Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 1

Nota: ¡Nuevo Bellarius! Os echaba de menos y aquí estamos otra vez. Es el primero que escribo sin magia, quería probar por cambiar. El ritmo es más lento, es un slowburn: el amor tardará en llegar, disfrutemos del viaje jaja. He cambiado edades de algunos personajes, ya lo iréis viendo; Sirius es tres años mayor que Bella. Actualizaré todos los lunes sobre las 21 h (hora de Berlín).

Votad y comentad, por fa, me hace muy feliz; hay gente que tiene vida real fuera de los fics pero yo no pertenezco a ese club, así que aquí sois mis mejores amigos literalmente jaja. ¡Ojalá os guste, os adoro!

*     *     * 

AU sin magia, años 90.


—Estás despedida.

—¿Qué?

Bellatrix se quedó paralizada de la sorpresa. Que su encargado, el señor Lockhart, la hubiese hecho acudir a su despacho no presagiaba nada bueno, pero creyó que querría debatir sobre su trato a los clientes o sobre su horario. En absoluto se planteó que pudiera despedirla.

Lockhart rondaba los cuarenta, alto, rubio, mucho más espectacular en su cabeza de lo que era en realidad. La miró, suspiró y se arrellanó en su sillón. Cruzó las manos sobre el escritorio de cristal y comentó con calma:

—Me temo que debemos prescindir de tus servicios, ya no eres necesaria en la empresa. Un reajuste de plantilla, nada personal. Se te dará una indemnización, por supuesto, y si en el futuro surge algún puesto, te tendremos en cuenta.

Bellatrix no era nada buena leyendo las emociones humanas, pero sí se manejaba bien con las mentiras y la hipocresía. Y supo al momento que nada de eso era cierto.

—¿Por qué? —preguntó sintiendo miedo y creciente rabia—. Soy la que más vendo de todo el equipo.

—No puedo negar eso, te echaremos de menos —aseguró el hombre con una fina sonrisa—. Pero la semana pasada recibimos una visita de uno de los dueños de esta cadena de concesionarios y me temo que no se tomó bien que tuviéramos a una expresidiaria en plantilla; además no por delitos menores...

Bellatrix se hundió en la silla, elegida para resultar más incómoda que la del otro lado del escritorio. Ahí estaba otra vez... Su pasado, sus antecedentes. Nunca se libraría de esa losa. Era lo que le impedía encontrar trabajo, lo que la asfixiaba. Por eso sintió gran alivio cuando dos años atrás le dieron una oportunidad como vendedora en ese concesionario. Su pasado delictivo no pareció pesar entonces y no entendía qué había cambiado.

—Nunca se demostró —susurró Bellatrix con voz débil.

Fue lo único que le salió. La vergüenza había eclipsado al resto de sentimientos. Que la trataran como un ser humano de segunda siempre la hacía sentir mal, pequeña, inútil.

—Oh, no dudes que te defendí. Traté de interceder por ti, pero... —Lockhart hizo un gesto abriendo las manos y encogiendo los hombros, como si sus esfuerzos hubieran sido en vano.

Bellatrix captó la mentira al instante y le costó poco desenmarañarla. Todo iba bien, estaban contentos con ella porque vendía más coches que nadie. El director del concesionario incluso la ayudó a conseguir su propio vehículo para que pudiera llegar mejor al trabajo. Hasta que la semana anterior, su encargado —el mismo hombre que ahora la miraba con una mezcla de compasión y ligera burla— le sugirió tener una cita fuera del trabajo y ella lo rechazó. Al recordarlo, su rostro enrojeció de la ira y apretó los puños con rabia.

—Esto es porque no quise nada contigo, ¿verdad?

—Por supuesto que no. Es por tus antecedentes.

Con agilidad felina, Bellatrix agarró el afilado abrecartas de la mesa. Un segundo después, sujetaba al hombre por el cuello de la camisa con el arma en su yugular.

—¿Sabes qué? Tienes razón— siseó ella— Tengo antecedentes, así que comprenderás que poco me importa añadir un crimen más a la lista...

Lockhart tenía los ojos muy abiertos del horror, completamente paralizado. Trató de separarla de su cuerpo, pero en cuanto sus manos la rozaron, Bellatrix acercó más el abrecartas a su piel.

—¡Apártate, maldita loca!

El insulto solo hizo que el hombre sintiera el acero cortar su piel. Chilló con horror y Bellatrix se separó nerviosa. Acababa de acuchillar a ese cerdo. Lo merecía, pero la que tenía antecedentes era ella... Dada la situación —como un poco loca sí que estaba—, solo se le ocurrió gritar también.

Horace Slughorn, el director del concesionario, entró en tromba pocos segundos después, jadeando por el esfuerzo. Era un hombre de unos sesenta, amante de los coches y de la vida tranquila; se portaba bien con sus empleados mientras estos no le causaran problemas.

—¿Se puede saber qué pasa?

La imagen era desconcertante: Lockhart, sentado en su butaca, gimoteaba, gritaba y lucía sobre su cuello un corte del que brotaban hilos de sangre. Dos metros más allá, en el suelo, abrazándose las piernas con la espalda apoyada en la pared, Bellatrix lloraba y temblaba. Intentaron responder los dos a la vez, por lo que resultaba difícil entenderlos.

—¡La he despedido y me ha acuchillado! —chilló Lockhart.

—¡Ha intentando atacarme! ¡Lleva tiempo pidiéndome que salga con él! ¡Le dije que no es apropiado porque es mi jefe y me ha despedido y ha intentado agredirme!

—¡Esa maldita loca me ha acuchillado! —repetía Lockhart con incredulidad.

—¡Ha sido en defensa propia!

Slughorn los miraba de uno a otro estupefacto y tembloroso, no le gustaban esas situaciones. Lockhart como encargado era eficiente, aunque no se hacía demasiado simpático. Bellatrix, por otra parte, había resultado ser la mejor vendedora. Fue una sorpresa para Slughorn: siendo mujer creyó que no duraría ni el mes de prueba. No por falta de talento o conocimientos (que resultaron ser notables), sino por el perfil de sus clientes: hombres ricos y prepotentes que buscaban coches caros para fardar y jamás se dejarían aconsejar en temas técnicos por una mujer.

Se equivocó. Al principio era así, con cada cliente. Aceptaban que les atendiera la chica solo porque era extremadamente atractiva. La miraban con una sonrisa condescendiente hasta que les explicaba los detalles técnicos del vehículo y se daban cuenta de que sabía más que ellos. Además, había algo hipnótico en Bellatrix, no era agradable o dulce como otros empleados, sino que ejercía un magnetismo extraño sobre todo el que trataba con ella.

—¿Lo va a querer? —preguntaba a los clientes ladeando la cabeza en un gesto inocente tras insinuar que su vida se arruinaría sin el vehículo en cuestión.

Firmaban la compra y se iban contentos y seguros de su éxito social. Slughorn pronto le tomó cariño. Le dio pena cuando la semana anterior sus superiores a nivel internacional le pidieron que la despidiera por sus antecedentes; no supo cómo se habían enterado en ese momento, pero empezaba a sospecharlo. Mientras ataba cabos, sus empleados seguían gritándose:

—¡Pienso denunciarte por agresión! ¡Volverás a la cárcel!

—¡Yo te denunciaré por acoso! ¡Crabbe y Goyle estaban presentes durante varios de tus intentos!

Esos dos vendedores, Crabbe y Goyle, no eran inteligentes ni gentiles, pero a Bellatrix le servían para presionar.

—¡Callaos los dos!

Obedecieron al momento porque nunca habían escuchado a Slughorn gritar. Se quedó en silencio, pensando, aflojándose la corbata que parecía asfixiarle. El corte de Lockhart debía de ser muy superficial porque ya no sangraba y Bellatrix había dejado de llorar. Slughorn creyó entender la situación y valoró las posibilidades: no quería una demanda por acoso, muy mala publicidad para el concesionario. Tampoco quería a una expresidiaria potencialmente peligrosa en plantilla... Comprendió que la mejor solución era su favorita: no hacer nada.

—Ve al baño y lávate la herida. Sécala con gasas, desinféctala y no necesitarás ni vendaje —le indicó a Lockhart—. Si alguien te pregunta, estabas revisando el BMW que salió defectuoso ayer, el que tiene las artistas cortantes en la carrocería y te has cortado sin querer.

—¡Pero qué se cree que...! —empezó a protestar Lockhart.

—Tú estás despedida. Recoge tus cosas y márchate. Te mandaremos el finiquito, no vuelvas por aquí.

—De acuerdo —respondió Bellatrix asintiendo.

Le pareció bien. Era lo que iba a suceder de todas formas, al menos ahora se quedaba más satisfecha con la agresión y con la idea de que probablemente Lockhart la vería en sus pesadillas. Había utilizado la rabia y la impotencia de su situación para llorar, pero ya no podía exprimirlo más. Así que se limpió la cara con la manga de la americana y se levantó del suelo. Se marchó sin decir nada.

Mientras vaciaba su taquilla, escuchó gritos de protesta de Lockhart, que insistía en denunciarla. Pronto Slughorn lo convenció de que Bellatrix también podría denunciarlo porque él mismo le había visto babeando de forma lasciva desde que la contrataron. El encargado tuvo que callarse avergonzado y con infinita rabia.

Las pocas cosas que poseía Bellatrix cupieron en su bolso. Dejó la llave de su taquilla y salió del concesionario. Contempló los coches de lujo que vendían —Audis, BMWs, Land Rover, Mercedes— y pensó que aquel trabajo había estado bien. Lamentó haber terminado mal con Slughorn, fue muy amable con ella: el concesionario estaba en un polígono a las afueras de la ciudad y Bellatrix tenía que coger tres autobuses para llegar. Cuando su jefe lo supo, le ofreció un trato:

—Ya sabes que me encanta coleccionar coches, por eso me dedico a esto —le dijo recibiendo una mirada de asentimiento de Bellatrix—. Tengo un Audi TT que apenas he usado. Es biplaza y se me quedó pequeño enseguida, no esperaba tener nietos tan pronto... Está como nuevo, no tiene ni doce mil kilómetros. Te lo dejo por mil libras.

Al principio Bellatrix pensó que había truco. Por ese coche, aun de segunda mano, podría sacar fácilmente el quíntuple. Pero cuando Slughorn la invitó a su casa, conoció a su mujer Poppy Pomfrey, y le mostraron su amplia colección de autos, comprendió que era buen hombre y le sobraba el dinero. Así que aceptó la oferta. Su Audi plateado era su posesión más preciada, lo cuidaba muchísimo.

—Nos vamos, peque —murmuró subiendo al coche y dejando su bolso en el asiento del copiloto.

Y esta vez para no volver. Arrancó el motor y condujo hasta uno de los barrios más peligrosos de la ciudad: la droga y la delincuencia lo habían convertido en una zona a evitar. Bellatrix aparcó justo delante del Bar Imperio (para no perder de vista su coche). No lo visitaba mucho, pero la conocían.

—¡Black! ¿Qué se te ha perdido por aquí? —la saludó el camarero.

—Negocios —respondió sucinta.

El bar reflejaba la decadencia del barrio: luz mortecina, suelo mugroso y mobiliario más viejo que la propia ciudad. En una mesa al fondo vio a la persona que buscaba.

—Te veo bien, Black —sonrió Alecto Carrow dándole un apretón en el brazo.

Era alta, delgada y bastante enclenque.

—Solo por fuera —respondió Bellatrix con una media sonrisa. —Quería pedirte un favor.

—¡Dos cervezas, Amycus! —le gritó Alecto al camarero que también era su hermano. Se inclinó ligeramente sobre la mesa para atender mejor y le preguntó a Bellatrix— ¿Qué necesitas?

Habían sido compañeras de celda y Bellatrix la salvó de varios problemas. No es que fuese especialmente fuerte, pero tenía una habilidad innata para fabricar armas y pronto se corrió la voz de que mejor no meterse con ella. Alecto fue detenida por tráfico de drogas y la liberaron antes por buena conducta. La conducta fue buena, pero los hábitos seguían siendo los mismos: el negocio de la cocaína seguía boyante.

Bellatrix le explicó lo que necesitaba y Alecto aseguró que no habría problema. Se tomaron las cervezas, Bellatrix se despidió de los hermanos y se marchó. Condujo hasta otro de los barrios de las afueras, no tan peligroso pero igual de pobre que el anterior. Por eso podía pagar el alquiler... solo que ni aun así podía.

—Mierda —murmuró cuando vio que le habían colado un papel por debajo de la puerta.

Era una encantadora nota de su casero que la avisaba de que o pagaba los dos meses que debía o se largaba; de lo contrario avisaría a la policía. No serían muy comprensivos con una exconvicta. El sueldo de Bellatrix era bajo: la gasolina, la comida, la electricidad, el agua, la luz, el alquiler... Tenía que priorizar y el alquiler solía quedarse fuera. Su casero no era nada comprensivo.

—Estúpido Dursley... —murmuró Bellatrix arrugando la nota— Ojalá la morsa que tiene por hijo reviente y los mate a todos en la explosión.

No comió ese día y en esa ocasión no se debió a que en su nevera hubiera eco. Simplemente no tenía ganas. Se tumbó en la cama y meditó sobre su situación. Tenía que buscar otro trabajo, pero ya no tenía ni idea de dónde preguntar. Había probado en todas partes, nadie la quería.

—El pago por el despido tardará unos días... —calculó mirando al techo.

No le quedaba apenas dinero. Cien libras, no llegaría muy lejos. Una hora después, calculó que sí llegaría a su hogar, al único lugar donde deseaba estar.

Se levantó de la cama y guardó sus posesiones en una maleta y un bolso de viaje, no ocupaban más. Se duchó y se puso unos pantalones con una camiseta negra que no le habían costado ni veinte libras. Después, sus botas de combate y su cazadora preferida de cuero que probablemente valían más que aquel deprimente apartamento. Habían sido regalos de su persona favorita.

Salió del apartamento y con las llaves rayó la puerta de madera para escribir "Me largo, muchas gracias por todo".

—Tendrán que cambiar la puerta y con lo miserables que son...

Podrían denunciarla por dañar el mobiliario, sí... pero el contrato que firmaron no fue legal, ya que no querían declarar los ingresos, así que no se arriesgarían. Además, no conseguirían nada: no podrían sacarle nada (porque no lo tenía). No les quedaría otra que aguantarse. Bellatrix sonrió y sacudió la cabeza. Dejó las llaves en el buzón, metió sus maletas en el coche y arrancó. Rumbo al único hogar que le quedaba.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro