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Capítulo 26

Durmieron hasta tarde y Bellatrix solo se levantó cuando tuvo ganas de desayunar. Estaba todavía adormilada, calentando la leche, cuando oyó a Saiph golpeando la ventana del salón. Frunció el ceño y fue a ver qué pasaba.

—Saiphito, ¿qué...?

Lo que pasaba es que al otro lado estaba Sirius, golpeando suavemente la ventana para burlarse del gato que quería atacarle pero no podía con un cristal en medio. Saiph parecía profundamente desconcertado y enfadado con la situación. Bellatrix abrió la puerta de la calle y Sirius entró con una sonrisa.

—¿Qué tal has estado? —murmuró abrazándola—. ¿Acabas de despertarte?

—Estaba cansada, llevo una vida muy ajetreada.

—No lo dudo, pero... ¡Ay!

Saiph había aprovechado su distracción y la ausencia de impedimentos para trepar al sofá y arañarle la mano. Tras su ataque, huyó corriendo muy satisfecho.

—Sabía que se vengaría... Es igual que tú.

Bellatrix sonrió, pero no dijo nada. Todavía no se había despertado del todo. Sirius que la conocía, la acompañó a la cocina y le dijo:

—Trae, yo me encargo.

Bellatrix se ovilló en una silla y lo contempló prepararle el desayuno. Mientras, Sirius le contó cosas de su semana con la familia de Marlene, pero ella apenas escuchó, prefería mirarlo. Se enteró solo de que su mujer no había regresado todavía.

—Me he venido yo antes para preparar la fiesta de fin de año.

—¿Mmm? —gruñó Bellatrix para pedir más información.

—La hacemos el treinta y uno por la noche todos los años. Nada especial, solo adornamos el bar y viene mucha gente. Es divertido. Pasado mañana lo verás. Me puedes ayudar a montarlo.

No obtuvo respuesta, su prima tenía por norma no comprometerse a nada antes de desayunar. Pronto Sirius le sirvió un té con leche como le gustaba y también unos huevos revueltos con bacón. Nadie cocinaba tan bien, al menos bajo el criterio de Bellatrix. Cuando juzgó que ya había comido suficiente para empezar a socializar, Sirius le preguntó qué había hecho esos días.

—No mucho... —reconoció— He estado con Saiphy. Y ayer pasé la noche con Grindelwald y Dumbledore, los dos a la vez.

—Te esfuerzas en que suene lo más porno posible, ¿verdad?

Bellatrix asintió con orgullo mientras rebañaba su plato. Después le relató la cena con los vecinos, que no había estado mal. A Sirius le alegró que la integraran en sus planes y se preocuparan por ella.

—¿Tienes algo que hacer hoy? Lo dudo, teniendo en cuenta que te has levantado a las doce.

—Me gusta remolonear con Saiph. Y soy una mujer muy ocupada.

—O sea, que no. ¿Me acompañas al mercado? Tengo la nevera vacía. Luego podemos comer en mi casa y por la tarde ya veremos.

Desde que tenía recuerdos, a Bellatrix cualquier plan con Sirius la emocionaba, aunque fuese llenar la nevera. Ahora que empezaba a aceptar que la realidad no iba a cambiar, se le hacía más cuesta arriba. Era una falsa ilusión, un día de disfrutar de su primo hasta que volviese su mujer.

—Me da pereza, estuve en el mercado ayer... Ve tú y ya nos vemos luego.

Su respuesta extrañó a Sirius, que no recordaba la última vez que rechazó un plan los dos solos. La miró y dudó si preguntar, pero al final asintió.

—Te aviso para comer, ¿vale?

—Acabo de desayunar (y muy bien gracias a ti), no creo que tenga hambre para la hora de comer —sonrió Bellatrix.

Eso descolocó todavía más a su primo. Pero lo respetó y se puso el abrigo. Antes de salir, le preguntó si se encontraba bien. Ella asintió y respondió que la Navidad y la vida social que conllevaba la había agotado. Sirius tuvo que aceptarlo y marcharse a hacer la compra.

—Sé que lo hace con toda su buena intención... pero no es justo, Saiph... Sabe que le adoro, tiene que saberlo... —le explicaba Bellatrix a su gato—. Él lo tiene todo mientras que yo... Mi único amigo es un señor al que le caigo bien porque le ayudo a matar gente. Que me parece bien, nos deja vivir en su casa y su marido me dio trabajo, pero...

Se interrumpió ahí y haciendo balance, concluyó avergonzada:

—No me va muy bien en la vida, Saiph, no lo estoy haciendo bien.

El gatito frotó su cabeza contra su cuello y ronroneó mostrando lo a gusto que se sentía con ella. Él la iba a querer aunque fuese la persona más fracasada del mundo. Eso provocó por fin una pequeña sonrisa en Bellatrix, que se sintió menos sola.

Sirius no se rindió: a las ocho de la tarde volvió a llamar a su puerta. Bellatrix supuso que como sus amigos seguían fuera y el bar estaba cerrado hasta Nochevieja, se aburría.

—Ya he hecho todos los recados.

—¿Y vienes a que te felicite? —preguntó Bellatrix con media sonrisa.

—Hombre, eso estaría bien... Pero me conformo con que cenes conmigo. ¿Te apetece ir a...?

—No me apetece salir de casa —le cortó Bellatrix. Pero como no quería rechazarlo tantas veces en un día, añadió: —Entra si quieres y preparo algo.

—¿Tú vas a preparar algo? —replicó él con recelo.

—Sé hacer sándwiches. Creo...

Sirius entró tras ella y la siguió hasta la cocina. Bellatrix empezó a sacar cosas de la nevera con bastante desgana y pronto su primo se ofreció a echarle una mano.

—Estupendo, haz tú nuestra cena y yo la de Saiph —decidió ella al momento.

En lo que más dinero se gastaba actualmente era en comprarle a Saiph las mejores latas de comida que encontraba en los mercados. Le sirvió una y contempló embobada como devoraba satisfecho. Sirius terminó pronto con los sándwiches y sirvió dos platos.

Mientras cenaban, él le contó un par de cosas, pero a Bellatrix le costaba incluso escucharlo. Aquello le resultaba deprimente, no sabía por qué; probablemente era un problema suyo, esa tristeza interna que amenazaba con ahogarla... pero no lograba salir de ahí. Sirius debió de notarlo porque pronto dejó de hablar.

Cuando terminaron, recogieron lo poco que habían manchado y Bellatrix confió en que se marchase. Ansiaba meterse en su cama para recrearse en sus pensamientos de miseria.

—Ahora el alcohol del postre —comentó Sirius pasando al salón—. ¿Tienes whisky o paso a por una botella?

—No... He bebido mucho antes con Grindelwald.

Su primo la miró en silencio ligeramente preocupado y al final le dijo:

—Eso fue ayer, Bellatrix. Hoy no has bebido con él porque se ha ido con Dumbledore un par de días en Londres.

—Ah... Pues ayer —murmuró ella con cansancio—, todos los días se parecen.

Se dejó caer en el sofá, se ovilló en una esquina y se tapó con una manta. Pronto Saiph apareció y se enterró con ella. Sirius los contempló sin decir nada. Tras varios minutos, comentó con voz suave:

—Entiendo lo que te pasa, Bella...

—¿Ah sí? —replicó ella sorprendida.

—Sí... Le echas de menos.

—¿Eh?

—A Lestrange. No pensé que fuese a durarte tanto, apenas estuvisteis juntos tres meses, pero...

—A veces tres meses es mucho tiempo.

—Lo comprendo —respondió Sirius al punto, no quería parecer insensible. —¿Y no... no podríais solucionarlo? ¿Por qué quiso romper?

No habían profundizado en ese tema y Bellatrix prefería que siguiera siendo así. Se encogió de hombros y murmuró únicamente:

—Quiere a alguien más normal.

—¿Más normal? ¿Te llamó rara? ¿¡Me estás diciendo que el anormal ese...!?

Sirius se interrumpió al recibir una mirada dura de Bellatrix. No, no estaba triste por Rodolphus; pero era el único que se había planteado tenerla como pareja, así que a Bellatrix no le hacía gracia que lo insultara, ni aunque fuese para defenderla a ella.

—Encontrarás a otro mejor.

—Sí, seguro —replicó Bellatrix con sorna—. Hay muchos más millonarios rubios de ojos verdes que me miran con adoración en este pueblo...

—No necesitas que...

Sirius se interrumpió ahí sabiendo que no iban a llegar a ninguna parte con el debate sobre tonos de cabello. Apoyó la mano sobre la pierna de ella y le preguntó si podía ayudarla de alguna forma. Ella negó con la cabeza y le aseguró que ya la había ayudado de todas las formas posibles. A Sirius no le satisfizo su respuesta.

Estuvieron así largos minutos, en silencio, a oscuras, compartiendo sofá. Bellatrix se estremeció ligeramente porque hacía frío, lo suyo sería trasladarse a la cama, pero le daba tanta pereza moverse...

—¿Qué haces? —preguntó cuando su primo se descalzó.

Sirius no respondió, pero la movió suavemente para tumbarse junto a ella. Se tapó también con la manta y la abrazó por la cintura pegándola a su cuerpo.

—¿Mejor? ¿Menos frío? —preguntó él.

Claro que estaba mejor así, era imposible para Bellatrix estar mejor que en esa posición. Pero únicamente respondió con un murmullo suave. Ya no hablaron más, solo se escuchó un exabrupto de Sirius cuando Saiph atrapó su mano y la mordisqueó. Pero hasta el gatito debió de comprender que era hora de dormir, porque se calmó y volvió a ovillarse junto a Bellatrix.

Sirius se despertó cuando la luz del día inundó el salón. En previsión de ello, Bellatrix había subido la manta hasta taparse la cabeza: no se quería mover de ahí. A Saiph se le oía correteando por casa, pero ese ruido nunca la molestaba. Sirius disfrutó unos minutos de la calma de esas primeras horas. Se estaba bien ahí, se notaba que Grindelwald había elegido buenos muebles, el sofá era muy cómodo. Pero al final tuvo que incorporarse.

—Bella —susurró—. He quedado a las nueve con Eleanor para preparar el bar.

La respuesta fue un gruñido de «Y a mí qué me cuentas, estoy durmiendo». Como ella no colaboró, a Sirius le costó bastante separarse y levantarse del sofá. Cuando lo logró, se sentó al borde y se puso los botines.

—Pásate a lo largo de la mañana, ¿vale? —le pidió al bulto que dormía bajo la manta. —Buenos días a ti también, criminal.

Saiph le ignoró, estaba muy ocupado persiguiendo a uno de sus ratoncitos de cuerda.

Poco después, Bellatrix realizó el esfuerzo titánico de levantarse... y llegar hasta su cama. Ahí las cortinas eran mucho más gruesas, así que el sol no molestaba. Se arrebujó bien y le hizo hueco a Saiph cuando se cansó de jugar.

Hubo de levantarse a mediodía porque el gatito tenía hambre. Le sirvió la comida y después lo dejó salir al jardín. No necesitaba supervisarlo: Saiph era muy inteligente y sabía dónde se le quería y se le cuidaba; jamás se escaparía de esa casa.

A mediodía, con enorme desgana, se vistió. No le apetecía ir al bar, pero tampoco quería que Sirius se preocupase (más) por ella y estuviese todavía más pendiente. Soñaba con que estuviese pendiente de ella, pero no de esa forma. No desde la pena y la compasión. Así que acudió a los Merodeadores.

—¡Buenas, Bellatrix! ¿Qué tal las Navidades, cielo? Ya he visto que tienes nuevo compañero de piso —la saludó Eleanor que estaba colgando unas luces en la fachada.

—Sí... Bien, supongo. Se llama Saiph, es muy bueno.

—Tu primo no dice lo mismo... Y por los arañazos que lleva en los brazos me siento inclinada a creerle.

—Es la forma de Saiph de demostrar amor —le explicó Bellatrix.

—Pues lo ama incluso más que tú.

Eleanor rio con su propio comentario y la hizo pasar.

—Ya creímos que no venías... —murmuró Sirius—. Ahora vamos a comer y luego terminamos, ¿qué te va pareciendo?

Bellatrix contempló la decoración del bar, con adornos de globos dorados y negros, guirnaldas de estrellas en los techos y las mesas apartadas para crear una pista de baile. Estaba bonito y más elegante de lo que hubiese previsto. A ambos les satisfizo su valoración.

Comieron juntos. Bellatrix no había tratado mucho con Eleanor, pero le caía bien. Era una mujer cariñosa y con sentido del humor, así que estaba entre las pocas personas del pueblo que toleraba. Por eso aceptó cuando Sirius la invitó a quedarse a ayudar. Pasaron la tarde en el bar, decorando y bebiendo cerveza (lo segundo sobre todo).

Al día siguiente despidieron el año juntos. Bellatrix se obligó a ponerse un vestido bonito, uno corto dorado brillante de manga larga que se compró para sus citas con Rodolphus pero no tuvo ocasión de estrenar. Se lo puso con unas botas negras y pese a su turbulento estado emocional, se vio espectacular. No fue la única.

—Eres una diosa, cielo —aseguró Eleanor guiñándole el ojo.

—Tú también estás guapa —sonrió ella agradecida.

—Esta es Julia, mi novia— le presentó Eleanor a una mujer pelirroja a su lado.

—Ah sí, me indicó cómo llegar a tu casa el otro día. Un placer —se sumó Julia.

—Encantada —respondió Bellatrix respondiendo al gesto—. Hacéis buena pareja.

No era un cumplido que Bellatrix hubiese hecho nunca, pero en ese caso lo pensaba.

—¡Gracias! —exclamó Eleanor ilusionada.

A Bellatrix le costó entrar al bar. La música se oía desde la otra acera y la gente entraba y salía en bulliciosa algarabía. Todo el que pasaba el fin de año en el Valle de Godric estaba esa noche en Los Merodeadores. Y todos felicitaban a Sirius con alegría e insistían en brindar con él, por eso a Bellatrix le costó abrirse camino.

—¡Bella! ¡Estás impresionante! —gritó Sirius con alegría para hacerse oír.

Su prima lo agradeció pero tampoco en exceso, porque sospechó que sobrio del todo no estaba.

—Toma una copa de champán, este es del caro —añadió bajando el tono—. ¿Quieres un gorrito brillante? ¿O un antifaz de...?

—Con el champán me sobra —aseguró Bellatrix, tomando nota mental de no emborracharse tanto como para que le colocaran alguno de esos adornos horteras.

—Mira, ¿conoces a Aurora? Trabaja también en Hogwarts, según me ha contado.

Bellatrix respondió con una mueca incómoda. Sí, había visto a esa mujer alguna vez, pero no habían hablado nunca y no había necesidad. Entendía que Sirius la quisiese integrar, pero ella prefería mantenerse al margen.

—Ahora vuelvo —se disculpó Sirius mientras James lo arrastraba a hacerse fotos.

Dumbledore y Grindelwald no estaban, dejaban esas fiestas para la gente más joven. Tampoco McGonagall ni nadie más con quien Bellatrix tuviese trato. Así que se quedó en la barra, donde consiguió un asiento a empujones. Se dio cuenta de que incluso a Canuto le costaba acomodarse en su sitio habitual, pues la gente bailaba peligrosamente cerca de él.

Por no decepcionar a Sirius ni aguarle la fiesta, Bellatrix aguantó ahí casi dos horas. Pero llegó un momento en que no pudo más. La música estaba muy alta y ella ni siquiera la conocía, le costaba escucharse a sí misma y era imposible conversar con nadie (aunque solo lo había intentado con Eleanor). Había más gente de la que cabía en ese espacio, pero parecían cómodos; Bellatrix dedujo que lo hacían cada año. Aun así los gritos y las risas, los codazos, las copas que volaban por todas partes, el calor humano...

Bellatrix sintió un agobio terrible. Pese a llevar un vestido corto estaba casi sudando. Se forzó a quedarse en su asiento, cerrar los ojos y tratar de serenarse. Pero cuando los abrió y vio que un niño estaba casi pisando a Canuto, montó en colera.

—¡Se acabó! —gritó con frustración.

Nadie la escuchó, era imposible oír nada. Se levantó y apartó gente de malas maneras hasta llegar al lateral. Empujó al niño y si este no cayó al suelo fue porque no había hueco para ello. Pero aun así puso una mueca de dolor y empezó a llorar (tampoco lo oyó ni vio nadie), así que Bellatrix se sintió satisfecha.

—Vámonos de aquí.

Como si la entendiera, Canuto, que se había quedado acorralado junto a la pared con expresión atemorizada, se levantó. Pesaba demasiado para que Bellatrix lo sacara en brazos, así que se fue abriendo camino de malas maneras y el perro la siguió pegado a ella. Cuando alcanzaron la puerta Bellatrix les dio gracias a todos los dioses en los que no creía.

—Menos mal —suspiró aliviada una vez fuera—. Me pitan los oídos...

Todavía aturdida, se alejó unos metros para dejar de oír la música y sentó en el bordillo de la acera. Agradeció el frío y la quietud del lugar, pese a que aún se oía el barullo a lo lejos. Canuto se acomodó entre sus piernas y ella sonrió. Así ya no tendría frío, ese perro era como tres mantas. Le acarició el pelo mientras contemplaba el pueblo. Vaya fin de año extraño... Aunque tampoco era el peor.

Estuvieron ahí varios minutos. La idea de Bellatrix era volver a entrar antes de que dieran las doce, pero se vio del todo incapaz. Ahí fuera se estaba muy bien. Y además, Canuto no volvería a entrar ni por todas las salchichas del mundo.

—¡Ah! ¡Ahí estáis!

El grito sobresaltó a Bellatrix, que vio a Sirius acercándose a ellos.

—¡Os estaba buscando a los dos!

—¡Pero deja de gritar! —respondió ella.

—¡Ah! ¡Perdón! ¡No oigo nada con la música! ¡Creo que está muy alta!

Bellatrix puso los ojos en blanco mientras Sirius se sentaba junto a ella. Estuvieron un rato en silencio mientras él recuperaba la audición.

—No te ha gustado mucho la fiesta, eh... —comentó con sorna.

—La fiesta está bien, lo que me molesta es toda la gente que la celebra —explicó Bellatrix—. He tenido que salvar a Canuto.

—¡Bien hecho! Mira que le he dicho que se quedase en casa... pero ha querido venir y claro... —explicó Sirius.

Bellatrix asintió. Se quedaron en silencio, no había mucho más que hablar. Cuando unos minutos después el reloj de la iglesia empezó a dar las campanadas que marcaban la cuenta atrás para el fin del año, Sirius le cogió la mano. Con el último golpe del reloj, se giró hacia ella y le dijo con una sonrisa feliz:

—Feliz año nuevo, Bella.

—Feliz año, Sirius.

Se dieron un extraño beso, igual excesivamente cerca de la boca, pero en su estado de borrachera no les resultó incómodo. Después ambos procedieron a besuquear a Canuto, que al principio aguantó bien, pero al rato se empezó a agobiar con tanto amor. Los Black rieron y estuvieron varios minutos más así, de la mano, mirando las estrellas y acariciando a Canuto.

—Vuelvo a casa, no quiero que Saiph se preocupe —sonrió Bellatrix una hora después.

—Muy bien, felicítale el año de mi parte a esa alimaña. Yo voy a asegurarme de que no me destrozan del todo el bar, pero antes voy a llevar a Canuto a casa. Mañana nos vemos, ¿vale?

La abrazó y Bellatrix le devolvió el abrazo. Él la besó en la mejilla y se separaron por fin.

—¡Bella! —gritó Sirius al poco.

Ella, en medio de la carretera, se giró hacia él.

—Me alegra haber empezado el año contigo. ¡Este va a ser nuestro año!

Bellatrix sonrió y asintió. Volvió a su casa y se metió en la cama con Saiph.

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