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Capítulo XXXIV

XXXIV-OTRA MUERTE

Dos semanas.

Esa no fue la cantidad de tiempo que había pasado pero sí la cantidad de tiempo que duró el juicio del señor Othelio Gates, porque al final, terminó diciendo que todo era una farsa, que yo era hacker y que el video era solo un montaje.

Fue un tiempo duro, un tiempo donde mi papá tuvo que mandar al papá de Buty desde Canadá a Australia para representarse como mi abogado (ya que no era mi familiar), también asistió Elih (la policía que estuvo ayudándome con el proceso de ADN de Debby tiempo atrás). Al parecer, ya mi papá estaba enterado de que el señor Othelio fue el responsable de la muerte de Debby, y no sé por qué no tomó antes cartas en el asunto.

El punto de todo, fue que mentimos ante la corte. Me había preparado bien con el papá de Buty y con Elih (quien para mi suerte ya se había convertido en FBI de Canadá). Pues ella fue una testigo, proclamó que las pruebas del señor Othelio se le fueron enviadas desde Australia a Canadá para hacer los análisis de ADN.

Esos análisis se habían hecho meses atrás, pero yo no podía quedar como cómplice si se enteraban de que yo ya lo sabía y no había hecho la denuncia antes. Unos papeles firmados por el director del hospital de Manitoba nos ayudaron a demostrar que las pruebas fueron hechas recientemente.

Ese hombre también era aliado de mi papá. No sabía de dónde ese ser sacaba tantos amigos confiables.

No me sentía nada tranquilo durante el juicio, porque Allen estuvo presente en compañía de su familia, es decir, su papá, Fray, el profesor Alex y su pareja, pero no asistieron el señor Gilles y los dos chicos, quienes por alguna razón no quisieron presentarse. Aunque pensándolo mejor, todavía no entendía cómo era que ella y Fray podían estar presentes, porque ambas eran menores de edad. Pero los demás no me importaban, solo Allen, porque ella no estaba bien, porque era la primera vez que la veía después de dos semanas, y porque estuvo llorando en silencio durante el juicio.

Pero prefería llegar al final porque el proceso fue desagradable para mí, aún así, estuve feliz de que le hubiesen metido cadena perpetua al señor Othelio, por abuso infantil, complicidad, mentir ante la corte y el cargo de homicidio, porque Debby murió de un infarto ante el acto sexual.

Después de la sentencia, se llevaron al señor Othelio, quien pegaba gritos en la sala pidiéndole perdón a Allen.

—¿Todavía no te habla?

Ludovico, Prey y yo, estábamos en la cafetería que quedaba cerca de la residencia. Ludovico tenía dos batidos de chocolate y un plato con un gran pedazo de pastel. Prey estaba contando dinero en efectivo y sonreía como un maniático. Y yo, pues solo tenía un café y pensaba hipomanía-ticamente en Allen.

Había transcurrido una semana desde que se dictaminó la sentencia.

—No, Ludovico, te he dicho lo mismo setecientas veces en dos semanas —rodé los ojos.

—Escuché que iba a la fiesta de Casel mañana —murmuró Prey.

—¿Has hablado con ella? —inquirimos Ludovico y yo rápidamente, casi al mismo tiempo.

—Sí. Hemos hablado de libros.

—¿Y cuándo mierda me lo ibas a decir? —le pregunté.

—Tú no me preguntaste.

Suspiré para no darle un golpe.

—Además, si quieres más información, vende dos de las propiedades de tu padre para que puedas pagarme.

—Preyelg —le advirtió Ludovico.

—Ese nombre es horrible, cállate. Bueno, pueden saber que no he hablado con Allen así como tal, solo me envió un libro y me pidió que le echara un vistazo —contaba no solo el chisme si no también el dinero—. Pero hablé con Siana, me contó que Allen no se esperaba nada de lo que había pasado, pero que la estaba invitando a divertirse para olvidarse de todo.

Uhm, ¿Entonces así resolvía las cosas, no? Eso era extraño, Allen no era así. Es decir, no le gustaban las fiestas, nunca le agradaron esos ambientes. No me gustaba que quisiera salir, porque últimamente se hablaba del señor Othelio en las redes y en las noticias y ella salía ahí de vez en cuando. Además, no quería que esa fuera su manera de liberarse de todo: bebiendo. Porque sí, yo sabía que iba a beber.

—Iremos a esa fiesta —dictaminé.

Ludovico dejó de mirar su plato y Prey dejó de contar el dinero.

—¿Y para qué? —inquirió Prey—. ¿Quieres volver a tirarte a Casel?

—¿Qué? ¿Estás celoso? —le preguntó Ludovico.

—Hijo, por Dios. Contrólate. Casel debe de tener hasta parásitos ahí abajo.

No pudimos, de verdad que no pudimos evitar soltar una gran carcajada cuando Prey dijo eso. A Ludovico incluso se le salieron los mocos, pero tomó rápidamente una servilleta y se limpió. Al final, Prey yo terminamos riéndonos de él.

No creía algo así de Prey, porque Casel era su amiga y también porque era mujer. A mí no me gustaba insultar a las mujeres, mucho menos golpearlas o algo parecido, pero me daba igual si alguien hablaba mal de ellas o no, después de todo, no era yo quien lo decía.

Pero también acepto que Casel merecía eso, porque no se daba su lugar como chica y porque se había ganado esa reputación de ese modo apenas con diecisiete años. Claro, si hablábamos de Allen, eso era diferente, porque ella mantuvo una relación seria y limpia con Daimon, y también porque lo nuestro no se andaba divulgando. De hecho, nadie sabía que yo era suyo.

—Eres un pasado, Preyelg.

—Que no me llames así, Roberto.

—¿Roberto? —pregunté.

—Sí, es su segundo nombre.

—No le creas, Dorian, está enfermo de dinero.

—Prefiero estar enfermo de dinero que de parásitos.

Y volvimos a reírnos de nuevo.

—Miren, hablando de la reina de los parásitos —murmuró, empezando a contar de nuevo un dinero que ya había contado diez veces.

Los adornos de la cafetería sonaron y entró Casel en compañía de Fray y Hyde. Hyde saludó hacia nuestra mesa, y por cortesía, Ludovico y yo respondimos agitando la mano. Vale, eso solo era cortesía y nada más. Yo no odiaba a Hyde, solo que no creía que ella estuviese posteando que iba a quitarse la vida porque Ludovico no le hacía caso. Era algo asqueroso. Las personas como ella no aportaban nada bueno a la vida de nadie.

—¿Cómo le hiciste para llegar a los casi trecientos mil seguidores en Instagram? —me preguntó Prey de repente—. Vi tus fotos, solo sales en lugares lujosos y yates, mostrando tus abdominales y tu gran dentadura.

—Es por el boxeo, idiota —refuté—, ¿O es que no ves el short y las manos?

—No estoy interesado en tus dedos ni en tu bulto, Dorian, gracias.

Me reí burlonamente y negué súbitamente con la cabeza. Él no servía para nada, de verdad, solo para contar bastante dinero en fracción de segundos. Prey sí que engañaba, eh, muy callado y serio, pero al conocerlo, era totalmente distinto. Se reía duro por cualquier tontería y criticaba a todo aquel. Su sinceridad, su honestidad, y la manera ordinaria en que hablaba, era lo que hacía que me agradara. Además, también tenía su lado oscuro.

Quería seguir conociéndolo hasta saber sus defectos y alguna de sus debilidades. Prey era bastante normal físicamente, tenía la belleza que necesitaba para atraer a más de una chica, y un cuerpo muy atlético gracias a la natación porque nunca lo veía haciendo ejercicios. Era inteligente y no tenía mala fama.

Pero su anterior vida fue dura. Su mamá fue mamá soltera por un tiempo, eran pobres y estaban prácticamente en la calle, sin nada. Entonces llegó aquel hombre que se enamoró de ella y terminó teniéndola como una reina. Era publicista, no tenía algo propio pero ganaba una excelente fortuna trabajando no sé de qué. Y su mamá era contadora pública, creo que por eso él amaba contar dinero.

Prey podía ser bastante alegre, pero yo sabía que tenía bastante odio en su interior, odio hacia su padre biológico. Algo debía traerse entre manos porque las personas como él amaban la venganza, sus acciones, y contando mi experiencia, me lo decían fácilmente.

—¡Dorian! —Casel llegó hasta la mesa.

—¿Se puede saber a qué vienes a hablarle a mi novio? —le preguntó Ludovico, poniendo cara de desagrado.

Solté una carcajada graciosa, recordando a Buty. Por otro lado, Prey solo soltó una risita odiosa mientras seguía mirando sus billetes. No era machista, la verdad era que ellos juntos me hacían recordar a Buty. Yo dejaba pasar a los conocidos así, porque eran alegres y me hacían sentir bien en cierto aspecto. También porque las personas así solían ser las más felices y leales. Leales de un modo raro, pero lo eran.

—Ludovico, calla, que no vine a hablarte a ti. Dorian…

—Cariño, ¿Por qué no nos vamos? —me preguntó él—. Hijo, muévete, recoge tus juguetes —le dijo a Prey.

Joder, yo no conocía a Ludovico siendo así, pero no pude evitar seguir riéndome por su sarcasmo.

—Ya voy, papá, dame un momento —le pidió Prey.

Es que uno bromeaba y el otro lo seguía hasta el final. No me extrañaba que fueran hermanos.

—¿Recibiste mi invitación? —siguió hablándome Casel, ignorándolo—. Vamos a estar en santa paz. Allen también va.

—Entonces nosotros iremos —dijimos los tres al mismo tiempo.

Hyde enarcó las cejas, sorprendida, y Fray giró los ojos, acercándose a la barra. Al final, las dos acabaron yéndose.

—Sí iré —terminé respondiéndole al fin.

—Bien. Entonces allá te veo.

Y también se fue.

—Casel nunca va a caerme bien —murmuró Ludovico, sonando desinteresado. Era raro escucharlo mencionándola, porque a ese nadie le importaba, nadie que no fuera Allen.

—En realidad, ella no es mala —le comentó Prey—. Ahí los malos son Fray y Erwing. Qué digo Fray y Erwing, maldición, son unos malditos. Si quieren vayan a decírselo, aunque ya yo se los dije. Fray los manipula a todos y ellos le hacen caso. Y Hyde, bueno, Fray la está volviendo loca, pero es la más buena de todos, y aunque son todos una mala influencia, ella no se atreve a hablar mal de los demás.

—¿Es normal que tú digas esos de tus amigos? —inquirí.

—Yo nunca dije que eran mis amigos, además, no te estoy contando nada que ya yo no les haya dicho. Yo no soy ese amigo hablador de pajadas, Dorian, no te equivoques conmigo.

—Vale —alcé las manos.

—¿En serio sufres de un trastorno mental?

Ludovico y Prey miraron detrás de mí, y yo giré el rostro. Ennat estaba ahí parada, vestida totalmente de negro, pero decentemente, es decir, no parecía una emo, gótica, ni mucho menos llevaba maquillaje. Era una chica normal, parecida a Hyde, solo que ella no tenía pecas ni era taaan fea.

No me asusté en lo absoluto con que ella supiera eso, pero me interesó mucho saber cómo se había enterado de algo así. Es decir, el señor Othelio lo dijo en el juicio, sí, pero, ¿Quién era tan enfermo como para divulgar eso en la calle? No había muchos testigos, además, se pidió total discreción.

—Te responderé cuando sea tu problema.

—Lo siento, es que escuché a Fray mencionarlo y no pude evitar tener curiosidad.

Ah, entonces fue esa estúpida. Maldita sea, es que ella me obligaba a insultarla aunque intentaba con todas mis fuerzas no hacerlo porque ella me valía mierda. No sabía cómo se había enterado, porque hasta donde tenía entendido, el video que Brant grabó nunca se divulgó, solo lo tenía él y yo… ¿Y Allen? ¿Él se lo mostró o se lo pasó?

No, seguramente Brant solo se lo había mostrado, si realmente era como yo creía que era, lo más probable era que se lo reservara para él. Pero, a él yo no lo conocía, a Allen sí, lo suficiente como para saber que no era capaz de decirle algo así a Fray. Ellas se odiaban aunque lo negaran.

—Siéntete con nosotros —le pidió Prey a Ennat—, y así nos cuentas los detalles.

Fue con sarcasmo, pero Ennat igualmente lo hizo, sentándose a mi lado. La mesa era para cuatro, Prey y Ludovico estaban frente a mí, así que ella y yo quedamos juntos.

—¿Qué más dijo Fray? —le preguntó Prey, interesado.

—Bueno, que… —ella dudó, parecía insegura. Admito que no se veía que fuera chismosa, de hecho, parecía confundida—. Fray dijo que el señor Othelio lo dijo en la corte.

—Sí —le respondió Ludovico—. Tiene esquizofrenia, y es muy agresivo, ten cuidado.

Resoplé, pero terminé riéndome.

—Y un trastorno sexual obsesivo —corroboró Prey.

—Eso no existe —bufé con gracia.

—Cállate, que sí existe. Es un animal en la cama, Ennat, ten mucho cuidado.

Volví a reírme. Ya Ennat supo que prácticamente estábamos negando todo, así que solo acabó riéndose con nosotros. Ya no parecía tan interesada en mí como la última vez, ahora su atención estaba puesta plenamente en Prey, y creo que era porque contaba dinero rápidamente.

En serio, llevaba casi una hora contando el mismo único paquete que tenía.

—¿Van a la fiesta de Casel mañana? —preguntó Ennat.

—Si me van a pagar por eso —Prey encogió los hombros.

No escuché nada más de la conversación que tuvieron Ennat y él, porque mi vista cayó sobre aquella cabellera rizada y rojiza amarrada en ese moño redondo. Era Allen, estaba afuera, y mojándose con lluvia. Estuvo a punto de levantarme para ir a buscarla aunque sabía que venía en dirección a la cafetería, pero no lo hice porque no estaba sola. Iba con un hombre, el cual era bastante delgado y alto. Y no quería, pero me interesó el chico, porque estaba incitando a Allen a caminar más rápido empujándola con suavidad por la parte baja de la espalda. Y no era todo, ella llevaba una chaqueta, una chaqueta que claramente no era suya ni mía.

Entraron a la cafetería, y no pude evitar girar el rostro como un maniático para mirar la situación sin saltarme ni una parte. Ninguno se molestó en mirar a los alrededores para saber quiénes eran los que estábamos en la cafetería, pero casi toda la cafetería si se interesó en ellos, sobre todo en el chico. Se acercaron a la barra y empezaron a hablar con uno de los chicos que estaba detrás.

«No lo conocemos, no lo conocemos, no lo conocemos, no lo conocemos, no lo conocemos» —se repetía trillones de veces en mi cabeza, y no solo pensándolo yo.

—¿Y quién mierda es ese? —pregunté, frunciendo el ceño.

—Es Rayden —respondió Ennat, ganándose mi mirada de inmediato.

—¿Qué Rayden? —inquirí rápidamente, impaciente.

—Estudiaba antes en el International Gates. Escuché que se había ido por las vacaciones del año pasado a Liverpool porque su mamá había tenido un accidente. Estaba en coma, y bueno, él se fue a pasar una temporada con ella, y esa temporada fue corta, porque dos meses después ella falleció. Tiene ocho meses ya, pero al parecer ya lo está superando y volvió.

—¿Le gustaba Allen?

Ludovico chistó, pero luego terminó riéndose y hablando:

—No seas tóxico, Dorian.

—Quiero saberlo —le insistí, bastante serio, y él notó eso.

—Bueno, ya. En realidad se fue siendo novio de Nancy —me explicó él—. Se querían bastante, pero para él su mamá fue su prioridad. Que triste que haya regresado y que ella se haya ido.

Sí, se notaba que le dolía, era un hipócrita que hablaba de esa historia como si le doliera cuando en realidad parecía causarle risa y pena ajena.

—Siempre escucho hablar de esa Nancy, ¿De dónde salió ella? —preguntó Ennat.

—Es hermana de Siana por parte de papá —le respondió Prey, porque Ludovico no parecía tener intenciones de hacerlo.

—Ah, ya veo.

Sí, yo también veo, veo a Allen hablando sonrientemente con ese imbécil, como si estuviese muy feliz con su llegada. Pero yo no lo dudaba, ella se ponía feliz incluso si a Fray le iba a bien. Y claro, ahora era un tema distinto, pero no me hacía feliz ver como alguien más la hacía sonreír después de todo lo que había pasado; pero sí quería que sonriera, no con él, pero sí quería que lo hiciera. Ni siquiera me había permitido acercarme a ella a pesar de que hubiesen pasado exactamente tres semanas.

Ese espacio que me había pedido me estaba pareciendo demasiado largo.

Intenté quedarme tranquilo con todas mis fuerzas y no volver a voltear, porque yo no podía llenarme tanto de rabia de manera seguida, era porque eso impulsaba mi trastorno a salirse de control, y yo no quería que algo así ocurriera.

El trastorno de despersonalización o desrealización, que normalmente se le llamaba de las dos formas: Trastorno de despersonalización-desrealización, tenía muchas complicaciones, a veces era muy difícil que pudiera recordar las cosas, porque otra “presencia” vivía por mí de vez en cuando, y era complicado que pudiera tomar el control de mí mismo, pero, sí podía presenciar todo lo que mi cuerpo hacía sin desearlo y sin yo hacerlo. Es decir, cuando estaba en esa etapa, podía mirar todo desde mi exterior, como si fuera un fantasma, y mientras pasaba por un extraño y molesto trance para regresar de nuevo en mí, muchas cosas se perdían de mi conciencia. En resumen, era como un portal, de un lado recordaba lo que veía, pero del otro, todo se me olvidaba, es decir, lo que veía mientras no estaba presente en mi cuerpo.

Eso podía controlarse con muchos fármacos, pero ninguno era eficaz, es resumen, no servían para nada.

Entonces solo pasé por muchas prácticas para poder controlar un poco el trastorno, utilizando diversas técnicas que me enseñaban los psiquiatras. Técnica de enraizamiento, técnicas conductuales, técnicas cognitivas, técnicas psicodinámicas. La única vez que tuve un episodio en el psiquiátrico Bernant, fue justo cuando entré, en ese momento le aplicaron un seguimiento a mi disociación (expresión externas de mis emociones). Eso fue para que reconociera mis sentimientos durante el efecto y disociación que causaban los episodios y también para concentrame en lo que hacía en ese momento. Que en realidad, no era yo quien lo hacía.

—Yo también veo —siguió Ludovico mis palabras—. Te la van a tumbar, Dorian.

—No me manipules para ir por ella porque tú también estás celoso.

—¿Y si vamos los tres? —inquirió Prey, como si fuese una buena idea—. Cállense, cállense, ahí vienen.

Nos quedamos en silencio, actuando normal, como si no estuviésemos desesperados para que Allen viniera a sentarse con nosotros o se alejara de ese Rayden; en realidad, queríamos las dos cosas. Nos pasó por un lado con el chico y ni siquiera se atrevió a voltear, actuó como si no nos conociera, como si Ludovico no fuera su mejor amigo de toda la vida y como si yo no fuera su novio. Porque éramos novios, ¿no? Y si ella no lo pensaba así, pues yo debía recordárselo, porque no me importaba su respuesta, era mía también y no había más nada que discutir.

—Me voy —me coloqué de pie, sacando mi billetera de mi bolsillo y dejando sobre la mesa el dinero de lo que yo había comprado.

—Pagas tú —Prey señaló a Ennat y tomó rápidamente el dinero que yo había dejado sobre la mesa.

—¿Y por qué yo? —preguntó ella, frunciendo el ceño.

—Ay, mija, ¿Crees que sentarte conmigo es de gratis? Vamos, vamos, saca su billetera para ver qué tienes.

Solté una risita odiosa y me aparté de ahí.

Miré hacia Allen, porque mientras Rayden nos daba la espalda, ella quedaba frente a nosotros. Su mirada se cruzó rápidamente con la mía, pero después la apartó cuando noté que estaba mirándome algo que no eran los ojos. Ella también me extrañaba, yo lo sabía, podía notarlo en sus oscuros iris. Y no importaba cuánto sonriera, ese Rayden no lograba sacarle risas que realmente fueran graciosas. No servía para eso y no sabía qué hacía con ella, no en una cafetería, que era lógico, pero no era para tanto, no para que dos simples amigos salieran.

No, no podía irme y dejarla con él, eso sería una burla para mí. No quería que estuviera ahí con él, no tanto tiempo, ni con su chaqueta, ni sonriendo a medias. Ni nada. Simplemente no quería que estuviera ahí, nunca, así que me aproximé hacia a ellos. No podía aguantarme, eso sería lo último. Tenía que llevármela de ahí. Y pues eso hice. Allen se quedó un poco sorprendida cuando me observó acercándome a ellos, parecía creerlo y a la vez no. Pero sí, bonita, créelo.

—Nos vamos —le dije, tomándola por el brazo para levantarla de la silla, y lo hice fácilmente porque ella aparte de delgada, era bastante pequeña.

—Freemam, aquí no…

—Aquí no nada. Quítate la chaqueta, rápido.

—Freemam…

—Ey —el chico se colocó de pie y estiró su mano hasta la mía, envolviéndola en mi muñeca para apartarla de Allen.

«Nos está tocando, nos está tocando, nos está tocando, nos está tocando.»

«Que divertido, que divertido, que divertido, que divertido, que divertido.»

—No me toques —aparté su mano, agitando la mía con brusquedad, y lo hice tan fuerte que él volvió a sentarse de golpe.

—¿Qué te pasa? —me preguntó Allen, forjando su brazo para soltarse de mí, pero no lo logró.

—Me pasa de todo, Allen, por culpa tuya —fruncí el ceño—. Muévete.

Intenté jalarla, pero ella se negó, echándose para atrás. Vale, si no quería por las buenas, entonces solo nos quedaba una última opción. Me incliné delante de ella, como ya estaba acostumbrado a hacerlo, la tomé por las piernas y la subí a mi hombro.

—¡Déjame en el suelo! —gritó, y sin importarle que todos en la cafetería se hubiesen volteado para mirarnos, volvió a chillar—: ¡Que me bajes, Freemam! —empezó a darme golpes en la espalda, pero eran igual de frágiles que sus sentimientos y su corazón.

No me detuve por nada, de hecho, Rayden tampoco fue un impedimento, porque cuando me solté de su agarre para que no me tocara y cayó sentado sobre la silla por su delgadez, no sé atrevió a decir ni hacer nada, solo giró su rostro para no mirar lo que ocurría y torció los labios; pues más le valía. Yo, pues logré lo que quería: salir de la cafetería con Allen y subirla a mi auto antes de que la lluvia nos mojara peor. Por supuesto, apenas cerré la puerta de donde la había montado, presioné el botón de mi llavero para cerrarla y que no intentara escaparse. Finalmente me subí al auto y arranqué.

No paraba de mirarla de reojo durante el camino. No decía nada, ni siquiera un insulto, se mantenía con las manos cruzadas y mirando hacia la ventana, con el ceño fruncido y los labios rectos. Era extrañísimo mirarla molesta, y por eso no podía evitar sonreír durante todo el viaje. Cuando detuve el auto dentro del estacionamiento, esperé a que ella se bajara primero, pero no lo hizo. Vale, me bajé primero y rodeé el auto para abrirle.

—No me voy a bajar —la escuché murmurar.

—Okey. Entonces yo te bajo.

Ella me miró de repente, porque había visto a un lado contrario al mío cuando abrí la puerta, y justo cuando estuve a punto de volver a cargarla, me empujó y se bajó ella misma, luego cerró la puerta de mi auto con muchísima fuerza.

—Seguramente quedó abierta, verifícalo —murmuré con ironía.

Ella rodó los ojos y empezó a caminar. Pero meh, no pudo, porque apenas propinó dos pasos, su cuerpo se expulsó hacia atrás y cayó de nalgas en el suelo. No me reí, solo sonreí y me quedé mirándola, porque la chaqueta se había quedado atascada entre la puerta del auto, y también porque ella hacía todo molesta y le salía mal. Se levantó, todavía molesta y tratando todo a los golpes, jaló la chaqueta pero no salió de la puerta, intentó abrirla, pero tampoco abrió. Volvió a rodar los ojos y suspiró.

—¿Puedes abrir la puerta, Freemam? Por favor.

—Pídemelo con mi nombre.

—Padre santo. ¿Puedes abrirme la puerta, Dorian?

—Sí, ahora sí. Pero te faltó algo.

—Por favor.

No quise abrirla con el botón, me acerqué con la llave y la introduje lentamente en la cerradura, acercándome bastante al cuerpo de Allen; a propósito. Ella intentó alejarse un poco, pero fue peor, porque se puso de espalda y se pegó más del auto. Me acerqué todavía más, pegando mis labios a su oreja y la rocé, provocando que se estremeciera.

—Dorian —me advirtió, y terminé de abrir la puerta.

—¿No quieres que te abrá algo más, Allen? —susurré.

—¡Sí! ¡El paso!

Me empujó de nuevo, alejándome de ella, hasta que sacó el borde de la chaqueta y la miró de cerca.

—Vas a pagarle la chaqueta a Ludovico, mira como la rompiste.

Ah, entonces era de Ludovico. Vale, ya no tenía que reclamarle sobre eso.

—No fui yo.

—¡Sí, si fuiste tú porque me metiste ahí!

—Eso no habría pasado si no hubieras salido con ese.

—Ese, Dorian, es novio de una de mis amigas.

—No me interesa.

—Entonces no digas cosas para que yo te dé explicaciones. Y déjame en paz.

Y empezó a caminar, alejándose de mí, pero yo caminé detrás de ella. Birkin no estaba trabajando, así que solo dijimos buenas noches y continuamos caminando, incluso entramos juntos al ascensor subimos al sexto piso. Mi intención era entrar con ella a su departamento y molestarla hasta que me dejara explicarle algunas cosas desde el principio al fin, pero nada de eso podía pasar, porque apenas salimos del ascensor, visualizamos la imagen del señor Freyen tocando la puerta del departamento de Allen.

Joder, es que de nuevo mis esperanzas de estar a solas con ella cada vez eran menos.

—¿Papá? —inquirió ella, esperando a que él le dijera algo.

Estaba pálido, por lo que no podía irme y dejarlos solos. Algo pasaba, algo grave, y yo estaba cansado de los problemas, pero no podía irme. El Freyen se quedó en silencio un momento, pasmado, luego se relamió los labios y frotó nerviosamente sus palmas.

—El señor Othelio está muerto —respondió, pero mirándome a mí—. Al parecer también abusaron de él ahí dentro y se quitó la vida.

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