Capítulo XXXVIII
XXXVIII-CURIOSIDAD.
Semanas después.
—¿Y esa cara? Parece que te pasó un camión por encima.
—Peor que eso —murmuré, escondiendo más el rostro en mis brazos cruzados.
Estábamos de nuevo en el instituto, específicamente: la cafetería. Prey y Ludovico se habían sentado junto a mí sin pedir permiso, pero no importaba su presencia, yo seguía sintiéndome como si estuviese en un mundo donde no había algún ser humano que no fuera yo. Claro, si no estaba muerto en vida y demacrado. Sentía mi corazón y mis pulmones ardiendo, como si no quisieran dejarme respirar o vivir bien. No me sentía preparado ni siquiera para levantarme.
La única fuerza que me quedaba era la que me ayudaba a traumatizarme, porque estaba ahí solo por Allen. Ni siquiera había dormido bien en los tres últimos días al pendiente de que no estuviese empacando sus cosas para irse.
No había perdido ningún tipo de esperanza, a decir verdad, ni siquiera porque mi papá me estuviera chantajeando, quería quedarme con ella e iba a hacerlo sí o sí. Intentaba idealizar algún plan para tratar acercarme, pero el problema que teníamos no era un juego y sabía perfectamente que debía mantener el margen para no seguir atormentándola. Quería que las cosas se enfriaran un poco para así poder hablarle.
Me iba a volver más loco de lo que estaba.
Cuando escuché que sonaron los adornos de la cafetería, volví a levantar la cabeza de golpe para mirar quién iba a entrar. Llevaba mucho tiempo haciendo eso, esperando que fuera Allen quien entrara después de haberse cansado de pasar tanto tiempo en la biblioteca. Pero no era ella, era Fray y cierta parte de su grupo: Saddy, Hyde y Casel. No habían chicos con ellas, y ellos tampoco estaban en la cafetería. Era muy raro mirar a Saddy sin su accesorio, porque a donde iba, Taylor la seguía.
—Está traumado —le dijo Ludovico a Prey, ganándose mi mirada.
—Sí, está traumado —repitió Prey—. No creí que Allen te importara en serio. Por como luces, creí que solo querías tener sexo con ella y ya.
—¿Pueden irse? Me harían un grandísimo favor.
Lo dije muy en serio, porque de verdad lo último que necesitaba era compañía que solo hablaba para decir tonterías. Ellos eran buenos animando, pero no iba a resultarles porque Allen era la única persona que podía levantarme el ánimo en ese momento, y veía muy lejos sus intenciones de querer hablarme. Ni siquiera me miraba durantes las clases. Solo faltaba que se mudara de la residencia, se cambiara de colegio y también de número.
Sabía que estaba muy cerca de irse porque el maldito de su tío quería llevársela. Pero eso no iba a ocurrir, no mientras yo siguiera vivo. Allen era la última persona que iba a alejarse de mí.
—¿Cómo se te ocurre correrme? —me preguntó Prey, frunciendo el ceño—. ¿Acaso no sabes cuánto vale que yo esté sentado contigo? No cualquiera tiene ese privilegio.
—No estoy para escuchar tus comentarios narcisista, Prey. Hazme el favor.
—No me quiero parar, y si quieres que me vaya, cargame hasta otra mesa.
Los adornos de la cafetería volvieron a sonar, por lo que tiré la vista hasta la puerta como un maniático para mirar aquel cabello rizado que nunca apareció. Era la profesora Lara, miró cada rincón de la cafetería hasta que su vista cayó sobre alguien en específico y lo llamó con la mano. No, en realidad, había llamado a dos personas. Ludovico frunció el ceño pero terminó levantándose para seguirla al igual que Fray, y simplemente los tres se perdieron de mi vista.
—¿Qué crees que haya pasado? —le pregunté Prey.
—¿Ahora sí me necesitas? —frunció el ceño y torció los labios.
—Era solo una simple pregunta.
—Ah, bueno. Ludovico se la ha estado tirando y Fray graba los vídeos.
No dije nada porque ya no había algo que me impresionara después de todas las malas cosas que había estado viviendo. Tenía a mi papá en la ciudad hostigándome para que me fuera con él la semana siguiente y Allen me había dejado porque Gilles tenía su costudia e iba a llevársela lejos de mí. Ya no había nada que pudiera afectarme más que eso. Era horrible.
—Es mentira —Prey soltó una risita—. Bueno, eso no lo sé, tampoco es que Ludovico me cuente todo.
Me incorporé mejor en la silla y lo miré atentamente, interesado en hacerle algunas preguntas.
—¿No sabes si realmente está interesado en Allen? —inquirí, cambiando el tema drásticamente.
—Y dale con lo mismo —suspiró con cansancio—. No, Dorian, Ludovico solo la ve como una hermana. Eso es todo.
—Es que él también quiere llevársela lejos.
—Ah, quiere huir de su padre pero no quiere quedarse solo. Es solo por eso, puedo asegurártelo. Y ya, págame por la información —estiró la mano abierta sobre la mesa, pero solo le choqué con fuerza, aplastándola fuerte entre mi mano y la mesa.
Prey pegó un fuerte grito áspero y seco, llamando la atención de todos en la cafetería. Poco a poco las aguas se calmaron, al menos, la de los hombres, porque estaba seguro que ese grito sexy de Prey le había mojado las bragas a más de una. Algunas de las chicas que estaban en el sitio, hablaban entre risitas y nos miraban, como también nos guiñaban el ojo de vez en cuando. ¿Por qué Allen no hacía eso conmigo? Porque claro, miles detrás de nosotros y nosotros seguíamos a única que no nos prestaba atención.
Qué karma.
Seguramente habían algunas por ahí que solo querían sexo pero sabían amar bonito.
Un rato transcurrió en silencio, donde no hacía más que pensar en Allen. La cafetería se vació poco a poco porque llegó la hora de salida, pero yo no me levanté, me quedé ahí con Prey. Uno de los meseros pasó personalmente por nuestra mesa para saber si queríamos algo, así que Prey pidió un té de manzanilla y yo una jugo de naranja y nos dispusimos a solo beber en silencio. El aire estaba pesado, y por alguna razón, me sentía más nervioso antes de empezar a consumir el líquido del jugo.
—¿Puedo saber qué tienes? —inquirió Prey de repente, empujando su taza vacía al centro de la mesa—. No me importa qué es, pero a veces uno se siente bien cuando habla con alguien incluso si ese alguien no entiende un carajo y se queda callado. Yo solo escucharé, no voy a repetirlo.
¿De dónde había salido ese Buty'2 con esas labias para sacarme información? No, mentira, era jugando, no me lo tomé de ese modo. Prey era confiable, lo sabía desde el primer momento, pero yo no era del tipo que le contaba sus problemas a todo aquel, con solo contárselo a Buty me sentía bien. Pero, ¿Por qué no hacer una excepción? Debía, porque Prey era un amigo, la duda de eso no existía. No mentía, ese imbécil estaba cerca de mí hasta en mis peores momentos, como por ejemplo, justo en ese.
—Allen me dejó.
—¿Eran novios? —abrió un poco los ojos, arrimándose más en la silla para tenerme más de cerca frente a frente.
Era un chismoso, pero él era como Ludovico, no se le notaban las malas intenciones, todo lo contrario, tenían una forma de actuar demasiado graciosa. Definitivamente eran hermanos, casi la misma persona, solo que uno era alegre y el otro amargado. El señor Ludovico no tenía que decir que le salió la oveja negra, porque los dos eran unos desgraciados.
—Ya veo que Ludovico no te dice nada. Claro que era mi novia.
—¿Y desde cuándo?
—Hace más de dos meses.
—Joder, se lo tenían muy bien reservado, eh. ¿Por qué terminaron?
—No terminamos, ella me terminó, que sí, técnicamente es lo mismo. Bueno, me contó que su tío iba a llevársela a otro país porque es menor de edad todavía y porque él tiene su custodia.
—Ah, sí, sí. Escuché a Fray contándole a Casel que había encontrado a su papá; o sea el Freyen, llorando porque Allen se iba lejos de nuevo. Ese hombre ha sufrido desde que tengo conciencia. Pobrecito.
—Sí, eso ya lo sabía. Debe ser horrible, y créeme que lo entiendo, nada más pensar que no veré a Allen hasta quién sabe cuándo, me vuelve loco.
—¿Y no se puede hacer nada? Digo, Allen es prácticamente los ojos de ambas familias Gates, quizás si habla con su tío él la deje quedarse.
—Es que parece que ella quiere irse, porque no me dijo que había decidido quedarse.
—Piensa de manera positiva, Dorian. Aquí está su papá, Siana, Ludovico, tú, y por supuesto, yo. Dudo que se vaya.
Rodé los ojos cuando sumó una parte que no iba. Él no cumplía ningún rol en la vida de Allen.
—No creo que nosotros le importemos —torcí los labios—. Además, parece que quiere empezar de nuevo. Sé que va a irse, y no sé qué hacer, y no me agrada la idea de que no pueda hacer nada, Allen todavía es menor de edad y yo tengo veintiún años.
—Habla con ella, dile que no se vaya.
—No quiere que me le acerque, Prey, ¿Cuál parte de la historia todavía no entiendes? ¿Cuál temporada, cuál capítulo, cuál párrafo?
—Cállate, maldito, tú tampoco explicas bien las cosas. Solo tienes esa opción, hablarle y decirle que se quede. Si no lo haces, no vas a lograr nada.
—Es que ya lo hice. Le dije que me quería quedar con ella pero no pude hacer nada.
Mis palabras podían ser las de alguien dolido, y sí lo estaba, pero hablaba con seriedad. Prey no era la persona adecuada para hablarle con romanticismo sobre mi vida privada, así que traté todo lo posible de mantenerme serio y sonar con pulcritud.
—Vale, entonces en serio está dolida. No sé qué le hiciste exactamente, pero si sabe cierta parte de tu vida y solo cree lo que todos creíamos al principio, está en su derecho de haberse molestado. Quizás solo tienes que dejarla ir, Dorian, piensa en el bien de ella y no en el tuyo. Su mamá murió aquí, su abuelo también y ella supo que había violado a una chica que era menor que ella. Tú le ocultaste un millón de cosas que eran totalmente terribles. Su papá prácticamente la echó de casa y la dejó sola. Su abuela no la quiso. Daimon le fue infiel. Fray la trata como una mierda. Carajo, pensar en todo eso sí que me hace sentir lastima hacia ella. En serio que la pobre ha pasado por mucho, todavía me extraña que no haya intentado suicidarse.
Bufé y torcí los labios, ignorándolo. Me levanté y me dirigí hacia la barra para pedir un café caliente y bien fuerte para espantar mi agotamiento psicológico, porque las palabras de Prey no me ayudaron, me hicieron sentir peor. Tenía razón en todo, y me dolía pensar en que Allen sufría más de lo que yo lo hacía, y a decir verdad, yo me sentía demasiado mal, así que no quería saber cómo estaba ella en ese aspecto, porque no iba a soportarlo. Pero había un detalle, y era que Allen era muy diferente a mí. Era más fuerte, mucho más que yo.
Regresé a la mesa y volví a sentarme de nuevo en mi lugar, frente a Prey.
El silencio volvió a mantenerse durante un rato más, donde todavía nos preguntábamos mentalmente por qué no nos habían sacado si ya era más de la hora. Era obvio que ambos como imbéciles estábamos esperando a Ludovico, y quizás ya ese se había largado y nosotros estábamos ahí, haciendo a los meseros ricos de tanto comprarles dulces, café, jugos, y otras cosas. Nos anunciaron que ya iban a cerrar, pero nosotros ignoramos la noticia y seguimos en nuestro lugar.
Desde nuestro lugar notamos como la puerta de entrada al instituto (una de las internas) se abrió de golpe, y Ludovico salió corriendo. Venía en dirección a la cafetería, y por alguna razón, tenía las comisuras estiradas en una sonrisa de felicidad. Ya que iba a buscarnos, que era lógico, esperaba que llegara con buenas noticias, algo que me inspirara a querer acercarme a Allen para sanar mi demacrado y marchitado corazón que solo sufría en silencio.
—Fuera —le dijo a los tres meseros cuando entró a la cafetería—. El director dijo que podían retirarse, yo cerraré la cafetería —y alzó en el aire un enorme agrafe con muchísimas llaves, el cual, por alguna razón rara, tenía una llavero viejo en forma de pez.
Los meseros obedecieron la orden que el director Freyen dejó con Ludovico, pero eso no era lo que nos importaba a Prey y a mí, lo que llamó nuestra atención fue el ánimo de Ludovico, porque al igual que yo, ese estaba anteriormente muriéndose en vida. Pues ahora parecía que Allen lo había besado, porque rodeó la encimera, entró a la parte de servicio de la cafetería y empezó a comerse todo lo que su mano agarraba del interior de las vitrinas y que tenía chocolate.
—¡Muévete, maldita sea! —chilló Prey, lanzándole mi vaso de café, ya que era de cartón y estaba vacío—. ¡Pasó una hora y media, espero que vengas a decirme que ganaste dinero y que vas a compartirlo conmigo porque soy tu hermano mayor!
—¿Lo ves, Dorian…? —murmuró Ludovico, con la boca y la garganta llena de dulces, mirándome—. Después de la calma viene la tempestad
—Después de la tempestad viene la calma —le corrigió Prey, mirándolo como si quisiera matarlo.
—Lo primero, el señor Gilles le metió una orden de alejamiento a Daimon para que no volviera acercarse a Allen.
—No… —murmuramos Prey y yo, levantándonos de la silla y acercándonos a la barra para tener a Ludovico más de cerca, pero del otro lado.
—Sí, parece que Daimon ha estado escribiéndole desde muchos lados y Allen habló, porque también estaba acosándola aquí.
—¿Por qué no me lo dijo? —le pregunté, rascándome el puente de la nariz con nerviosismo—. Voy a hablar con ese maldito…
—¡No te vayas, huele boxer, viene la mejor parte!
—¡No me llames así! —le grité con rabia, pero la risa de Prey sonaba tan fuerte que dudaba que Ludovico me hubiese escuchado.
Volví a acercarme a la barra y apoyé los puños sobre la baldosa de la encimera.
—Habla rápido, Ludovico, muévete y deja los rodeos.
—Ya, ya. Fray y yo habíamos sido llamados a la dirección, y era por eso que Erwing, Alexen y Taylor, no estaban aquí en la cafetería, porque como son amigos de Daimon, fueron llamados para que confirmaran si Daimon pasaba mayor parte de su tiempo acosando a Allen. Alexen lo negó, pero Erwing y Taylor lo afirmaron, también Fray y yo. Fue algo horrible.
—¿Y qué más? —Prey siguió incitándolo a seguir contando.
—Me quedé un rato más hablando con el señor Freyen y con Fray, ¿Y qué crees? —me miró a mí—, Allen le dijo a Gilles quería quedarse y el señor Freyen me dijo que iba a comprar una casa para mudarse con ella y con Fray. Ese hombre está feliz.
Suspiré con fuerza por la boca y eché el rostro hacia adelante, recostando la frente de mis antebrazos cruzados. Ludovico tenía razón, después de la tempestad venía la calma, pues yo sentí calma absoluta cuando confesó lo que iba a contarnos. Mi corazón estaba acelerado y los nervios estaban matándome, pero me sentía mejor, muchísimo mejor. Tenía una oportunidad, una sola y no iba a desaprovecharla bajo ninguna circunstancia. No podía creer en que Ludovico estaba jugando, porque ese era un tema delicado y él era demasiado serio como para utilizarlo como un juego.
—Y lo último, Dorian, esto es lo que va terminar de dejarte loco.
Volví a levantar la cabeza y clavé mi mirada sobre la de Ludovico. Mis nervios eran visibles, y yo ya estaba decidido, así que solo esperaba que terminara de hablar para irme corriendo a buscar a Allen así volviera a decirme que iba a irse e iba a dejarme. Ya no podía soltarla de nuevo, no quería darle ningún tiempo ni ningún espacio, no había tiempo para eso.
Un segundo sin ella eran tres años menos de vida.
—El señor Freyen me dijo que Gilles sí estaba de acuerdo en quedarse porque Allen no quería irse, pero se negó a entregarle la custodia cuando él se la pidió. Recalcó que eso podía cambiar con ayuda de un buen abogado, y el que se postuló a ayudarlo le dijo que había posibilidad teniendo en cuenta que Othelio era un violador de menores y que dejó la custodia bajo manos de Gilles a través de un testamento. ¿Y a qué no sabes qué abogado es ese que quiere ayudarlo?
—Dilo rápido, Ludovico, me quiero ir.
—Tu papá. El mismo señor Dorian Freemam.
***
No sabía si esperaba que le sonriera, lo abrazara, o le pidiera las gracias, pero ninguna de las tres cosas iban a ocurrir, porque yo no le había pedido nada, aunque la verdad, me sentía extremadamente conmovido.
Mi papá había llegado exactamente a las seis a mi departamento como si tuviese su tiempo calculado para hacer las cosas, y como si estuviese en su casa, entró sin tocar y se acercó a la cocina sin pedir permiso, donde estaba yo preparando café e ignorando que estaba presente. No sabía dónde estaba quedándose pero ya quería que se fuera, porque yo no pensaba volver a Canadá, aún no estaba en mis planes.
—¿Desde cuándo sabes preparar café? —inquirió, mirándome con el ceño fruncido desde el otro lado de la encimera.
—A Allen le encanta, así que aprendí a hacerlo —me encogí de hombros, todavía dándole la espalda.
De repente, empezaron a tocar la puerta, y lo hicieron tan fuerte que me sobresalté. No negaba que estaba nerviosísimo, porque los golpes no paraban y cada vez eran más fuertes.
—¡Dorian!
—¡Bebé! ¡Amor de mi vida!
Ay, no, eran Ludovico y Prey, y al último llamado, mi papá frunció el ceño. Sí, así me llamaban mis amigos, ¿Y qué hacían ahí? Ni idea, pero agradecía eso, porque estaba seguro de que, en lo que ambos entraran, mi papá iba a marcharse, así que llegué hasta la puerta a pasos largos y la abrí rápidamente.
Ni siquiera fueron ellos tres los que se llamaron mi atención, sino Allen, quien caminaba en dirección opuesta a su departamento en compañía de Siana. Estaban un poco alejadas, por lo que no miraron hacia mi puerta y Siana tampoco se molestó en saludarme, pero estuve a punto de reventarme el cuello sacando la cabeza para mirarle por lo menos el cabello a Allen antes de que entrara al ascensor.
—Se te van a salir los ojos —Ludovico me hizo a un lado y entró a mi departamento sin pedir permiso, como de costumbre.
—¡Dorian! —chilló Birkin, y antes de que extrañamente se lanzara sobre mí para abrazarme, Prey lo empujó para que se quitara del medio y le permitiera entrar al departamento.
Terminé de dejarlos entrar y luego cerré la puerta, girándome rápido para mirar la reacción de Ludovico. Creí que iba a sorprenderse o hacer cualquier mueca cuando viera a mi papá, pero fue todo lo contrario, caminó hasta la cocina como si nada, sin mirarlo, y empezó a revisar el refrigerador en cada rincón.
—Buenas noches —susurraron Prey y Birkin casi al mismo tiempo, mirando a mi papá y luego mirándome a mí—. No sabía que tenías visitas —terminó hablando Prey.
—Él ya se iba, ¿verdad? —me lo quedé mirando, esperando a que lo afirmara.
—Sí, por favor —escuchamos a Ludovico hablando por teléfono, y habló tan fuerte que se ganó la mirada de todos—, porque Dorian tiene el refrigerador vacío. Traes también cereales de chocolate, y que no se olvide la cola, tampoco las mentas y las galletas de granitos de chocolate, las del paquete azul… Okey… Por favor… Sí, de esas también. Y las tartas de vainilla que vienen en los envases pequeños, traes cinco de esas… somos… —miró hasta mi lugar—… cuatro, con Siana y contigo, pues seis, compras seis… Sí, seis. ¡¿Y si no gasto tu dinero, quién más lo hará?! ¡Traes todo, Ali, todo lo que acabo de decirte! Ajá… Chao.
Y colgó.
«Venía. Venía. Venía. Venía. Venía. Venía. Venía».
Una corriente de ansiedad me recorrió todo el interior, pero hice mi mayor esfuerzo para no demostrar que iba a darme un ataque porque mi dueña, la mujer de mi vida, iba a llegar a mi departamento. Iba a verla, después de tres semanas, nuevamente tendría cerca ese aroma a vainilla que tanto extrañaba. Allen era la responsable de mi mala situación psicológica, de que mis órganos dolieran y de que sintiera que no iba a vivir un día más.
Me tenía totalmente desubicado. Su espíritu y su alma eran un imán, y mi mente otro, me llevaba hasta ella de manera ficticia sin quererlo y me creaba escenarios imaginarios con sus palabras o simplemente con su cuerpo. Éramos dos masas inversas que se atraían frenéticamente, sin importar que no estuviésemos cerca.
La extrañaba, la extrañaba demasiado, y que volviéramos a estar cerca de nuevo no significaba que me hiciera feliz, porque no podía con el peso de que aún le ocultaba cosas delicadas y muy importantes que la involucraban a ella. Pero no podía decírselo y tampoco estaba en mis planes hacerlo, así que debía vivir con eso el resto de mi vida si no quería terminar de espantarla para siempre de mí.
Antes de que mi papá pudiera irse de mi departamento para dejarme con aquellas personas que eran más mi familia que él, la puerta se abrió de golpe y un sexto cuerpo apareció, uno que era casi de mi tamaño. No pidió permiso para entrar, así que ya no sabía si mi departamento era mío o un burdel público.
Ah, no, en realidad, entraron dos personas, una detrás de la otra.
—Dorian —pronunció Brant.
Sí, Brant estaba ahí, y fruncí el ceño al ver que el otro era Daimon. El resto estaba igual de confundido que yo, y esperaba rápido a que Brant y el otro imbécil dijeran qué era lo que querían antes de que buscara un cuchillo y terminara apuñalando al maldito que intentaba frecuentar a mi novia y por ello le habían puesto una orden de alejamiento.
No estaba contento con la visita, la ira se apoderó de mi ser al solo pensar que Allen se sentía incómoda recibiendo llamadas molestas de Daimon y que este la perseguía a todos lados. El estorbo se quitaba, ¿no? Y yo no tenía problemas con volver a cometer otro homicidio.
—Eres un hombre difícil de encontrar —Brant giró su rostro lentamente hacia mi papá, pareciendo intimidante—. Te estaba buscando.
—¿Y tú eres? —le preguntó mi papá.
—Brant —zanjó él, abriendo rápidamente un sobre que tenía en manos—. Estos son unos papeles con pruebas donde mi padre, el señor Gilles Gates, realizó unas estafas a la Empresa de Tecnología del señor Ludovico Masson. Esto servirá para quitarle la custodia de Allen.
Brant estiró los papeles y mi papá no lo dudó, los tomó rápidamente con sus manos envueltas en sus guantes negros, y sin perder el tiempo, empezó a leer el contenido.
Vale, el resto no nos metimos en la conversación pero mirábamos la situación con cierta petrificación porque Brant lo había dicho así delante de todos y sin importale si alguien más estuviese escuchándolo, porque conociéndolo y sabiendo lo que él sabía, seguramente pensaba que quizás en mi departamento habían grabadoras, chip, u otros aparatos que pudieran grabarlo.
Prey y Ludovico no mostraron ninguna emoción ante lo que Brant había confesado, lo que fue una repuesta a que ellos ya sabían todo. Por parte de mi papá, ese nunca mostraba nada, parecía un imbécil sin sentimientos que ofrecer, siempre los mantenía cohibidos, era así desde que tenía existencia. Finalmente, Birkin y yo, tampoco mostramos alguna emoción resaltante pero en nuestras miradas podía notarse la confusión y también la impresión, pero solo en el iris.
Esa era otra cosa que seguramente Allen no sabía, y ya estaba empezando a odiar todo lo que la rodeaba, porque nada era bueno, ni siquiera yo, pero ya lo había dicho, quería ser lo único malo que entrara a su vida, pero no para hacerla sufrir aunque mis sucias manos desearan tocar a cada segundo cada parte de su cuerpo y de su piel de porcelana.
Es imposible no pensar en ella y desearla.
—No lo necesito —mi papá le entregó los papeles a Brant, casi tirándoselos en las manos—. Nos vemos mañana, Dorian.
—Ya sabía que eras orgulloso —la voz de Brant detuvo a mi papá antes de que atravesara el marco.
—No soy orgulloso —replicó él—, soy inteligente. Las personas inteligentes obtienen sus investigaciones sin ayuda de nadie.
—Sin pruebas no vas a hacer nada.
—Niño, lo único que sabes de tu padre es que es un estafador. No es la cuarta de nada. Buenas noches.
Y se fue, así sin más, dejando a Brant como un imbécil mirando hacia la puerta vacía, y todavía sosteniendo los papeles.
—Adiós —le dijo Ludovico a Daimon, prácticamente echándolo.
—¿No has hablado con Allen, verdad? —le preguntó Brant a Ludovico—. Deberías, eres una de las dos personas a la que Allen le puede decir todo y aún…
—¿A qué viene todo este espectáculo? —lo interrumpí—. Y primero, ¿Qué haces tú aquí? —miré a Daimon, tratando de reprimir mi actitud compulsiva para no hacerle algo que sabía que iba a lastimarlo.
—Él no tiene la culpa de nada —Brant salió en defensa—. En realidad, deberías de agradecerle, porque Allen aceptó que estaba acosándola solo porque así mi padre lo quiso, y lo hizo para poder quedarse en Australia.
¿Qué?
—¿Qué? —inquirimos Ludovico y yo casi al mismo tiempo, porque él lo había hecho primero.
—Lo que estás escuchando. La oí hablando con mi padre. Allen no se quiere ir porque iban a vender la casa y ahí su madre había vivido cuando era niña.
—¿Y esa casa el maldito de Othelio no la dejó en herencia de ella? —preguntó Prey.
—Exactamente, pero la tienen chantajeada con que es menor de edad y que es lo mejor, y contando que Allen es ingenua, no va a poner demasiadas objeciones porque es evidente que no quiere quedarse sola.
—¿Y qué mierda se supone que son ustedes? —ahora la pregunta fue de Ludovico—, ¿Su familia o sus enemigos? Esta maldita mierda suena a que están vendiéndole la compañía a Allen.
—Y es justo eso lo que trato de no hacerle ver a ella, Ludovico, déjame terminar —le pidió Brant, sonando molesto y áspero, con el ceño fruncido y los músculos tensos—. Allen le pidió a mi padre que le permitiera comprar la casa con la herencia que mi tía le había dejado, o sea, su abuela, pero mi padre se negó. Esta parte no tiene sentido, ya que la dueña es Allen. Y, la razón por la que mi padre quiso demandar a Daimon, era porque existía la posibilidad de que Allen se casara con él si tenían algún tipo de relación, y eso significaba que la mitad de todo lo que tiene Allen, pasaría a manos de Daimon, y ese dinero mi padre lo quiere. Está buscando más que solo la herencia de mi abuela, que aparte de dinero, son cuatro propiedades, una fabrica de hierro y una línea de ropa importada, también quiere el bufete de mi tío Othelio, su herencia, y la herencia de su mamá que aún no ha sido tocada. En resumen, quiere apoderarse de todos los bienes de los Gates.
No dije nada, me quedé completamente perplejo por esa información. La procesé en fracción de segundos y me quedé a sacar conclusiones, pensando en que en serio el mundo había maldecido a Allen y ahora se encontraba siendo la persona más maldita del mundo y con la peor de las suertes. Una familia de mierda, mentiras, y también estaba yo de por medio, alguien que no había hecho más solo lanzarle más mala suerte y más sufrimiento.
Era un egoísta, un maldito egoísta. Había elegido a Allen, y eso quería decir que le entregaba algo más que solo mi corazón, mi lealtad, mi cuerpo, y mi espíritu. Pero había hecho todo lo contrario, era una de las tantas personas que más le había desdichado la vida. Siempre había pensando en mí, en mi maldita venganza y en mis malditos problemas del pasado, y eso había provocado que no fuera mejor persona por ella, pero, solo para ella.
Ahora era cuando más quería tenerla cerca, y estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para traerla hasta mí.
—¿Y ahora qué? —inquirió Ludovico, frunciendo el ceño—, ¿Tu tío quiere dinero y ahora va a atormentar a Allen para que ella se lo dé?
—Está manipulándola, y contando que Allen no ha estado bien últimamente, estoy seguro de que firmará los papeles que mi padre está preparando.
—¿Qué papeles? —me atreví a preguntar después de pasar tanto tiempo en silencio.
—Unos donde según, Allen tiene que firmar para que él pueda hacerse cargo de todo lo que tiene, pero ya nosotros sabemos qué significa eso. Es lo que yo trato de evitar, pero hablar con Allen no es una opción, al menos, no yo. Solo quiero que sea feliz lejos de mi padre, prácticamente es billonaria y no soporto que sea tan infeliz, porque sé que algo le pasa y no quiere decírselo a nadie.
—Quiero hacer algo —murmuró Ludovico—. Tú eres inteligente, ¿De algo sirven esos papeles que tienes ahí?
—Para nosotros, de nada. Daimon no puede hacer algo porque la orden de alejamiento ya está en el registro, soy menor de edad, tambien ustedes, y Dorian no tiene nada que ver con Allen, es decir, no es un familiar, y ella es menor de edad. No podemos denunciarlo así como así, es… Él tiene poder y…
—¿Y eso qué? —inquirió Birkin, quitándole los papeles para leerlos. Yo estaba perdido en un sexto mundo, en el cual solo pensaba en secuestrar a Allen y llevármela lejos.
—… y te tiene en la mira —Brant terminó de hablar después de que Birkin lo interrumpiera, mirándome.
—¿A mí? —fruncí el ceño de nuevo.
—Sí. El padre de Ludovico fue a visitarlo, y como es abogado, va a ayudarlo con los trámites para quitarle todo a Allen, eso para levantar su empresa. Creo que están en quiebra, ¿O no? —miró a Ludovico.
Era cierto, suspiré y eché la cabeza hacia atrás, cansando de toda la mierda que estaba pasando. Quería gritar.
No, sí lo hice. Grité y tiré en dirección a la cocina una de las mesas de adornos que se encontraban en la sala, aquella pasó por encima de la encimera y aterrizó bruscamente contra el gabinete donde se guardaban los vasos. Algunos vidrios se quebraron, pero no alcancé a ver qué había sido exactamente, porque no me importaba.
—¡Imbécil! —chilló Birkin, dejando caer los papeles para correr hacia la cocina.
«Problemas. Problemas. Problemas. Problemas. Problemas. Problemas».
—Yo estoy igual de frustrado —murmuró Brant—, créeme que te entiendo. Me provoca apuñalar a todo aquel que le hace daño a Allen. Es demasiado buena para todos sean así con ella.
Siempre decía lo mismo y no me cansaba de repetirlo: me gustaba hacer todo solo y siempre me salía bien, pero sabía que con eso no podía, porque Allen no solo me tenía a mí, sino también a Brant, a Daimon, a Ludovico, a Prey… y ellos también lograban pensar rápida y astutamente, al igual que yo. Era obvio que no iban a dejarme solo en eso, que aunque no los necesitaba, ellos no iban a aislarse de la situación.
Pensé en muchísimas cosas que podía hacer, y la que más era buena, era peligrosa.
Dawnes Magson.
Ese hombre, un viejo conocido, era el único que podía ayudarme fácilmente, pero pedirle ayuda era aceptar que tenía que trabajar para él.
Pues estaba dispuesto a todo con tal de liberar a Allen de esa maldita prisión en la que se encontraba, incluso si tenía que formar parte de la SickMagson, un club de personas que se encargaba principalmente de torturar y quitar vidas. En resumen, resolver problemas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro