellatrix—. ¿Para algún aniversario o algo?
Sirius negó con la cabeza y sonrió, sabiendo que eso hacía que la experiencia mejorase todavía más para Bellatrix. Tras unos segundos añadió:
—Marly se pasaría todo el camino temiendo que nos atacaran lobos o...
—No hay lobos en estos montes —le interrumpió Bellatrix—. Como mucho gatos salvajes.
—Se me olvidaba que estoy con una experta —comentó Sirius divertido—. En cualquier caso no, nunca he venido aquí con nadie. Bueno, cuando está abierto y con gente sí, claro. Con James venimos todos los años a darnos un homenaje.
—Por supuesto que sí, ¡que no se pierda nunca el fuego de ese matrimonio! —ironizó Bellatrix al punto.
Su primo se echó a reír y le dijo que era muy tonta. James no era su marido... porque el cura al que se lo pidieron de adolescentes un día que bebieron demasiado y les pareció divertido no aceptó casarlos. Entre esa y otras anécdotas juveniles terminaron con los postres. Pese a lo satisfecha que estaba, Bellatrix lamentó que hubiesen terminado ya y fuese hora de volver.
—Vamos arriba, por la escalera del fondo —le señaló Sirius.
El plan no acababa ahí. La planta de arriba, de techo abuhardillado, era como un salón que invitaba a beber y relajarse con calma tras disfrutar de la comida. Había sillones orejeros, sillas chaise longue en la que tumbarse y varios sofás. Resultaba especialmente tentador un chéster con una mesita de té y frente al ventanal principal, que mostraba el verdor de los bosques mezclado por el azul de los ríos que los recorrían. Aunque ahora todo se veía más oscuro bajo la luna y las estrellas; más mágico en opinión de Bellatrix.
Mientras ella se acomodaba en el chéster acolchado en azul oscuro, Sirius cogió un decantador de cristal de un aparador y un par de copas. Por el color marrón del líquido, Bellatrix imaginó que era whisky.
—Pensé que tras la fiesta de anoche no querrías probar el alcohol en bastante tiempo —comentó Bellatrix sorprendida porque se sumaría al vino de la cena.
—Mi cuerpo lo aguanta todo —se jactó Sirius—. Además es el mejor whisky del mundo, pruébalo.
Bellatrix tomó la copa que le ofrecía y dio un sorbo tentativo. Rio al comprobar que era batido de chocolate. Efectivamente Sirius había decidido darse un tiempo con los alcoholes destilados. Rellenaron sus copas dos veces mientras jugaban, como de pequeños, a ser borrachos callejeros. A la tercera optaron por beber directamente del recipiente, pasándoselo en un gesto no muy elegante pero mucho más acorde a su carácter.
Bebieron mucho, hablaron poco y contemplaron las estrellas juntos, abrazados en un sofá de diseño en un lugar remoto. Para Bellatrix fue con mucho la mejor cita de su vida.
—¿Por qué se llama Patronus? —preguntó Bellatrix cuando ya casi tenían que marcharse.
—La familia de Kingsley siempre ha contado esa historia de que son como unos espectros de animales que todos tenemos y nos protegen cuando tenemos miedo. No sé si es algo cultural o simplemente se lo inventaron sus padres para infundirle valor en los malos momentos... pero me parece una historia bonita.
—Sí... Lo es —reconoció Bellatrix—. Los nuestros eran más de inventarse que el fantasma de la tia-abuela Cassiopea nos mordería los pies al dormir si nos portábamos mal con las visitas.
Sirius se echó a reír al recordarlo.
—¡Es verdad! Aunque se me fue el miedo cuando encontré una foto de la buena de Cassi y vi que no tenía dientes. Creo que mi patronus sería ella.
Ahí se rio Bellatrix. Le preguntó si, según las creencias de su amigo, cada uno podía elegir el animal que lo protegía. Sirius negó con la cabeza y respondió que no.
—Se supone que va ligado a tu carácter, a cosas que puede que incluso tú no sepas de ti mismo...
—Ya... El tuyo sería un perro, sería Canuto —declaró Bellatrix con seguridad.
—¡Eso he pensado siempre! —exclamó Sirius sorprendido—. Incluso antes de tener a Canuto.
Su prima asintió, para ella estaba claro.
—¿Cuál crees que sería el tuyo? —le preguntó Sirius.
Sin dudar, Bellatrix le miró y respondió: "Tú". Vio el brillo en los ojos de Sirius, vio como abría la boca para decir algo y la forma en que su labio superior temblaba ligeramente. La cerró al final, quizá por miedo o porque no encontró las palabras. Fueron tan solo unos segundos de mirarse y de respiración entrecortada que pronto pasó. Pero aun así, ambos sintieron que habían compartido un momento mucho más intenso que todo lo que habían vivido hasta ese momento.
—Ha estado muy bien —comentó Bellatrix, la primera en rendirse, en tratar de fingir que no había sucedido y cambiar de tema—. Me gusta este sitio.
—Sí... Vendremos algún otro día cuando abran, así podrás probar más cosas.
Bellatrix asintió y bajaron de nuevo. Sirius apagó y cerró todo tal y como su amigo le había indicado y volvieron al coche. Hicieron el viaje de vuelta en silencio, porque ya era tarde, empezaban a tener sueño y tenían con sus pensamientos material de sobra para ocuparse.
—¿Quieres venir a casa? —le ofreció Sirius.
—No, Saiph ya lleva mucho rato solo —respondió ella.
—Canuto dormía con Harry... Estaré solo —murmuró Sirius para sí mismo.
—Ven tú entonces.
Sirius asintió. Media hora después, de forma natural, ambos estaban en la inmensa cama de la casa que ocupaba Bellatrix. Se dieron las buenas noches y ella volvió a darle las gracias por haber preparado toda la velada para ella. "A ti, Bella" murmuró Sirius cogiéndole la mano y cerrando los ojos. Así se durmieron.
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