Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo XXXVII

Este capítulo toca temas muy sensibles. Queda bajo tu responsabilidad leer.

XXXVII-MI FIN

Todas las clases habían acabado y quería volver con Allen de nuevo a la residencia, pero así como Siana y Ludovico echaron a perder el que hubiéramos llegado juntos al International Gates, el señor Freyen y el señor Gilles echaron a perder que también nos hubiésemos marchado.

No sabía qué estaba pasando dentro de la dirección, pero llevaba media hora esperando a Allen para irme con ella y todavía no salía, hasta que me llegó su mensaje pidiéndome que me fuera solo, que luego ella me alcanzaba. No quería que fuera de esa manera, así que esperé media hora más, pero los vigilantes del instituto empezaron a sacar a todos porque la hora de salida ya había llegado. Entonces nada, tuve que irme solo. Parecía que el tema era muy importante, y yo ya me sentía nervioso sin saber qué era.

Ludovico salió al mismo tiempo que yo, y por alguna razón, ni siquiera se atrevió a mirarme cuando me pasó por un lado para subirse al auto de Prey (quien sí se había molestado en despedirse). No creí que realmente se hubiese tomado en serio ese tema de Allen, pero me daba igual que no me hablara. Sí, era un poco decepcionante encontrarnos así luego de que ambos nos hubiese hecho cómplices de muchas cosas y que nos entendiéramos como lo hacíamos, pero yo no podía hacer nada para que dejara de sentir eso enfermizo que sentía por Allen. No sabía si al igual que yo, él la adoraba o la amaba. No entendía nada, era confuso, pero no quería indagar más en ese tema, porque no quería seguir conociendo a más gente que quisiera tenerla al igual que yo, y tampoco quería saber cuáles eran exactamente los sentimientos de Ludovico.

Cuando llegué a la residencia, noté que Birkin todavía no estaba de servicio. Quizás ya no iba a trabajar más luego de que Ludovico le hubiese pagado tanto dinero así como el que me contó que le había entregado. Era muy raro que le hubiese regalado dinero solo por él haberlo ocultado en la residencia. A lo mejor hizo algo más pero Ludovico prefirió ocultarlo y no contármelo. Pero pensándolo más a profundidad, Birkin seguía quedándose en la residencia porque ahí vivía, así que no sabía qué iba a pasar con su vida. Tampoco me importaba.

Entré al ascensor, dispuesto a subir al sexto piso para quedarme en mi departamento hasta que Allen llegara. Y hubo algo raro, rarísimo. El ascensor había sido impregnado por un olor muy particular pero conocido. Era un perfume extremadamente imponente, poderoso, fuerte y brutal. Lo conocía, sabía perfectamente de quién era, y el corazón se me aceleró de solo pensarlo. No sabía por qué, pero pensé en Ludovico y en que yo era igual a él. No era su perfume, pero sentía miedo. Sí, le tenía miedo, muchísimo miedo al dueño del perfume que ahora entraba por mis fosas nasales, y no entendía por qué, porque yo no era un niño y sabía defenderme, no era débil, ni siquiera cuando mi trastorno me causaba ansiedad por las ganas de querer dominarme.

Cuando abrí la puerta de mi departamento, la empujé lentamente, ya sabiendo con lo que iba a toparme. Ni siquiera sabía por qué mi teléfono no había sonado para ese movimiento desconocido. Pero fue mi entrenador, así que no esperaba menos, era precavido, siempre lo había sido. Pulcro, inteligente, y sobretodo, estratega.

Ahí estaba él, ese hombre de cuarenta y un años de un metro con noventa (uno solo por sobre el mío), parado con firmeza frente a la puerta pero a una larga distancia. No cambiaba, siempre vestía de negro y usaba muchas prendas de ropa: camisa interna, blazer, gabardina, zapatos pulidos, pajarita, correa entre los entre-brazos, cinturón, y guantes negros. Todo su estilo para mí era una nimiedad, pero para él era imprescindible. Parecía un mafioso, y quizá sí lo era. Su porte era firme, corpulento, potentado, y de grandes músculos.

Si hablábamos de su cara, todavía no entendía por qué no tenía ni una arruga. Sus rasgos estaban bien moldeados porque eran serios y firmes. Cejas gruesas y sacadas. Nariz de puente recto y punta perfilada. Pómulos resaltantes. Labios bien alineados, ni tan carnosos ni tan finos. Quijada de punta. Era pelinegro ondulado, con el cabello abundante arriba y bajo a los lados, pero lo de arriba le caía un poco hacia los costados. De pestañas largas y ojos pequeños, los cuales eran de color gris, algo como una mezcla de gris y azul claro.

Ese hombre tenía una imagen totalmente limpia y poderosa. Era todo un magnate con el dominio de todo a su paso y a su mirada.

Busqué, maldita sea, busqué algo en lo que no me pareciera a él, pero no había nada. Era su misma imagen.

—Papá.

Terminé de entrar lentamente y cerré la puerta a mi espalda. No podía creerlo, de verdad que no. No sabía cómo me había encontrado, porque después del juicio, le había dicho que estaba en otro lugar. «Ya, Dorian, no lo subestimes tanto». Era cierto, a ese hombre era difícil encontrarle alguna imperfección fuera de que era un padre fatal. Pero ya lo había superado. Me encontró, ese era el punto y fin.

Cuando terminé de acercarme a él para mirarlo más de cerca y escuchar lo que tenía que decirme y su explicación del por qué estaba ahí, me llegó el regalo y la gran sorpresa. No lo noté hasta que sentí el líquido caliente deslizándose desde el interior de mi nariz. Levantó la mano izquierda y soltó un golpe, un golpe extremadamente fuerte, muy fuerte y ágil. Mi rostro se echó bruscamente hacia un lado y perdí el equilibrio, pero solo necesité propinar un paso para mantenerme de pie y no caerme. No me rompió los labios, pero derramé sangre por la nariz aunque tampoco me hubiese roto esa parte del rostro.

—Eso es preocupar a tu mamá. Dice que llevas dos semanas sin responderle los mensajes.

Me llevé la mano al rostro, exactamente a apretarme la nariz con los dedos, y nuevamente volví a darle frente. A él también le había dolido, porque estaba agitando la mano y acariciándosela por sobre la tela del guante. Quizás venía un segundo golpe, así que estaba totalmente preparado para él. Entonces sí, volvió a levantar su mano izquierda en un puño, dispuesto a volver a golpearme. Pero fue un amage, su puño de detuvo justo al lado de mi mejilla derecha, pero yo no me moví, ni siquiera pestañeé. No conocía ese truco de él.

Pero acepto que sí.

Le tenía miedo. Solo a él. Y no sabía por qué. Era igual que Ludovico aunque lo juzgara mentalmente por eso; no importaba cuántas ganas tuviéramos de hacer caer a nuestros padres hasta que no tuvieran nada, siempre íbamos a estar detrás de ellos, con miedo y sin saber qué hacer para que se sintieran orgullosos de nosotros. En mi caso, a mí me daba igual si mi papá quebraba o no. No me valía nada lo que pudiera pasar con él. Solo me preocupaba mi mamá, y que su felicidad era el hombre que yo tenía parado al frente. Por mi parte, yo sabía que le daba igual mi existencia aunque fuera su hijo, después de todo, no le dolió abandonar a Debby.

—Eres un desastre, Dorian.

No, no era cierto, solo que ya había notado que me había desprendido de su espalda y que ya no me tenía detrás de él como un perrito esperando a saber qué me tocaba hacer para hacerlo sentir bien. Ya no estaba para buscar la pelota con la boca cuando él me lanzara al otro lado de la calle. A él le faltaba algo que yo tenía: la habilidad con una computadora, y por eso me necesitaba. Le molestaba que ya el Dorian tercero no tuviera para seguir los mismos pasos que seguía toda la familia.

Bingo.

Me necesitaba, claro que era eso, porque él y yo teníamos todo similar, ¿Saben? Excepto que él tuviera la habilidad para robar; una habilidad que yo aprendí gracias a lo enfermiza que era su mente. Es decir, ya que éramos iguales, a él le daba igual si yo estuviera bien o no, si yo estuviera lejos o no, si yo estuviera vivo o no, si yo comiera bien o mal, si yo tuviera lo que necesitaba o no. Por supuesto, no estaba ahí porque mi mamá estaba preocupada por mí o porque él lo estuviera; que yo lo dudaba muchísimo, a él solo le interesaba el bienestar de ella y el suyo. Así que sí, estaba ahí manipulando mi cerebro con estupideces para al final decirme que tenía que volver porque mis obligaciones estaban en Canadá. Pues primero iba a tener que arrodillarse y abrirme el pantalón.

—No creí que eso te importara —fui sincero, dirigiéndome a la cocina para sacar un vaso de agua.

Él se mantuvo en silencio, analizando cada lugar del departamento. Sería un imbécil si dudaba que ya no había revisado todo. Desde mi lugar podía notar que todas las cámaras estaban desprendidas de la pared y rotas. Eso no me importó, porque seguramente tuvo que haber desinstalado la energía eléctrica de la residencia para poder entrar sin ser detectado por las cámaras eléctricas. Era inteligente, no podía juzgarlo. Me preguntaba si todo lo había hecho él directamente o si mandó a alguien que lo hiciera. No, no lo creía, él era más de hacer las cosas por su cuenta para no tener ningún algún testigo que pudiera abrir la boca en su contra. Por eso me volvió lo que ahora era, no le importaba tener que esperar tantos años para hacer cosas malas, porque sabía que estaría en la cima cuando yo creciera.

—¿De quién es esto?

No le presté atención tan rápido, seguía dándole la espalda mientras terminaba de vaciar el vaso de agua para dejarlo sobre el lavabo de la cocina. Me quité el bolso y lo coloqué a un lado, y finalmente, me giré, atravesando de nuevo el espacio que dejaba la isla de la encimera para pararme de nuevo frente a él, pero a una distancia prudente. Me le quedé mirando las manos, tenía seis, porque sabía que eran seis, bragas de color negro. Eran de Allen, me había encargado de ir robándoselas poco a poco cada vez que tenía la oportunidad. Era porque me gustaban, no por otra cosa.

—De mi novia —respondí—. ¿Por qué?

Él miró las bragas más cerca, analizándolas con bastante detenimiento. No me gustaba para nada que estuviera haciéndolo, pero sabía que tenía el mismo fetichismo con la ropa íntima de mi mamá. Eso lo supe cuando era más pequeño, y no sabía si actualmente él seguía haciendo esas cosas, pero me daba igual.

—¿Es la pelirroja esa?

—Se llama Allen.

—Ay, Dorian. ¿Tu plan en Canadá no era matarla? —inquirió con ironía.

Me tensé y miré a un lado, frustrado por lo que había dicho. Soltó una risita odiosa, risita que yo conocía. Estaba buscando bases y argumentos para chantajearme y manipularme hasta alejarme de un mundo en el que yo quería quedarme para meterme en uno que a él le convenía porque algo necesitaba. Sabía que estaba ahí por algo, pero no sabía cuándo mierda iba a llegar al grano para después largarse.

—Cambié de opinión —repliqué, frunciendo los labios.

—¿Al menos se lo dijiste?

—¿Qué? —volví a mirarlo, frunciendo el ceño y apretado los dientes sin que lo notara, aunque dudaba que mi mandíbula no lo hiciera ver.

—Ya sabes qué, Dorian. Que tu plan desde el principio era que le hicieran lo mismo a ella.

—Allen no sabe que yo ya la conocía.

Él asintió lentamente, formando una pequeña sonrisa y dejando las bragas de Allen sobre la mesita de adorno, luego recostó el coxis de ella y volvió a mirarme.

—¿Y ahora qué? ¿Te enamoraste de ella?

—Puede ser —me encogí de hombros rápidamente.

Y de nuevo soltó una risita odiosa. Presentía que yo estaba solo jugando, y sí, estaba jugando, pero con él.

—¿Y cuándo le vas a decir la verdad? Porque si estás enamorado eso se lo tuviste que haber dicho en la primera cita.

—Ya Allen sabe mi verdad. Llegué aquí y tuve un plan distinto, así que no ha pasado ni va a pasar algo que ella ya no sepa.

—Vale. Pero recuerda que estás aquí con una identificación falsa, Dorian —sus palabras fueron cautelosas, bajas y lentas, hablaba de manera parecida a como lo hacía Ludovico, pero él usaba un tono más autoritario, como si lo que estaba diciéndome era una indirecta para que volviera a Canadá con él y con mi mamá—. Tienes que volver, y dejar a esa chica tranquila. Sabes que es lo mejor, porque primero: te escapaste del psiquiátrico, segundo: solo te dieron un permiso para salir de la ciudad por lo menos dos meses, y ese papel ya se venció. Tu vida está allá…

—¿Cuál vida? —bramé, frunciendo más el ceño—. Será tu vida, papá, porque todo lo que hago es porque a ti te da la gana que lo haga.

—No me interrumpas cuando te hable, Dorian.

—No, es que intento callarte para que no digas cosas estúpidas y hagas el ridículo delante de mí. Porque eso es lo que estás haciendo, el ridículo. Dime algo, ¿Te está yendo mal y por eso viniste a buscarme, porque me necesitas? ¿Quieres quebrar a alguien o vengarte y no puedes solo porque no sabes nada? El maldito papel del juez decía que solo eran dos años, dos años en ese psiquiátrico, y yo ya los cumplí.

—Dos años si tu trastorno mejoraba.

—Y mejoró —repuse enseguida—. No he tenido episodios…

—Pero esa voz chilla en tu cabeza —replicó.

—Puedo controlarla.

—Solo quieres ser libre —debatió enseguida. 

—Vale, papá. Me voy a ir, pero no contigo, luego volveré con mi identificación verdadera y me quedaré aquí. Yo no necesito de ti, tampoco de mi mamá, si tengo problemas de dinero, me encargaré de resolverlo yo mismo. Tengo veintiún años, no dieciséis, ni diecisiete. Puedo hacer cosas por mí mismo. Y puedo trabajar en algo que no tenga nada que ver contigo, así tendremos algo diferente al fin: podré darle una vida a mi pareja con dinero que no sea sucio ni robado.

—Con ese dinero, Dorian, sucio y robado, tú creciste.

—Era un niño, no era mi culpa.

Nos quedamos en silencio un momento, mirándonos fijamente a los ojos. Le retuve la mirada sin miedo y sin pestañear, demostrándole que ya no era él si no yo, y que ya no iba a manipularme hasta hacer conmigo lo que quisiera. Me conmovió mucho no escucharlo seguir debatiendo para lograr lo que quería, porque él siempre tenía algo que decir y siempre lo hacía bien para ganar. Pero ese no era su día, y nunca iba a serlo si se trataba de mí. Antes no sabía qué hacer, ni sabía lo que quería para mi vida, pero ya lo tenía claro y veía con más claridad. Quería hacer mi vida con Allen, y que nadie nos molestara. No como él estaba haciéndolo ahora porque me quería en Canadá. Él dejó Alemania por mi mamá, ¿Por qué no podía yo dejar Canadá por Allen?

Unos largos minutos transcurrieron, no muchos pero para mí fue eterno ese momento donde miraba fijamente a mi papá a los ojos, sin pestañear y sin moverme. No iba a quitar la mirada, no iba a darle el gusto de ganar como siempre lo había estado haciendo gracias a él mismo y también a mí.

La puerta sonó, y eso logró que él quitara la vista de primero para mirar hacia ella, y no tardé en hacer lo mismo también. Me acerqué y abrí solo un poco, analizando quién estaba afuera.

Era Allen.

—¿Puedo pasar? —preguntó nerviosamente. No se veía bien, nada bien, parecía que estaba llorando, tenía el cabello amarrado en un moño decente y sus manos estaban temblando. También tenía el rostro pálido, más pálido de lo normal.

No podía decirle que no y dejarla afuera, pero si pasaba, presentía que cosas que no quería que ocurrieran, iban a ocurrir. Mi papá era un hombre muy directo capaz de hacer lo que sea con tal de salirse de la suya, no sabía qué cosas estúpidas podía decir delante de Allen para dañarle el cerebro hasta ahuyentarla de mi vida. Pues me dio igual lo que él pudiera decir, me hice a un lado y ella entró. No me importó que ese fuera mi fin, ella sabía cómo escucharme y siempre me dejaba explicarle las cosas.

Cuando cerré la puerta y me giré, Allen estaba petrificada, mirando a mi papá con cierto asombro y a la vez con confusión. Volteó a mirarme, luego lo miró a él, luego volvió a mirarme, y finalmente lo miró a él.

—Buenas tardes —murmuró, frotándose las manos con nerviosismo.

Mi papá la examinó de pies a cabeza, luego su mirada cayó sobre la de ella, y no le importó mucho, dejó de prestarle atención inmediatamente y pasó a mirarme a mí. Eso era normal, no le interesaba mirar a alguna mujer que no fuera mi mamá, no por tanto tiempo.

—Buenas tardes —repitió él con desinterés.

—¿Podemos hablar un momento? —me preguntó Allen, volviendo a mirarme—. Solos.

—Allen, él es mi papá.

—Sí, no me interesa. ¿Podemos hablar afuera justo ahora?

Oh, me conmovió mucho que hubiera dicho eso, y era porque mi papá abrió un poco los ojos, impresionado por ese carácter de Allen. En realidad, ella no era así, pero no supe exactamente por qué lo había tratado de ese modo. Se lo merecía, porque así como él la miró con desinterés, haciéndola sentir inferior, ella le devolvió el pago, pero actuando como si él no estuviera presente. Como si no fuera nadie.

—Es que él está ocupado conmigo justo ahora —replicó mi papá, pero Allen no le prestó atención y se quedó mirándome.

El momento era extremadamente incómodo, no iba negarlo. Todos podíamos tener familia de sangre, pero no era la sangre exactamente lo que nos unía. Allen me había tratado en dos meses, mejor de lo que mi papá pudo hacerlo en veintiún años. Por supuesto que no lo dudé, ni siquiera porque estaba incómodo y bastante asustado por lo que Allen pudiera saber por boca de él. Presentía que iba a odiarme si salía, ya me había perdonado demasiadas cosas malas y yo no quería que me hiciera las situaciones tan fáciles, porque eso significaba que siempre iba a ocultarle algo y ella me perdonaría fácilmente, y yo no quería que fuera así. No quería que todo pareciera un juego.

Abrí la puerta e hice un ademán, pidiéndole a Allen que saliera primero.

—Dorian.

Giré el rostro hacia el hombre que había pronunciado mi nombre y dije:

—Hay prioridades, papá, tú mismo me lo enseñaste.

Salí también del departamento y cerré la puerta, luego me recosté rápidamente de la pared y suspiré, aliviado.

—¿Qué hace aquí? —me preguntó Allen, todavía frotándose las manos con nerviosismo y mirándome.

—No es importante.

—¿Estás ocultándome cosas por tercera vez, Dorian? —frunció el ceño.

—Allen, ya te dije que no es importante —bramé, frunciendo el ceño también para que supiera que hablaba en serio.

Ella asintió, retrocediendo dos pasos, pero nunca me quitó la mirada de encima. Estaba haciéndolo de nuevo, mirándome con decepción, como si ya no me quisiera, como si me odiara, como si yo nunca iba a cambiar e iba a ser el mismo imbécil de siempre. Y creo que tenía razón, yo nunca iba a cambiar, era imposible que pudiera hacerlo, porque lo único que cambia era la hora y el clima.

—¿Qué ibas a decirme? —le pregunté después de unos segundos, porque no veía sus intenciones de querer hablar.

—Nada, no es importante.

Sí, definitivamente sí, ya había empezado. La tomé por el brazo y la jalé hasta su departamento, abrí la puerta y entré en su compañía, luego la cerré bruscamente y la pegué a ella contra la puerta.

—Este no es el momento para que empieces con tus berrinches, Allen —murmuré, enfadado—. Dime qué mierda era lo que ibas a decirme.

—¿Crees que voy a soportarte siempre, Dorian?

Pestañeé dos veces, como si estuviese de nuevo en mí mismo. Las palabras le salieron frías, así que la solté y retrocedí un poco, marcando un espacio prudente para poder mirarla mejor. Ya no sabía si la persona molesta era ella o yo.

Allen al principio parecía asustada, aterrada, con los ojos húmedos y con el cuerpo temblándole. Ahora parecía molesta. Tenía el ceño fruncido, los labios rectos, la respiración agitada y la mirada vacía. Se esmeró mucho en no controlar ese ataque de bipolaridad.

—Siempre estás tratándome mal, regañándome, peleando y… gritándome. Un día eres un caballero y al otro un maldito idiota. Estoy cansada de esta mierda, de ti, y de todos.

—¿Entonces por qué fuiste a buscarme? —inquirí, sonando rudo.

Allen abrió los ojos, sorprendida, incluso parpadeó dos veces seguidas, esperando descubrir si estaba jugando. Pero no, lo había dicho en serio y luego me arrepentí. La verdad era que no me esperaba la llegada de mi papá, por lo que andaba un poco alterado por eso. Sabía que no debía pagar mi humor con Allen, pero ella me buscaba la ira, así como podía estar en paz mientras estaba con ella, también tenía esa habilidad para hacerme perder el control.

—Yo… —murmuró, se relamió los labios y suspiró. Parecía que iba a llorar de muevo, porque sabía que ya lo había hecho, no el por qué, pero lo había hecho—… yo… Vengo a decirte que se acabó, Dorian.

No lo dijo despacio, pero para mí sonó en cámara lenta, y el sonido lento con su significado, me hizo doler los pulmones. Y busqué el error, pero no había ninguno error. Lo había dicho claro y preciso.

—Voy a dejarte en paz. Ya no vas a tener que soportarme.

—Allen, cállate —hice una mueca de desagrado, pero en realidad, tenía el corazón bombeando con fuerza por el miedo. Ahora era cuando sentía el verdadero miedo, de ese del potente.

—Voy a irme, Dorian. Eso era lo que necesitaba. Voy a irme lejos de ti. Ya no tendré que escuchar tus mentiras. Siempre mientes, siempre ocultas cosas, siempre… tú… No eres bueno.

—Sabías desde el principio que nunca fui bueno, y aún así te quedaste.

—Porque creí que ibas a cambiar un poco por mí. Pero no, fui una estúpida, una grandísima estúpida.

Me quedé en silencio, todavía pasmado. No era capaz de decir algo porque no podía, no podía echarlo a perder, además, Allen se veía decidida y hablaba con determinación, como si ya nada de lo que yo dijera iba a hacerla cambiar de opinión. Había algo más, lo sabía, y quería que ella me lo dijera. El problema de su enojo no era por mí, ¿Verdad? Ella había llegado extraña, con los ojos inundados y pálida, como si hubiese visto un muerto.

Yo no era el culpable.

Ella ya estaba así.

—Eso solo en los libros, ¿No, Dorian? Esto es distinto. Leerlo es inquietante. Pero vivirlo es un infierno.

Suspiró y echó el rostro hacia atrás, negándose a dejar que alguna lágrima se la escapara. Se pasó las manos por el rostro y volvió a mirarme.

—Lo único en común que tienen la ficción y la realidad, es que ambas son traumáticas.

—Allen —pronuncié lentamente—. Dime qué estoy haciendo mal.

—Todo, Dorian, desde que me conociste estás haciendolo mal. Sabes que es así.

—Yo no quería nada de esto.

—Nunca paraste para que fuera distinto. Por eso se acabó.

«¡No!».

—¡No!

Me acerqué a ella y la tomé por el cuello, pegándola bruscamente de la puerta, y apoyé mi otra mano al lado de su cabeza pero pegada a la madera. Allen se sobresaltó cuando me acerqué a ella de golpe, y jadeó. Se quedó quieta cuando ocurrió el impacto, pero no apartó su mirada de la mía en ningún momento, la cual estaba solo a escasos centímetros.

—Mírame bien, Allen. Con solo hacerlo sabrás exactamente lo que quiero. Con solo hacerlo ya deberías saber todo. Con solo hacerlo sabrás que te amo, y que no quiero que vayas a ningún lado.

Sus ojos volvieron a traer esa agua salada y sus mejillas se sonrojaron al igual que otras partes de su rostro, pero nunca dejó se mirarme, no sin amor.

Pero se veía infeliz, y yo no quería que fuera así.

—No importa cuántas cosas te oculte, pero yo jamás te mentiría. Y ocultar no es mentir, Allen, es un imbécil el que inventó eso. Yo prefiero no decirte alguna verdad insignificante antes que decirte algo que no existe.

—Es que yo… no entiendo por qué eres así, Dorian. No sé por qué eres diferente.

—Es que no es igual que alguien muera por ti, a que alguien mate por ti.

—No…

—Las diferencias existen pocas veces en años, Allen, y solo tienes que aprovecharlas.

—¿Tengo que aprovechar estar con alguien como tú, Dorian? Mataste a alguien, fuiste a la cárcel, estuviste internado en un psiquiátrico, robaste a muchas personas, intentaste asesinar a mi abuelo; a mi familia. Entraste aquí con una identificación falsa. Mentiste ante la justicia. Creaste papeles falsos. Era malo, Dorian, lo menos que puedes hacer es dejarme ser feliz con alguien más.

—No me importa qué tan malo sea para tu vida, Allen, quiero ser el único que pueda entrar en ella. Quiero ser lo único malo en tu vida, pero no para hacerte sufrir, sino para darle placer y amor.

—Esto no es lo que quiero. Vas a acabar mal si sigues así, Dorian. Además, tú no… —sollozó, bajito—… no me das amor ni felicidad. Me das miedo y me haces sentir mal ocultándome las cosas. Solo me haces sufrir…

La solté lentamente.

Después de tantísimos años, alejado de mi infancia y del niño inocente que fui en algún momento y que lo fueron dañando a medida que iba creciendo, hice lo que mi papá me obligó a no hacer: llorar. Era una sensación que no permitía nunca que me tomara, pero en ese momento no pude evitarlo.

No me das amor ni felicidad… Me das miedo… Solo me haces sufrir…

Sentía picazón en los oídos, y no tardé en darme cuenta que era debido a que mis ojos dejaron de enfocar lo que había a mi alrededor, pero los apreté y luego abrí y pude ver a Allen parada frente a mí, con una mano sobre el pecho y la otra a su costado, apretada en un puño. Al igual que yo, ella reprimía las ganas de llorar.

Era claro que estaba sufriendo por mí, alguien que tenía en frente, alguien que estaba dispuesto a hacer lo que sea con tal de estar con ella, alguien que la amaba maniáticamente.

Era claro que yo estaba sufriendo por ella, alguien a quien tenía al frente, alguien que también me amaba, alguien que, si no fuera por mis estúpidas palabras, seguiría diciéndome que estaba perdidamente enamorada de mí sin importarle mis problemas y defectos, sin importarle que yo no fuera lo que realmente ella pensaba que era, sin importarle que tuviera un pasado detestable.

Ella misma lo había dicho. Que estaba perdidamente enamorada de mí, que era fuerte, diferente a lo que había sentido, y que le daba miedo, pero que se sentía bien estarlo, y de mí. Me lo dijo mientras me besaba con amor, lujuria y deseo.

Entonces, ¿Cuál era el impedimento para seguir bien y estar juntos? ¿Por qué era tan complicado algo que era tan lógico?

—Mi custodia pasó a manos de mi tío Gilles —murmuró, con la voz entrecortada—. Y nos vamos del país. A vivir fuera de aquí.

—No estás muy lejos de cumplir tus dieciocho años y no tienes…

—¡¿Es que no te das cuenta, Dorian?! ¡Quiero alejarme un tiempo de ti y olvidarme de todo esto!

—¿De qué quieres olvidarte? —inquirí fríamente, mirándola, pero tenía mis ojos mojados y el alma desvanecida.

Era imposible explicar lo que era realmente el dolor interno, porque nadie entendería el sufrimiento de los demás. Pero yo prefería decir tres palabras: infierno, oscuridad, vacío, y una oración: los muertos también sienten; aquellos que se vuelven demonios.

—De todo lo que hiciste, Dorian. Eres un egoísta al querer seguir quedándote conmigo. Solo te importa lo que tú sientes.

—¿Entonces es eso? ¿Te vas y ya? ¿Se acabó? ¿No nos vamos a volver a ver?

Ella se quedó en silencio, pensándolo. No quería responder porque ni siquiera sabía lo que quería.

—Sigues siendo una niña, Allen.

—Pues entonces aprenderás a vivir sin una niña —me espetó.

Abrió la puerta e intentó irse, pero fui más rápido, la empujé bruscamente y vivió a cerrarse, caí de rodillas y le abracé las piernas a Allen con fuerza, recostando mi rostro de su vientre.

—Te dije que hicieras lo que quisieras conmigo, Allen, pero que no me dejaras  —musité.

—¿Qué haces…? Levántate.

—No, no hasta que me prometas por tercera vez que vas a quedarte conmigo.

—Dorian, te dije que te levantes.

Me tomó por el rostro e intentó guiarme para ayudarme a colocarme de pie, pero solo levanté el rostro y volví a atrapar su mirada, mostrándole toda la intensidad que podía. Quería que entendiera todo con solo mirarme a los ojos, sin que le quedara duda alguna de que mi hogar era ella. No quería actuar así por alguien, pero yo era de los que no dejaba ir lo que querían.

—Mis ojos jamás miraron a alguien con tanto amor y redención, Allen, no como te miran a ti.

Ella se quedó en silencio y siguió mirándome, como si quisiera decirme miles de cosas buenas pero sabía que no podía.

—Lo único que veo en tu mirada, es el infierno, Dorian.

Pues yo era eso, no podía ofrecerle nada más. Me hubiera encantado jurarle en ese momento que estaba dispuesto a cambiar por ella, pero seguía negándome a eso. Quería que las cosas se quedaran así, que ella me amara tal cual como era, que fuese capaz de dar un paso a la oscuridad para mantenerse cerca de mí y poder tocarme.

Éramos como el yin-yang, con la excepción de que teníamos el mismo gusto musical. El yin y el yang eran totalmente distintos, el cielo y la tierra, el sol y la luna, el día y la noche, el calor y el frío, el hombre y la mujer, la oscuridad y la luz, el mal y el bien. Pero aún así, la amaba. En esa, y en todas las vidas y mundos en los que nos fuéramos a encontrar. Incluso todos mis ancestros lo hacían, porque era mi turno en la vida.

—¿Sabes por qué quiero que te quedes conmigo, Allen? —le pregunté, pero con la intención de responder yo mismo—. Te enamoraste de mí por mi buen gusto literario. Tú no querías dinero, no querías sexo, no querías un hombre perfecto, no querías jugar, no querías probar. Querías compañía y hablar de libros, y fue lo que te ofrecí. ¿No puedes hacer lo mismo tú por mí?

—Exacto, Dorian, quería compañía y hablar de libros, no alguien que me ocultara cosas, no alguien que ha hecho muchísimas cosas malas porque no puede parar de vengarse. Eso no solo te lastima a ti. Así que levántate.

—No.

—¡Que lo hagas!

—No —repetí.

—Dorian… no… Levántate, por favor. Y… abrázame.

Eso hice, me coloqué de pie desesperadamente y la abracé por el cuello, pegándola completamente a mi cuerpo. Eso era sentirse completo y de pies en la tierra. Pero sentirse vivo era pegar la nariz a su hermoso cabello e inhalar con fuerza su olor. Ella siempre olía a paz, y para mí, la paz olía a vainilla.

—Gracias. Dorian.

¿Por qué presentía que se despedía?

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro