Capítulo 21
—Si no te importara, Bellatrix, me gustaría desviarme un poco para hacer una parada en Jaxthon. Venden unos recambios para el coche que no puedo comprar en ningún otro lugar de esta zona —comentó Grindelwald con calma.
—No, claro —respondió Bellatrix despreocupada.
No se trataba de que respondiera, sino de que el resto los oyeran. De lo contrario sospecharían cuando los otros dos coches llegaran al Valle de Godric y ellos se retrasasen una hora en volver. No obstante, no fue tan fácil colar la coartada:
—Son las nueve de la noche, no creo que a estas horas vendan nada —comentó James.
—Es una gasolinera veinticuatro horas, la del área de servicio a la entrada del pueblo —respondió Grindelwald.
—Entonces mejor que Bellatrix venga con nosotros y usted vaya con Dumbledore, ¿no? —intervino Sirius.
—Me temo que yo no puedo intercambiarme —comentó Dumbledore—. Tengo que subir a Hogwarts urgentemente en cuanto lleguemos. Mi chofer me esperará ahí para llevarnos a Minerva y a mí. Siempre hay urgencias los fines de semana.
—Bueno... —respondió Sirius de mala gana— Pero cualquier otro puede...
Miró al resto de la comitiva y la negativa estaba clara en sus rostros: todos temían a Grindelwald, nadie quería viajar en coche a solas con él. Al momento Bellatrix repitió que ella estaba de acuerdo, no estaba cansada, le encantaba viajar de noche y así conocía mejor la zona. De mala gana, Sirius hubo de aceptarlo. Se despidieron y Sirius le susurró al oído:
—Cuando llegues, llama a casa para saber que estás bien. Da igual la hora que sea.
—Os despertaré si llamo al timbre...
—Llama a la puerta, estaré en el salón viendo la tele.
Bellatrix asintió, pero le pidió que si le entraba sueño se acostara. Ya se verían a la mañana siguiente. Así quedaron. Los tres coches abandonaron Harsea y uno de ellos se desvió.
Grindelwald condujo rápido y pronto salieron a un camino serpenteante, en un terreno escarpado y angosto. Se vio obligado a recudir la velocidad hasta que llegaron a un descampado con lo que parecía una construcción de una planta abandonada y rodeada por una alambrada. Al fondo se distinguía un bosque. Parecía que ahí no había habido vida humana en años. Aun así, cuando bajaron del coche y se acercaron, Bellatrix distinguió pequeñas luces en el edificio y también rodadas de vehículos en el camino. Estaban casi a oscuras, había pocas farolas y casi todas fundidas.
—Esa es la granja —informó Grindelwald señalando la construcción—. Vamos a inspeccionar la zona.
Se acercaron y rodearon el lugar mientras Grindelwald murmuraba: «Exactamente como en los planos... La puerta lateral, igual que en las fotos». Cinco minutos después, regresaron junto al coche y la informó del plan:
—¿Te ves capaz de trepar esa alambrada?
—Por supuesto —respondió Bellatrix—. Pero ¿está electrificada o...?
—En absoluto —la interrumpió Grindelwald despectivo—. Son traficantes de pieles aficionados; no tienen medios ni posibles para costear algo así.
—Muy bien. ¿Qué hago después?
—Acércate a la puerta lateral, la metálica de la caseta anexa. Es ahí donde tienen a los zorros, calculamos que son una decena. Por si acaso, utiliza esto —le indicó abriendo una bolsa de tela que guardaba en el maletero y extrayendo una botella oscura de un litro—. Echa el líquido en la puerta y continúa dejando un rastro en dirección al bosque del fondo. No hace falta que llegues hasta ahí, será suficiente con que los zorros lo huelan para saber en qué dirección deben huir.
—De acuerdo —respondió Bellatrix aceptando la botella de lo que sospechaba que era orín de zorro.
—Una vez hecho eso, vuelve a la puerta metálica. La única cerradura es un candado que deberás abrir.
—¿Cómo?
Grindelwald sacó del maletero una herramienta larga, de unos cuarenta centímetros, similar a unos alicates. Bellatrix supo que era una cizalla, un cortapernos que destrozaría el candado en pocos segundos.
—¿Has usado uno alguna vez? —inquirió Grindelwald.
—Sí... Cuando aprendí que es mala idea abrir los candados a disparos; demasiada metralla...
—Exacto —respondió el hombre satisfecho—. Esto es mucho más rápido. Una vez abierta, entra y libera a los zorros. No sé si estarán enjaulados individualmente o los tendrán en una suerte de corral... pero de cualquier forma, con esta herramienta deberías poder abrir cualquier jaula. Debe de ser un espacio pequeño, no llegará a ocho metros.
—Muy bien. ¿Tienen vigilantes o algo?
—No... Es decir, no en ese cuartucho, sí en el edificio principal. Sabemos que viven ahí los traficantes. Yo me encargaré de ellos, tú solo libera a los zorros.
—Vale... —respondió Bellatrix ligeramente frustrada por no poder atacar a nadie—. Pero ¿y si necesito defenderme?
Con una pequeña sonrisa, Grindelwald le mostró la misma pistola que le dejó la vez anterior. Le indicó que saltara la valla y se la pasaría junto a la cizalla y la botella, para que no tuviera problemas. Bellatrix aceptó con plena confianza, pese a saber que quedar atrapada en un recinto desarmada y con cinco traficantes no sería buena idea... Aunque siempre le quedaba el cuchillo en su bota.
No le hizo falta. En cuanto aterrizó al otro lado, Grindelwald le pasó los tres objetos por un pequeño hoyo que había cavado bajo la verja. Bellatrix se metió la pistola al bolsillo, la cizalla bajo el brazo izquierdo y abrió la botella con cuidado. Se acercó sigilosamente a la puerta lateral y desde ahí creó el rastro en dirección al bosque. Cuando la vació, la tiró entre unos arbustos y recuperó la cizalla. Destrozó el candado sin problema, aunque en cuanto abrió la puerta, esta chirrió de forma bastante desagradable.
—¡Hay alguien! —escuchó gritar a un hombre en la pared contigua.
Su primer instinto fue sacar la pistola. Se vio tentada de salir de la caseta y colocarse frente a la entrada principal para matar a quien saliera. Pero tomó aire, confió en Grindelwald y se ciñó al plan. Como ya la habían descubierto, no tuvo problema en encender la luz. Una única bombilla iluminó el habitáculo y las diez jaulas con unos zorros visiblemente asustados. Eran muy bonitos, de pelaje brillante y rojizo.
—Tranquilos, os voy a sacar —susurró mientras escuchaba voces gritando en el exterior.
Comprobó con satisfacción que los cierres de las jaulas eran como los del transportín de cualquier perro: se abrían presionando los extremos metálicos del cierre de seguridad. Conforme las abría, los zorros saltaban al suelo y se escabullían por la puerta entreabierta. Sin embargo, tres de ellos estaban paralizados por el miedo. Con su experiencia en Hogwarts, Bellatrix supo cogerlos y sacarlos hasta que echaron a correr. Salió de la caseta con la pistola en una mano y la cizalla en la otra.
Antes de buscar a los hombres para atacar, rodeó la caseta, se parapetó junto a la pared trasera y aguzó la vista. Distinguió a la luz de la luna las siluetas de los zorros que se adentraban en el bosque. Cuando comprobó que ninguno se despistaba, volvió a la parte delantera.
Le llamó la atención algo; algo que sorprendía por su ausencia. Ya no había gritos, ni pisadas... de hecho, no se oía nada. Avanzó lentamente por si era una emboscada.
Descubrió el primer cadáver tres metros más allá. Un balazo entre los ojos. El segundo estaba casi a su lado.
—Los otros tres están dentro —la informó Grindelwald saliendo de la casa. Estaba claro que muertos.
Bellatrix asintió sorprendida de su eficacia.
—¿Le prendo fuego en un minuto para eliminar pruebas? —ofreció ella.
Grindelwald la miró sorprendido y le preguntó cómo pensaba hacerlo. Ella le respondió con la sonrisa misteriosa que usaba él cuando no quería dar información clasificada. Su compinche aceptó que un mago no revela sus trucos y le respondió que no era necesario, estaba todo cubierto. Bellatrix asintió, comprendió que nadie encontraría los cuerpos. O los encontrarían, pero jamás sospecharían de ellos. Lo de Grindelwald y Dumbledore, además de un compenetrado matrimonio, era una mafia muy bien organizada.
Cuando volvió a la realidad, Grindelwald tardó unos segundos en recordar que la misión por la que le preguntaría su marido no era la de los cadáveres...
—¿Los zorros? —inquirió.
—En el bosque.
—Estupendo. ¿Parecían heridos o...?
—No, están sanos —respondió Bellatrix con seguridad. Era una experta en ese campo gracias a su trabajo.
Su compañero asintió satisfecho y echó a andar. Salieron por la puerta de la verja, cuya cerradura había abierto él con una ganzúa mientras Bellatrix esparcía el líquido de la botella. Volvieron al coche y, de nuevo, Grindelwald abrió el maletero y le roció las manos y la ropa con una solución de lejía para eliminar cualquier rastro. Después, subieron al Mercedes con sendas sonrisas de satisfacción.
—Qué día más divertido —comentó Bellatrix—. He desayunado cruasanes, he jugado con un gato, Sirius ha elegido salvarme a mí del atropello y ahora hemos liberado a unos zorros.
—Un día completo —convino Grindelwald.
—¿Esa gente no tenía compinches? ¿Nadie buscará a los zorros?
—No, esos grupos trabajan solos, si no corren riesgo de tener topos... y aun así los tienen —comentó burlón—. De todas maneras, supongo que Albus mandará a un equipo al bosque para asegurarse de que los zorros se adaptan bien.
Bellatrix asintió, todo en orden. Condujeron en silencio por la carretera. Cuando pasaron por un pueblo cuyo cartel indicaba 'Jaxthon', Grindelwald señaló la gasolinera y comentó burlón: «Ahí se supone que veníamos». Ella asintió y le preguntó si podían parar un momento. Grindelwald se encogió de hombros y detuvo el coche en el aparcamiento. «Vuelvo ahora mismo» respondió Bellatrix saliendo corriendo del coche. Entró a la gasolinera, compró un litro de batido de chocolate y volvió corriendo al coche. Grindelwald pensó que tenía sed, pero ella no abrió la botella.
—No quiero mentirle a Sirius —fue su explicación.
Grindelwald asintió sin hacer preguntas.
Sobre la una llegaron al pueblo. Bellatrix le indicó que la dejara en la casa de Sirius y así lo hicieron. Se despidieron y se bajó del coche.
Observó que en el salón había luz, probablemente Sirius. Pensó en llamar al timbre para despertar a Marlene si dormía... pero no quería darle problemas a su primo. Así que llamó con los nudillos como habían acordado. Efectivamente abrió Sirius y se alegró de verla sana y salva. Canuto también salió a recibirla agitando el rabo.
—¿Qué tal ha ido? ¿Qué habéis hecho? —inquirió Sirius con ligera desconfianza.
—Hemos ido a la gasolinera de Jaxthon como Grindelwald ha dicho. Mira, te he traído esto, para que lo tomes antes de dormir. Como cuando éramos pequeños.
Sirius aceptó el batido sorprendido y le dio las gracias. Como Bellatrix había previsto, ese gesto bastó para cortar las preguntas sobre el tema.
—Espera, te acompaño... te acompañamos a casa —corrigió Sirius al ver a Canuto ya en el jardín.
—No te preocupes, puedo llegar sola —sonrió Bellatrix—. Además, vas en pijama.
—Yo estoy elegante siempre —aseguró Sirius.
Como hacía frío, se puso un anorak sobre el pijama y salieron los tres. Por el camino, Sirius abrió el batido y dio un trago. Después se lo pasó a Bellatrix que bebió también. Así hicieron el —breve— camino compartiendo la botella como hacían de pequeños, cuando jugaban a ser borrachos callejeros (porque era la clase de juego que a los Black les hacía gracia).
—¿Qué tal lo has pasado? ¿A que no ha estado tan mal? -le preguntó Sirius sonriente.
Bellatrix deseaba mentir porque odiaba no tener razón. Pero era Sirius... y realmente había sido un día memorable. Así que respondió sin mirarlo.
—Meh, no ha estado del todo mal... Los gatitos eran monos.
—¿Te refieres a la fiera que me ha hecho esto? —inquirió Sirius mostrando un mordisco al dorso de su mano.
—Es su forma de demostrarte amor, de dejarte un recuerdo y decirte que le gustan tus tatuajes —aseguró Bellatrix cogiéndole la mano.
—No veo que los tuyos le hayan gustado —comentó acusador pero entrelazando sus dedos con los de ella.
—A mí me ha chupado el cuello, con cada uno expresa su amor de una forma —razonó ella—. Como Canutín, mira. Ahora se ha enamorado de ese árbol y va a rociarlo con orín porque es su forma de declararse.
Sirius se echó a reír y murmuró que no estaba bien de la cabeza. Bellatrix frunció el ceño preguntándose si ese comentario suponía un agravio contra su salud mental. Entonces, Sirius alzó la mano que tenía entrelazada con la de su prima y depositó un beso en ella, demostrándole que la quería así. Al momento Bellatrix decidió que era un cumplido. Lamentó cuando llegaron a su puerta.
—En casa de Dumbledore hay luz, con lo tarde que es... —comentó Sirius mientras Bellatrix buscaba las llaves.
—Mmm... —murmuró ella— Con la de favores que le ha hecho hoy Grindelwald, te aseguro que Dumby va a tener que pagárselo toda la noche.
—¡Bella! —protestó Sirius asqueado— ¡No quiero tener la imagen de mis vecinos de cincuenta años teniendo sexo!
—Creo que Dumbledore tiene sesenta —replicó Bellatrix divertida.
—¡Cállate! —le exigió su primo dándole un golpe en el hombro.
Ella rio y finalmente abrió la puerta y se despidieron.
—Gracias por acompañarme. A ti también, enanito —sonrió revolviéndole el pelo al perro.
—Gracias a ti, Bella —respondió Sirius con sinceridad—. Por haber venido hoy y por... por estar aquí.
Bellatrix asintió con una sonrisa y entró en casa. Sí, definitivamente había sido un buen día.
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